El buf¨®n
Una de las noticias m¨¢s sorprendentes de este verano ha sido la reinstauraci¨®n de la figura del buf¨®n oficial en Gran Breta?a tras algo parecido a unas oposiciones. En principio, una buena noticia puesto que el buf¨®n ha desempe?ado un papel sobresaliente en nuestra tradici¨®n, el otro protagonista principal de nuestras historias junto al h¨¦roe. Adem¨¢s, que la reinstauraci¨®n se hubiera producido en tierras brit¨¢nicas nos pod¨ªa evocar su prestigio literario, gracias a los incomparables bufones de Shakespeare, las sombras grotescas de Lear o Hamlet, pegadas a sus destinos tanto o m¨¢s que sus almas. Pero la justificada fama de los bufones shakespearianos tiene su m¨¢s cercano paralelo pict¨®rico en los bufones de Vel¨¢zquez. Nadie los ha retratado con tanta fuerza y con tanta insistencia pese a que bastantes pintores se hab¨ªan ocupado ya anteriormente del tema. No es el menor de los misterios velazque?os esta predilecci¨®n por una silueta aparentemente menor. Si consideramos que hay una decena de retratos de Vel¨¢zquez dirigidos a representar a diversos bufones, es f¨¢cil concluir que es uno de sus motivos principales.
No est¨¢ clara la causa de esta fascinaci¨®n que para algunos es el fruto del gusto del pintor por lo monstruoso y grotesco -en una l¨ªnea que conducir¨ªa con fluidez hasta Goya- y para otros, en cambio, es la muestra de su tendencia a la compasi¨®n y de su respeto por los humildes. Sea como fuere, lo cierto es que las im¨¢genes del contrapoder del buf¨®n son en Vel¨¢zquez siempre m¨¢s libres que las im¨¢genes del poder del rey. Mientras que el retratista de la corte no puede evitar el hieratismo y la codificaci¨®n en sus, por otro lado, extraordinarias composiciones, el retratista de esas criaturas a menudo deformes alcanza una franqueza art¨ªstica inigualable. Por otra parte, la importancia y el cuidadoso estudio de la figura del buf¨®n quedan resaltados en la obra de Vel¨¢zquez por la representatividad de los individuos retratados, part¨ªcipe en cierto modo cada uno de ellos, y a trav¨¦s de sus ademanes y simulaciones, de los vicios del poder, la cara inconfesable y bufonesca de las virtudes del poder. Sin salir del Museo del Prado, en los siete bufones pintados por Vel¨¢zquez, algunos en un primer plano abrumador, encontramos algo de la monstruosidad del poder que el doble deformante del pr¨ªncipe -es decir, el buf¨®n- integra en su presencia f¨ªsica: la exaltaci¨®n arrogante del buf¨®n Barbarroja, la imbecilidad del magistral Calabacillas, la ret¨®rica de Pablo de Valladolid, la pasividad huidiza del llamado don Juan de Austria, la impotencia melanc¨®lica de Sebasti¨¢n de Morra, la ausencia mental del Ni?o de Vallecas o, por fin, el cinismo inquietante de El Primo, el adalid de los fisgones de la corte.
El cat¨¢logo de los bufones de Vel¨¢zquez nos introduce en el subsuelo del poder barroco, de igual manera en que Shakespeare, aun dramatizando ¨¦pocas anteriores, lo hace en la Inglaterra isabelina. Pero en ambos casos no hay duda de que la fuerza de lo bufonesco desborda el propio tiempo para infiltrarse en las heridas del poder de cualquier otro periodo humano. El peculiar intercambio barroco de misiones entre el rey y el buf¨®n aparece incluso m¨¢s sincero que la moderna esquizofrenia entre vicios privados y p¨²blicas virtudes posterior a la abolici¨®n de los bufones de corte.
Por eso debemos congratularnos por la vanguardista reivindicaci¨®n brit¨¢nica del buf¨®n oficial. Lo ¨²nico que podemos temer ante tal noticia es que en una ¨¦poca como la nuestra escasee su trabajo, no tanto, obviamente, por falta de materia prima como porque se usurpe demasiado frecuentemente su lugar en el escenario. A diferencia del barroco, en nuestra ¨¦poca el pr¨ªncipe no se contenta con tener junto a s¨ª al buf¨®n, sino que aspira, para retener el poder, a ser ¨¦l mismo el buf¨®n.
Quien encarna con mayor soltura esta aspiraci¨®n es, por el momento, Silvio Berlusconi, el hombre que ha dado una lecci¨®n a Europa sobre c¨®mo se superponen las dos figuras en la cohesi¨®n del poder. En cada uno de sus gestos, en cada una de sus invasiones de la escena p¨²blica, Berlusconi ha perseguido denodadamente apropiarse de la magia sarc¨¢stica del buf¨®n como si estuviera convencido de que, despose¨ªdo ¨¦ste, no habr¨ªa ya obst¨¢culos para el ejercicio del poder. Berlusconi necesitaba la piel de los Dario Fo para continuar haciendo de Berlusconi. Y al colonizar los medios de comunicaci¨®n, quer¨ªa poseer no tanto al informador como al buf¨®n.
Algo de esto han comprendido muchos de nuestros pol¨ªticos, lanzados asimismo a la colonizaci¨®n de todo lo que tenga la apariencia de escenario p¨²blico. Dado que la televisi¨®n en su conjunto tiene mucho de galer¨ªa de monstruos y que el ciudadano, tambi¨¦n como conjunto, se ha convertido en un fisg¨®n de esta galer¨ªa, el pr¨ªncipe de nuestro tiempo -por llamarlo de alg¨²n modo- no se conforma con re¨ªr las burlas de los calabacillas, barbarrojas o primos actuales, de los que estamos sobrados, sino que aspira a sustituirlos. A juzgar por la participaci¨®n masiva de pol¨ªticos en todo tipo de espect¨¢culos y parodias, podemos llegar a la conclusi¨®n de que nada le parece m¨¢s apropiado al poder para perpetuarse que el recurso a lo bufonesco. Pero en tal caso ?qu¨¦ quedar¨¢ para el pobre buf¨®n que con tanto esfuerzo ha ganado su derecho a serlo?
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