El excepcionalismo estadounidense
Estados Unidos est¨¢ convencido de su excepcionalidad. A partir de esta tesis, central para entender a la potencia, lanz¨® una mirada cr¨ªtica a la forma como organizaron las elecciones presidenciales que, para fortuna de todos, ya concluyeron. La autoestima y el autoelogio son constantes en la historia de la potencia.
Thomas Jefferson escribi¨® que Estados Unidos era la "mejor esperanza del mundo"; un par de siglos despu¨¦s, Ronald Reagan segu¨ªa repitiendo que eran "m¨¢s libres que cualquier otro pueblo", y variaciones de esa idea pueden encontrarse en cualquier compilaci¨®n de los discursos de George W. Bush y John Kerry.
Tengo tres d¨¦cadas estudiando y escribiendo sobre pol¨ªtica exterior de Estados Unidos. Me faltaba acercarme a los matices de un sistema electoral que siempre entend¨ª en sus l¨ªneas generales. Por ello, por el esc¨¢ndalo de Florida del a?o 2000 y porque es una elecci¨®n que afecta a todo el planeta, acept¨¦ la invitaci¨®n que me hizo Global Exchange, una organizaci¨®n de derechos humanos con sede en San Francisco, para integrarme a una delegaci¨®n que "observar¨ªa" las elecciones presidenciales de 2004. Me asignaron a Ohio, un Estado que pas¨® del anonimato al protagonismo con la celeridad propia de un planeta hermanado por las pantallas del ordenador y el televisor.
Ohio es un caso ideal para ilustrar lo que est¨¢ mal con el sistema electoral de Estados Unidos. Independientemente de lo que pensemos o queramos fuera de este pa¨ªs, Bush obtuvo la mayor¨ªa del voto popular. A la medianoche del 2 de noviembre ya era evidente. Sin embargo, tuvo que transcurrir la mitad de otro d¨ªa para disipar la incertidumbre sobre el resultado. Aunque fuera matem¨¢ticamente improbable, era te¨®ricamente posible una victoria de Kerry. La clave estaba en los 170.000 votos provisionales depositados en las urnas de Ohio. Intentar una modificaci¨®n en el resultado hubiera supuesto un proceso plagado de ambig¨¹edades jur¨ªdicas y sem¨¢nticas ancladas en uno de los sistemas electorales m¨¢s complicados, barrocos e ineficaces.
La elecci¨®n indirecta provoca discrepancias ocasionales entre el voto popular y la forma en que se integra el colegio electoral que elige al presidente. Por la ausencia de una legislaci¨®n y autoridad nacionales, cada uno de los 50 Estados y de los 3.143 condados toman decisiones aut¨®nomas en la organizaci¨®n de sus comicios. Existe un conflicto de inter¨¦s permanente porque los dos grandes partidos se dividen el nombramiento de quienes organizan los comicios. La heterogeneidad en las reglas nutre a las legiones de abogados que ocupan todos los resquicios de un pa¨ªs adorador del litigio.
Este desorden tambi¨¦n provoc¨® situaciones absurdas en 2004. Cuando ya estaba en curso la elecci¨®n, la Corte Suprema adopt¨® una decisi¨®n que afectaba los criterios a utilizarse para la acreditaci¨®n de los electores en Ohio. En las horas de incertidumbre sobre el resultado en Ohio empezaron a discutirse los diversos criterios que podr¨ªan utilizarse para contar los 170.000 votos provisionales que hubieran podido cambiar el veredicto. Al final, Kerry tuvo que optar entre la aceptaci¨®n de una derrota o el recuento de votos. Decidi¨® lo primero, pero tuvo en sus manos meter a Estados Unidos en una pol¨¦mica interminable. Situaci¨®n absurda si existiera una autoridad electoral que elaborara el dictamen con base en reglas perfectamente establecidas.
Por supuesto que los estadounidenses pueden elegir a sus gobernantes como mejor les parezca y seguramente reformar¨¢n el marco legal en los pr¨®ximos a?os. Lo que queda perfectamente claro es que dif¨ªcilmente podr¨¢n presumir de la excepcionalidad de su sistema electoral. En ese terreno son superados por la mayor parte del planeta. En ese nivel, adem¨¢s de ser diferentes, son inferiores.
Sergio Aguayo Quezada es profesor del Colegio de M¨¦xico.
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