Enredados en los bigotes de Dal¨ª
El autor analiza el "periodismo fantasma" en el que, a su juicio, han incurrido algunos peri¨®dicos y radios tras los atentados de marzo.
"Las elecciones las pierde el Gobierno". Quien as¨ª habla es Mariano Rajoy, vicepresidente del Gobierno y ministro de la Presidencia de Aznar, el m¨¢s tapado de los prohombres del PP que aspiran a ser designados candidatos a las elecciones generales. Estamos en febrero de 2003, en puertas de las Elecciones Municipales, y no bajan de cien los directores de medios, jefes de redacci¨®n y periodistas de renombre que siguen su intervenci¨®n sobre el Periodismo en campa?a, en unas jornadas organizadas por la Asociaci¨®n de Periodistas Europeos. "Es que yo no creo que las elecciones las gane la oposici¨®n. Creo que las pierde el que est¨¢ en el poder. Las pierde o las gana", apuntilla el vicepresidente ante el asentimiento general.
Esos medios han pasado de la ocultaci¨®n de la verdad a una tragicomedia de enredos
Esta vez, por la magnitud de la tragedia, el partido se jugaba en el campo de la informaci¨®n
Faltan cuatro meses para que Aznar mueva ficha en su favor, por lo que su diagn¨®stico est¨¢ desprovisto de la ansiedad que suele acompa?ar a los candidatos a la hora de pronunciarse sobre los resultados electorales.
Transcurridos seis meses desde las elecciones generales, el PP parece haberse enterado ya de que fue el PSOE el partido vencedor el 14 de marzo, pero nadie en sus filas, salvo acaso los que se han quedado sin empleo, parece haber tomado conciencia de su derrota, paso imprescindible para superarla. Quien no se sabe perdedor, si¨¦ndolo, ni el porqu¨¦, dif¨ªcilmente estar¨¢ en condiciones de ganar alg¨²n d¨ªa.
Ser¨ªa muy deseable, por el bien del partido y por salud p¨²blica, que la catarsis se produjera cuanto antes. Aunque est¨¢ por ver si se lo van a permitir los que labraron la derrota dejando que Aznar se deslizara por la pendiente del cesarismo. Adem¨¢s de los incondicionales de Aznar -"no hay otra forma de defenderte de la adulaci¨®n que el que los hombres comprendan que no te ofenden cuando te dicen la verdad", Maquiavelo- no constituyen obst¨¢culo menor los medios de comunicaci¨®n que jalearon su aventura guerrera y le hicieron el pase¨ªllo en su imposible conspiraci¨®n informativa en torno a ETA, entre el 11 y el 14 de marzo.
Pero ni las excusas del partido, cuando lo que hacen falta son explicaciones, ni el enredo medi¨¢tico posterior a las elecciones van a sacar al PP del atolladero, cuando la legislatura avanza inexorable y en amplios sectores de la ciudadan¨ªa se ha instalado una sensaci¨®n de aire fresco, independientemente de que se reconozcan los m¨¦ritos de la gesti¨®n de los populares en sus ocho a?os en el poder o de que se pueda discrepar de algunas actuaciones del nuevo Gobierno.
"Probablemente haya grupos o personas que hayan convencido a una mayor¨ªa de espa?oles de que era mejor que no gobernara el PP", dijo un cabizbajo Rajoy en Telecinco, dos d¨ªas despu¨¦s de la derrota. Es comprensible que quien se encuentra de la noche a la ma?ana descabalgado de un Gobierno que cre¨ªa tener ganado, sienta piedad de s¨ª mismo y se aparte en las primeras horas de aquel gui¨®n tan convincente sobre la paternidad de las victorias y de las derrotas.
Se comprende incluso que en una fase de desconcierto se busque la excusa del enemigo exterior como aglutinante de la militancia, sobre todo si el principal responsable de la cat¨¢strofe se va de najas en la primera oportunidad, afirmando aquello de "yo no me present¨¦", que dijo Aznar, un modelo de l¨ªder que obliga a otros a cargar con sus errores de gobernante, mientras ¨¦l proclamaba su insolidaridad en la derrota.
Rajoy ha desmentido que hubiera existido cruce alguno de reproches en la larga noche del recuento electoral: aquel "por tu mala campa?a", atribuido a Aznar, supuestamente replicado con un "¨¦ste es el precio de tu guerra" atribuido a Rajoy. Nadie da fe de este supuesto di¨¢logo y hay que darlo por no celebrado. Pero lo cierto es que Rajoy ha sostenido que las elecciones se perdieron porque el atentado del 11-M hizo reaparecer bruscamente en la campa?a la impopular guerra de Irak. Lo que es tanto como decir que las elecciones las pierde el Gobierno. De haber dado a sus militantes el mismo mensaje que dio un a?o antes a los periodistas, otro clima reinar¨ªa en Espa?a. A¨²n est¨¢ a tiempo.
Desde las primeras horas del d¨ªa 11-M, Aznar se hab¨ªa procurado un buen escudo medi¨¢tico para prolongar la sombra de ETA hasta donde fuera posible, pero cuando la noche del 12 de marzo acudi¨® a situarse detr¨¢s de la pancarta que ¨¦l hab¨ªa dictado para la manifestaci¨®n que ¨¦l solo hab¨ªa convocado, se encontr¨® desnudo en medio de la multitud. Son muchos los dirigentes del PP y de otros partidos que han confesado que ese d¨ªa descubrieron que el vuelco electoral estaba en camino. Su control medi¨¢tico se hab¨ªa impuesto en todas las crisis anteriores, pero esta vez, por la magnitud de la tragedia, el partido no se jugaba en el campo de la opini¨®n sino en el de la informaci¨®n. Y fueron las noticias, y no la opini¨®n publicada, las que desnudaron al Gobierno. Las noticias y la opini¨®n que a partir de ellas cada ciudadano se form¨® en el momento de ejercer libremente su derecho al voto.
Aquellos d¨ªas la informaci¨®n chorreaba en Madrid: polic¨ªas, guardias civiles, bomberos, sanitarios, voluntarios, testigos presenciales, jueces, forenses... todos ten¨ªan algo que contar si hab¨ªa periodista que les preguntara. Era tanta la gente en contacto con la informaci¨®n, que tratar de frenarla result¨® un intento tan vano como el de retener agua en una cesta. Incluso cabe pensar que la obstrucci¨®n y la manipulaci¨®n informativa actuaron como est¨ªmulo para que personas con sentido c¨ªvico facilitaran a los medios las pistas que llevaban a la verdad de la autor¨ªa.
S¨®lo hac¨ªa falta que apareciera alguien decidido a salirse del gui¨®n y todo el tinglado se vendr¨ªa abajo, por m¨¢s que televisiones, radios, agencias y peri¨®dicos trataran de llevar el montaje en andas hasta la misma jornada electoral. Y as¨ª sucedi¨®, y en consecuencia quedaron al descubierto al un¨ªsono el Gobierno y los medios que le acompa?aban en aquel mal viaje.
El comportamiento de los medios afines al PP y su fracaso en el manejo de la opini¨®n p¨²blica ha merecido la atenci¨®n de Umberto Eco, quien vio confirmada en Espa?a su teor¨ªa sobre la guerrilla semiol¨®gica. Especulaba Eco en 1973 sobre la capacidad del p¨²blico para leer los mensajes de la televisi¨®n de forma independiente a su literalidad. "Es lo que sucedi¨® en Espa?a", sostiene el escritor italiano. "Los mensajes gubernamentales dec¨ªan, 'creednos, es ETA', pero precisamente por la insistencia y la perentoriedad de los mensajes, la mayor parte de los ciudadanos sospecharon que pod¨ªa ser Al Qaeda". De nada sirve en casos como ¨¦ste controlar los medios, porque el efecto guerrilla semiol¨®gica no act¨²a sobre el emitente -el medio- sino sobre el receptor, auxiliado en esta ocasi¨®n por los SMS y la comunicaci¨®n en red.
Por todo ello la cuesti¨®n period¨ªstica relevante en relaci¨®n con el 11-M no es preguntarse por lo que la SER hizo, junto a un contado n¨²mero de peri¨®dicos espa?oles -todo fue distinto fuera de Espa?a-, lo relevante es lo que otros medios hicieron y lo que silenciaron. Resulta dif¨ªcil de creer que redacciones tan potentes como las que existen en Madrid no descubrieran lo que de verdad estaba pasando, a nada que se interesaran por investigar la identidad de los asesinos.
Sabemos que el PP tendr¨¢ la oportunidad de reparar el da?o electoral en un plazo m¨¢ximo de cuatro a?os, pero ?qu¨¦ va a ser de los medios que prefirieron la propaganda a la informaci¨®n en circunstancias dram¨¢ticas de la vida nacional, donde el periodismo se juega su ser o no ser? Conscientes de la dificultad de recuperar la credibilidad perdida, esos medios han pasado de la ocultaci¨®n de la verdad a una tragicomedia de enredos, en un intento de da?ar la credibilidad ajena. "Los comandos informativos", se ha llegado a decir en un medio referido a otro, "preceden a los asesinos". Y lo dicen delante de casi 200 muertos sin que se le caiga la cara de verg¨¹enza. Algunos son tan persistentes en la infamia que pareciera que hacen de ella su raz¨®n de existir o de subsistir.
Es probable que con el paso de los meses el PP se abra a la idea de que ni reescribiendo el pasado ni false¨¢ndolo se llega a parte alguna, y que el recurso al enemigo exterior sirve para cauterizar las heridas del n¨²cleo duro, pero para gobernar hay que mirar al futuro y al centro, y enterrar los fantasmas del pasado. Pero hay que abandonar toda esperanza respecto a cierta prensa y a cierta radio: seguir¨¢n entregados por mucho tiempo a la pr¨¢ctica del m¨¦todo paranoico-cr¨ªtico que fascinaba a Dal¨ª y que, este a?o del centenario del pintor, ha alumbrado una nueva forma de periodismo: el periodismo fantasma. Un g¨¦nero en el que cohabitan incestuosamente todos los demonios patrios de la Espa?a m¨¢s rancia: ETA, la masoner¨ªa francesa, el moro en general, los servicios secretos marroqu¨ªes en particular, los n¨²cleos residuales de la resistencia felipista en la Guardia Civil, y c¨®mo no, este peri¨®dico y la SER.
Despu¨¦s de trece a?os como periodista de EL PAIS, cre¨ªa haberlo vivido todo sobre la gesti¨®n informativa en los momentos de crisis y sobre las malas digestiones que el trabajo period¨ªstico bien hecho suele provocar en la clase pol¨ªtica y, en demasiadas ocasiones, en los colegas. Nunca me imagin¨¦, por lo tanto, que mi trabajo en la SER me iba a dar la oportunidad de asistir al vendaval descalificatorio desatado contra esta radio por el simple hecho de haber anticipado un pu?ado de noticias definitivas sobre el esclarecimiento de la autor¨ªa del atentado de Madrid. ?Hab¨ªa otra alternativa? ?Acaso ocultar la informaci¨®n? Nadie de los que descalifican a la SER ha dicho por qu¨¦, atendiendo a qu¨¦ raz¨®n de Estado o a conveniencia de qui¨¦n.
Lo ¨²nico profesionalmente inquietante es el juicio que se puedan formar los que no siguieron el trabajo de la SER y s¨®lo lo conocen por la versi¨®n de otros medios o la que propaga una determinada formaci¨®n pol¨ªtica. Cada cual es libre de militar en un partido u otro, y leer o escuchar el medio de su preferencia. Pero todo ciudadano se debe un respeto a s¨ª mismo, no renunciando jam¨¢s a formar criterio propio sobre lo que pasa. La simpat¨ªa que alguien tenga hacia un peri¨®dico o hacia una gran figura de la radio nunca debe llevarle a la adhesi¨®n incondicional. Puede ser letal, porque andan sueltos periodistas que se creen eso de que un peri¨®dico o una radio, o ellos mismos, pueden cambiar el curso de la historia. Yo estoy con Rajoy.
Daniel Gavela es director general de la cadena SER.
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