Les vi
Les vi ayer, junto al Umbracle, con sus uniformes de gala y sus gorras barretinas. Estaban relajados, prepar¨¢ndose para el acto solemne. Como es bien sabido, un momentito es mayor que un momento. Lo digo porque mi mirada, que en un primer momento hab¨ªa abarcado al grupo entero, acab¨® centr¨¢ndose en un solo objeto, acab¨® aislando un bot¨®n de entre la vertiginosa avalancha de uniformes. Era el bot¨®n superior de una chaqueta impecablemente abrochada. Ya dec¨ªa Lichtenberg que la tendencia humana de interesarse en minucias ha conducido a grandes cosas. ?Qui¨¦n habr¨ªa dise?ado aquel peque?o objeto tan perfecto? ?Blanc, D¨ªaz, Mir¨®? Seguramente alguien consciente de que un bot¨®n es una pieza que se sujeta en los vestidos para que, entrando en el ojal, los abroche y asegure, pero consciente tambi¨¦n de que un bot¨®n puede ser visto como met¨¢fora modesta del universo.
El hecho es que el acto se anunciaba solemne y, como tantas veces ante lo pomposo y grandilocuente, mi mirada fue a posarse en lo peque?o. Me acord¨¦ de todo tipo de miniaturas antes de recordar una peque?a tienda de Lisboa que fotografi¨¦ en el invierno de 1996, una tienda especializada exclusivamente en la venta de "botones bonitos", seg¨²n el anuncio que hay a la entrada. Y tambi¨¦n me acord¨¦ de una entrevista, le¨ªda hace poco, con el dise?ador barcelon¨¦s Andr¨¦ Ricard, una entrevista encabezada con una declaraci¨®n de principios: "?Qu¨¦ bello es un bot¨®n!".
A juicio de Ricard, su objeto predilecto es el bot¨®n: "M¨ªrelo, m¨ªrelo. ?Es perfecto! El bot¨®n jam¨¢s se extinguir¨¢. Aparecer¨¢n las cremalleras, el velcro, pero da igual. El bot¨®n no morir¨¢". Ricard cree que un bot¨®n ser¨ªa una escultura maravillosa, que ¨¦l imagina de dos metros de di¨¢metro, en m¨¢rmol blanco de M¨¢rmara sobre un pedestal de granito negro. Ah¨ª discrepo, porque Ricard quiere convertir en grande algo que no necesita serlo y que, adem¨¢s, es grande precisamente porque es peque?o. Lo min¨²sculo tiene algo de met¨¢fora opuesta a lo solemne y a esa sopor¨ªfera pesadez que anida en toda grandeza. Un bot¨®n es un bot¨®n, no es un gigante. Y su belleza guarda necesariamente relaci¨®n con su peque?ez. Un bot¨®n no puede ser may¨²sculo y parecerse, por ejemplo, a una gran fecha solemne y encima pretender que no percibamos que, al carecer de la belleza de lo m¨ªnimo, s¨®lo puede aspirar a representar algo magno y, por tanto, sopor¨ªfero.
Ayer, viendo al bot¨®n entre tanta magnitud y sopor, pens¨¦ en los que tienen alergia a los grandes momentos y a los discursos egregios y me vino a la memoria el escritor suizo Robert Walser y el discurso m¨ªnimo que le dedic¨® a un bot¨®n: "Jam¨¢s te has situado en primer plano para sacar provecho de una bonita iluminaci¨®n y m¨¢s bien, con una conmovedora y deliciosa modestia que, sin duda, jam¨¢s ser¨¢ suficientemente apreciada, te has mantenido en la m¨¢s discreta de las discreciones". Al bot¨®n deber¨ªan tomar como ejemplo aquellos que viven acosados por la man¨ªa de la grandeza. "Eres capaz de vivir sin que nadie se acuerde, ni lejanamente, de que existes", le dice Walser. El bot¨®n, lejos de los canap¨¦s nacionalistas y no nacionalistas, se siente consagrado a un silencioso cumplimiento del deber, y no celebra nada porque est¨¢ siempre ocupado, porque la naturaleza de su labor le obliga a estar trabajando en la sombra y ser diligente a todas horas. Su historia -rara de ver hoy en d¨ªa- es la del deber cumplido y la modestia. Le vi ayer, junto al Umbracle, y le dediqu¨¦ en silencio unas palabras de agradecimiento mientras me acordaba de aquel amigo que siempre me dec¨ªa que nuestros pol¨ªticos se cultivan en invernaderos.
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