Petacchi comienza su biblioteca
Primera llegada masiva y primera victoria del italiano, que gan¨® nueve etapas en el ¨²ltimo Giro y cinco en la pasada Vuelta
Tan pronto como en el autob¨²s, a¨²n sudados, pringosos, el coraz¨®n agitado, los ciclistas echan, r¨¢pidos, mano del m¨®vil, ngage o blackberry y teclean afanosos, buscan comunicaci¨®n con las ausentes, con los lejanos -salvo los autistas, que se enganchan al iPod. Tan pronto como reci¨¦n salidos de la trilog¨ªa papilla de muesli -o bocadillo de chorizo-ducha-masaje-, los ciclistas se tumban en la cama, se dejan los ojos en la play-station, la gameboy, el DVD de su port¨¢til y se comunican con su fantas¨ªa, con su realidad virtual. Despu¨¦s de la cena, reci¨¦n digerido el ¨²ltimo yogur del d¨ªa, se dispersan por los jardines del hotel del d¨ªa pegados a su m¨®vil, a su vida en casa. Ya noche cerrada, ya hora de apagar las luces, los ciclistas visitan el ba?o con el Playboy, se pegan al Canal +, se olvidan de la vida dura en una pel¨ªcula.
Nada m¨¢s salir se cay¨® con todos sus compa?eros, pero al final all¨ª los ten¨ªa
Pocos se salen de la norma, de la rutina. A los que lo hacen los jefes les llaman la atenci¨®n. "Te voy a quitar el ordenador", amenaza el director al ciclista que intenta crear unas l¨ªneas literarias; "te concentras tanto en lo tuyo que te olvidas de la vida en com¨²n. No hablas con tus compa?eros". "Te voy a quitar el libro", le dice al que ve en la cama leyendo; "te encierras en tu mundo y no convives con los dem¨¢s". Conociendo esto, el poco amor de los que mandan en su oficio por la letra impresa -m¨¢s all¨¢ de los grandes titulares de peri¨®dicos rosas- Petacchi deber¨ªa empezar a preocuparse.
Petacchi, Alessandro de nombre, gigante melanc¨®lico de clara mirada, un poco triste a veces, 30 a?os, gan¨® nueve etapas al sprint en el ¨²ltimo Giro -luego, pas¨® por el Tour visto y no visto. Petacchi, en la ¨²ltima Vuelta gan¨® cinco etapas, y cuatro en el Tour anterior, y seis en el Giro previo. Petacchi gan¨® ayer en Burgos la primera etapa en l¨ªnea de esta Vuelta 2004. Como premio -al margen de una catedral en yeso, de un ramo de flores, de varios besos de las hermosas se?oritas, de un botell¨®n de cava con el que salpic¨® a los fot¨®grafos- recibi¨® del gremio de libreros un M¨ªo Cid de Castalia. Era Burgos. En Soria, donde puede ganar ma?ana, le espera Machado; en Alicante, Azor¨ªn y El obispo leproso, y en C¨¢ceres, Gabriel y Gal¨¢n. En cada meta, un libro para el ganador -y para los l¨ªderes cotidianos: el estadounidense Floyd Landis, que ya no es maillot oro, se llev¨® dos cantares del Cid por mandar en la monta?a y en la combinada; Max van Heeswijk, un holand¨¦s del equipo de Landis que estaba por all¨ª vigilando al alem¨¢n Erik Zabel y se ara?¨® una bonificaci¨®n suficiente para ser l¨ªder, otro cantar; y Zabel, el regular, otro.
Terminar¨¢ la Vuelta y si Petacchi se mantiene fiel a su media y a su actitud acabar¨¢ con una biblioteca considerable. Y si exhibe su alma introvertida y le da por hacer un esfuerzo lector, acabar¨¢ con su director de los nervios.
En el lote no le entrar¨¢n las obras completas de Manolo Saiz. A¨²n no est¨¢n escritas. El director c¨¢ntabro las escribe a diario con volantazos y gritos por el pinganillo a sus chavales. Llegando a Burgos, cuando el viento que hab¨ªa dado de cara todo el Camino de Santiago desde Le¨®n entr¨® de lado un rato, Saiz se desga?it¨® en la oreja de Igor Galdeano, quien se deslom¨® intentando un abanico que no cuaj¨® -se cortaron los m¨¢s d¨¦biles solo. Ese intento, dijo Petacchi, les hab¨ªa venido muy bien para clarificar el asunto. Para tener una llegada m¨¢s limpia.
Su director en la Vuelta no es Giancarlo Ferretti, el viejo sargento de hierro, el hombre de los malos humores m¨ªticos y el c¨¢lculo perfecto a la hora de manejar la escuadra y motivarla. A Juan Antonio Flecha, y a sus amigos del port¨¢til, Ferretti les ech¨® una bronca de a¨²pa el ¨²ltimo domingo del Tour porque no cumpli¨® con su compromiso de trabajar para otro compa?ero. A Flecha, tres semanas despu¨¦s, le llev¨® a la victoria en el Gran Premio de Z¨²rich, una prueba de la Copa del Mundo.
A Petacchi no le lleva su director, sino sus colegas. Petacchi necesita un tren, media docena de compa?eros de equipo, sus fieles Alberto Ongarato, Marco Velo y Guido Trenti sobre todos. Nada m¨¢s salir de Le¨®n se cay¨® con todos ellos -tambi¨¦n, Joseba Beloki, despistado, anduvo por all¨ª-, pero al final all¨ª los ten¨ªa, enfilando al pelot¨®n a 70 kil¨®metros a la hora, cuesta abajo, viento de espaldas. "Y a 500 metros de la llegada, Trenti, el ¨²ltimo, que llevaba al frente desde los 700, me dijo que no pod¨ªa m¨¢s, pero no s¨¦ de d¨®nde sac¨® las fuerzas y pudo. Y me dej¨® solo a 200 metros. Y no tuve problemas", explic¨® Petacchi. No tuvo mayores problemas, pero suspir¨® aliviado. Y para hacerlo notar gr¨¢ficamente se llev¨® el antebrazo derecho a la frente, uff, qu¨¦ miedo, casi como el Ronaldo de ahora celebrando sus goles con sus tatuajes.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.