?Espa?ol o murciano?
Aun siendo real, debe uno frotarse los ojos para confirmar que lo que se ve es verdad, que es cierto, que las declaraciones p¨²blicas son las que son y que las empresas que nuestros representantes proclaman son ¨¦sas: unas metas indignas, ignaras, a las que no damos cr¨¦dito. Inflam¨¢ndose, sacando pecho, adoptan una conducta retadora, propia de quien ufano busca pendencias, y la actitud agraviada, la del que se siente dolorosamente ofendido o lastimado o quejoso. Se sacuden su responsabilidad, se resarcen e imputan a otros la culpa, un enemigo por supuesto hostil, al parecer siempre deseoso de da?arnos y de arruinar lo que es nuestro: el valenciano, por ejemplo.
Empezaron con lo de las aguas: en vez de proponer una negociaci¨®n o en lugar de atender a los criterios t¨¦cnicos, iniciaron una calamitosa reyerta institucional, propia de ventajistas que han perdido literalmente el norte. Si recuerdan, aquella ri?a estuvo precedida por una patri¨®tica manifestaci¨®n en la que, a los sones del Himno Regional, promet¨ªan el reparto de "mil paellas muy grandes", de "unos miles de arrobas de clementinas", as¨ª como de "alg¨²n zumo y alg¨²n bote de horchata". ?Qu¨¦ consiguieron? Avivar los ¨¢nimos, excitar el encono, nada m¨¢s. ?Emprendieron alguna pedagog¨ªa, atemperaron los corajes, la bravura del p¨²blico? Qu¨¦ va. Jaleaban y alentaban, vali¨¦ndose para ello de los noticiarios televisivos, el lugar del excremento pol¨ªtico. Ahora, vuelven a adoptar una actitud numantina (o saguntina, deber¨ªa decir: que me perdonen los de Murviedro) y declaran jactanciosos que defienden lo que no es propio: que valenciano y catal¨¢n no tienen nada que ver, que Maragall trata de consumar la quimera de los pa¨ªses catalanes usurpando nuestras riquezas (una de ellas, el idioma) y que Carod-Rovira intimida a un gobierno d¨¦bil. ?Qu¨¦ m¨¢s se puede decir que no haya sido dicho ya desde que comenzara este turbio asunto?
La Generalitat Valenciana obra con demagogia, denuncia un latrocinio ling¨¹¨ªstico y se dirige a una audiencia a la que adula, a unos valencianos que creer¨ªan ser v¨ªctimas de una usurpaci¨®n. Como cualquier ciudadano con cultura o sentido com¨²n sabe, el espa?ol hablado en Murcia, y el castellano r¨ªspido de Bilbao tienen una distancia mayor que el dulce valenciano caracter¨ªstico de La Marina y el catal¨¢n del Ampurd¨¢n. Ahora bien, a un natural de Jumilla, como es mi se?ora madre, no se le ocurrir¨ªa proclamar que habla un idioma orgullosamente diferente del que emplean aquellos vascuences. Es probable que en el uso cotidiano cada uno lo llame de modo distinto, pero a poco que se hayan cursado las primeras letras tanto el vizca¨ªno como el murciano dir¨¢n que su lengua es la misma y que se denomina de dos maneras. En fin, cosas archisabidas, trivialidades por las que deber¨ªa disculparme por repetirlas. En nuestro caso, el problema real no lo provoca el hablante, el usuario, sino unos representantes irresponsables que se han visto involucrados en un problema que cre¨ªan sofocado y que ahora regresa en medio de la furia institucional. No tienen m¨¢s soluci¨®n que entregarse a la demagogia, atizar el fuego: si Camps o Gonz¨¢lez Pons no lo hacen lo har¨¢n otros por ellos, ese sector siempre amenazante que agita el fantasma del catalanismo pol¨ªtico. Es posible que Maragall haya obrado con rudeza crey¨¦ndose listo (seg¨²n admit¨ªa Adolf Beltran en su columna Ensimismados), como tambi¨¦n es probable que el presuntuoso Carod-Rovira haya contribuido a agravar las cosas con sus habituales vanidades. Pero en lo que a nosotros concierne, lo que hacen Camps y Gonz¨¢lez Pons es reprensible, ofensivo, algo que creen ventajoso para atraer votos venideros y algo que creen rentable para acallar o desviar la sublevaci¨®n de Eduardo Zaplana, a quien, por cierto, vi el otro d¨ªa en la sala de musculaci¨®n a la que acude muy poco entregado a los ejercicios gimn¨¢sticos, totalmente pendiente del tel¨¦fono celular. Ustedes me preguntar¨¢n que en qu¨¦ idioma contestaba el ex ministro. Pues les puedo asegurar que me enter¨¦ aunque hablaba abonico, flojico: les puedo asegurar que no era panocho, sino espa?ol de Cartagena.
Justo Serna es profesor de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Valencia.
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