Lady Espert contra el Doctor V¨¦rtigo
Con las escenograf¨ªas mayest¨¢ticas se me pone alma de productor. Sufro. Me despisto. Me salgo de la obra. Dios m¨ªo, me digo, qu¨¦ caro debe ser esto. Cu¨¢nta madera. Y qu¨¦ dif¨ªcil de encajar. A ver d¨®nde lo metemos. La gira va a ser un problem¨®n. Etc¨¦tera. La Celestina de Lepage comienza, muy cinematogr¨¢ficamente, por el final (se lo voy a destripar: Melibea se tira de una torre) y aparece Miguel Palenzuela (Pleberio) recitando su responso, bell¨ªsimo responso, con una dicci¨®n anta?ona que hace presagiar una velada temible. La m¨²sica viene al rescate: Silvy Grenier entona una preciosa complainte acompa?¨¢ndose de una viola de rueda que te instala tan guapamente en la Espa?a del siglo XV. A los sones de Madame Grenier comienza a desplegarse esa escenograf¨ªa que es el gran gimmick y, para mi gusto, el peor enemigo del ambicios¨ªsimo espect¨¢culo estrenado en el Lliure. El "concepto" hubiera hecho titilar a Welles. O a su primo Rambal: un laberinto m¨®vil de cubos y planchas de madera para a) resolver la multiplicidad de espacios de la obra, con escenas simult¨¢neas o encapsuladas; b) apresar a los personajes en reductos claustrof¨®bicos (techos bajos, paredes corredizas), y c) lo m¨¢s importante, subrayar la idea central del deseo como una gran m¨¢quina cuajadita de obst¨¢culos. Los personajes van y vienen de casa en casa, trepan escaleras, saltan muros, aparecen por trampas y se esfuman por escotillones. Carl Fillion, muy ¨¤ la Peduzzi, parece haber concebido su tinglado en pleno ataque de v¨¦rtigo de M¨¦nier: todo se mueve, todo sube, todo baja, todo gira... y todo cansa. Mucha m¨¢quina y poca magia. Y la madera es demasiado limpita, sin la p¨¢tina (o la mugre) que cabr¨ªa desear. Claro, claro que hay momentos deslumbrantes, rebosantes de inventiva. Faltar¨ªa m¨¢s, trat¨¢ndose de Lepage. Pero esa escenograf¨ªa "manda" demasiado, y uno acaba pregunt¨¢ndose si era en verdad necesaria, y si los actores y el texto no hubieran brillado m¨¢s en un espacio desnudo, transformado por sofisticad¨ªsimos juegos de luces, como en tantos otros montajes del genio canadiense. En fin, olvid¨¦monos, aunque cuesta lo suyo, de esta visita guiada por unos grandes almacenes medievales ("Sexo y codicia, planta tercera. Plut¨®n, planta s¨®tano y bajando. Vamos que nos vamos") para hablar del montaje y de los estupendos actores. La adaptaci¨®n (Michel Garneau la vierte al franc¨¦s, ?lvaro Garc¨ªa Meseguer nos la retorna: curioso viaje, a fe m¨ªa) es muy buena y muy clara, devolviendo a Celestina los tent¨¢culos que le hab¨ªan podado en tantas versiones anteriores. Celestina es, como ustedes saben, Nuria Espert. Una Espert que aqu¨ª nos ofrece un verdadero recital, una panoplia de sus muchos poderes, un trabajo complet¨ªsimo basado en el constante juego de contrarios: humor y desgarro, sensatez y locura, vejez e invicta sensualidad. Una Celestina juguetona, marrullera, con la picard¨ªa de Milagros Leal, pasada por un turmix expresionista. Una Arlequina madura (hay mucha commedia dell'arte destilada en este montaje), m¨¢s cercana que nunca a su composici¨®n de la Yoko Satsuki de Maquillaje, y, ¨²nica pega, con una entonaci¨®n a ratos un poco ma?ica: una extra?a tendencia a cargar los acentos en las ¨²ltimas s¨ªlabas de cada frase. Una Celestina catalizadora y catalizada, porque muda seg¨²n su antagonista y trata a cada uno tal como lo intuye: a Calisto como un ni?o mimado, a Areusa como una moza carnestolenda, a P¨¢rmeno como un hijo perdido. Una Espert luminosa, divertid¨ªsima, que sabe subir y bajar por el laberinto sin necesidad de ascensores hidr¨¢ulicos: la furia seca de su conjuro, la ver¨ªdica nostalgia de la pasi¨®n en su gran escena con Melibea, la evocaci¨®n del breve esplendor perdido en la secuencia de la cena. Carmen del Valle (para m¨ª un descubrimiento) es una Melibea impecable, poderosa, que no deja escapar un matiz: voluble pero enamorad¨ªsima. David Selvas juega y gana en una apuesta de ¨®rdago: dibujar a Calisto con el certero perfil de un Ricardito Bofill prerrenacentista, mostrando toda su ret¨®rica, sus caprichos, su venalidad, sin dejar de ser vigoroso y afiebrado. Los criados tambi¨¦n est¨¢n magn¨ªficos: Pep Molina como Sempronio (?qu¨¦ pedazo de actor es este hombre!), Roberto Mori como P¨¢rmeno. Lo mejor de la puesta es el ritmo interior de las escenas, que no decae hasta el ¨²ltimo tercio, y el humor espa?ol¨ªsimo (jubiloso y salvaje, repentinamente grotesco, hasta estallar en todos las gamas del negro) con que Lepage ha ba?ado el espect¨¢culo. Hay locuras sorprendentes, a un paso del trastazo, como la secuencia de la cita en la iglesia, rematada por la aparici¨®n lis¨¦rgica de una Virgen con los rasgos de Melibea y un Cristo daliniano que huye trepando por los cubos de madera; bromas pasolinianas, como los sofocos de Lucrecia (deliciosa Marta Fern¨¢ndez Muro) ante las expansiones de los j¨®venes amantes; entradas de clowns (Molina y Mori desdobl¨¢ndose en Sosia y Trist¨¢n, reconvertidos en Danny De Vito y Moro Muza), o la gloriosa muerte en slapstick de Calisto. Hay humor m¨¢s tosco y peor llevado, como la transformaci¨®n de Nuria Garc¨ªa (formidable Areusa) y Nuria Moreno, una Elicia el¨¦ctrica pero demasiado arp¨ªa, en putones renacentistas, tir¨¢ndose a Centurio (Manuel Puchades) en la ba?era: unas escenas demasiado dilatadas, y que est¨¢n peligrosamente cerca del peor Bieito. Por ah¨ª, quiz¨¢, habr¨ªa que meterle la tijera. La noche de su estreno en el Lliure, la funci¨®n dur¨® tres horas y cuarenta minutos. Es mucho. Y no es un problema de ritmo, me parece a m¨ª, sino de excesivas secuencias. Resumiendo: La Celestina est¨¢ muy lejos de Trilogie des Dragons o Les sept branches de la rivi¨¨re Ota, las joyas de la corona de Lepage, pero a) es, que yo recuerde, la mejor y m¨¢s completa puesta en escena de nuestro cl¨¢sico y b) el mejor y m¨¢s completo trabajo de Nuria Espert en los ¨²ltimos a?os, al frente de una compa?¨ªa entregada, con muchos talentos, y muy bien dirigida.
A prop¨®sito de La Celestina, dirigida por Robert Lepage y protagonizada por Nuria Espert
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