ETA, descabezada
Sea o no el mayor golpe dado nunca a ETA (la polic¨ªa francesa dice que lo es), las detenciones realizadas ayer en siete localidades del sur de Francia y la incautaci¨®n de sus arsenales, archivos y dinero, hace inevitable el recuerdo de la captura en Bidart, en marzo de 1992, de la c¨²pula etarra y el desmantelamiento de sus principales estructuras en los meses ulteriores. Hoy se sabe que en aquella ocasi¨®n se estuvo muy cerca de convertir la paralizaci¨®n operativa de ETA en su derrota definitiva, y tambi¨¦n por qu¨¦ tal cosa no lleg¨® a ocurrir. Esa experiencia debe servir ahora para evitar cometer el mismo error: dar a ETA la oportunidad de encontrar nuevamente sentido a su violencia ofreci¨¦ndole contrapartidas a cambio del abandono temporal de uno o varios "frentes de lucha".
Entonces fue el cambio de trazado de la autov¨ªa de Leizar¨¢n, presentado por algunos como modelo de salida negociada al "conflicto" y que convenci¨® a ETA de que una campa?a de atentados selectivos y presi¨®n callejera puede llevar a las autoridades a ceder, al menos en parte. De esa experiencia sali¨® la teorizaci¨®n de la nueva estrategia de ETA, que combina los ataques directos contra pol¨ªticos en activo y la extensi¨®n de la amenaza mediante la kale borroka. Esa estrategia fue impulsada por quien est¨¢ considerado desde mediados de los noventa jefe pol¨ªtico de ETA: Mikel Albisu, alias Mikel Antza, detenido ayer junto con Soledad Iparraguirre, la pareja que al parecer dirig¨ªa la banda en la actualidad.
La nueva estrategia se puso en pr¨¢ctica con el asesinato, en enero de 1995, del concejal de San Sebasti¨¢n Gregorio Ord¨®?ez. Desde entonces ETA ha asesinado a 30 ediles, parlamentarios o dirigentes pol¨ªticos, en su gran mayor¨ªa pertenecientes al PP y al PSOE. Al mismo tiempo, las bandas de acoso han realizado m¨¢s de 800 ataques contra adversarios ideol¨®gicos, incluyendo de manera intensiva, durante los dos a?os anteriores al Pacto de Lizarra, sedes, militantes y propiedades del PNV y EA. De ah¨ª que, tras la ruptura de la tregua, la actuaci¨®n antiterrorista se orientase a combinar la eficacia policial a ambos lados de la frontera con medidas tendentes a acabar con la impunidad de las bandas de acoso y a sacar de la legalidad a organizaciones que formaban parte del entramado coactivo dirigido por ETA.
El resultado de esa actuaci¨®n policial y judicial ha sido el debilitamiento de ETA, que ha visto obstruida al mismo tiempo su principal v¨ªa de reclutamiento. Tal debilidad operativa y de expectativas ha hecho que por primera vez desde hace a?os se plantee, como hip¨®tesis, la posibilidad de un final pr¨®ximo de ETA. El ex portavoz de la ex Batasuna, Arnaldo Otegi, declar¨® la semana pasada que no habr¨¢ nunca un comunicado "en el que ETA anuncia su disoluci¨®n". Tal vez tenga raz¨®n. ETA se extinguir¨¢ alg¨²n d¨ªa, pero es dif¨ªcil imaginar una repetici¨®n de la escena en que la facci¨®n polimili anunciaba (en 1982) su retirada. Siempre quedar¨¢ alg¨²n reducto dispuesto a seguir o a reiniciar la actividad con cualquier pretexto.
Desde el nacionalismo se argumenta peri¨®dicamente que para evitar esa situaci¨®n habr¨ªa que negociar con ETA su renuncia mediante un acuerdo pol¨ªtico. El problema es que si se negocia pol¨ªticamente con ETA, aunque sea en situaci¨®n de debilidad de la banda, ya no habr¨¢ derrota pol¨ªtica de ETA y, por tanto, no habr¨¢ final de ETA. Es la paradoja de la situaci¨®n actual. En la duda, parece m¨¢s sensato renunciar a la obsesi¨®n por la foto -el acto de autodisoluci¨®n- y buscar de momento hacer efectiva la derrota de ETA: que sus acciones dejen de tener efectos pol¨ªticos, como sucede desde hace a?os con las actuaciones de los GRAPO, por ejemplo.
Para que las acciones y amenazas de ETA dejen de tener efectos pol¨ªticos queda por conseguir que los partidos nacionalistas dejen de ligar el fin de la banda a la satisfacci¨®n de determinadas aspiraciones nacionalistas, medidas siempre -como escrib¨ªa hace poco el ex dirigente del PNV Joseba Arregi- seg¨²n el baremo marcado por su sector m¨¢s radical. El fin del mito de la imposibilidad de derrotar a ETA deber¨ªa suponer tambien el fin de la falacia de que hay alguna concesi¨®n (que no sea la entrega del poder) capaz de convencer a los Mikel Antza de turno de que ya no necesitan seguir asesinando a los que no se pliegan a sus ¨®rdenes.
Esa falacia prolong¨® la existencia de ETA tras la ca¨ªda de Bidart, hace 12 a?os. Antza expuls¨® de ETA a su antecesor, Jos¨¦ Luis ?lvarez Santacristina, Chelis, cuando ¨¦ste, una vez detenido, pas¨® a cuestionar la necesidad de la lucha armada. Es posible que tambi¨¦n Antza la cuestione pronto desde alguna c¨¢rcel francesa.
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