Miedo a la ciudad
Parece ser que durante el mandato de Bush han disminuido notablemente las aportaciones econ¨®micas del presupuesto norteamericano a las grandes ciudades. En este sentido, se ha venido quejando el tambi¨¦n republicano Michael Bloomberg, alcalde de Nueva York, una ciudad discriminada financieramente por el Gobierno federal. Un dato, entre c¨®mico y tr¨¢gico, de esta discriminaci¨®n lo constituye el presupuesto antiterrorista. Gracias a la fuerte presi¨®n de las regiones, el dinero fluye hacia lugares que es dif¨ªcil imaginar como objetivos terroristas. Del Homeland Security Grant Program, 38,31 d¨®lares por cabeza van a Wyoming; 5,47 d¨®lares, a Nueva York. Entre la lista de comunidades amenazadas se encuentran, por ejemplo, Louisville, en Kentucky, ciudad del que preside el comit¨¦ encargado de conceder esos fondos.
Por supuesto que Bush no se permitir¨¢ decir nada contra Nueva York, ciudad que se ha convertido desde el 11-S en una referencia inevitable para el imaginario patri¨®tico. No se le podr¨¢ o¨ªr nada parecido al deseo del presidente republicano Nixon de que Dios condenara a Nueva York, seg¨²n puede escucharse en las cintas de la investigaci¨®n del caso Watergate, cuyo contenido fue dado a conocer en oto?o del a?o pasado. Al contrario, toda su campa?a electoral se basa en la solidaridad con "esta maravillosa ciudad", como la denomin¨® en la reciente convenci¨®n republicana en el Madison Square Garden. Pero la pol¨ªtica de George Bush habla un lenguaje distinto que su ret¨®rica. Desde el comienzo de su mandato ha tratado de estrangular financieramente a Nueva York. Aunque son las grandes ciudades las que tienen que luchar con los problemas m¨¢s dif¨ªciles, en la Am¨¦rica de Bush el dinero circula desde la ciudad al campo. ?Se trata de una casualidad o indica algo m¨¢s profundo acerca del alma americana, de su divisi¨®n interior y de lo que est¨¢ en juego en las pr¨®ximas elecciones presidenciales?
A los que conocen la historia americana no les sorprende esa aversi¨®n de los republicanos hacia la ciudad. Son ¨¦stos los que mejor han heredado el profundo escepticismo respecto a las posibilidades de la vida urbana que est¨¢ fuertemente enraizado en la cultura americana, principalmente en los medios m¨¢s conservadores. Todo el proyecto de Am¨¦rica -la utop¨ªa de una comunidad humana renovada a partir de una ruptura con el pasado europeo- lleva desde sus comienzos rasgos antiurbanos. Las ra¨ªces de ese miedo a la cultura urbana son muy diversas. Se pueden rastrear en la historia de las comunidades puritanas de Nueva Inglaterra o en el romanticismo rousseauniano que alimentaba el conservadurismo democr¨¢tico de los pioneros. En cualquier caso, se trata de algo que vuelve una y otra vez, que reaparece en la escena de la discusi¨®n p¨²blica o en las pr¨¢cticas de gobierno como un car¨¢cter identitario.
Thomas Jefferson, uno de los primeros presidentes de los Estados Unidos, llev¨® a cabo una pol¨ªtica fiscal que privilegiaba a los agricultores frente a los comerciantes con el objetivo de asegurar la autosuficiencia del pa¨ªs. Defendi¨® la compra de territorios m¨¢s all¨¢ del Misisip¨ª precisamente con el objetivo de asegurar la pervivencia de la sociedad agraria. Su pol¨ªtica respecto de los indios estaba pensada para convertir a los abor¨ªgenes en granjeros y hacer as¨ª de ellos unos buenos americanos. Estaba convencido de que s¨®lo la producci¨®n agraria y la vida en peque?as comunidades rurales asegurar¨ªan la democracia en Am¨¦rica. Cuando estuvo en Par¨ªs no dej¨® de apreciar los encantos de la capital francesa, pero esa estancia tambi¨¦n le llev¨® a la convicci¨®n de que "la vida en la ciudad es una pestilencia para la moral, la salud y la libertad del hombre".
El escepticismo americano frente a las grandes ciudades se ha mantenido obstinadamente a lo largo del tiempo. La ciudad de Boston fue concebida por John Wintrop y Cotton Mather como una ant¨ªtesis de Londres. El movimiento religioso que tuvo lugar en 1730, conocido como el Great Awakening, se revel¨® precisamente contra la decadencia de las ciudades que, como el caso de Boston, al aumentar el n¨²mero de sus habitantes, ya no pod¨ªan ser controladas por el clero. Este ideal de sociedad como comunidad abarcable y bajo control est¨¢ en el origen de la colonizaci¨®n del Oeste, que representaba la posibilidad de romper con el pasado y volver a empezar, de escapar de la corrupci¨®n. Por eso, cuando en 1893 el historiador Frederick Jackson declar¨® que se hab¨ªa terminado la colonizaci¨®n del territorio lo que dibuj¨® fue m¨¢s bien una imagen pesimista de la decadencia de Am¨¦rica. El amplio espacio que era garant¨ªa de libertad y democracia se hab¨ªa convertido en un bien escaso. A partir de entonces se esfumaban las posibilidades de colonizar y comenzaba la era de la densificaci¨®n, es decir, del crecimiento y la mezcla.
En estas elecciones presidenciales tambi¨¦n tiene que decidirse el combate de los imaginarios urbanos, pues la idea de ciudad sintetiza muy bien el concepto de sociedad que est¨¢ en juego. En el miedo conservador hacia la ciudad se hace visible el rechazo del "otro", ya sean los bebedores irlandeses que echaron a perder la moral puritana de Boston a principios del XVIII o los negros, puertorrique?os, cat¨®licos y jud¨ªos que seg¨²n Nixon apestaban en la ciudad de Nueva York y para la que se preguntaba -iron¨ªas de la historia- si no le habr¨ªa llegado la hora de la destrucci¨®n. La antipat¨ªa hacia la ciudad surge siempre del sentimiento de que ella representa algo extra?o, mixto, amenazante, incontrolable. A todo lo cual se a?ade ahora el hecho de que, en la era de la globalizaci¨®n, los grandes centros comerciales del mundo como Nueva York, Londres, Tokio o Frankfurt son realidades extraterritoriales, que act¨²an m¨¢s entre s¨ª que con el resto del pa¨ªs, y sobre las que los Gobiernos nacionales ejercen un poder escaso.
Las posibilidades liberadoras de la vida urbana tienen que ver con esa cultura de liberalidad, complejidad, hibridaci¨®n, diversidad, emancipaci¨®n, comunicaci¨®n, hospitalidad. La ciudad ha constituido siempre un lugar de sorpresas y polifon¨ªa frente al espacio homog¨¦neo y controlable que algunos imaginan encontrar todav¨ªa en una idealizada vida rural. Por eso cabe esperar que el actual provincianismo americano se agote como pasaron los movimientos puritanos o el macartismo, incapaces de resistir la pujanza civilizatoria de la urbanidad.
Daniel Innerarity, profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza, acaba de ganar el Premio Espasa de Ensayo por su obra La sociedad invisible.
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