C¨ªrculos selectos
Cuidado, que yo soy una persona importante: tengo la tarjeta oro de Erkoreka, la platino de Sabeco, y la titanio de Eroski, sin contar con los puntos. Eso me da derecho a todas las promociones: descuentos exclusivos en la compra n¨²mero trescientos, derecho a la vajilla estilo "Pr¨ªncipe Vlad, el empalador" a un precio irrisorio, y boletos para los sorteos de surtidos de salchichas de diferentes sabores y caf¨¦ torrefacto, entre otras muchas exquisiteces. S¨ª, aqu¨ª donde me tienen, pertenezco al Gran Mundo de los supermercados, al que s¨®lo unos pocos elegidos pueden acceder.
Aunque las cajeras me llaman por mi nombre, intento que no se me suba a la cabeza. Adem¨¢s yo correspondo, porque tambi¨¦n me he aprendido sus nombres de memoria -uno tiene que saber manejarse en estos ambientes, creo que lo llaman savoir faire- y cuando llego a la caja, pregunto con familiaridad, como quien no quiere la cosa: "?A cu¨¢nto est¨¢ la mortadela con aceitunas envasada al vac¨ªo, querida Puri, que le falta el precio?". La cajera, entonces, pega un grito (cuya discreci¨®n depende de la distancia a la que se encuentre la compa?era que sabe de ¨¦stas cosas, pero no importa, porque hay confianza) y me facilita el importe, con adem¨¢n c¨®mplice. Qu¨¦ quieren, uno es as¨ª, yo no he nacido privilegiado, mi origen es humilde, pero considero que con una buena educaci¨®n se sabe estar en todas partes.
Por descontado que, si lo deseo, los chicos me llevan la compra a casa. No todo el mundo puede disfrutar de ¨¦se servicio, pero no me siento especial. Simplemente, creo que he llegado a estos c¨ªrculos, a ¨¦ste nivel, con mi trabajo. Es verdad que no todo el mundo puede consumar la lista de la compra como yo, pero creo que tan s¨®lo es cuesti¨®n de estilo. La elegancia para saber llevar una paletilla de cerdo ib¨¦rico no est¨¢ a la venta, uno la tiene o no la tiene. Por eso las se?oras me adoran, y cuando les hago notar que se han colado en la fila de la caja, se mueren de la risa y me llaman bromista. ?Les encanta!
Lo peor es el pesar por el bien ajeno que sienten muchos. Cuando alg¨²n compa?ero de trabajo se percata de la cantidad de tarjetas del supermercado que llevo en la cartera, y le cuento el trato que recibo todos los d¨ªas al hacer la compra, se le pone la cara verde de envidia. Yo me harto de decir que todo me lo he ganado con el sudor de mi frente, y que, evidentemente, no es el resultado de un trato preferencial, ni de favoritismos de ninguna clase. Simplemente, he sabido aprovechar las oportunidades que la vida me ha brindado, por ejemplo el "pague uno y ll¨¦vese dos". ?Acaso no lo hubiera hecho cualquier otro en mi lugar?
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