Pobre emperador

Per haec ac talia maxima aetatis parte transacta quinquagesimo anno imperium cepit quantumuis mirabili casu: Claudio se convirti¨® en emperador de Roma a la edad de 50 a?os por la m¨¢s extra?a de las casualidades, cuenta Suetonio en su extraordinaria Vida de los doce C¨¦sares, esta truculenta aventura del hombre d¨¦bil, huidizo, con miedo a ser asesinado, literario, sin ning¨²n inter¨¦s por la cosa p¨²blica, que fue coronado contra su voluntad. Cojo de nacimiento (claudio: claudicante), aparentemente tonto, feo y gracioso. Sobre esta historia, Robert Graves -ingl¨¦s de Mallorca- compuso una divertida novela, de la que se hizo una serie de televisi¨®n muy famosa; ahora, Jos¨¦ Luis Alonso de Santos, comedi¨®grafo de fama, la adapta al teatro, y Jos¨¦ Carlos Plaza, desbordante de imaginaci¨®n, de barroquismo, colores, sensualidad y algo de obscenidad, la lleva a la escena. Claudio es H¨¦ctor Alterio y es lo m¨¢s impresionante del espect¨¢culo. Plaza ha dado un paso decisivo en la larga historia del gesto y la luz: a medida que la luz ha ido avanzando y el espectador aproxim¨¢ndose, el histri¨®n ha ido dando valor a los gestos de su rostro; en el cine o en la televisi¨®n hab¨ªa llegado al primer plano enorme, pero le faltaba la espontaneidad, era un gesto compuesto y repetido hasta encontrar la buena toma. Ahora, con una c¨¢mara de v¨ªdeo delante y una pantalla grande, es el gesto directo de Alterio mientras interpreta el que va siguiendo el espectador, y es realmente admirable de expresividad.

Claudio es H¨¦ctor Alterio y es lo m¨¢s impresionante del espect¨¢culo

Espectadores hab¨ªa que dec¨ªan que eso no es teatro: si hay c¨¢mara y micr¨®fono, perdemos al actor a cuerpo limpio y voz pura. No soy partidario de la pureza en nada de este mundo. Meter el rostro vivo y ampliado en el teatro puede ser una gran virtud teatral, pero tambi¨¦n puede ser una rendici¨®n ante lo que el cine ha descubierto antes para s¨ª mismo.

?stas son especulaciones que probablemente tienen un plano de retaguardia. Puede ser que toda la obra dependa exclusivamente de la interpretaci¨®n directa y abierta de un actor, que Jos¨¦ Carlos Plaza lo haya ideado todo as¨ª, y que con H¨¦ctor Alterio no s¨®lo ha funcionado, sino que ha deslumbrado. Injustamente, por esta invenci¨®n, se le quedan atr¨¢s los otros actores, siendo algunos grandes -Paco Casares, Encarna Paso...-, y por eso el director le empujaba hacia fuera para que recibiese solo las ovaciones del p¨²blico -de invitados, de estrenistas- puesto en pie. Supongo que seguir¨¢ as¨ª con el p¨²blico que llamamos "de diario".

A m¨ª me queda un enigma que no pude resolver, por mucho que mirase a los espectadores: no s¨¦ si siguen principalmente la cara en la pantalla, que tiene la fascinaci¨®n de las proyecciones que conocemos desde hace un siglo, o la figura f¨ªsica, el cuerpecillo de Alterio. Personalmente, mir¨¦ m¨¢s la pantalla, atra¨ªdo por su gesto: por ¨¦l, por su capacidad, por su talento, m¨¢s que por la luz. O eso creo.