Ernest Lluch y el vasquismo a la catalana
Considera el autor que el mensaje c¨ªvico y pactista de Ernest Lluch tiene hoy una renovada vigencia en el Pa¨ªs Vasco.
Se cumplen cuatro a?os del asesinato de Ernest Lluch y su mensaje sigue siendo cada vez m¨¢s relevante en el devenir de la sociedad vasca. El profesor y pol¨ªtico catal¨¢n nos lleg¨® a conocer muy bien, primero como entusiasta del paisaje y de las delicias del Pa¨ªs Vasco, luego acerc¨¢ndose paulatinamente a su gente y, definitivamente, llegando a ser "extranjero sin serlo", como le gustaba decir, parafraseando a un pensador de la Ilustraci¨®n muy querido por ¨¦l, hasta convertirse en el donostiarra adoptivo que, en lugar de sustraerse c¨®modamente a los problemas de sus conciudadanos, se hizo preguntas, se arremang¨® hasta los codos y se implic¨® en el drama humano de esta tierra.
Quienes quisimos y recordamos a Lluch, en lugar de seguir haci¨¦ndonos la pregunta sin respuesta de por qu¨¦ le mataron, volvemos a centrar nuestra mayor atenci¨®n en lo que hoy significa su figura. Efectivamente, a modo de recompensa de los inocentes, conforme pasan los a?os, el amaine de la tempestad de los sentimientos va dejando paso a una mayor serenidad y a una afirmaci¨®n de las convicciones que definen su mensaje social y pol¨ªtico. Lluch fue un eminente seguidor de esa escuela invisible de intelectuales europeos, a la que pertenecieron, por ejemplo, F. Venturi, N. Bobbio o A. O. Hirschman, y a la que atribu¨ªa la m¨¢xima responsabilidad en la extensi¨®n de la telara?a del pensamiento democr¨¢tico y reformista durante la segunda mitad del siglo XX. Un pensamiento que era en s¨ª mismo un soplo de aire fresco en una tierra castigada por la violencia totalitaria y cuya trascendencia no hizo sino crecer a medida que transcurri¨® la d¨¦cada de los noventa y la pol¨ªtica vasca se anclaba, de una manera obsesiva y paralizante, en la causa identitaria. En este contexto resultaba especialmente apropiado un ideario no s¨®lo pacificador, sino tambi¨¦n caracterizado por preconizar reformas graduales y posibilistas, poco dogm¨¢tico -Lluch se adher¨ªa a un socialismo abierto al liberalismo- y, sobre todo, c¨ªvico e integrador, lo cual, en el caso vasco, se traduc¨ªa en el respeto a la tradicional pol¨ªtica pactista.
El profesor y pol¨ªtico catal¨¢n nos lleg¨® a conocer muy bien y se implic¨® en el drama humano de esta tierra
Su pensamiento era en s¨ª mismo un soplo de aire fresco en una tierra castigada por la violencia totalitaria
Igualmente decidida fue la apuesta de Lluch por una Espa?a territorialmente plural y descentralizada. Esta cuesti¨®n le llev¨® a aproximarse al nacionalismo vasco, pero, a diferencia de ¨¦ste, sin cuestionar Espa?a. Su deseo era que las nacionalidades hist¨®ricas se comprometieran sin complejos en una reestructuraci¨®n profunda del Estado. El objetivo de la misma era claro: lograr que las diferentes sensibilidades culturales y nacionales, en lugar de enfrentarse, se transformaran en un instrumento de tolerancia. En esta direcci¨®n, la mente de historiador de Lluch le hizo sentirse especialmente cercano a la Espa?a compuesta de los Austrias y a sus ep¨ªgonos austracistas, a cuyo estudio dedic¨® los ¨²ltimos a?os de su vida. A sus ojos, esa Espa?a de ra¨ªz diversa, aparentemente desvanecida, hab¨ªa permanecido larvada y se hab¨ªa manifestado siempre que las libertades p¨²blicas lo hab¨ªan permitido. La Constituci¨®n de 1978 no hac¨ªa sino refrendar esta visi¨®n, en cuanto que supon¨ªa la cristalizaci¨®n de esa vieja manera de ver Espa?a y, al mismo tiempo, era un magn¨ªfico marco, en s¨ª mismo perfectible, para avanzar de forma gradual y consensuada hacia una posici¨®n satisfactoria para las diferentes realidades territoriales.
Precisamente, fue su indiscutible y convencida lealtad constitucional la que le llev¨® a escudri?ar en torno a los bordes de la Norma B¨¢sica para tratar de descubrir ideas o posibilidades mal comprendidas y que pudieran resultar ¨²tiles para los problemas pol¨ªticos del presente. As¨ª es como ha de entenderse el inter¨¦s de Lluch por los "derechos hist¨®ricos", que comparti¨® entonces con el socialismo vasquista. Ahora bien, lejos de representar una justificaci¨®n artificiosa de supuestas soberan¨ªas originarias o de nuevas competencias transferibles, ¨¦l los consideraba por encima de todo como un posible camino para lograr la definitiva constitucionalizaci¨®n del nacionalismo democr¨¢tico, una v¨ªa pactada para encontrar nuevos espacios de convivencia comunes entre los nacionalistas y los que no lo son, en ¨²ltima instancia, una salida para que la fractura vasca no condujera a los abismos de tiempos malaventurados no tan lejanos. Y no se trataba de reivindicar el pasado, cuanto de ser riguroso con ¨¦l para ponerlo al servicio del presente, conforme a un estilo acad¨¦mico de hacer pol¨ªtica consistente en hallar en los procesos hist¨®ricos soluciones que pudieran estar ocultas.
El de Lluch fue un estilo de hacer pol¨ªtica muy catal¨¢n, m¨¢s evolucionado de lo que por estos pagos suele darse, por el que se ha logrado un espacio social transversal, de car¨¢cter pol¨ªtico, cultural, ling¨¹¨ªstico y flexiblemente catalanista -donde cabe una amplia y serena latitud de reivindicaci¨®n nacional-, un espacio de encuentro que en la raqu¨ªtica sociedad civil vasca est¨¢ a¨²n por desarrollar y al que Lluch quiso contribuir desde su propia experiencia, tratando de que no se quebrara el entendimiento entre el socialismo vasco y el nacionalismo democr¨¢tico. Un entendimiento a sus ojos cada vez m¨¢s perentorio a medida que, a ra¨ªz del Acuerdo de Lizarra, el nacionalismo abandonaba la cultura pol¨ªtica estatutista, aumentaba su radicalismo y crec¨ªa la fractura de la pol¨ªtica vasca, hasta el punto de que crey¨® necesaria su implicaci¨®n m¨¢s personal en aras de su sostenimiento.
Un s¨ªntoma muy significativo del atrincheramiento al que lleg¨® la pol¨ªtica en Euskadi fue el hecho de que comenzara a necesitar de esos agentes fronterizos, conocidos como d¨¦brouillards, que en situaciones de conflicto grave logran, de manera soterrada y burlando controles en general infranqueables, mantener un m¨ªnimo contacto imprescindible entre los bandos enfrentados; disponiendo de la confianza y de la respetabilidad de los sectores m¨¢s dispuestos al entendimiento de ¨¦stos, pero padeciendo, incluso hasta el asesinato, la ac¨¦rrima aversi¨®n de las facciones criminales que no pueden permitirse ni la m¨¢s m¨ªnima concesi¨®n al di¨¢logo. Lluch fue, involuntariamente al comienzo y cada vez m¨¢s conscientemente, uno de estos d¨¦brouillards que ha producido la situaci¨®n vasca, cuya terrible anomal¨ªa alcanz¨® el grado de impedir a la pol¨ªtica cumplir con su funci¨®n principal de conciliar extremos opuestos. Pese a quien le pese, las ¨²ltimas elecciones generales han supuesto el fin de la pol¨ªtica del d¨¦brouillard en el Pa¨ªs Vasco, porque el cambio de gobierno no est¨¢ siendo vano a estos efectos. Y, por esto, podemos volver a recuperar al Lluch primigenio, al luchador por los espacios de concordia.
Desde luego, Lluch estuvo muy lejos de ser el acad¨¦mico ajeno al mundo y encerrado en su torre de marfil. Pudo hab¨¦rselo permitido, y con reconocida brillantez, pero pesaron m¨¢s su profunda vocaci¨®n pol¨ªtica y la apuesta moral implicada en ella. Persona polifac¨¦tica y enormemente curiosa y culta, siempre fue un apasionado del siglo XVIII. La Ilustraci¨®n era para ¨¦l sobre todo la apuesta por un reformismo sin tregua a favor de un ideario respetuoso con los derechos humanos, que a¨²n se halla vigente. Tambi¨¦n le evocaba una honesta actitud de rebeld¨ªa intelectual y vital, una rebeld¨ªa marcada por el signo de que las elecciones personales siempre incorporan alg¨²n tipo de compromiso pol¨ªtico o moral, incluso para los indiferentes o los neutrales.
Por eso, su mensaje ¨²ltimo resulta m¨¢s vivo que nunca en este pa¨ªs. Ante todo, m¨¢s compromiso moral, y despu¨¦s, m¨¢s democracia c¨ªvica, m¨¢s reformismo gradualista y m¨¢s pactismo y consenso, desterrando de una vez por todas de la pol¨ªtica vasca cualquier tentaci¨®n de dominaci¨®n de una parte de la sociedad sobre la otra.
Jes¨²s Astigarraga es profesor universitario y miembro de la Fundaci¨° Ernest Lluch.
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