?C¨®mo liberar rehenes?
La irrupci¨®n de la captura de rehenes en el orden del d¨ªa de la pol¨ªtica internacional y en las vidas de los ciudadanos de a pie de todo el mundo (tanto los que se ven afectados directamente como los que consumen el fen¨®meno a trav¨¦s del espect¨¢culo de los medios) no es totalmente nueva.
Pero mientras que pasados incidentes como la crisis de los 444 d¨ªas en la Embajada estadounidense en Ir¨¢n o la captura de occidentales en L¨ªbano en la d¨¦cada de los ochenta pod¨ªan entenderse como ramificaciones especiales de crisis de seguridad determinadas, el secuestro de rehenes en la era de la "guerra contra el terrorismo" ha adquirido facetas nuevas y perturbadoras que reflejan la cambiante relaci¨®n entre la guerra y la pol¨ªtica.
Chechenia e Irak revelan esta nueva realidad en su aspecto m¨¢s brutal. El asedio de Besl¨¢n, en Osetia del Norte, fue el ¨²ltimo de una tr¨¢gica serie (Budionovsk, 1995; Kizlyar, 1996; Mosc¨², 2002), mientras que la proliferaci¨®n de secuestros de trabajadores extranjeros (periodistas, voluntarios, empleados subcontratados) en Irak indica un patr¨®n de conducta que refleja no s¨®lo la presencia activa de grupos radicales individuales, sino un desorden pol¨ªtico e incluso moral m¨¢s profundo en el que todos los que son testigos de ¨¦l est¨¢n involucrados de alguna manera.
Para comprender qu¨¦ est¨¢ ocurriendo y c¨®mo nosotros (ciudadanos, gobiernos, familiares, ONGs, observadores medi¨¢ticos) podemos responder de la mejor manera al secuestro de rehenes, es necesario evaluar tanto la diferencia entre las guerras "viejas" y las "nuevas" como las principales estrategias empleadas actualmente por los Estados en funci¨®n de la experiencia en este campo.
Recuerdo una visita que hice a Baku, en Azerbaiy¨¢n, como miembro de una delegaci¨®n de la Asamblea de Ciudadanos de Helsinki, cuando el pa¨ªs se hallaba en plena guerra con Armenia por el disputado territorio de Nagorno-Karabaj en 1992. Un promotor de la construcci¨®n de nacionalidad rusa se acerc¨® a nosotros y nos pregunt¨® si pod¨ªamos ayudarle a encontrar a su hijo, al cual hab¨ªan hecho reh¨¦n en Armenia. Viajamos con ¨¦l hasta la frontera y hablamos con las autoridades locales. Nos dijeron que el hijo del promotor hab¨ªa sido secuestrado por una familia en Armenia, que se negaba a liberarle hasta que su propio hijo, que hab¨ªa sido secuestrado en Azerbaiy¨¢n, fuera liberado. Esto sin duda describ¨ªa una extensa cadena de secuestro de rehenes.
Nos sugirieron que nos dirigi¨¦ramos a un ex agente del KGB al otro lado de la frontera armenia. Negociamos un alto el fuego temporal para poder cruzar la frontera. Nuestros interlocutores armenio y azerbayano se conoc¨ªan entre s¨ª bastante bien desde antes de la guerra, y parec¨ªan estar abrumados por lo que estaba ocurriendo. Cuando llegamos al otro lado nos recibi¨® el agente del KGB, que llevaba uniforme militar y gafas de sol Ray-ban, con un crucifijo plateado colgado del cuello. Le dimos los nombres de los j¨®venes rehenes.
Esta historia en concreto tuvo un final feliz. Los comit¨¦s de la Asamblea de Ciudadanos de Helsinki tanto en Azerbaiy¨¢n como en Armenia pudieron emplear la informaci¨®n que recogimos para ejercer presi¨®n sobre las autoridades de ambos bandos. El 12 de mayo de 1994, cientos de rehenes fueron liberados en la zona de la frontera por la que nosotros hab¨ªamos cruzado.
Pero hay otras guerras en las que los rehenes no tienen tanta suerte. Como mucho son intercambiados por dinero, por armas o incluso por cad¨¢veres. Pero tambi¨¦n son obligados a luchar, son violados o mutilados, mantenidos en cautiverio durante a?os o asesinados a menudo de forma macabra.
Las guerras contempor¨¢neas son muy distintas de las guerras cl¨¢sicas del pasado en las que los soldados luchaban contra otros soldados, e incluso de las m¨¢s recientes "guerras menores", en las que los adversarios son al menos combatientes reconocibles, como las guerrillas o las unidades paramilitares. En esta nueva forma de guerra, las batallas son poco frecuentes; casi toda la violencia la padecen los civiles, y la distinci¨®n entre guerra como tal, crimen organizado y violaciones de los derechos humanos se diluye cada vez m¨¢s.
Estas guerras est¨¢n transformando la relaci¨®n entre la pol¨ªtica y la violencia. En lugar de ser la pol¨ªtica la que sufre la persecuci¨®n a trav¨¦s de m¨¦todos violentos, es la propia violencia la que se convierte en pol¨ªtica. No es el conflicto lo que lleva a la guerra, sino la propia guerra la que genera el conflicto. Los insurgentes o combatientes terroristas intentan establecer el control pol¨ªtico asesinando o intimidando a los que son "diferentes", ya sea desde el punto de vista pol¨ªtico, ¨¦tnico o religioso. Esto genera miedo y odio entre todos los grupos sociales involucrados.
Los ¨¦xodos de poblaci¨®n, las violaciones en masa, la destrucci¨®n de edificios y s¨ªmbolos hist¨®ricos, no son efectos secundarios de la guerra, sino parte de una estrategia deliberada.
Los actos de violencia espectacular, como la decapitaci¨®n, la mutilaci¨®n de extremidades, la destrucci¨®n de mezquitas del siglo XVI (como las de Banja, Luka o Bosnia) o de estatuas budistas (como en Bamiy¨¢n, Afganist¨¢n) est¨¢n dirigidos a resaltar y dar autenticidad a la idea de guerra santa, una lucha ¨¦pica entre el bien y el mal.
Estas guerras suelen librarse en lo que se conoce como Estados "fracasados" o "en camino de fracasar". Dada la falta de recaudaci¨®n fiscal o de patrocinadores extranjeros, la financiaci¨®n para estas guerras se consigue a trav¨¦s de la violencia (saqueos, pillaje, "derechos" en las aduanas, comercio ilegal).
Muchos analistas consideran que esta anormal econom¨ªa pol¨ªtica se convierte en un sistema autosuficiente y un motivo para la continuaci¨®n de la violencia.
Chechenia e Irak ofrecen ejemplos actuales de c¨®mo en la pr¨¢ctica, la pol¨ªtica y la econom¨ªa se difuminan en estas nuevas guerras. En Chechenia, los generales rusos com
pran petr¨®leo extra¨ªdo por jefes militares chechenos de pozos secundarios, y venden su propio crudo de mejor calidad en el mercado, obteniendo un margen de beneficio. En Irak, as¨ª como en la antigua Yugoslavia, cientos de ex convictos utilizan la guerra como tapadera para seguir con sus actividades ilegales, que ahora pueden justificar en t¨¦rminos pol¨ªticos.
Al mismo tiempo, los militantes pol¨ªticos, los oficiales del antiguo r¨¦gimen o los fan¨¢ticos religiosos se involucran en actividades ilegales para financiar sus actividades. Los "Estados fracasados" suelen ser antiguos reg¨ªmenes autoritarios, en los que las actividades dudosas de los antiguos l¨ªderes pol¨ªticos y militares han salido a la luz, pero sin una transici¨®n pol¨ªtica que permita a la sociedad en su totalidad establecer unos par¨¢metros de seguridad que compensen los excesos del pasado.
El secuestro es una expresi¨®n t¨ªpica de esta confusi¨®n entre lo pol¨ªtico y lo econ¨®mico. En la mayor¨ªa de los casos se emprende en busca de beneficios. Muchos familiares de miembros de la elite iraqu¨ª han sido secuestrados a cambio de un rescate. Supuestamente, el Gobierno italiano pag¨® un mill¨®n de d¨®lares por la liberaci¨®n de dos cooperantes, Simona Parretta y Simona Pari.
En ocasiones, el secuestro est¨¢ motivado por la instrumentalizaci¨®n pol¨ªtica: su objetivo es conseguir la liberaci¨®n de prisioneros u otros rehenes. En el caso de los periodistas franceses Georges Malbrunot y Christian Chesnot, parece que el objetivo era mejorar la informaci¨®n sobre la insurgencia. Supuestamente, los periodistas han dejado de ser rehenes y se han convertido en "periodistas incorporados" en el lado de los insurgentes (lo que recuerda el caso de Jo Wilding en Faluya en abril de 2004).
En otras ocasiones, la toma de rehenes forma parte de una estrategia m¨¢s amplia que implica una violencia espectacular que capta la atenci¨®n de los medios, adem¨¢s de aterrorizar a la poblaci¨®n local. El asesinato del periodista del Wall Street Journal Daniel Pearl en Pakist¨¢n, la mutilaci¨®n de ni?os en Liberia y Sierra Leona, o las extra?as atrocidades del Ej¨¦rcito de Resistencia del Se?or en Uganda parecen expresamente dise?ados para imbuir a la violencia m¨¢s horrenda de un significado no humano y, por tanto, religioso.
En el momento de escribir este art¨ªculo, parece que el caso del ingeniero civil brit¨¢nico Ken Bigley pertenece a esta ¨²ltima categor¨ªa. El jefe del grupo (Tawhid y Jahid) que le retiene, Abu Musab al-Zarqawi, es un fan¨¢tico religioso al estilo de Osama Bin Laden (de hecho, una interpretaci¨®n de sus actos es que puede que est¨¦ intentando emular, y quiz¨¢ incluso "suceder" al l¨ªder de Al Qaeda). Emplea t¨¦rminos cor¨¢nicos como "asaltos" y "saqueos", que pretenden deliberadamente situar sus acciones en el contexto de la yihad. La decapitaci¨®n (infligida a los dos colegas estadounidenses de Bigley, Eugene Armstrong y Jack Hensley) se propaga como la matanza ritual de los infieles por parte de los antiguos guerreros isl¨¢micos.
Los secuestros, adem¨¢s de ser objeto de una convenci¨®n de la ONU, son un delito internacional, algo distinto de la guerra y la pol¨ªtica. Ni la presi¨®n militar ni las negociaciones pol¨ªticas son t¨¢cticas apropiadas para responder a ellos. El primer ministro brit¨¢nico, Tony Blair, est¨¢ utilizando la crisis de los rehenes para declarar que todo el mundo debe ponerse del lado de la democracia contra el terrorismo. Cuanto m¨¢s espantoso es el comportamiento de Zarqawi y sus secuaces, m¨¢s puede esbozar una expresi¨®n de preocupaci¨®n para explicar por qu¨¦ el reto terrorista exige una reacci¨®n de fuerza.
Pero eso es exactamente lo que quiere Zarqawi. Desea una guerra de Occidente contra el Islam, en la que no hay espacio para dem¨®cratas cr¨ªticos con Occidente, ni espacio para los musulmanes a los que les horroriza la violencia, el asesinato de rehenes y los atentados suicidas. A lo mejor espera que los estadounidenses bombardeen lugares donde se sospecha que est¨¢ escondido, y que muera mucha gente como "da?o colateral".
Pero si la ret¨®rica polarizante de los l¨ªderes occidentales como Tony Blair juega a favor de los secuestradores, tampoco deber¨ªa haber negociaciones pol¨ªticas. Los contactos con grupos que pueden actuar como intermediarios (como el Consejo de Cl¨¦rigos Musulmanes de Irak) pueden ser parte de un intento necesario por salvar vidas, pero los que afirman que ceder ante las exigencias de los secuestradores fortalece y legitima a ¨¦stos, est¨¢n en lo cierto.
Lo que se necesita es un tercer planteamiento, m¨¢s all¨¢ del militarismo y las concesiones, basado en el cumplimiento de la ley. En lugar de derrotar a los secuestradores en una guerra o negociar con ellos, la polic¨ªa debe emplearse a fondo para descubrir sus escondites y detenerlos. Este enfoque requiere una estrategia pol¨ªtica y moral dirigida no tanto a los secuestradores, sino a la poblaci¨®n local, particularmente a aquellos que viven en los vecindarios donde act¨²an.
El objetivo debe ser doble: negar el apoyo local a los secuestradores y crear una situaci¨®n en la que los vecinos crean que es correcto dar informaci¨®n a las autoridades y se sientan seguros al hacerlo.
?sta fue la estrategia de los comit¨¦s de la Asamblea de Ciudadanos de Helsinki en el Sur del C¨¢ucaso durante la guerra entre Armenia y Azerbaiy¨¢n a principios de los a?os noventa. Intentaron crear una atm¨®sfera pol¨ªtica y moral en la que la gente de la regi¨®n percibiera los secuestros como algo menos aceptable, neg¨¢ndose a permitir que su regi¨®n se convirtiera en un entorno para esas actividades.
Esta experiencia da a entender que el planteamiento adoptado por la familia de Ken Bigley es probablemente el mejor en estas circunstancias: invitar a los portavoces del Consejo Musulm¨¢n de Gran Breta?a a visitar Irak, hablar con dignatarios locales, y repartir panfletos por la zona en la que est¨¢ retenido. Pero hay que hacer m¨¢s. El bombardeo permanente y el maltrato a prisioneros iraqu¨ªes (ambas cosas suponen un terrible sufrimiento para civiles inocentes) por parte de la coalici¨®n dirigida por Estados Unidos, hace m¨¢s improbable que los iraqu¨ªes condenen los secuestros. Los propios secuestradores recurren al argumento de que Occidente tambi¨¦n tiene a "rehenes" en Guant¨¢namo y Abu Ghraib.
Aunque puede que Ken Bigley este vivo, quiz¨¢ sea imposible salvarle. Zarqawi es un fan¨¢tico que probablemente quiere prolongar la atenci¨®n de los medios lo m¨¢ximo posible. Pero el enfoque adoptado para tratar de liberarle es la mejor forma de abordar el fen¨®meno de los rehenes en general, ya que combina la prioridad policial para arrestar delincuentes con una estrategia dirigida a ganarse la confianza y el apoyo del pueblo iraqu¨ª.
Lamentablemente, lo que Blair define como un segundo conflicto en Irak -entendido como una lucha entre las fuerzas del bien (las tropas de la coalici¨®n y la marioneta del Gobierno iraqu¨ª de Iyad Allawi) y el mal (Abu Musab al-Zarqawi y sus c¨®mplices)- es justamente lo que quieren los secuestradores para legitimar sus actividades delictivas.
Mary Kaldor es directora del programa de Gobernanza Global en la London School of Economics. Este art¨ªculo apareci¨® como parte del debate sobre Oriente Pr¨®ximo que se est¨¢ desarrollando en www.openDemocracy.net. Traducci¨®n de News Clips. ? Mary Kaldor / openDemocracy, 2004.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.