Ojos inusitados de sulfato de cobre
A m¨ª me parece que no hay amigos, sino momentos de amistad. Sin embargo, con Juan Villoro no s¨®lo he vivido momentos de amistad, sino que, adem¨¢s, tengo la impresi¨®n de que somos amigos. Aunque a lo que acabo de decir se le puede dar, con tequila, la vuelta y decirlo al rev¨¦s. Le conoc¨ª en un restaurante, en el Massana de Barcelona, a las dos y cuarto de la tarde del 10 de octubre del 91. Le vi entrar por la puerta y observ¨¦ que era muy alto. Cuando poco despu¨¦s, al pedir ri?ones al jerez, el plato m¨¢s universal del restaurante, supe que en M¨¦xico hab¨ªa sido alumno del taller de narrativa de Augusto Monterroso, pens¨¦ en el fuerte contraste entre el alumno y lo que med¨ªa el maestro. Muchos a?os despu¨¦s, frente a un pelot¨®n de ejecuci¨®n de v¨ªboras y otros colegas, alguien quiso ponerle a prueba y le pregunt¨® si era verdad que exist¨ªa Monterroso. Con la agilidad que le caracteriza, respondi¨®: "Lo que pasa es que es muy bajito".
Yo estaba all¨ª y, como buen testigo ocular, me acord¨¦ inmediatamente de lo alto que le hab¨ªa visto aquel d¨ªa cuando le vi entrar en el Massana. Ese d¨ªa, al despedirnos, a las cinco y veinticinco segundos y no s¨¦ cuantas d¨¦cimas de la tarde, me dio un ejemplar de El disparo de Arg¨®n, su primera novela. En la dedicatoria escrita se dec¨ªa: "En la fraternidad de la literatura, la casa para siempre". Creo recordar que me dijo que esa novela del disparo, la primera que escrib¨ªa, la hab¨ªa inspirado la vida, porque cada vez que viajaba a Barcelona, donde hab¨ªa nacido su padre, acababa entrando en la misteriosa cl¨ªnica Barraquer, a cuatro pasos del transparente Massana, donde est¨¢bamos.
La lectura de esa disparada novela, que llev¨¦ a cabo en los d¨ªas siguientes, fue mi primer momento de amistad con Villoro. El testigo, la novela que gan¨® ayer el Herralde, la le¨ª en tres intensas jornadas y de ella recuerdo muchos momentos que parecen "momentitos" (que dir¨ªa Lichtenberg, el rey de los aforismos y al que Villoro tradujo al mexicano), recuerdo ahora, por ejemplo, el extraordinario mon¨®logo paranoico de alguien que sue?a que desvela la verdad de la novela misma, como tambi¨¦n recuerdo la irrupci¨®n inesperada de la muerte sin fin en la oscura y anta?o po¨¦tica provincia, es decir, la aparici¨®n de una fantasmal casa situada en la frontera de los carteles de los narcos de la suave, muy suave patria mexicana.
"Si quer¨¦is que ame todav¨ªa, devolvedme al tiempo del amor. ?Os es posible?", escrib¨ªa Luis Cernuda desde M¨¦xico. El autor de la novela de Villoro, con un serio aplomo, narra una tr¨¢gica met¨¢fora sobre M¨¦xico, y lo hace con la disciplinada serenidad de quien, mientras nos est¨¢ hablando de un Ulises que tras veinte a?os ha emprendido la ardua tarea de volver a su pa¨ªs y a su casa, da se?ales de en realidad haber vivido en esa casa desde siempre. Y es que el libro es un viaje alucinante, que hay que leer despu¨¦s de un disparo de arg¨®n y con ojos inusitados de sulfato de cobre, por utilizar un alejandrino del gran poeta mexicano L¨®pez Velarde, cuya obra es en el fondo el eje central de esta historia de un regreso al tr¨¢gico pa¨ªs de la fiesta, pa¨ªs de la muerte. Una novela que encierra en su interior un p¨¢jaro que dar¨¢ cuerda al mundo, si es que el mundo -como algunos sospechan y otros no- es mexicano.
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