Europa en la encrucijada: la firma de la Constituci¨®n
El 29 de octubre se produjo en Roma un momento significativo en la historia europea y mundial. Los jefes de Estado y los ministros de Exteriores de las 25 naciones que componen la Uni¨®n Europea firmaron solemnemente una Constituci¨®n que agrupa a toda Europa en un solo organismo de gobierno. Despu¨¦s, la Constituci¨®n se enviar¨¢ a los Estados miembros para someterla a ratificaci¨®n.
Con todos sus defectos, la UE constituye una proeza extraordinaria, sobre todo cuando nos detenemos a pensar que ni siquiera sus arquitectos est¨¢n seguros de lo que representa exactamente. El problema es que nunca ha existido ninguna instituci¨®n de gobierno como la UE. No es un Estado, aunque act¨²a como tal. Sus leyes tienen prioridad sobre las leyes de los 25 pa¨ªses que la componen, y son vinculantes. Tiene una moneda ¨²nica -el euro- que utilizan muchos de sus miembros. Regula el comercio y coordina la energ¨ªa, el transporte, las comunicaciones y, cada vez m¨¢s, la educaci¨®n por encima de todas las fronteras nacionales que abarca. Sus ciudadanos tienen un pasaporte com¨²n de la UE. Posee un Parlamento Europeo que elabora leyes, y un Tribunal Europeo cuyas decisiones son vinculantes para los pa¨ªses miembros y los ciudadanos de la Uni¨®n. Tiene un presidente y una fuerza militar. Es decir, la UE cumple muchos de los requisitos que constituyen un Estado. Sin embargo, no puede cobrar impuestos a sus ciudadanos, y los Estados miembros tienen derecho de veto sobre cualquier decisi¨®n que pueda desembocar en el env¨ªo de tropas.
Sobre todo, la UE no es una entidad unida a un territorio. Aunque coordina y regula actividades que se desarrollan en los l¨ªmites territoriales de las naciones-estado que la componen, no tiene territorio propio; es m¨¢s, es una instituci¨®n de gobierno extraterritorial. Eso es lo que hace que sea extraordinaria.
Las naciones-estado son instituciones de gobierno definidas geogr¨¢ficamente, que controlan un territorio espec¨ªfico. Incluso las dinast¨ªas y los imperios reivindicaban el control supremo de sus reinos. El ¨²nico caso hist¨®rico vagamente paralelo a la UE es el del Sacro Imperio Romano de los siglos VIII a principios del XIX. En ese periodo, el Vaticano ten¨ªa suprema soberan¨ªa sobre los principados, ciudades-estado y reinos de gran parte de Europa occidental y del norte. En realidad, la verdadera influencia de la Santa Sede en asuntos territoriales era m¨¢s moral y et¨¦rea que concreta.
A diferencia de los Estados e imperios del pasado, cuyos or¨ªgenes estaban inscritos en mitos de victorias heroicas en el campo de batalla, la UE presenta la novedad de ser la primera instituci¨®n de megagobierno en la historia que naci¨® de las cenizas de la derrota. En vez de conmemorar un noble pasado, su intenci¨®n era garantizar que ese pasado no volviera a repetirse. Despu¨¦s de mil a?os de constante conflicto, guerra y derramamiento de sangre, los pa¨ªses de Europa salieron diezmados de las sombras de dos guerras mundiales en menos de medio siglo: sus habitantes mutilados y muertos, sus monumentos e infraestructuras en ruinas, sus tesoros materiales agotados y su modo de vida destruido. Decididas a no volver a empu?ar nunca m¨¢s las armas unas contra otras, las naciones europeas buscaron un mecanismo pol¨ªtico que pudiera agruparlas y dejar atr¨¢s sus antiguas rivalidades.
En 1948, en el Congreso de Europa, Winston Churchill reflexion¨® sobre el futuro de un continente destruido por siglos de guerra y ofreci¨® su visi¨®n personal del Sue?o Europeo. Dijo: "Confiamos en ver una Europa en la que los hombres de todos los pa¨ªses piensen que ser europeos es pertenecer a su tierra natal, y... que, vayan donde vayan dentro de este vasto territorio, siempre sientan: 'Estoy en casa". El visionario franc¨¦s Jean Monnet, que tuvo m¨¢s responsabilidad que ninguna otra persona a la hora de construir la idea de una comunidad com¨²n europea que uniera a pueblos y pa¨ªses antes divididos, sab¨ªa lo d¨ªficil que iba a ser cumplir el sue?o de Churchill. El problema, dec¨ªa, era que "Europa no ha existido jam¨¢s; tenemos aut¨¦nticamente que crearla". Y eso quer¨ªa decir hacer que la gente fuera consciente de su europeidad.
Hoy, cuando todav¨ªa no hace medio siglo que los fundadores empezaron a so?ar con una Europa unida, dos tercios de los pueblos que viven en la Uni¨®n Europea dicen que se sienten "europeos". Seis de cada diez ciudadanos de la UE dicen que se sienten muy apegados o bastante apegados a Europa, y un tercio de los j¨®venes europeos entre 21 y 35 a?os dicen que "se sienten m¨¢s europeos que ciudadanos de su pa¨ªs". El sondeo realizado por el Fondo Econ¨®mico Mundial entre dirigentes europeos averigu¨® que el 92% cree que "su futura identificaci¨®n ser¨¢ principalmente o en parte europea, no nacional". Aunque resulte dif¨ªcil creerlo, este extraordinario cambio en la percepci¨®n que tienen los ciudadanos de s¨ª mismos se ha producido en menos de medio siglo.
La Uni¨®n Europea existe, en gran parte, porque las oportunidades, los retos y las amenazas a los que se enfrenta un mundo globalizado son demasiado vastos y complejos para abordarlos desde la estructura tradicional de la naci¨®n-estado. La UE es el primer esfuerzo para crear un espacio transnacional de gobierno capaz de mediar en una actividad humana que abarca ya desde la comunidad local hasta la bioesfera mundial.
Para ocuparse de los problemas mundiales no basta con una nueva gran organizaci¨®n de gobierno. Es necesario asimismo establecer un nuevo pacto entre los seres humanos que extienda sus compromisos y alianzas, as¨ª como su sensaci¨®n de seguridad, m¨¢s all¨¢ de los estrechos confines del territorio nacional y la protecci¨®n limitada que proporcionan los derechos civiles y de propiedad, hasta incluir a toda la humanidad y la biosfera con unas salvaguardas contenidas en los derechos humanos universales.
La Constituci¨®n de la Uni¨®n Europea, que se firm¨® solemnemente a finales del mes pasado y luego se enviar¨¢ para que la ratifiquen los Estados miembros a lo largo de los dos pr¨®ximos a?os, es el primer documento regulador en toda la historia que pretende crear una conciencia global. La Constituci¨®n subraya un claro compromiso con "el desarrollo sostenible... basado en un crecimiento econ¨®mi
-co equilibrado", una "econom¨ªa social de mercado" y la "protecci¨®n y mejora de la calidad ambiental". La Constituci¨®n desea tambi¨¦n "fomentar la paz... combatir la exclusi¨®n social y la discriminaci¨®n... promover la protecci¨®n y la justicia social, la igualdad entre hombres y mujeres, la solidaridad entre generaciones y la protecci¨®n de los derechos de los ni?os". El lenguaje del proyecto de Constituci¨®n es un lenguaje de universalidad, que deja claro que su prioridad no es un pueblo, un territorio ni una naci¨®n, sino la raza humana y el planeta en el que vivimos.
Al separar los derechos humanos de la territorialidad, la Uni¨®n Europea se aventura en territorio pol¨ªtico inexplorado, con unas consecuencias de muy largo alcance para el futuro de la raza humana. Hasta ahora, los derechos siempre iban adscritos a una naci¨®n-estado. Pero, mientras los derechos dependan por completo de los caprichos de las entidades pol¨ªticas territoriales, nunca podr¨¢n ser verdaderamente universales. Los ciudadanos de la UE se han convertido en los primeros del mundo cuyos derechos ya no dependen de la naci¨®n-estado, sino que son universales y est¨¢n protegidos por un organismo de gobierno transnacional cuya autoridad sustituye a las prerrogativas de la naci¨®n-estado.
Si hay que resumir lo fundamental de la nueva Constituci¨®n europea, ser¨ªa el compromiso de respetar la diversidad humana, fomentar la inclusi¨®n, promover la calidad de vida, perseguir el desarrollo sostenible y construir una paz permanente. Todos estos valores y objetivos, juntos e inscritos en la Carta de Derechos Fundamentales de la Constituci¨®n, representan el tejido de un sue?o europeo que nace y el inicio de una conciencia global.
Quiero subrayar que el sue?o europeo todav¨ªa es un sue?o, y los sue?os siempre son aspiraciones de un futuro que todav¨ªa no es realidad. Por tanto, lo importante no es si los europeos est¨¢n a la altura del sue?o que se han propuesto. Es evidente que, en muchos detalles cotidianos, sus acciones est¨¢n muy por debajo de sus aspiraciones. Lo importante es que el sue?o europeo es la primera visi¨®n totalmente articulada de una conciencia global y, en este sentido, representa un hito en el pensamiento humano.
La conciencia global es atractiva, pero, reconozco, parece ut¨®pica y fuera de nuestro alcance. Es dif¨ªcil imaginar a cientos de millones de personas unidas en torno a una visi¨®n semejante. Claro que tambi¨¦n la idea de que la gente pod¨ªa agruparse alrededor de los valores democr¨¢ticos y la ideolog¨ªa de la naci¨®n-estado deb¨ªa de parecer fantasiosa e incre¨ªble a finales de la Edad Media.
Aunque es demasiado pronto para decir exactamente hasta qu¨¦ punto tendr¨¢n ¨¦xito los "Estados Unidos" de Europa, en una era en la que nuestros problemas (e identidades) se extienden mucho m¨¢s all¨¢ de las fronteras de los Estados, ning¨²n pa¨ªs podr¨¢ seguir arregl¨¢ndoselas por su cuenta de aqu¨ª a 25 a?os. Los Estados europeos son los primeros en comprender las nuevas realidades de un mundo interdependiente y actuar en consonancia. Otros ir¨¢n detr¨¢s.
Jeremy Rifkin es autor de El sue?o europeo: C¨®mo la visi¨®n europea del futuro est¨¢ eclipsando el sue?o americano (Ediciones Paid¨®s, septiembre de 2004). Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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