La alegr¨ªa de vivir en tiempos duros
Llegada la Gran Depresi¨®n americana de los treinta, Dos Passos elige la cr¨®nica colectiva de los antecedentes de la crisis en su trilog¨ªa U.S.A. (1938), Steinbeck transcribe con disciplinado naturalismo el ¨¦pico y s¨®rdido drama social en Las uvas de la ira (1939) y William Saroyan (1908-1981) -el autor de Mi nombre es Aram (1940) y de El joven audaz sobre el trapecio volante (1934) y La comedia humana (1943), estos ¨²ltimos nuevamente traducidos ahora al castellano- describe en cambio incontables estampas impresionistas de la vida diaria de los desfavorecidos, j¨®venes vagabundos, jugadores, ni?os hu¨¦rfanos como el propio autor, campesinos y buscavidas entre los que se encuentra ¨¦l mismo, aprendiz de escritor y rousseauniano impenitente, incapaz de no inmiscuirse en las historias que narra porque en realidad le contienen.
EL JOVEN AUDAZ SOBRE EL TRAPECIO VOLANTE Y OTROS RELATOS
William Saroyan
Traducci¨®n de Jordi
Mart¨ªn Lloret
Acantilado. Barcelona, 2004
229 p¨¢ginas. 12 euros
LA COMEDIA HUMANA
William Saroyan
Traducci¨®n de Javier Calvo
Acantilado. Barcelona, 2004
210 p¨¢ginas. 12 euros
Apenas si imagina, s¨®lo recuerda, ve y enseguida cuenta lo que sucede en su entorno, de tal modo que quien desee distinguir la ficci¨®n de su propia biograf¨ªa fracasar¨¢ sin remedio: "Pon lo primero que se te ocurra, mientras sea verdad", dice en Un d¨ªa de fr¨ªo, hermoso ap¨®logo sobre el amor al libro y uno de los mejores relatos del volumen que nos ocupa ("todo lo que tienes que hacer es escribir una frase verdadera", dej¨® tambi¨¦n escrito Hemingway, su c¨®mplice epistolar). Hijo de humildes inmigrantes armenios y hu¨¦rfano, desde muy ni?o adquiri¨® de forma simult¨¢nea una firme conciencia de la solidaridad humana en el desarraigo de los inmigrados -de la bondad natural del hombre, en ¨²ltimo extremo- y el irreprimible deseo de proclamar al mundo la buena nueva de la esperanza, de la vida, aun en los tiempos ominosos que le toc¨® vivir: "Mi trabajo es escribir, pero mi verdadero trabajo es ser" (Obituaries, 1979).
Saroyan fue un narrador precoz y compulsivo, entusiasta, capaz de escribir durante d¨ªas enteros sin apenas borrar o corregir, como si le hubiera sido revelado que cada una de sus palabras asegurar¨ªa la redenci¨®n del mundo. Su imaginario se asienta tanto en la idea de confraternizaci¨®n entre hombres de culturas remotas cuanto en una personal invocaci¨®n al carpe diem, y aparece ya desplegado en su primer gran ¨¦xito, El joven audaz sobre el trapecio volante y otros relatos, entra?able galer¨ªa de personajes de a pie atrapados por la mirada del autor en su admirable, inconsciente lucha ante la adversidad. Como su tambi¨¦n coet¨¢neo Henry Roth en Ll¨¢malo sue?o, publicado el mismo a?o, Saroyan apenas si se separa de la primera persona, confundiendo narrador y protagonista, una y otra vez, hasta configurar una peculiar autobiograf¨ªa por la que se pasean chinos, rusos, jud¨ªos, africanos y armenios como ¨¦l, llegados todos al valle de San Joaqu¨ªn para ganarse el pan, y retratados por la prosa l¨ªmpida y tierna del autor, construida sin aderezos y por yuxtaposici¨®n de frases simples y breves, como los telegramas que Saroyan tecle¨® durante a?os en la compa?¨ªa de tel¨¦grafos de San Francisco, como la tradici¨®n oral, y a menudo tutelada por la obsesiva autoconciencia del narrador, que disfruta comentando muchos de sus textos, vueltos as¨ª felices metatextos.
Salvo algunas concesiones
al modernism m¨¢s atrevido, como en Llega el gran ¨¢rbol, ejercicio de escritura autom¨¢tica, desatada en un impresionante y faulkneriano mon¨®logo interior, o en el sugestivo punto de vista m¨®vil de 1,2,3,4,5,6,7,8, su estilo reviste una sencillez extrema, fruto de la naturalidad o de la improvisaci¨®n (?de su amado jazz?) que preconiza en relatos como Yo sobre la Tierra, prematura autobiograf¨ªa intelectual, o Setenta mil asirios, en el que inserta una descripci¨®n de su candorosa po¨¦tica: "En esta obra no va a pasar nada. No estoy imaginando una imbricada trama. No estoy creando personajes memorables. No estoy empleando un estilo literario depurado. No estoy desarrollando una ambientaci¨®n lograda. Simplemente estoy relatando, de modo que si me voy por las ramas es porque no conozco las reglas".
Un escritor de raza, instintivo y observador como pocos, cuya cruzada en favor de la dignidad y la felicidad humanas no se sostuvo ni en la ret¨®rica ni en la ¨¦pica, sino en una jovialidad que result¨® ser el b¨¢lsamo que los lectores precisaban durante la Gran Depresi¨®n, y que a?adi¨® frescura y poes¨ªa a una literatura de los treinta que parec¨ªa absorta en sus experimentos sociol¨®gicos: "Estar vivo. Eso es lo ¨²nico que me interesa enormemente. Eso y el tenis", sentencia con humor. El campo, la sonrisa de un ni?o, la gratitud, la m¨²sica, estrechas habitaciones de Van Gogh en las que dar rienda suelta a la ilusi¨®n, el pacifismo innegociable de Id vosotros a la guerra (y de su novela The Adventures of Wesley Jackson, 1946), las llanuras y la vi?a, s¨ªmbolo de la vida. Tiene uno la impresi¨®n de que su m¨¢quina de escribir no se detuvo hasta que pens¨® que de un modo u otro sus relatos le hab¨ªan recordado al lector la existencia de la Arcadia.
En 1943, bajo el horror de la guerra mundial, el autor armenio infunde de nuevo la esperanza en sus abatidos lectores y publica su obra m¨¢s reconocida, La comedia humana, un raro ejemplar de Bildungsroman en el que vuelve a entretejer sentimientos primarios como el dolor, la bondad, la ambici¨®n, la dulzura o la soledad, configurando un clima afectivo hasta tal extremo reconfortante que la madre de Borges se refugi¨® en su traducci¨®n cuando necesit¨® mitigar su aflicci¨®n tras la muerte de su esposo. La historia entra?able del adolescente Homero Macauley, forzoso repartidor de telegramas en Ithaca, California -su hermano mayor combate en el frente y debe hacerse cargo de su madre y sus hermanos-, viene a significar el aprendizaje afectivo del ser humano conforme viaja por un mundo de estados an¨ªmicos, simbolizados aqu¨ª por los mensajes que entrega a sus vecinos, lo que de alg¨²n modo explicar¨ªa los nombres hom¨¦ricos de sus protagonistas (Homero, su hermanito Ulises). Ecos b¨ªblicos (su padre Mateo, su hermano Marcos) en algunos pasajes pr¨®ximos a la par¨¢bola y en cierta propensi¨®n a lo sentencioso, reminiscencias de la literatura espont¨¢nea y apicarada de Mark Twain, la conmovedora oralidad de sus di¨¢logos y su estilo sencillo ("lo m¨¢s sencillo posible", escribe en la interesante dedicatoria a su padre que figura en las ediciones can¨®nicas), logran una armon¨ªa que hab¨ªa contagiado a medio mundo cuando, en 1944, Mickey Rooney encarn¨® a Homero en un filme que le hizo ganar a Saroyan no s¨®lo el ?scar al mejor gui¨®n original, sino una popularidad ins¨®lita en un escritor de su tiempo.
El juego y el alcohol echaron
a perder a un Saroyan sumido en la misantrop¨ªa, y cuya vigencia literaria fue perdi¨¦ndose desde la conclusi¨®n de la Segunda Guerra Mundial, tachado de sensiblero, y hasta de banal (en Mi nombre es Aram el propio autor avisa a sus lectores de que "no pasa nada extraordinario" en el relato), y sus libros quedaron relegados hasta que, a fines de los noventa, la Stanford University, depositaria de su abultado legado literario -sus in¨¦ditos superan con creces la obra publicada-, lleva a cabo una imprescindible promoci¨®n del autor, toda vez que, a¨²n hoy, sus libros, con la excepci¨®n de La comedia humana, retapada mil veces, brillan por su ausencia en las librer¨ªas norteamericanas. La audaz iniciativa de Acantilado, que ha adquirido los derechos de su obra, permitir¨¢ que el lector en castellano tambi¨¦n se contagie del delicioso vitalismo del escritor y de sus c¨¢balas en torno a la escritura y la vida, que aprendi¨® leyendo a Proust. Nos queda ahora confiar en que sus libros sigan columpi¨¢ndose por muchos a?os en el trapecio de su cat¨¢logo.
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