Buen comer y sue?os ecl¨¦cticos en Torrecaballeros

Enamorado de Vietnam, viajero empedernido por el ?frica negra, caravanista durante los a?os dorados del S¨¢hara... Javier Gir¨¢ldez se ha liado nuevamente el turbante a la cabeza con una peque?a locura hostelera en Torrecaballeros, meca segoviana del cordero asado y axis mundi de toda la mesoner¨ªa popular, crecida ¨²ltimamente a la sombra de los madrile?os en fin de semana, ¨¢vidos de asadores y hotelitos con encanto. El restaurante El Horno de la Aldeg¨¹ela, piedra angular de un complejo iniciado hace a?os sobre una finca agr¨ªcola del siglo XVII dedicada al esquileo de ovejas, era un constante peregrinar de almas bien alimentadas que extra?aban una yacija donde pasar la noche. A su alrededor hab¨ªan prosperado un pabell¨®n de bodas y banquetes, varios salones para reuniones de empresa, zona infantil con avestruces y pavos reales, una tienda de gastronom¨ªa regional y hasta un convento habilitado para la exposici¨®n de muebles y objetos ex¨®ticos de Indochina y el ?frica subsahariana. De modo que el hotel no pod¨ªa hacerse esperar.

Abducido por el viejo sue?o colonial, el empresario ha ideado un edificio innecesariamente pretencioso, doliente a la vista, producto de un confuso eclecticismo en el que se yuxtaponen elementos tan dispares como las viguer¨ªas r¨²sticas de madera, los empelechados de m¨¢rmol verde y los dispositivos magn¨¦ticos de apertura de puertas, fruto de una quim¨¦rica rural¨ªa arquitect¨®nica. Esto, junto a un mobiliario importado de Oriente que se descuaderna por momentos a causa del secarral segoviano.

Visiblemente desestructurado, el hotel logra sacar mucha ventaja a sus pecados. El sal¨®n de estar se abre al jard¨ªn, aunque aislado del resto de las instalaciones por un kilom¨¦trico pasillo que conecta el vest¨ªbulo y el ascensor de acceso a las habitaciones, con la zona de aguas en medio. En el ¨¢ngulo opuesto, junto al dormitorio n¨²mero 10, queda el comedor de desayunos. Inc¨®modo para el desperezo, pero nutrido de buenos alimentos y con un sentido muy hogare?o de la cocina matinal.

Al frente del servicio, Paco ?lvaro aporta la madurez de su dilatada carrera profesional en Paradores. En la mesa, los Boletus edulis con molleja de lechal y el aperitivo de tallarines dejar¨¢n un recuerdo inolvidable.

Las habitaciones ocupan, en su mayor¨ªa, una planta segunda di¨¢fana, y la tercera, abuhardillada. En sus paredes, unas aguadas pintadas por artistas vietnamitas que hacen furor ahora en Nueva York y que se pod¨ªan adquirir hasta hace poco a precio de ganga en galer¨ªas de arte de Hanoi.