Un semipoeta llamado Cervantes
Vicente Aleixandre llamaba "semipoetas" a aquellos a quienes la naturaleza hab¨ªa jugado la mala pasada de dotarlos de una ineludible vocaci¨®n de escribir poes¨ªa pero no de las facultades necesarias, Segismundos de la literatura que podr¨ªan dirigir a las musas el c¨¦lebre "?Qu¨¦ pecado comet¨ª?", salvo que hicieran innecesaria la respuesta pregunt¨¢ndolo en verso. Sus frutos (los semipoemas) se distinguen por poseer alguno de los ingredientes que configuran un buen poema, pero nunca todos; o bien, si llegan a ser correctos, por andar revueltos y reunidos con otros engendros de peor especie, porque el semipoeta carece de capacidad autocr¨ªtica. Don Miguel de Cervantes es el m¨¢s glorioso semipoeta de las Letras espa?olas, y parece dar la raz¨®n al t¨®pico que afirma que no se puede ser a la vez buen poeta y buen novelista. Hay otros ejemplos igualmente ilustres que lo confirman; lo contradice un casi contempor¨¢neo de Cervantes, Francisco de Quevedo.
En el Siglo de Oro escribir poes¨ªa era insoslayable para un hombre de letras
Tratar de la poes¨ªa de Cervantes es inc¨®modo y pol¨¦mico. El primer escollo en que puede tropezarse es juzgarla desde el concepto actual de poes¨ªa. Pero aun superado ese error por quienes no confunden los esp¨ªritus de ¨¦poca, se ha dicho -y no sin raz¨®n- que es torpe en inventiva, metro y rima, ret¨®rica y fr¨ªa. Se le ha concedido alg¨²n m¨¦rito a las composiciones menores de ¨ªndole tradicional, lo cual es un elogio envenenado: pensemos qu¨¦ quedar¨ªa de G¨®ngora desde ese mismo criterio. Y no siempre se ha tenido en cuenta que en el Siglo de Oro escribir poes¨ªa era insoslayable para un hombre de letras, y pr¨¢cticamente inherente a g¨¦neros enteros, como el teatro o la novela pastoril. ?Qui¨¦n iba a escribir La Galatea sin poemas, estuviera o no dotado para ello? No perdamos por ello de vista que en los Siglos de Oro no se pon¨ªa en pr¨¢ctica algo que se recomienda en La gitanilla: "Usar de la poes¨ªa como de una joya precios¨ªsima, cuyo due?o no la trae cada d¨ªa, ni la muestra a todas gentes y a cada paso, sino cuando convenga y sea raz¨®n". Todo lo contrario: la poes¨ªa era habitualmente un artificio decoroso y decorativo, y no, al modo contempor¨¢neo, un acto de intensidad consistente en confesi¨®n, reflexi¨®n y autoconocimiento. As¨ª est¨¢n hisopados de poemas, adem¨¢s de La Galatea, el Quijote, las Novelas ejemplares y el Persiles.
Por otra parte, es un atolladero
adicional el preguntarse qu¨¦ pensaba Cervantes de su obra po¨¦tica, pues muy ladinamente nos fue dejando declaraciones contradictorias, y llegamos incluso a dudar si la modestia es en ¨¦l falsa cuando debiera ser aut¨¦ntica y penitencial. En el pr¨®logo a La Galatea habla de "la inclinaci¨®n que a la poes¨ªa siempre he tenido"; y no sabemos qu¨¦ grado de sinceridad o de iron¨ªa encierra el conocido noveno terceto del primer canto del Viaje del Parnaso: "trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo". Sin duda cre¨ªa sinceramente Cervantes lo que escribi¨® en el cap¨ªtulo 16 de la segunda parte del Quijote, que la uni¨®n de naturaleza y arte -dotes innatas y estudio- "sacar¨¢n un perfect¨ªsimo poeta". Pero, ?c¨®mo se lo aplicaba a s¨ª mismo, cuando dos cap¨ªtulos despu¨¦s leemos que no hay poeta que no tenga de s¨ª mismo la mejor opini¨®n? ?Y c¨®mo hemos de entender estas palabras de Mercurio en el Viaje del Parnaso: "Y s¨¦ que aquel instinto sobrehumano / que de raro inventor tu pecho encierra / no te lo ha dado el padre Apolo en vano?". ?Y c¨®mo el autoelogio del canto cuarto, inmediato a la ponderaci¨®n de la verdadera poes¨ªa, "la grave, la discreta, la elegante, la alta y la sincera"? Todo ello sin olvidar el tono sat¨ªrico del Viaje, no siempre acertado -por muy velazque?o que parezca a algunos-, y rematado por las nada felices "Ordenanzas a los poetas espa?oles" que contiene la Adjunta o ap¨¦ndice en prosa.
No estuvo el Cervantes poeta, desde luego, a la altura de su narrativa; pero no quiere eso decir que no se encuentren entre sus poemas breves muchos bien logrados, y entre los extensos uno que llega a emocionar por lo que dice y lo que deja entrever, y por lo que indigna la ingratitud del poder al que estaba dirigido: la Ep¨ªstola a Mateo V¨¢zquez, secretario de Felipe II, escrita en el cautiverio argelino.
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