La pol¨ªtica del poder
En 1910, un adversario pol¨ªtico de Lenin dijo de ¨¦l que no se pod¨ªa tratar con un hombre que "est¨¢ con la revoluci¨®n las veinticuatro horas del d¨ªa, que no tiene en la cabeza m¨¢s que ideas sobre la revoluci¨®n y que ni siquiera cuando duerme sue?a con otra cosa que con la revoluci¨®n". A?os despu¨¦s, Nikita Jruschov declar¨® ante un vitoreante p¨²blico de miembros del Partido Comunista que "un bolchevique es una persona que se siente bolchevique incluso cuando duerme". Tomo las dos citas de un libro aterradoramente hilarante: Koba el temible, de Martin Amis. Amis sostiene que los bolcheviques eran fan¨¢ticos que aspiraban a que la pol¨ªtica estuviese en todas partes y en todo momento, a que fuese un elemento omn¨ªmodo y omnipresente en la vida cotidiana de los ciudadanos; en suma: aspiraban a la politizaci¨®n del sue?o. Lenin no satisfizo del todo esa aspiraci¨®n; Jruschov tampoco. Quien s¨ª lo hizo fue Koba el Temible, o sea, Stalin. Resultado: la conversi¨®n de los ciudadanos en s¨²bditos, uno de los reg¨ªmenes pol¨ªticos m¨¢s b¨¢rbaros de la historia y 20 millones de muertos.
Desde hace tiempo, uno tiene la impresi¨®n de que aqu¨ª tambi¨¦n est¨¢n tratando de politizar nuestro sue?o. Nos despertamos y ponemos la radio: pol¨ªtica; vamos a comer y abrimos el peri¨®dico: pol¨ªtica; mientras cenamos miramos de reojo la televisi¨®n: pol¨ªtica. Pol¨ªtica avasalladora, omnipresente y omn¨ªmoda. La cantidad de horas que los medios de comunicaci¨®n espa?oles dedican a la pol¨ªtica es fabulosa. Los pol¨ªticos, por supuesto, est¨¢n content¨ªsimos: ah¨ª les tienen, todo el d¨ªa en el candelero, exhibi¨¦ndose a tiempo completo como reinas de la belleza o estrellas medi¨¢ticas, cuando en realidad deber¨ªan comportarse como discretas asistentas, esas eficac¨ªsimas se?oras que nos limpian la casa para que nosotros podamos dedicarnos a las cosas serias de la vida: a follar, a jugar con los ni?os, a leer, a ir al cine. Pero nuestros pol¨ªticos no se conforman con hacer pol¨ªtica incluso cuando duermen; quieren que la hagamos tambi¨¦n nosotros: quieren politizar nuestro sue?o. Quien no accede a ello, quien se niega a alinearse con unos o con otros, quien ingenuamente quiere mantener su independencia, es acusado sin falta de fr¨ªvolo, de ambiguo, de irresponsable, de cobarde o de las cuatro cosas a la vez. El resultado es que nuestra clase pol¨ªtica propende peligrosamente al fanatismo; de esta propensi¨®n se derivan sus dos defectos m¨¢s aparatosos: la intolerancia y el sectarismo. Intolerancia: si alguien discrepa de m¨ª, no lo hace porque piense que mis ideas son un error, sino porque es un cabr¨®n, y su discrepancia, una forma velada de agredirme. Sectarismo: si el partido rival hace una cosa, hay que declarar que est¨¢ mal hecha, aunque uno sepa que est¨¢ bien hecha; si mi partido hace lo contrario, hay que declarar que est¨¢ bien hecho, aunque uno sepa que est¨¢ mal hecho.
Pero me estoy equivocando de palabra: la palabra no es pol¨ªtica; es poder. Dice George Santayana que un fan¨¢tico es quien redobla sus esfuerzos conforme olvida sus objetivos. Cada vez m¨¢s propensos al fanatismo, muchos pol¨ªticos espa?oles tienden a olvidar que su objetivo deber¨ªa consistir en trabajar para que los ciudadanos podamos dedicarnos a follar, a jugar con los ni?os, a leer, a ir al cine; pero siguen redoblando sus esfuerzos. ?Para qu¨¦? Para conseguir el poder. La palabra no es pol¨ªtica: es poder. El pol¨ªtico medio espa?ol parece aspirar a estar con el poder las veinticuatro horas del d¨ªa, no tener en la cabeza m¨¢s que ideas sobre el poder y no so?ar con otra cosa m¨¢s que con el poder. El 95% del tiempo abrumador que en teor¨ªa se dedica en la radio, la prensa y la televisi¨®n a hablar de pol¨ªtica se dedica en realidad a hablar del poder. Poder y pol¨ªtica no son lo mismo; no hay pol¨ªtica sin poder, pero s¨ª poder sin pol¨ªtica: ese poder mis¨¦rrimo, hu¨¦rfano y desesperado que nuestros pol¨ªticos conservan en un mundo cada vez m¨¢s globalizado en el que cada vez tienen menos poder real. Pero ah¨ª siguen, preocupados ¨²nicamente por ¨¦l: por c¨®mo alcanzarlo, por c¨®mo recuperarlo, por c¨®mo aumentarlo, olvidando por completo para qu¨¦ sirve. Es l¨®gico que se hable tanto de la pol¨ªtica del simulacro, pero m¨¢s l¨®gico ser¨ªa en nuestro caso hablar de un simulacro de pol¨ªtica. Porque, en vez de ocuparse de salir en la tele y de politizar nuestro sue?o, lo que de una pu?etera vez deber¨ªan hacer los pol¨ªticos es dejar de hablar del poder y empezar a hablar de verdad de pol¨ªtica; y luego hacerla. A lo mejor entonces nosotros tambi¨¦n nos sumar¨ªamos a la discusi¨®n. Mientras tanto, por favor, no nos vengan con la monserga chantajista de que criticar a la clase pol¨ªtica es una forma de desprestigiar la pol¨ªtica y de socavar la democracia; quienes socavan la democracia y desprestigian la pol¨ªtica son los pol¨ªticos que confunden la pol¨ªtica con el poder. Aqu¨ª y ahora, en esto como en todo, Nicanor Parra sigue teniendo raz¨®n: "La izquierda y la derecha unidas jam¨¢s ser¨¢n vencidas". Sabemos cu¨¢l fue el resultado de la politizaci¨®n del sue?o; ya veremos cu¨¢l ser¨¢ el de la pol¨ªtica del poder.
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