Votos, l¨ªos y miedos
En la vigilia de las elecciones presidenciales de EE UU ha irrumpido con fuerza Bin Laden, que en un v¨ªdeo amenaza a los americanos con nuevos atentados, al margen de qui¨¦n sea el presidente. A este miedo humano, que ambos candidatos se han apresurado a explotar en su propio provecho, se suma otro m¨¢s pol¨ªtico, pero no menos serio: es veros¨ªmil la repetici¨®n del vergonzoso escenario de 2000, cuando hubo que acudir al Tribunal Supremo Federal, que decidi¨®, 36 d¨ªas m¨¢s tarde, la victoria de George W. Bush, desestimando el recurso de Al Gore sobre las irregularidades en Florida. Cuatro a?os despu¨¦s, el Estado sure?o, del que es gobernador el hermano del actual presidente, puede ser de nuevo foco de los mayores litigios, al igual que el norte?o Ohio. Es all¨ª donde, en principio, se va a decidir la re?ida batalla, donde se est¨¢n produciendo las mayores reclamaciones, tanto de dem¨®cratas como de republicanos, y a donde ambos partidos est¨¢n enviando una pl¨¦yade de abogados e interventores.
Resulta cuando menos sorprendente que, por primera vez en la historia electoral de la mayor democracia del mundo, observadores internacionales asistan para supervisar que el recuento sea transparente, lo cual se presupone complicado ante el m¨²ltiple entramado de procedimientos de votaci¨®n y los numerosos errores que han sido detectados en el censo electoral. ?C¨®mo se explica que hayan desaparecido 58.000 papeletas de voto por correo en Florida en detrimento, seg¨²n los dem¨®cratas, de su candidato, John Kerry? ?Qu¨¦ decir de las denuncias de los republicanos de que en Ohio existan al menos 35.000 nuevos inscritos irregulares? Los errores de 2000 no han sido subsanados e incluso algunas novedades, como la del voto provisional, dar¨¢n pie a m¨¢s controversias. Tal vez EE UU deber¨ªa cambiar su complejo proceso electoral y que fueran los ciudadanos los que directamente eligieran a su presidente y no mediante el Colegio de Grandes Electores en representaci¨®n de los 50 Estados y la capital como hasta ahora. Se evitar¨ªa as¨ª la paradoja de que un candidato tuviera m¨¢s votos populares que el otro y, sin embargo, no llegara a la Casa Blanca como ocurri¨® en las ¨²ltimas elecciones.
Todo apunta a que ¨¦stas se jueguen en Florida y Ohio, y en menor medida, en Pensilvania, Michigan y otra media docena de Estados donde se cifra el mayor n¨²mero de indecisos. Conscientes de que cuentan pr¨¢cticamente con el apoyo garantizado de sus respectivas bases, Bush y Kerry queman sus ¨²ltimos cartuchos en esa horquilla de entre 10%-15% de indecisos, as¨ª como en la inscripci¨®n de votantes, que ha aumentado tres puntos respecto a las anteriores elecciones. En un pa¨ªs donde hay poca afluencia electoral, en esta ocasi¨®n se pueden batir marcas debido a la movilizaci¨®n que est¨¢n ejerciendo sobre todo las huestes de Kerry. Desde luego, lo mejor para ambos y para el propio prestigio de la democracia americana es que no se repitan las chapuzas de noviembre de 2000.
Te¨®ricamente, el senador de Massachusetts tiene muchas y fundamentadas bazas para desbancar a Bush si se juzgara racionalmente el historial de los pasados cuatro a?os de presidencia republicana, donde a los graves fracasos de pol¨ªtica exterior (Irak) habr¨ªa que a?adir los de la econom¨ªa (paro y d¨¦ficit). Pero las encuestas, por poco fiables que sean, no le colocan por delante de ese "presidente de la guerra", como gusta llamarse Bush tras el 11-S. Kerry es un pol¨ªtico sin carisma, pero intelectualmente preparado y capacitado para liderar el pa¨ªs, como demostr¨® en los tres debates televisivos. Sin embargo, es tildado de oportunista y a veces de incoherente (su actitud en la crisis iraqu¨ª es un ejemplo), y de ah¨ª sus esfuerzos para desprenderse de la etiqueta de chaquetero.
Nunca antes desde la guerra de Vietnam la pol¨ªtica exterior y el impacto del terrorismo hab¨ªan ocupado tanto espacio en una campa?a electoral americana. La seguridad interna sigue igual o m¨¢s amenazada despu¨¦s de los atentados de Nueva York y Washington en 2001. As¨ª se lo acaba de recordar el l¨ªder de Al Qaeda a toda la naci¨®n. Y tampoco nunca como hasta ahora suscita tanta irritaci¨®n fuera de EE UU la figura de su presidente, que en menos de un a?o perdi¨® su credibilidad internacional, ganada tras el 11-S en Afganist¨¢n, al desencadenar con pruebas luego desmentidas (la inexistencia de armas de destrucci¨®n masiva) y con fines econ¨®micos (el petr¨®leo) una equivocada guerra en Irak que se ha convertido en una ratonera para ¨¦l y que ha servido, eso s¨ª, para derribar a un tirano, pero con el pesado saldo de 100.000 muertos, m¨¢s de un millar de soldados estadounidenses ca¨ªdos y un futuro poco claro. Bush sigue asegurando que es ¨¦l quien mejor est¨¢ preparado para luchar contra el terrorismo, apostando por el unilateralismo y por la doctrina del ataque preventivo, a diferencia de Kerry, m¨¢s proclive al multilateralismo de la ONU y a recuperar los lazos con Europa. Aunque s¨®lo fuera por eso, la victoria de ¨¦ste ser¨ªa mucho m¨¢s deseable y provechosa para la UE y, l¨®gicamente, tambi¨¦n para Espa?a.
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