"Me fijo por deformaci¨®n en las manos de la gente"
No est¨¢ seguro de haber alcanzado el doctorado en quiromancia, pero tiene la man¨ªa de fijarse en las manos de la gente en cuanto la conoce: "Lo hago por deformaci¨®n, oye, me dicen cosas a favor o en contra, seg¨²n". Las de Joaqu¨ªn Ach¨²carro (Bilbao, 1932) son gruesas, recias, poderosas, las manos que necesita un pianista, seg¨²n ¨¦l: "Dicen que debemos tener manos finas, pero no es verdad, las necesitas carnosas, musculosas. Mira Rubinstein o Iturbi, que ten¨ªa los dedos como morcillas", recuerda este m¨²sico que pone la velocidad vertiginosa y serena de las suyas al servicio de la Orquesta Nacional para cinco sesiones que empezaron ayer y siguen hoy y ma?ana en el Auditorio Nacional -con el Concierto en sol de Ravel- y contin¨²an los d¨ªas 15 y 16 con el Primero de Chaikovski, que servir¨¢ para inaugurar el auditorio de Pozuelo de Alarc¨®n.
Conserva su aspecto de estrella de cine -"ay, qu¨¦ gracia", dice ¨¦l, quit¨¢ndose importancia- con los ojos intensamente azules, el pelo blanco con flequillo juguet¨®n, de aspirante a Oscar honor¨ªfico y la coqueter¨ªa en aumento que le hace llevar un peine a mano en el bolsillo de la camisa. "Cuando era joven pens¨¦ que mi destino era Hollywood. Quer¨ªa ser Gary Cooper. Ahora casi no voy al cine, todo el tiempo me lo come el piano". Habla pregunt¨¢ndose y asombr¨¢ndose. Cultiva la guasa y la gracia natural y se recarga con ejercicio diario. Nada y anda mucho porque los pianistas, seg¨²n ¨¦l, tienen su parte atl¨¦tica y m¨¢s si uno est¨¢ consagrado al oficio con 202 orquestas y 335 directores a sus espaldas.
Este a?o viaja por el mundo con 10 conciertos en su maleta y reta a los a?os que le van cayendo... O rebotando encima, mejor dicho. "Vivo entre Bilbao, Dallas -all¨ª tiene una c¨¢tedra en la Southern Methodist University- y donde el viento me lleve", afirma. "Este a?o estoy haciendo 10 conciertos y para mi 75? aniversario me gustar¨ªa hacer una marat¨®n, podr¨ªa tocar 20 o 25 en dos semanas", anuncia.
Estos d¨ªas disfruta con el Concierto en sol de Ravel, que lleva tocando m¨¢s de 30 a?os y que ha hecho 40 veces en p¨²blico, como se puede comprobar en el reverso de la tapa de la partitura, donde Ach¨²carro ha anotado las fechas, las orquestas y los directores con los que lo ha interpretado: "Es una de mis debilidades. Lo bueno de tocar el piano a mi edad es que convives con obras maestras que crecen constantemente. Para m¨ª es el m¨²sico franc¨¦s m¨¢s grande. Hablan de Debussy y Ravel, pero yo cambio el orden y prefiero hacerlo de Ravel y Debussy".
Adem¨¢s, lleva en la cabeza estos d¨ªas a Rachmaninov, Beethoven, Schumann, Haydn... "Acabas con uno y empiezas a darle vueltas al siguiente, que se instala r¨¢pidamente en tu mente". Pero confiesa no haber logrado el dominio total. "Eso nunca se consigue", dice. Sigue poni¨¦ndose igual de nervioso que cuando debut¨® con 13 a?os en su ciudad. "Aquel d¨ªa me temblaban las piernas, ahora no. Es la ¨²nica diferencia". Tiene una meta constante: convencer al p¨²blico. "Con eso me conformo, con convencer. Hay gente que sale a vencer y lo consigue. Eso yo lo admiro mucho, pero soy incapaz. Cada uno es como es". Como Daniel Barenboim, que le venci¨® a ¨¦l como parte del p¨²blico con El clave bien temperado, de Bach, que interpret¨® el mi¨¦rcoles en Madrid. "Yo es que tengo una teor¨ªa sobre Daniel Barenboim: que es extraterrestre o son trillizos".
Sin envejecer en clase
La humildad es una de sus cualidades, tambi¨¦n el entusiasmo, dos recetas que aplica a sus alumnos. "He aprendido mucho dando clase. Fui para un a?o a Dallas y llevo 15". El contacto con ellos le mantiene joven: "Por lo menos no envejeces". Tambi¨¦n es importante crear cantera. En eso es muy optimista, sobre todo con el panorama espa?ol. "A la vista de lo que ha ocurrido, no es que est¨¦ satisfecho, es que estoy asombrado. M¨¢s cuando yo le he o¨ªdo a Federico Sope?a decir que en Espa?a, para los m¨²sicos hab¨ªa tres salidas: por tierra, mar y aire".
A veces necesita parar. "Ya lo digo yo, el revuelo por la m¨²sica se debe al motor de reacci¨®n. Pero a?oro la quietud. Ver pasar cuervos por encima o estar tumbado mirando al mar", afirma. Sin prisa, no como esa sensaci¨®n acelerada que acompa?a a los m¨²sicos siempre y sobre la que ¨¦l reflexiona cuando ve la desbandada de una orquesta despu¨¦s del ensayo: "Einstein cre¨ªa que no hab¨ªa mayor velocidad que la de la luz, pero es que no hab¨ªa visto salir a un m¨²sico cuando acaba un concierto".
Babelia
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