Nuestro infierno en Bagdad
Fueron liberadas el pasado 28 de septiembre, tras tres semanas de cautiverio. Simona Torretta y Simona Pari, las dos cooperantes italianas secuestradas en Irak, relatan, por primera vez y en primera persona, el miedo y la angustia del cautiverio, pero tambi¨¦n la alegr¨ªa con la que decidieron ir a ayudar a un pa¨ªs y a un pueblo a los que a¨²n siguen amando.
Simona Torretta: "Desde el cielo, en el avi¨®n que me lleva de vuelta a Italia, veo Bagdad. Desde arriba parece una ciudad normal, tiene un dise?o reticulado. Alguien que no la conozca, no puede imaginar lo desfigurada que est¨¢. Me entran ganas de llorar; dejo una parte de mi vida, mi trabajo y a los amigos, sin haber podido abrazarles de nuevo. Lo vivo como un exilio, como una emigraci¨®n forzosa. Entiendo que no podr¨¦ volver en mucho tiempo. El secuestro ha sido la ruptura traum¨¢tica de una historia de 10 a?os. Una historia que recapitulo aqu¨ª, por primera vez, tambi¨¦n conmigo misma".
Simona Pari: "En el aeropuerto de Ciampino, en Roma, Simona y yo sonre¨ªmos porque est¨¢bamos libres. El cr¨¦dito de vida que se hab¨ªa acumulado durante todos los d¨ªas del cautiverio, por fin nos hab¨ªa sido devuelto. Est¨¢bamos cargadas de esas ganas de vivir que hab¨ªamos acumulado durante tres semanas enteras. Sonre¨ª y sigo sonriendo por respeto a quienes en este mismo momento est¨¢n sufriendo, en cualquier parte del mundo. He retomado el flujo de mi vida y de las ideas que hab¨ªa dejado 21 d¨ªas antes. ?sta es la narraci¨®n de esos 21 d¨ªas. Y del a?o que los precedi¨®".
Mi Irak, por Simona Torretta
Era 1994 y yo ten¨ªa 19 a?os cuando fui por primera vez a Irak en un viaje de estudios. Esa experiencia me marc¨®. Hasta entonces, la palabra embargo no ten¨ªa para m¨ª ning¨²n significado; ahora, en cambio, la pod¨ªa casar con lo que estaba viendo. En los hospitales, los m¨¦dicos no pod¨ªan tratar a los ni?os con leucemia. Lo que m¨¢s llamaba la atenci¨®n era que los pacientes eran, en su inmensa mayor¨ªa, ni?os nacidos despu¨¦s de la guerra del Golfo de 1991: el famoso s¨ªndrome del Golfo, provocado por el uso de uranio empobrecido durante los bombardeos. Sent¨ª que ten¨ªa una responsabilidad, que me concern¨ªa. Promet¨ª a algunas familias que me encargar¨ªa de que les llegaran medicinas, que me pondr¨ªa manos a la obra.
Dos a?os despu¨¦s me present¨¦ como voluntaria en la asociaci¨®n Un Puente Para? Los puentes unen orillas. Los artilleros intentan derribarlos; nosotros intent¨¢bamos reconstruirlos donde hab¨ªa un aislamiento econ¨®mico profundo. Era poco m¨¢s que una adolescente. A esa edad nos hacemos pocas preguntas, y las respuestas se limitan a lo que conocemos: los ni?os enfermos eran mi pensamiento obsesivo. Sadam Husein deb¨ªa ser derrocado, desde luego, pero ¨¦se era un problema pol¨ªtico. Nuestro trabajo consist¨ªa en estar junto a una poblaci¨®n extenuada. La gente sufr¨ªa, y la presencia de extranjeros les consolaba. Ojal¨¢ hubiera habido entonces todas las ONG que llegaron en 2003. En 1998, en el momento en que Clinton amenazaba con bombardeos, volv¨ª a Bagdad. Visit¨¦ las universidades y las escuelas, entrevist¨¦ a muchos profesores desanimados. En los a?os setenta y ochenta, Irak hab¨ªa alcanzado un nivel de alfabetizaci¨®n muy avanzado respecto a otros pa¨ªses del ¨¢rea. Eran los a?os en que Irak era popular en el mundo que cuenta, y Estados Unidos apoyaba a Sadam en su guerra contra los ayatol¨¢s de Ir¨¢n. Emprend¨ª una investigaci¨®n sobre las bibliotecas universitarias, por lo que me qued¨¦ hasta diciembre, cuando llegaron los bombardeos prometidos. Mis primeros cuatro d¨ªas bajo las bombas.
En aquella ¨¦poca naci¨® el programa para restablecer la relaci¨®n entre las universidades italianas y las iraqu¨ªes. Una de las primeras en responder fue Pav¨ªa. Mi elecci¨®n estaba hecha. Dedicarme por completo a Un Puente Para? Por un sueldo de 1.500 euros realic¨¦ varios proyectos.
No s¨¦ si Irak estaba en mi destino o si todo se debe a la casualidad del primer encuentro. Probablemente habr¨ªa buscado igual una experiencia de este tipo. Ten¨ªa voluntad real de adquirir un conocimiento sobre el terreno, m¨¢s all¨¢ de una ense?anza te¨®rica. Luego me fascin¨® el lugar. Me mov¨ªa un inter¨¦s cultural, adem¨¢s de la necesidad de estar junto a la gente que sufre. Es cierto el dicho que dice que dar beneficia a quien lo hace adem¨¢s de a quien lo recibe. Irak fue para m¨ª un descubrimiento lento. All¨ª hab¨ªa mucho que descubrir, a partir de una dictadura que a mis ojos era silenciosa y no parec¨ªa oprimente. Quer¨ªa saber d¨®nde se escond¨ªa.
Iba y ven¨ªa de Roma a Bagdad. En enero de 2003 llegu¨¦ a Italia cuando ya se sent¨ªan los vientos de guerra. All¨ª la gente ya hac¨ªa acopio de az¨²car, jab¨®n, aceite, harina? Se preparaba para lo peor. En mi coraz¨®n ya hab¨ªa decidido volver a Irak durante la guerra. Me han preguntado y yo misma me he preguntado el porqu¨¦. No tengo respuesta. Me parec¨ªa lo m¨¢s natural: hab¨ªa decidido estar junto a esa poblaci¨®n, en lo bueno y en lo malo.
Los bombardeos hab¨ªan empezado hac¨ªa dos d¨ªas cuando consegu¨ª el visado. No era f¨¢cil llegar. Vol¨¦ a Damasco. Desde all¨ª emprend¨ª el viaje m¨¢s largo de mi vida: 18 horas. En el aeropuerto me esperaba un chico de Ramadi. Qui¨¦n sabe por qu¨¦ canal se hab¨ªa enterado de que hab¨ªa una italiana que quer¨ªa entrar. Me ped¨ªa que le llevara. Las fronteras ya estaban cerradas. Tuvimos que ir hasta el norte de Siria, donde encontramos una frontera informal dirigida por militares que no nos pusieron pegas. En el lado iraqu¨ª no hab¨ªa nadie. Llegamos a Ramadi, y el chico se baj¨®. Estaban bombardeando, pero decid¨ª seguir. Llegamos a la capital acompa?ados por una estela de bombas que ca¨ªan por ambos lados. Me instal¨¦ en el hotel Fanar, donde se hab¨ªan refugiado muchas familias iraqu¨ªes con la convicci¨®n de que era un lugar seguro porque estaban all¨ª los occidentales. Recuerdo a padres que se preocupaban por explicar a los ni?os por qu¨¦ hab¨ªa guerra, y contaban que ellos, los iraqu¨ªes, ganar¨ªan. Por eso, cuando llegaron los estadounidenses, esos ni?os ten¨ªan la mirada triste. Y los padres ten¨ªan que contarles la historia de nuevo. Entre la poblaci¨®n hab¨ªa sentimientos encontrados: por una parte, alegr¨ªa por el final de la dictadura, felicidad porque Sadam ya no estaba; por otra, tristeza por el pa¨ªs ocupado, preocupaci¨®n por el futuro: los iraqu¨ªes son un pueblo digno.
Ya en el mes de mayo, las ONG decidieron construir una coordinaci¨®n alternativa a la estadounidense para realizar intervenciones de forma independiente e imparcial, seg¨²n los principios del derecho humanitario. En agosto se produjo el atentado contra la sede de la ONU que cambi¨® radicalmente el marco. Surgieron grietas en el mecanismo de la ocupaci¨®n, y muchas ONG abandonaron el pa¨ªs.
No se respet¨® ninguna de las promesas sobre el futuro de Irak. La calidad de vida empeor¨® respecto al tiempo del embargo. Faltaba el agua, la gasolina, la electricidad, los servicios b¨¢sicos que deber¨ªan estar garantizados seg¨²n el derecho internacional. El agravamiento de las condiciones de seguridad impide el proceso de reconstrucci¨®n. Las ¨²nicas obras que se emprenden favorecen a las empresas estadounidenses en lugar de a las locales, y, por tanto, el desempleo llega al 60%. La misma Bagdad, una gran capital cultural, est¨¢ irreconocible, desfigurada por la presencia de tanques, muros levantados para proteger edificios considerados de riesgo? Todo esto es el panorama visual de los hombres, las mujeres y sobre todo los ni?os, que, aterrorizados por los cazas, exorcizan todo lo que ven a trav¨¦s de dibujos en los que representan s¨®lo escenas de guerra. A menudo, para definir la situaci¨®n de Irak se usan t¨¦rminos como caos o pantano. Aparte de la ocupaci¨®n est¨¢ la guerra, y el terrorismo. A veces se suman y se confunden. Su uni¨®n hace al pueblo dos veces v¨ªctima.
Decidimos quedarnos por muchos motivos. El riesgo para nuestra integridad aumentaba, pero nos ped¨ªan que nos qued¨¢ramos; nos gusta nuestro trabajo, pensamos que nuestra tarea nos protege.
Mi Irak, por Simona Pari
Llegu¨¦ al Irak ocupado en julio de 2003. Ten¨ªa que quedarme dos meses, pero decid¨ª quedarme. En Bagdad nunca he deseado estar en otro lugar. Viv¨ªa en un pa¨ªs doblegado por 13 a?os de embargo, 30 a?os de guerra y un r¨¦gimen. Irak era un pa¨ªs rico que luego cay¨®. Hace un a?o era un pa¨ªs agotado, con grandes problemas sociales y econ¨®micos; que no necesitaba intervenciones urgentes, sino desarrollo.
Despu¨¦s de la licenciatura en filosof¨ªa hice un curso de posgrado en cooperaci¨®n internacional en Roma y hab¨ªa trabajado tres a?os para una ONG inglesa. Quiz¨¢ no se tenga una visi¨®n clara de cu¨¢l es el trabajo de un agente humanitario. Se trata de gestionar recursos complejos y emprender intervenciones eficaces y sostenibles. Por eso, adem¨¢s de una pasi¨®n natural, se requieren competencias espec¨ªficas. Mi sueldo era de unos 1.500 euros al mes y alojamiento. Ser creadora y realizadora de proyectos fue la salida natural de mis experiencias anteriores. Un largo recorrido con un hilo rojo que lo atraviesa. El deseo de contar, como periodista, me hab¨ªa llevado a Afganist¨¢n, Kosovo, Albania y Montenegro. Al mismo tiempo se hab¨ªa a?adido un deseo de hacer algo. Desde un poco m¨¢s dentro, sufriendo un poco m¨¢s con los dem¨¢s. Para contar tienes que sentir con, participar en lo que ocurre a tu alrededor. Cuando trabajas sobre el terreno y oyes cada d¨ªa mil injusticias no puedes mantener la boca cerrada. Tienes que denunciar. La falta de inter¨¦s por la vida de los dem¨¢s es ignorancia, que se convierte en maldad, porque significa no estar interesados en la verdad. Es la negaci¨®n del conocimiento y la afirmaci¨®n de la ideolog¨ªa. Por mi formaci¨®n, mis consideraciones siempre derivan de los hechos. Laicamente, siempre he intentado entender, y despu¨¦s tener y expresar mis propias opiniones. Esto tambi¨¦n por lo que respecta a Irak: siempre he contado lo que ve¨ªa y conoc¨ªa. Sin ideolog¨ªas.
Mi trabajo se basaba en los derechos humanos y en la implicaci¨®n de la comunidad. La convenci¨®n sobre el derecho del ni?o a la educaci¨®n, el proyecto sobre las mujeres. En la decisi¨®n de nuestras intervenciones siempre han estado implicados los ni?os; los jefes religiosos y tribales; los padres, profesores y miembros de la comunidad. Eran los iraqu¨ªes quienes realizaban nuestras intervenciones con nuestra colaboraci¨®n, pero por medio de sensibilidades culturales y c¨®digos apropiados. No quer¨ªamos exportar o importar nada, s¨®lo facilitar un proceso que nace desde abajo. En el verano de 2003 se sent¨ªa una energ¨ªa fort¨ªsima entre la sociedad: nac¨ªan cientos de asociaciones, organizaciones, peri¨®dicos. Los acontecimientos del a?o siguiente los vivimos en nuestra piel: el deterioro de la situaci¨®n y el vac¨ªo institucional crearon fuertes grietas. Ahora la sociedad civil es retenida como reh¨¦n por la barbarie de la guerra y del terrorismo, que han matado los derechos humanos y los violan a diario. Secuestros, coches bomba, violencias que golpean en primer lugar a los iraqu¨ªes, desarmados. Cada d¨ªa es m¨¢s duro.
Entre las tareas de las ONG est¨¢ la de mejorar las condiciones de vida de la gente, implicar a las comunidades, ense?ar a los analfabetos. Estas actuaciones pueden tener una funci¨®n preventiva del terrorismo, que a menudo extrae su linfa de la miseria y la subcultura. No digo que sea la ¨²nica respuesta. El del terrorismo es un problema complejo que hunde sus ra¨ªces en situaciones econ¨®micas, sociales y pol¨ªticas. Yo, con mi trabajo, intentaba sacar un cubo de agua del mar del terrorismo.
A diario me enfrentaba a situaciones diferentes. Cada ma?ana prepar¨¢bamos con el equipo iraqu¨ª la nota de prensa obtenida de la web de peri¨®dicos internacionales. Luego ven¨ªan los encuentros con jefes de tribu y jeques. Iba a los colegios, a reunirme con asociaciones. Y ten¨ªamos que gestionar problemas log¨ªsticos como en todas las casas del mundo: desde el generador que se rompe hasta el fontanero. Cada d¨ªa iba al mercado. En nuestra casa hab¨ªamos creado un espacio de belleza. Hab¨ªa un jard¨ªn para estar con los vecinos y un tobog¨¢n para Catherine, una ni?a de cuatro a?os, hija del vigilante. Catherine se presentaba todas las tardes, y para m¨ª era una manera de hacer un descanso, despu¨¦s de un d¨ªa en el que ni siquiera com¨ªa.
En m¨¢s de un a?o, nunca he dejado de contar. He seguido colaborando con peri¨®dicos y radios. Muchas veces faltaban palabras para contar Irak. Lo que ha ocurrido y ocurre me paraliza. Cuando est¨¢s all¨ª sufres, es algo que pasa dentro de ti.
Al llegar a Irak me puse a trabajar en un proyecto sobre los derechos de la mujer. En Irak existe una red de emisoras de al menos 60 asociaciones femeninas. Con ellas he visto el paso traum¨¢tico hacia la restricci¨®n de sus libertades. Ahora es dif¨ªcil salir sola, conducir un coche. Muchas se ponen el velo para protegerse. He apoyado sus protestas contra la aprobaci¨®n de una ley del Consejo de Gobierno provisional que quer¨ªa reformar el C¨®digo Civil y basarlo en la religi¨®n. Esta medida habr¨ªa hecho retroceder a Irak, que en los derechos de la mujer ten¨ªa un c¨®digo civil vanguardista para los pa¨ªses ¨¢rabes. Los acontecimientos de Irak (y de Palestina) est¨¢n creando fracturas definitivas. En Irak, una intervenci¨®n unilateral ha violado reglas concretas, sancionadas por el derecho internacional.
Los derechos humanos se pueden violar de muchas formas sin tener que establecer una jerarqu¨ªa: se trata siempre de una violaci¨®n. Y por consiguiente, condeno el terrorismo, que para m¨ª significa abuso de gente armada contra otros seres humanos desarmados; condeno los secuestros. Y condeno los bombardeos sobre civiles. Hemos vivido en nuestra propia piel el deterioro de la seguridad junto a los iraqu¨ªes. Cada d¨ªa son secuestrados en Irak decenas de ni?os, mujeres, hombres. Hay centenares de muertos cada semana. Las primeras v¨ªctimas son ellos, los iraqu¨ªes. Observ¨¢bamos a diario la situaci¨®n a trav¨¦s de la coordinaci¨®n de las ONG en Irak y nuestros contactos sobre el terreno. El asesinato de Enzo Baldoni marc¨® para nosotros la necesidad de hacer valoraciones a¨²n m¨¢s profundas. Enzo era un periodista y cre¨ªa en nuestros valores. El hecho de que se hubiera convertido en un blanco nos planteaba, evidentemente, problemas de reflexi¨®n sobre nuestra presencia. Entonces iniciamos unas comprobaciones con nuestros contactos, institucionales o no, para comprender si nuestras actividades a¨²n eran compatibles con la situaci¨®n. Nuestros contactos hab¨ªan demostrado en el pasado que pod¨ªamos confiar en su valoraci¨®n del riesgo.
El secuestro, por S. Torretta
Con el asesinato de Enzo Baldoni sentimos un verdadero cambio. Empiezo a tener la sensaci¨®n de que soy un blanco, precisamente por ser italiana. Cay¨® una granada en la casa que limita con la nuestra. Nos mov¨ªamos mucho y mantuvimos encuentros al m¨¢s alto nivel. Cuando veo a los ulemas, veo que su percepci¨®n de nuestro trabajo es distinta de lo que cre¨ªa. No ten¨ªan una percepci¨®n clara de qui¨¦nes ¨¦ramos y qu¨¦ hac¨ªamos. No nosotros solos, sino las asociaciones humanitarias en general. Explicamos todo, salimos con la positiva petici¨®n de que sigui¨¦ramos en contacto. Al d¨ªa siguiente, el secuestro.
Es la tarde del 7 de septiembre. Estoy en la oficina trabajando en la contabilidad. Voy hacia Hanan, una colaboradora, cuando oigo que lanza una exclamaci¨®n de miedo. Veo a unos hombres armados entrar en la casa a cara descubierta. Apuntan contra nosotras, hacen gestos para indicar que salgamos. Me da tiempo a volver atr¨¢s, entrar en la habitaci¨®n donde estaba Simona. De forma inconsciente, quer¨ªa protegerla. No tuve tiempo, s¨®lo pude decir: "Han llegado ellos". Ellos entran y nos sacan. Fuera hay uno de civil que controla las entradas y salidas. No sabr¨ªa describirlo; ni a ¨¦l, ni a ninguno. No eran los mismos que nos tuvieron secuestradas.
Intento comprender si son criminales dispuestos a matarnos enseguida o si hay margen para negociar. Al entrar al coche digo: "Salam" (paz), aunque me han ordenado que me calle. Es una forma de establecer una relaci¨®n. Ellos contestan: "Salam".
Me siento responsable. Simona est¨¢ junto a m¨ª. Detr¨¢s, Mahnaz. Y Raad en el otro coche. Me pregunto por qu¨¦ no hemos dejado el pa¨ªs, por qu¨¦ esa tarde no hemos ido a hacer la compra. Luego pienso en mi padre, muerto hace un a?o. Le pido que nos proteja. Igual que se lo pido a Enzo Baldoni. El coche est¨¢ lleno de armas. El hombre que est¨¢ a mi lado aparta las granadas del suelo para que pueda apoyar los pies. Estoy muy asustada, mi vida ya no es m¨ªa. Alguien se ha arrogado el derecho a decidir por nosotras. Siento impotencia. Pero sabes que tambi¨¦n depende de ti. Si te dicen que hagas algo, tienes que obedecer. Se trata de un secuestro.
Llegamos a un lugar. Nos meten en una habitaci¨®n de mamposter¨ªa, sin puertas ni ventanas, de cara a la pared. Desde entonces, y hasta la liberaci¨®n, no volver¨¦ a ver a Mahnaz y Raad. Me doy cuenta de que s¨®lo ha quedado Simona. Nos miramos. Son miradas perdidas que buscan una explicaci¨®n. Nos vendan los ojos y nos tapan la boca con esparadrapo. Me atan las manos a la espalda. Es la anulaci¨®n de mi naturaleza f¨ªsica.
Salimos de nuevo en coche hacia el que ser¨¢ el destino final, el ¨²nico lugar de cautiverio. Hace calor, me cuesta respirar. No llegamos nunca y temo que nos est¨¦n llevando fuera de Irak, a Arabia Saud¨ª. Que desapareceremos, que nos vender¨¢n. En cambio, llegamos a la base. Me desatan y noto una sensaci¨®n de alivio. Empieza un interrogatorio. Me eligen porque saben que soy la responsable. Estoy sentada en una butaca. El que hace las preguntas est¨¢ delante y tiene al lado a una int¨¦rprete.
El viaje me ha atontado. Estoy en un estado de gran resignaci¨®n interior. Con gran dificultad, me pongo en la ¨®ptica de aceptar incluso una posible muerte. Pienso en mi madre, en mis hermanas, en el futuro que dejo. Considero injusto no poder gozar m¨¢s de las bellezas de la vida, soy demasiado joven para irme y dejo algo sin terminar. Empieza, pues, el interrogatorio y le sigue una especie de fatalismo. Acompa?ado por un sentido de la responsabilidad por m¨ª misma y por los dem¨¢s secuestrados: mis respuestas pueden tener un peso determinante. Explico qui¨¦nes somos y qu¨¦ hacemos, de qu¨¦ lado nos hemos puesto en la guerra, cu¨¢ntos recursos y energ¨ªa hemos gastado por Irak. Intuyo que no tienen ni idea de qui¨¦nes somos y qu¨¦ hacemos en Bagdad. Su objetivo era tener en sus manos a dos italianas. El primer interrogatorio fue muy violento. Hicieron preguntas concretas y quer¨ªan respuestas concretas. Un s¨ª o un no. Al final, uno me pone un cuchillo en el cuello diciendo: "Si no dices la verdad te matamos". Cuando acaba me siento agotada. No s¨¦ cu¨¢nto tiempo ha pasado. Me dicen que duerma. Se lo dicen tambi¨¦n a Simona, y me doy cuenta de que ella tambi¨¦n est¨¢ en la habitaci¨®n, pero no la puedo ver.
Duermo unas horas. Me despierto porque me duelen los ojos, las vendas empiezan a hacerme da?o y el algod¨®n que hay debajo se me ha metido en los ojos. No pido que me las quiten. No me atrevo ni siquiera a llamar a Simona.
El segundo d¨ªa, el tono es m¨¢s tranquilo. Me preguntan si tengo necesidad de ir al ba?o. Te aferras a cualquier cosa con la esperanza de encontrar un gesto amistoso. Advierto su intenci¨®n de explicar el porqu¨¦ del secuestro. Hablan de sus hermanos y hermanas encarcelados, de su deseo de liberarles. Han sufrido violaciones y perdido el concepto del l¨ªmite entre el bien y el mal. Es gente destinada a morir por una u otra causa. Y esta determinaci¨®n me da m¨¢s miedo a¨²n. El miedo a morir siempre ha estado presente, en todo momento, como una sombra oscura.
He excluido enseguida la pesadilla de que estuvi¨¦ramos en manos de grupos de Al Zarqawi: en ese caso habr¨ªan podido decapitarnos. En el apartamento no hay muchas armas. Se preocupan de que est¨¦ limpio, de forma que no nos traumaticemos. O por lo menos ¨¦sa es mi hip¨®tesis. Se presentan como religiosos salaf¨ªes, el grupo que se remonta al islam original. Son iraqu¨ªes. Y son religiosos; por tanto, no pueden hacer da?o a las mujeres. Es lo que me repito para convencerme a m¨ª misma.
Despu¨¦s de los primeros d¨ªas nos quitan las vendas, nos dan vestidos y un velo. Nos llevan alimentos frescos. Se preocupan de no hacer gestos que vayan en contra de su moral. No nos tocan. Cuando entran en la habitaci¨®n, sencillamente debemos bajar la mirada: s¨®lo les veo los pies.
Simona y yo por fin podemos hablar. Llegamos a bromear. Es una forma de animarnos. La hago re¨ªr cont¨¢ndole que en cuanto me liberen quiero escribir un Manual del buen reh¨¦n. Subt¨ªtulo: C¨®mo sobrevivir en condiciones de restricci¨®n. Simona menciona la posibilidad de un secuestro largo, de a?os. Respondo que entonces debemos dar un giro a nuestro estado. Quiz¨¢ nos casemos y fundemos una familia. Desdramatizar es sano; si la muerte llega ma?ana, al menos hemos pasado un momento de serenidad. En estas condiciones se aprecian las cosas sencillas, adquieren un valor alt¨ªsimo: te dan un respiro, fuerza. Hay que mantener el control mental, no abandonarse a la desesperaci¨®n. Tienes que luchar. Y luchamos con los medios de que disponemos: car¨¢cter y optimismo. Simona inventa historias extra?as. Yo sue?o, lo que rara vez me pasa. Tuve tres veces el mismo sue?o. Visito un mundo encantado, una ciudad que es Bagdad. Voy a descubrir un teatro griego, un templo romano que no est¨¢n en ruinas, sino intactos. Inicio un viaje hacia atr¨¢s en el tiempo. Unas personas amables me hacen de gu¨ªas. Probablemente necesito esas visiones para afrontar el despertar.
Las relaciones con los secuestradores mejoran poco a poco. Sobre todo con el jefe. Condena las acciones de cierto terrorismo que, afirma, est¨¢ arruinando la imagen de la resistencia. Probablemente se incluye a s¨ª mismo en la categor¨ªa de resistencia. No es que quiera saber nuestra opini¨®n, son s¨®lo mon¨®logos. No conozco la finalidad de estas conversaciones, por lo que me cuido bien de estimularle o contestarle. En realidad, hay una pregunta que siempre estoy a punto de hacer: se refiere a la suerte de nuestros colaboradores iraqu¨ªes. Pero lo considero un riesgo demasiado grande para nosotras y tambi¨¦n para ellos. El pensamiento de su suerte siempre me acompa?¨®.
Deb¨ªa de haber pasado una semana cuando subi¨® de nuevo la tensi¨®n; un momento terrible, de un enorme riesgo. Vuelven las amenazas, nos dicen que nos van a matar. Creo que est¨¢ relacionado con una situaci¨®n que no conocemos, con una posible operaci¨®n militar. Tememos que los estadounidenses puedan atacar la zona y que esto lleve a nuestra eliminaci¨®n. Ya no habr¨¢ m¨¢s amenazas. Una ma?ana nos dicen que nos vistamos porque nos tenemos que ir. Siento un aire de optimismo. S¨ª, me digo, es la liberaci¨®n. Pero tengo una sensaci¨®n ambivalente. Le hab¨ªa confiado a Simona que tem¨ªa ese momento porque algo pod¨ªa torcerse. Y adem¨¢s hay una dificultad psicol¨®gica: dejas un lugar maldito porque es tu prisi¨®n, pero ya te es familiar y all¨ª te has construido algunas certezas. Veo poco porque llevo un velo. Me doy cuenta de la presencia de Mahnaz y Raad, y soy feliz. Nos tocamos, gestos de cercan¨ªa y solidaridad. En ese viaje nos regalan un libro en 12 tomos: la ex¨¦gesis del Cor¨¢n. Y nos piden perd¨®n. Es un momento importante. Desde luego, en mi interior no les he perdonado: violentaron mi vida, me quitaron el derecho a la autodeterminaci¨®n. Pero eso me pareci¨® un acto de reparaci¨®n: como si reconocieran el error cometido. Creo que lo que les convenci¨® fue la enorme movilizaci¨®n por nuestra liberaci¨®n. Me parece significativo que la gente desfilara no s¨®lo en Italia, sino en Bagdad.
Bajamos del coche. Maurizio Scelli, comisario de la Cruz Roja, avanza hacia nosotros. Hay otras personas alrededor y un hombre con una c¨¢mara. Todav¨ªa no he visto esas im¨¢genes, s¨®lo fotograf¨ªas. Me prometo que lo har¨¦, con calma. All¨ª no me doy cuenta enseguida de que es el esperado momento de la liberaci¨®n. Hay algo que no es de fiar, puede haber trampa. Y hay un hombre que no conozco con una pistola.
Scelli nos abraza, nos tranquiliza, pero nosotras a¨²n estamos trastornadas. Subimos a un coche, luego bajamos y cogemos un taxi hacia el aeropuerto. A¨²n hay tensi¨®n; el camino, ya se sabe, es muy peligroso. Incluso dentro de la base estadounidense hay cierto nerviosismo, hasta que vemos a unos amables italianos que nos meten en el avi¨®n. Eso es, aqu¨ª realmente acaba la pesadilla. Intentamos en vano llamar a las familias. Pero hablo con Silvio Berlusconi. Le doy las gracias, igual que enseguida doy las gracias a todos los que se han desvivido por nosotros. Estamos volando. Scelli nos cuenta c¨®mo ha conseguido que nos liberen. Muchos sostienen que se ha pagado un rescate: nunca hemos tenido sospechas o confirmaci¨®n. Tengo muchas ganas de volver a abrazar a mi madre, Annamaria.
Mi pensamiento va a los otros rehenes. A Quatrocchi, a Baldoni. A todos los iraqu¨ªes que a diario son secuestrados y sufren una doble privaci¨®n: la guerra y el secuestro. Me siento una superviviente. Con un viaje rapid¨ªsimo, llego a Italia con el mismo vestido y velo del cautiverio. Me cuesta quitarme esos elementos protectores. He necesitado tiempo para alejarme de esa condici¨®n y recobrar mi libertad. Porque libertad no significa s¨®lo ser liberada f¨ªsicamente, sino que es una conquista interior.
El secuestro, por S. Pari
Simona llega p¨¢lida, tensa. Me dice: "Han llegado ellos". Le pregunt¨¦: "?Ellos, qui¨¦nes?". Ella dijo: "Simo, ellos". Evidentemente, hab¨ªa una imposibilidad ling¨¹¨ªstica para definirlos. Porque en ese momento, ellos s¨®lo eran algo extra?o y amenazador, desconocido. Hab¨ªa una gran discordancia entre el lugar, nuestra casa, y sus im¨¢genes de hombres armados. Una violaci¨®n ¨ªntima, porque toca algo de tu ¨¢mbito dom¨¦stico, hecho de experiencia, costumbres, calor. Entr¨® un hombre a cara descubierta con un arma. Hablaba ¨¢rabe, entend¨ª que deb¨ªa seguirle. Les pregunta el nombre a todos. Me cogen a m¨ª, a Simona, a Raad y a Mahnaz. Lo primero que hice nada m¨¢s subir al coche con Simona fue cogerle la mano. Ella me la estrech¨® con fuerza. ?bamos hacia lo desconocido, y nuestras manos eran el ¨²ltimo asidero. Nos dijeron que mantuvi¨¦ramos la cabeza agachada. Lo que me quedar¨¢ siempre bajo la piel es el fort¨ªsimo olor a armas del coche. Un olor a muerte. Punzante.
Llegamos a una casa, nos vendan con esparadrapo. En esas condiciones s¨®lo puedes confiar en los ruidos. Y cada ruido se convierte en algo terrible. Tuve miedo de perder a Simona y segu¨ª busc¨¢ndola no ya con la mirada, sino con los sentidos. No pod¨ªa hablar; lo ¨²nico que importaba era que estuviera, que existiese. Llegamos a la prisi¨®n. Nos mandan sentar. Siento la presencia de muchas personas. Oigo que interrogan a Simona. Le preguntan por los proyectos, por nuestro trabajo. Al final del interrogatorio dijo: "No hemos hecho nada malo, hemos ayudado a los iraqu¨ªes". Nos mandaron tumbar y nos dijeron que durmi¨¦ramos. Estaba en vela, daba vueltas, luego un sue?o agitado.
A la ma?ana siguiente me llamaron, me llevaron a otra habitaci¨®n y me interrogaron. Uno hac¨ªa preguntas, otro las traduc¨ªa al ingl¨¦s. Respond¨ª sobre nuestros proyectos. Fue el interrogatorio m¨¢s estructurado. Las otras veces no ten¨ªa forma. Hablaban de la violaci¨®n de civiles, de sus mujeres y sus ni?os asesinados, de Abu Ghraib. Dije que siempre hab¨ªamos denunciado todas las violencias a las que se refer¨ªan.
Nos llevaban mucha comida: carne, pollo, kebab. Despu¨¦s de algunos d¨ªas nos dijeron que nos quit¨¢ramos la venda. Nos dieron los vestidos que llev¨¢bamos en el aeropuerto: los vestidos de nuestro cautiverio. Luego un velo, jab¨®n, pasta de dientes. Siento alivio y por fin veo a Simona. Veo tambi¨¦n mi celda: dos colchonetas y una ventana muy arriba. Cada vez que o¨ªamos que llegaban, ten¨ªamos que bajar la mirada.
Los primeros d¨ªas, terribles, estuvieron marcados por los interrogatorios. Respond¨ªa a las preguntas, orgullosa del trabajo que hab¨ªa hecho y en el que hab¨ªa cre¨ªdo. Ten¨ªa la fuerza de quien pod¨ªa permitirse decir la verdad. Los d¨ªas se transformaron luego en interminables minutos de angustia. Estaba en un precipicio y no ten¨ªa elecci¨®n. Ten¨ªa que buscar una respuesta dentro de m¨ª, recortarme un rinc¨®n de belleza. Nunca me pregunt¨¦: ?por qu¨¦ no estar¨ªa en otro lado? Estaba en Irak por propia elecci¨®n, lo que sigui¨® formaba parte de esa elecci¨®n. Eso me dio fuerza para soportar lo que estaba viviendo. Y sin embargo, el miedo siempre estaba all¨ª. Entonces pens¨¦ en el teatro, que siempre ha sido mi refugio. Me invent¨¦ historias con personajes fuertes que aceptan el destino, pero no sucumben. Pensaba en los lugares en los que me hab¨ªa sentido bien: Santarcangelo de Roma, Cisternino. Dese¨¦ papel y pluma para contar algo, dejar un pedazo de m¨ª junto a esas historias. El miedo mayor era que nos separaran, no saber qu¨¦ le ocurrir¨ªa a Simona. El miedo era la puerta que se abr¨ªa: cada vez pod¨ªa ser portadora de cambios. En tu capullo carente de libertad que es la prisi¨®n intentas entender en cada signo si traer¨¢ un cambio. Esa habitaci¨®n es un mundo ficticio donde est¨¢s s¨®lo t¨² y no sabes nada. El que te alimenta podr¨ªa ser tu verdugo, y ah¨ª se esconde el gran chantaje: banalidad y brutalidad se confunden.
El secuestro viola los derechos humanos b¨¢sicos, de la supervivencia a la libertad. Esto nunca me lo negu¨¦ a m¨ª misma, ni siquiera all¨ª dentro. En todo caso, siempre he buscado una explicaci¨®n a lo que me ha ocurrido. El secuestro es la confiscaci¨®n de la vida de un individuo por parte de otro. Para sobrevivir a nuestro cautiverio nos recortaban peque?os momentos de libertad, como hablar entre nosotras de cosas absolutamente nuestras. Era como refugiarse en peque?as grietas de la realidad, c¨¢lidas y envolventes. Simona y yo ya ¨¦ramos amigas; durante el secuestro hemos aprendido a comunicarnos hasta con los silencios. La amistad nos ha salvado de las interminables horas de cautiverio, ahora es un ant¨ªdoto y un b¨¢lsamo para el dolor. Es fuerza pura.
?Qu¨¦ es la falta de libertad? Es una sensaci¨®n f¨ªsica de fragilidad, la imposibilidad de protegerte a ti misma a trav¨¦s de tus ideas, de un muro, una membrana. Est¨¢s completamente a merced de los acontecimientos. Pod¨ªan matarnos nuestros carceleros o morir a consecuencia de una operaci¨®n militar.
El tiempo lo marcaban las comidas. Desde el primer d¨ªa me impuse una disciplina. Cada ma?ana, al despertar, deb¨ªa recordar la fecha. Para no perder el sentido del tiempo, para no perderme definitivamente. Era una forma de anclarme a la realidad. En ese lugar, un segundo puede durar a?os, y un d¨ªa, un segundo. Ten¨ªa presente que nuestro secuestro habr¨ªa podido durar mucho. Pens¨¦ en los secuestros en L¨ªbano en los a?os ochenta. Es m¨¢s, un d¨ªa, bromeando, le dije a Simona: "Torretta, si no nos matan prep¨¢rate: podr¨ªamos estar aqu¨ª incluso diez a?os". Ironizar entre nosotras era una forma de ahuyentar el miedo. El miedo era una sensaci¨®n f¨ªsica. Por una parte, cuando est¨¢s all¨ª ya no sientes tu cuerpo, ya no tiene forma. Intentaba anticipar en mi mente las sensaciones de una violencia que habr¨ªa podido sufrir. Desde el primero al ¨²ltimo d¨ªa tuve miedo de morir.
En un momento lleg¨® el cambio. Nos hicieron poner un abrigo, el que usan las mujeres para salir de casa, y el velo negro, los guantes. En el coche nos dijeron: "Perdonadnos si os hemos hecho esto, sentimos que teng¨¢is que interrumpir vuestro trabajo aqu¨ª". En ese momento no pod¨ªa creer en nada, no sab¨ªa lo que habr¨ªa pasado. Estaba por primera vez al aire libre. Mi velo era mi ¨²nica protecci¨®n. O¨ª que me dec¨ªan: "Qu¨ªtatelo". Dud¨¦. Esa membrana era mi ¨²ltimo refugio.
Nada m¨¢s subir al avi¨®n pregunt¨¦ a Maurizio Scelli por mis padres, lo que me hab¨ªa preguntado durante 21 d¨ªas. Tambi¨¦n le pregunt¨¦ por los rehenes franceses, secuestrados poco antes que nosotras. En el aeropuerto, a pesar de que hab¨ªa centenares de personas, Simona y yo nos cogimos de la mano. Est¨¢bamos de nuevo, como siempre, ella y yo. Sonre¨ªmos porque est¨¢bamos libres. Probablemente nuestra alegr¨ªa ha dado un vuelco, sin ser conscientes, al estereotipo de la v¨ªctima.
He sido yo misma, como siempre, tambi¨¦n en los d¨ªas siguientes. Quiz¨¢ el hecho de que no hubi¨¦ramos cambiado se ha vivido como una traici¨®n. Nosotras, sencillamente, hemos retomado el flujo de nuestra vida y nuestras ideas, que hab¨ªamos dejado 21 d¨ªas antes. Esto no significa que no sienta una profunda gratitud hacia todos los que se han empe?ado en lograr nuestra liberaci¨®n.
En pocas horas pasamos del aislamiento de la prisi¨®n a la exposici¨®n medi¨¢tica. Desde que he sido liberada tengo cada vez m¨¢s clara la importancia de contar, denunciar, como una forma de dar voz a quien no la tiene. Ahora que he experimentado esta violaci¨®n en mi piel estoy cada vez m¨¢s convencida de que el mundo no s¨®lo est¨¢ lleno de v¨ªctimas, sino que la mayor parte de ellas, adem¨¢s de vivir la falta de sus derechos fundamentales, como la libertad y a veces la vida, no tiene posibilidad de contar las violaciones que ha sufrido.
A menudo, Irak, en la percepci¨®n de la gente, es un lugar inm¨®vil, sin vida. Irak, en cambio, es muchas cosas. Contar la guerra es dif¨ªcil. Las im¨¢genes de la guerra corren el riesgo de resultar as¨¦pticas. Con nuestra historia, el espect¨¢culo del "dolor de los otros" se ha transformado en el espect¨¢culo del dolor de todos. Alguien me escribi¨®: "Hasta que vuestra historia no me mostr¨® que existen iraqu¨ªes que sufren, pensaba que Irak era un problema que hab¨ªa que eliminar. Quiz¨¢ con una bomba que lo arrasara. Ahora he aprendido cu¨¢nto sufrimiento hay en una guerra".
Cada d¨ªa convivo con estas contradicciones. Yo he sobrevivido. ?Por qu¨¦? ?Por qu¨¦ han muerto tantos otros secuestrados? Es un alfiler que a veces se convierte en una losa. Quiz¨¢ siento cierto sentido de culpa. Sigo haci¨¦ndome preguntas. Pero a¨²n no he encontrado respuestas. No, no volver¨¦ a Irak en breve. Pero por lo menos no me quit¨¦is el sue?o de poder hacerlo un d¨ªa. Quiz¨¢ cuando Irak sea un pa¨ªs que haya recobrado la paz.
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