La vuelta al origen
Avanzaba hacia el pueblo de Orba, entre bancales milenarios de piedra gris y tierra roja con algarrobos, olivos y almendros, e iba dejando atr¨¢s pueblos como cad¨¢veres en la cuneta. Al salir de cada curva aparec¨ªa, en cambio, un nuevo y sorprendente conglomerado urban¨ªstico, es decir, otro mont¨®n de casas apiladas como escombros en un vertedero municipal. De lejos no se distingue si se trata de un cementerio o de un almac¨¦n de turistas. La arquitectura es ecl¨¦ctica, como la pol¨ªtica, como las sustanciosas licencias municipales. S¨®lo es posible apartar la vista de esos grandes pegotes para evitar el horror, aunque trataba de verle el lado bueno. O sea, que la alianza de constructores y alcaldes de La Marina Alta garantiza el pleno empleo aunque a expensas de un desarrollo insostenible.
La alianza de constructores y alcaldes de La Marina Alta garantiza el pleno empleo aunque a expensas de un desarrollo insostenible
Los viejos pueblos de abajo comer¨¢n de los nuevos pueblos de arriba. Aunque una vez llenen todos el est¨®mago el paisaje ser¨¢ lo mas parecido a un excremento.
Y acto seguido me puse a pensar en la Creaci¨®n. En el G¨¦nesis. En el pasaje b¨ªblico que refiere el origen del Universo: no hab¨ªa arbusto en el campo, ni germinaba la tierra por no haber todav¨ªa llovido, ni hab¨ªa hombre que la labrase, ni rueda que subiese el agua con que regarla. As¨ª que Dios form¨® al hombre de polvo de la tierra barro y le inspir¨® aliento de vida.
Es decir: primero fue el barro y del barro, por obra de Dios, naci¨® el alfarero.
Este de Orba se llama Vicente Prats Zaragoza. Tiene 56 a?os. Dos hijas y un hijo, nacidos todos como su padre y su abuelo de la misma arcilla.
Su abuelo se llamaba Salvador Mar¨ªa Prats. Fue ¨¦l quien empez¨® el negocio. Trabaj¨® hasta independizarse en una de las seis alfarer¨ªas del pueblo, de las que hoy no quedan mas que una y media porque a la de Vicente (y que esto no vaya a molestarle) le faltan tramos de techumbre por la misma raz¨®n que le sobran muchos metros de fidelidad al oficio. Y de creatividad.
Lo que siempre se hizo a mano, o a lo sumo con moldes hechos a mano, seguir¨¢ haci¨¦ndose as¨ª, aunque el precio de perseverar en una de las tradiciones mas antigua de la humanidad sea el de tener una f¨¢brica con apariencias de haber sido bombardeada por el progreso.
?O no ha sido la mecanizaci¨®n un aut¨¦ntico y demoledor bombardeo? La Teulera (que as¨ª se llamaba la alfarer¨ªa en el pasado) est¨¢ invadida por almacenes de materiales muchos de ellos importados para la construcci¨®n. Los ves desde la carretera. Son como monumentos al retrete de dise?o, a los lavabos de doble seno, a los bid¨¦s vaginales. Pero has de prestar atenci¨®n y all¨ª donde crece una higuera y asoma la techumbre cavernaria, all¨ª est¨¢ la cuna de la alfarer¨ªa. El arte en estado puro. El soplo de Dios en el polvo que da vida y alma a cada pieza. No hay dos iguales y, sin embargo, todo es muy igual. Una teja es sin duda una joya.
A Vicente Prats le ayuda su hijo Rom¨¢n, de 28 a?os. Si de Rom¨¢n depende, el negocio no se cerrar¨¢. Su bisabuelo ya era alfarero y ¨¦l ama el oficio que, poco a poco, y aun careciendo de prestigio entre los j¨®venes, presiente que acabar¨¢ convirti¨¦ndolo en arte. Son mas de 2.500 metros cuadrados con piso de tierra entre paredes inclinadas y boquetes que un Miquel Barcel¨® sabr¨ªa convertir en un templo africano. No, sus tres hornos no se apagar¨¢n.
Vicente se niega a ello. Recuerda cuando empez¨® a ayudar a su padre a los 14 a?os. Era un juego al principio. Su padre trabajaba d¨ªa y noche. Se construy¨® el horno ¨¦l solo y tal como manda la tradici¨®n, tal como ¨¦l hace ahora los hornos cuando se lo encargan en algunas casas de lujo o sin lujo, clientes que aman la tradici¨®n y el gusto por el pan y las cocas de toda la vida. Y encima Vicente los hace mas baratos a mano, y del tama?o que le pidas, que si te vas a comprarlos prefabricados. Y no hay comparaci¨®n. Esto nadie se lo discute.
Todo es por encargo. La nieta del mariscal Rommel es una de sus clientas locales. Vive en D¨¦nia. Y le encarg¨® todo el barro hecho a mano, y los azulejos, la chimenea y el horno de asar. Te ense?a fotos muy orgulloso y tu exclamas, oh, oh, sin olvidar el rostro del zorro del desierto, la esv¨¢stica, los campos de exterminio nazi, pero estos cuartos de ba?o son de verdad acogedores, c¨¢lidos, luminosos. ?Debo decirle a Vicente y a Rom¨¢n que Rommel, el abuelito de su clienta, tuvo en su haber no s¨®lo victorias militares sino el hecho de haber conspirado contra Hitler? ?Debo a?adir que eso le cost¨® la cicuta ya que ser¨ªa obligado a suicidarse para dejar limpio el apellido y no ser juzgado y condenado por alta traici¨®n e intento de asesinar al F¨¹hrer?
Pero la alfarer¨ªa -ya estamos recorriendo una nave tenebrosa- sobrevive a las guerras y un alfarero no tiene necesidad de hacerse el harakiri ni siquiera en tiempos de crisis como la actual, cuando la competencia de los productos orientales (los chinos, por ejemplo) es imbatible. Pero el barro se adapta a los tiempos. Y as¨ª como en la posguerra fabricaban tuber¨ªas de desag¨¹e, nada mas introducir el pl¨¢stico volvieron a las tejas, las jarras los ladrillos y las baldosas.
Algunos ceramistas cl¨¢sicos, como Eduardo Oliver Momparles, de Manises, ha frecuentado al taller de Prats despu¨¦s de jubilarse por el gusto de ense?ar algo de lo mucho que sabe, y de matar de paso el gusanillo de la arcilla.
Un escultor holand¨¦s afincado en el vecino pueblo de Orbeta -Enrik- ense?a a Rom¨¢n el arte del cincel y ahora hacen juntos algunas baldosa con relieve, y Rom¨¢n esmalta. Entre los escombros de la f¨¢brica se recuperan viejos moldes. Hay que aprovecharlos. Los entusiastas de este oficio acuden con piezas antiguas y piden a Vicente y a Rom¨¢n que las reproduzcan, cuesten lo que cuesten.
?Qu¨¦ importa, bien visto, el tiempo o el dinero?
El barro es eterno y gratuito. Mas que del cielo es un don de la tierra. Las manos de estos hombres fueron moldeadas para este oficio que llevan dentro. Y aunque parte del techo se desplome, ellos volver¨¢n al mismo lugar para seguir haciendo exactamente lo que hacen.
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