Bagdad, donde el peligro es invisible
Nadie parece resultar inmune en una posguerra de Irak sin bandos definidos ni reglas de juego
Los contratistas de las empresas estadounidenses en Bagdad han invadido el hotel Sheraton y, planta a planta, se hacen con el control del vecino Palestina. Los que viv¨ªan en casas particulares alquiladas a precios astron¨®micos se han replegado veloces a esos hoteles tras el secuestro de los civiles estadounidenses Jack Hensley y Eugene Amstrong y el brit¨¢nico Kenneth Bigley. Los empleados de ¨¦lite de las grandes compa?¨ªas residen en el lujoso Al Rachid, dentro del per¨ªmetro de la Zona Verde, donde est¨¢n las embajadas de EE UU y el Reino Unido y las oficinas del Gobierno interino. Otros se hallan acantonados en bases militares dispersas y parten a sus misiones de reconstrucci¨®n rodeados de soldados.
Puede ser cualquiera: el recepcionista del hotel, el ni?ito que vende los pa?uelos, el mir¨®n...
La Zona Verde y el complejo de los hoteles Sheraton, Palestina y Bagdad (sede oficiosa de la CIA) son los mejor protegidos de la capital: manzanas cortadas al tr¨¢fico en 500 metros a la redonda, muros de hormig¨®n de cinco metros de alto, carros de combate, tropas y una pl¨¦yade de servicios privados de seguridad con pagas de 15.000 d¨®lares al mes. Un cami¨®n militar sirve de escudo en la entrada contra los conductores suicidas. Cada persona pasa a pie y es cacheada meticulosamente. En la Zona Verde ese control humano se repite hasta cinco veces en 50 metros.
La mayor¨ªa de las embajadas extranjeras en Bagdad se concentran en el barrio de Al Mansur. No hay banderas izadas en los m¨¢stiles ni placas en el exterior. Son edificios protegidos por muros dobles y triples de cemento, alambres de espino y sacos terreros apilados. Parecen un fort¨ªn a la espera del asalto. Las que daban a avenidas concurridas (como la de Espa?a) se cambiaron a calles interiores y estrechas. El asfalto est¨¢ sembrado de obst¨¢culos que obligan a circular muy lento y en zigzag. En las garitas de seguridad, los vigilantes iraqu¨ªes exhiben ufanos su armamento y filtran el paso. En algunas mansiones hay cuadrillas de obreros levantando nuevas defensas. Los diplom¨¢ticos apenas salen del b¨²nker y, si lo hacen para acudir a alguna reuni¨®n, viajan en coches de blindaje seis (m¨¢xima protecci¨®n) rodeados de polic¨ªas. Cada desplazamiento por la ca¨®tica ciudad es un riesgo potencial.
Bagdad se ha convertido en un gigantesco mapa del coche bomba: "Aqu¨ª estall¨® uno en abril y mat¨® a 10 personas; all¨¢ otro en mayo que...", explica el ch¨®fer. Cada avenida, plaza y atasco tienen su sello de tragedia y muerte. Los convoyes estadounidenses, cada vez m¨¢s escasos, circulan con las ametralladoras y los fusiles sin seguro apuntando a las aceras. El tr¨¢fico se aparta y deja alrededor un enorme c¨ªrculo de miedo y precauci¨®n. "Son un objetivo y si estalla algo debajo despu¨¦s se ponen a disparar como locos contra todo", explica Samir.
Muchos hoteles est¨¢n vigilados por informantes de la insurgencia, que pasan datos de posibles objetivos. En la localidad de Latifiya, a 30 kil¨®metros al sur, algunos de los ni?os que venden pa?uelos de papel y pl¨¢tanos son los encargados de denunciar la presencia de extranjeros. La insurgencia les paga un sueldo por ese trabajo. Tambi¨¦n sucede en Faluya, Ramadi, Samarra y Tirkit, entre otros lugares. En la calle Haifa, a un kil¨®metro de la Zona Verde, esa misma resistencia abona hasta 400 d¨®lares al mes a pandillas de j¨®venes por disparar contra las tropas norteamericanas.
En esta posguerra iraqu¨ª, que en realidad en una guerra de baja intensidad, se ha producido un cambio radical respecto a otros conflictos: el reportero extranjero ya no es bienvenido por la parte d¨¦bil. En Sarajevo, informadores de todo el mundo vivieron los casi cuatro a?os de cerco junto a la poblaci¨®n y sus informaciones fueron el instrumento del Gobierno bosnio para evitar el olvido. Pero ahora, en el tri¨¢ngulo sun¨ª, la insurgencia ya no necesita del intermediario: puede colocar su mensaje a trav¨¦s de Internet y de los canales ¨¢rabes de televisi¨®n por sat¨¦lite para llegar un p¨²blico sin interferencias en el mensaje. El mensajero ha dejado de ser imprescindible; hoy, es un objetivo de guerra.
Las cadenas de televisi¨®n, sobre todo las de EE UU, apenas pisan Bagdad; s¨®lo directos desde la terraza del Palestina convertida en un plat¨® con decorado fijo. Y si se aventuran a reportajear vuelan en un todoterreno blindado, con chaleco antibalas y una escolta de hombres armados o incrustados en las unidades norteamericanas tras firmar las normas de autocensura. La mayor¨ªa ha contratado personal local y de otros pa¨ªses ¨¢rabes, al que entregan una minic¨¢mara para que filme la realidad cotidiana mezcl¨¢ndose con los camar¨®grafos de Al Yazira y Al Arabiya, los ¨²nicos que disfrutan de libertad de movimientos.
Para la prensa escrita, sin la alharaca que supone viajar con una c¨¢mara al hombro, el camuflaje entre la poblaci¨®n civil resulta m¨¢s sencillo. A pesar de esto, muchos de los grandes peri¨®dicos y revistas estadounidenses copian el modelo de las televisiones y apenas salen del hotel: se nutren de una red de informantes a los que env¨ªan a cubrir noticias y despu¨¦s citan a pie de cr¨®nica.
El asesinato del informador italiano Enzo Baldoni, el secuestro de los franceses Chesnoy y Malbrunot y las ¨²ltimas acciones en el centro de Bagdad demuestran que nadie es inmune. Pero en esta posguerra, que se parece a una guerra, no hay bandos definidos ni reglas de juego. En Irak, el equipo A viste uniforme y tiene el gatillo f¨¢cil. El B se disfraza de civil, saluda y sonr¨ªe. Puede ser cualquiera: el ni?ito que vende los pa?uelos, el recepcionista del hotel, el mir¨®n que se apoya en una valla... El peligro es invisible y de este modo resulta imposible saber d¨®nde est¨¢n los l¨ªmites.
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