La memoria de la tortura
Michelle Bachelet, la m¨¢s probable pr¨®xima presidenta de Chile, de acuerdo a las encuestas, se encontraba con frecuencia, en el ascensor del edificio de Santiago donde viv¨ªa, con el que fue su torturador. El hombre se miraba la punta de los zapatos mientras duraba el ascenso o descenso en la caja del ascensor, y ella buscaba su mirada para demostrarse a s¨ª misma que ya no le ten¨ªa miedo. El asunto parece el argumento de una obra de teatro, como La muerte y la doncella, de Ariel Dorfman. Pero no, no es ning¨²n invento; es parte de la realidad esquizofr¨¦nica y a la vez integrada que el Chile de hoy hered¨®.
El presidente Ricardo Lagos ha recibido hace poco, de manos del obispo Sergio Valech, presidente de la Comisi¨®n Nacional sobre Prisi¨®n Pol¨ªtica y Tortura, un grueso legajo. El tomo contiene un panorama sobre el ejercicio de la violencia institucional en Chile y las declaraciones de m¨¢s de 35.000 personas que fueron torturadas por las fuerzas armadas, la polic¨ªa, o los organismos de inteligencia de Pinochet durante su dictadura. Al recibirlo, Lagos ha dicho que se siente orgulloso del modo en que Chile est¨¢ enfrentando su pasado, yendo mucho m¨¢s all¨¢ de lo que otros pa¨ªses en circunstancias similares han hecho.
El 'informe Valech' contiene declaraciones de 35.000 torturados en la dictadura de Pinochet
Podr¨ªa parecer una afirmaci¨®n de orgullo nacionalista -en un asunto en el que poco o nada hay de qu¨¦ enorgullecerse-, pero Lagos sabe de lo que habla. Entre los pa¨ªses en procesos de transici¨®n a la democracia, luego de periodos dictatoriales, son varios los que decidieron enfrentar su pasado mediante el mecanismo de Comisiones de Verdad y Reconciliaci¨®n. El caso surafricano, con la comisi¨®n presidida por el obispo Desmond Tutu, o el caso argentino con la comisi¨®n encabezada por Ernesto S¨¢bato, son los m¨¢s recordados. Chile tambi¨¦n hizo lo propio creando, a poco de retornada la democracia, la Comisi¨®n Rettig -por el nombre de un jurista de prestigio un¨¢nime-. La Comisi¨®n se aboc¨® al estudio de las violaciones de derechos humanos que tuvieron como resultado la muerte o desaparici¨®n de personas estableciendo 3.197 de esos casos (de ellos, un tercio son desaparecidos).
El objetivo de estas comisiones elude a veces la comprensi¨®n de quienes nos observan desde democracias estables, con Estados de derecho que no han sido sometidos a pruebas extremas en mucho tiempo. ?Por qu¨¦ no se lleva simplemente a los tribunales a los responsables de estas atrocidades? ?C¨®mo fue posible que -en el caso surafricano- el criminal que accedi¨® a declarar ante esa comisi¨®n vio garantizada su impunidad?
Pero es que se trataba de otra cosa. Se trataba de dar un primer paso imprescindible: restablecer la memoria. Se trataba de transformar en hecho hist¨®rico los rumores fantasmales acerca de esos abusos, respecto de los cuales la mayor¨ªa de la poblaci¨®n -para empezar- no se pon¨ªa de acuerdo ni siquiera en su existencia. La primera derrota que hab¨ªa que infligirle al legado de la dictadura era recuperar del limbo la historia que nos hab¨ªa escamoteado. El caso de los desaparecidos era desde luego el m¨¢s grave, por simb¨®lico, de ese escamoteo. Toda una estrategia antihist¨®rica yac¨ªa en los entierros an¨®nimos, en los fondos marinos o de volcanes, donde fueron arrojados los cad¨¢veres de modo que no pudieran formar parte de la historia. Rescatarlos para la memoria colectiva era una manera indispensable de anular la herencia antihist¨®rica que dejaban esos reg¨ªmenes.
Si fue dif¨ªcil afrontar el tema de los muertos y desaparecidos y recuperarlos para la historia de cada pa¨ªs, m¨¢s dif¨ªcil ha sido enfrentarse a la herencia de la tortura. El torturado sigue vivo y es alguien que lleva un desaparecido en s¨ª mismo. El torturado rara vez quiere o puede hablar de lo que le ocurri¨®. La experiencia de la degradaci¨®n, de la humillaci¨®n extrema, es demasiado fuerte. Muchos de ellos han hecho largos procesos personales para conseguir olvidar. Nadie puede, por otra parte, reprochar ese olvido terap¨¦utico. Es f¨¢cil para quien no se ha escuchado a s¨ª mismo aullar como un perro, instruir al afectado sobre sus deberes de recordar y testimoniar. Es f¨¢cil pasar por alto que, en el centro del agujero negro de la tortura, est¨¢ la m¨¢s humillante y lacerante de las derrotas: salvo unos pocos casos que merecen el calificativo de heroicos y sobrehumanos, la mayor¨ªa de los torturados confes¨®, "cant¨®", delat¨®. Cuando no hab¨ªa a qui¨¦n, se delat¨® a cualquiera, a un inocente, con tal de que dejaran de hacerle "eso" (muchos se quiebran a la hora de s¨®lo nombrar lo que les hac¨ªan). La tortura tiene ese coraz¨®n negro: el verdugo asocia a la v¨ªctima a su propia abyecci¨®n, forz¨¢ndola a decirle lo que quiere o¨ªr (lo que el otro jam¨¢s habr¨ªa querido o¨ªr). Creando as¨ª la m¨¢s nauseabunda de las complicidades: son dos los que no quieren hablar de ese pasado.
El presidente Ricardo Lagos tiene raz¨®n al sentirse orgulloso, pues ning¨²n otro pa¨ªs, en circunstancias equivalentes, ha afrontado de manera tan espec¨ªfica esta tarea de recordar el dolor de la tortura, como lo est¨¢ haciendo Chile. M¨¢s de 35.000 chilenos, voluntariamente, accedieron a presentarse ante la Comisi¨®n, y hablar de lo que los hiere, de lo que los desvela hasta el d¨ªa de hoy, de lo que muchas veces los incapacita f¨ªsicamente. Aqu¨ª no se trata de herederos de las v¨ªctimas, de deudos clamando justicia. Se trata de personas que llevan en su propia carne las cicatrices, y en su conciencia el trauma. Y que se han presentado ante perfectos extra?os para relatar lo m¨¢s ¨ªntimo de sus humillaciones.
Uno de los dramas -entre los muchos que afectan a los pa¨ªses hispanoamericanos- es nuestra falta de memoria hist¨®rica, nuestra amnesia, que nos arrastra a darnos de frente con los mismos monstruos renacidos cada cierto tiempo -caudillos de ayer y de siempre, dictadores de anta?o, populismos de hoga?o-. El efecto de este informe sobre el futuro de la democracia en Chile no puede ser calculado. Pero ya empieza a avizorarse tan importante como el cacareado milagro econ¨®mico chileno. En efecto, este informe invierte recursos preciosos en la memoria profunda del pa¨ªs, que es el capital cultural m¨¢s delicado y dif¨ªcil de acumular que tiene una naci¨®n. El general Cheyre, comandante en jefe del Ej¨¦rcito chileno, un militar con visi¨®n estrat¨¦gica poco com¨²n, ya ha visto las consecuencias y un d¨ªa antes de que se entregara el informe, decidi¨® hacer un mea culpa reconociendo, por primera vez, que el Ej¨¦rcito, como instituci¨®n, hab¨ªa violado los derechos humanos y que esto no deb¨ªa, nunca m¨¢s, repetirse.
Michelle Bachelet es hija de un coronel de aviaci¨®n que fue leal a Allende y que por eso fue torturado hasta la muerte. Ella misma fue torturada, cuando ten¨ªa veinte a?os. Hasta ahora s¨®lo pod¨ªamos imaginar lo que ocurr¨ªa en su conciencia, cuando entraba al ascensor de su edificio y se encontraba con su torturador. Con este informe empezamos a saberlo: ella recordaba, a solas. De ahora en adelante, su soledad no ser¨¢ tanta. De ahora en adelante, miles de chilenos, todo un pa¨ªs, estar¨¢n recordando con ella.
Carlos Franz es escritor chileno. Autor, entre otros libros, de la novela El lugar donde estuvo el Para¨ªso.
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