El disco
Los recuerdos nos atan al futuro, porque s¨®lo la memoria tiene capacidad para hacerse presente. Cuando vigilamos el pasado con un ojo, el otro no se duerme y mira hacia el porvenir. Todo regreso es una justificaci¨®n de lo que est¨¢ por delante, de lo que nos define y nos interroga desde el tiempo que a¨²n no hemos vivido. Los fantasmas m¨¢s peligrosos no habitan en el castillo del pasado, sino en la intemperie de un ma?ana sin ayer, de un futuro que se condena a vivir sin memoria. Los fetiches del recuerdo son la ¨²nica compa?¨ªa s¨®lida cada vez que nos encontramos con las p¨¢ginas en blanco del destino, con ese v¨¦rtigo que sienten los que viven y necesitan tener la vida por delante. Siempre he admirado a las personas que saben morir en su cama y con toda la vida por delante, porque el optimismo s¨®lo puede mantenerse gracias a la lealtad que merece el pasado. Recuerdos de andar por casa que nos permiten salir a la calle con cierta tranquilidad. Conservo el primer disco que compr¨¦, que es tambi¨¦n la primera cosa m¨ªa que compr¨¦. Los caramelos y los juguetes pertenecen m¨¢s a nuestra infancia que a nosotros mismos, son en realidad un patrimonio de nuestros padres, una felicidad heredada. Pero tuve la suerte de que mis abuelos apareciesen sin regalo en la fiesta de mi noveno cumplea?os. Solucionaron el problema con una alegr¨ªa en met¨¢lico, y yo me compr¨¦ al d¨ªa siguiente un disco de Serrat. No fue un capricho de ni?o raro. Es que mi madre era muy partidaria de Julio Iglesias y mi padre un decidido defensor de Raphael, y yo, obligado a escoger entre los dos, me encontr¨¦ de pronto con la posibilidad de salir corriendo, gracias a un cantautor catal¨¢n que le hab¨ªa puesto m¨²sica a los versos de un poeta sevillano.
Conservo el disco, como conservo la imagen del ni?o que oy¨® hablar en el colegio de Antonio Machado y quiso o¨ªr sus Cantares y su Saeta en la voz de Serrat. Las cosas sirven a veces para materializar aquello que no est¨¢ fuera, sino dentro de nosotros. Desde que o¨ª aquel disco yo fui haci¨¦ndome como soy, con una felicidad m¨ªa, con un dolor propio, con el patrimonio de mis sentimientos. Debajo de mis opiniones m¨¢s sensatas, se esconde el joven que sabe correr m¨¢s que la polic¨ªa y que aprendi¨® a vivir al ritmo de una guitarra y de unas cuantas palabras verdaderas. No debemos perderle nunca el respeto al adolescente que fuimos, ni re¨ªrnos demasiado de su voluntarismo ut¨®pico. La lucidez no puede convertirse en una traici¨®n; es, si acaso, la busqueda de un domicilio nuevo para nuestras pasiones, una casa m¨¢s amueblada, con ascensor, muchas comodidades y algunos recuerdos elegidos. Estaba yo un d¨ªa escribiendo en mi casa, m¨¢s atrapado que nunca en los afanes impuros de la existencia, cuando son¨® el tel¨¦fono. Era Joan Manuel Serrat, hab¨ªa musicado un poema m¨ªo, quer¨ªa que oyera la canci¨®n y que le pusiese un estribillo. La r¨¢faga de vanidad, muy l¨®gica en el poeta que escucha unos versos suyos en la voz de Serrat, se disolvi¨® en una emoci¨®n m¨¢s fuerte, en la imagen del ni?o que se gast¨® su primer dinero en un disco, en el sentimiento vivo del adolescente que se uni¨® a la vida gracias a unas cuantas canciones verdaderas. Conviene ser leales con los recuerdos que nos atan al futuro. La memoria se parece m¨¢s a una partitura que a un desv¨¢n.
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