Memoria del suelo
Sobre las siete de la tarde del d¨ªa (ilegible) del mes (ilegible) del a?o 1959 se localiz¨® en la acera de poniente de la calle de Robadors al joven que dijo llamarse Javier Corber¨®, de 24 a?os, natural de Barcelona y en la actualidad vecino de la cercana poblaci¨®n de Esplugas, de oficio escultor, seg¨²n dijo, aunque tal extremo es dudoso. El joven, mal vestido y muy sucio de pies, manos, pechera, cara y cuero cabelludo, estaba sentado en el suelo de la dicha calle. Ante tal circunstancia se procedi¨® de inmediato a su detenci¨®n, en la que particip¨® personalmente, por hallarse en aquella v¨ªa y momento precisos, el ilustr¨ªsimo se?or comisario de este distrito quinto. El joven no ofreci¨® resistencia a su detenci¨®n, aunque s¨ª una rara sorpresa, acompa?ada de aspavientos, que fue de inmediato expurgada por los agentes y el propio comisario, que le hicieron ver la irresponsabilidad y franca rebeld¨ªa de su conducta. M¨¢s irresponsable a¨²n si se tiene en cuenta que el joven estaba acompa?ado por una bella se?orita de su aproximadamente misma edad que vest¨ªa enteramente de un blanco luminoso, y cuyo atuendo contrastaba sobremanera con el general negruzco de su acompa?ante, provocado, a tenor de sus explicaciones, por haber salido de la fundici¨®n de su padre sin tiempo para el lavaje y en pos de la cita, una vez cumplido el horario laboral.
Calle de Robadors, 1959. Al joven escultor Javier Corber¨®, que iba mal vestido y sucio, lo detuvieron por estar sentado en el suelo
Mientras era conducido hasta comisar¨ªa, el inter¨¦s manifiesto del joven era que la muchacha no se presentara con ¨¦l all¨ª, en lo que coincid¨ªa con la autoridad. Como es natural, y dada su condici¨®n de mujer, los agentes y el mismo se?or comisario la instaron repetidamente a que marchara a su casa, libre de cualquier cargo o repulsa, en el entendimiento de que ella jam¨¢s se habr¨ªa sentado en el suelo de no ser por la actitud insistente de su acompa?ante. La joven, apellidada Noy aunque f¨¦mina, prefiri¨® seguir, sin embargo, su libre voluntad y lleg¨® hasta la puerta de la comisar¨ªa y a¨²n pas¨® adentro, donde se la oy¨® decir, con un punto de imprudencia, que ella viv¨ªa en Francia.
De la exploraci¨®n de los antecedentes del joven se extrajeron algunos detalles de inter¨¦s que redoblaron las sospechas sobre su extra?o proceder en la tarde. Por ejemplo, el del viaje que con 18 a?os tan s¨®lo realiz¨® a Suecia, pa¨ªs bajo r¨¦gimen socialista. Preguntado por la incontrovertible evidencia que mostraban los archivos, el joven corrobor¨®, si es que resquicio hubiera, el viaje, aunque lo que a?adi¨® no deja de ser sorprendente, y se transcribe a continuaci¨®n casi con sus propias y aplomadas palabras.
-Quer¨ªa ver mundo. Fui a Suecia porque me pareci¨® un pa¨ªs moderno. ?Eh...? No. Por socialista, no; por moderno. Una vez all¨ª me di cuenta de que era m¨¢s aburrida que Barcelona... ?Eh...? Bueno, tranquila, tranquila quer¨ªa decir. Es verdad que Suecia est¨¢ muy preparada; pero s¨®lo para tres cosas: para trabajar, para estar enfermo y para morirse. Es admirable lo bien que funciona todo si uno se encuentra en una de esas tres categor¨ªas, lo que hasta ahora no ha sido mi caso. A continuaci¨®n se pregunt¨® al joven por su familia, contestando que era hu¨¦rfano de madre, y que ¨¦sta hab¨ªa muerto en el parto de un hermano. Parece claro que la orfandad pudo haber influido en su intolerable comportamiento de la tarde, aunque aqu¨ª se se?ale como explicaci¨®n antes que como atenuante. Porque no en vano, tocado el tema, se extendi¨® sin que nadie se lo pidiera en la circunstancia, record¨¢ndonos que ten¨ªa tres a?os cuando su madre muri¨®, y que le quedaban de aquel d¨ªa estas cosas. Una, que un hombre se le acercaba y le dec¨ªa, Ta mare ¨¦s al Cel, cosa que dijo no comprender, seguramente porque le hablaban en vern¨¢culo, y acto seguido, una voz distinta que le dec¨ªa Ja ets orfe, constataci¨®n que le gust¨® m¨¢s porque, as¨ª lo dijo misteriosamente, ya era empezar a ser algo.
M¨¢s dif¨ªcil, en realidad, fue el tratamiento de la enfermedad del padre, que hab¨ªa combatido en el ej¨¦rcito rojo. No le import¨® para ello dejar al muchacho, poco m¨¢s que un beb¨¦, desguarnecido en la casa, sin madre ni padre, al cuidado de simples conocidos o parientes lejanos, y obligado, como explic¨® con tristes acentos, a ir andando en solitario al refugio en los momentos de pleno y criminal fuego artillero de las defensas rojas de la ciudad. Una actitud que el padre pagar¨ªa con el ingreso inmediato en un campo, una vez impuesta la Liberaci¨®n.
En estas conversaciones, incluso ya amigables, se estaba cuando a un aviso de la antesala apareci¨® en el despacho el que dijo llamarse don Francisco Noy, padre de la muchacha envilecida, interes¨¢ndose por la suerte de la pareja. Se le explic¨® y en el momento que el resumen acababa el tal Noy dirigi¨¦ndose al joven le dijo:
-Lo que me preocupa es que tu Rolls est¨¢ descapotado y est¨¢ empezando a llover.
Estas palabras, cuya veracidad, a fuer de sinceros, no podemos garantizar, no dejaron de causar una viva impresi¨®n en el se?or comisario. As¨ª fue que se levant¨® y se?alando al joven con un ¨ªndice, m¨¢s cordial que perentorio, le dijo con paternal energ¨ªa:
-T¨² te has distra¨ªdo. Has bebido una copa de m¨¢s, te has distra¨ªdo y te has sentado en el suelo de la calle. Ya has despertado, has reconocido tu distracci¨®n y puedes irte porque todo est¨¢ en orden.
Y as¨ª se hizo y as¨ª acab¨®, aunque a¨²n hubo algo m¨¢s postrero cuando el tal Noy, de veras familiarizado con el se?or comisario, lo invit¨® entre bromas a celebrar la distracci¨®n y su buen fin por todo lo alto (ya que la distracci¨®n hab¨ªa empezado por lo m¨¢s bajo, ri¨®), asegurando que el joven, la hija y ¨¦l mismo pon¨ªan rumbo a partir de ese momento a la sala de fiestas El Molino, donde actuaba Matty Mont, que ten¨ªa una cara inveros¨ªmil de n¨¢car, y que era de esas mujeres, esto le medio susurr¨®, que de tan blancas parecen dos veces desnudas.
Oferta que cordial, pero firmemente, fue desestimada.
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