"Victor Hugo, h¨¦las"
No es ¨¦ste un ensayo literario m¨¢s, dentro de la ya amplia obra de Mario Vargas Llosa, que tan decisivamente ha marcado el rumbo de nuestra literatura hisp¨¢nica y universal (es candidato perpetuo ya a estas alturas a un premio Nobel que se le sigue resistiendo, aunque no sepamos hasta cu¨¢ndo) durante casi medio siglo, sobre todo desde que en 1962 irrumpiera tan espectacular como estruendosamente con La ciudad y los perros (Premio Biblioteca Breve y de la Cr¨ªtica al a?o siguiente) en el concierto de la literatura de nuestro tiempo, pasando de repente a formar parte del "mal-llamado-boom" de la reciente literatura hispanoamericana, del que fue su m¨¢s joven miembro y que hoy sus herederos parecen empe?ados en resucitar aquellos sus irresistibles laureles sin conseguirlo todav¨ªa del todo hasta hoy, un respeto.
LA TENTACI?N DE LO IMPOSIBLE
Mario Vargas Llosa
Alfaguara. Madrid, 2004
228 p¨¢ginas. 16,50 euros
Premios como el R¨®mulo Gallegos, Pr¨ªncipe de Asturias, Planeta, Cervantes, Men¨¦ndez Pelayo y PEN-Nabokov, este antiguo progre procastrista reconvertido en liberal -de los cl¨¢sicos de verdad, no un "neocon"-, autor de m¨¢s de diez novelas (algunas cortas), unos pocos cuentos, cinco obras teatrales de escaso ¨¦xito y de memorables ensayos sobre Garc¨ªa M¨¢rquez (1971, desaparecido en combate), Flaubert y Madame Bovary (1975), y Tirant lo Blanc (1991), as¨ª como los m¨¢s cortos de La verdad de las mentiras, otros pol¨ªticos, unas memorias todav¨ªa incompletas y m¨¢s textos menores, su presencia es tan total como aplastante, para convertirse en una de las mejores voces -o polos- del pensamiento ¨²nico que nos invade. Al que hoy a?ade esta personal apolog¨ªa de un libro universal de la literatura occidental, Los miserables (1962), de Victor Hugo (1802-1885), bajo un t¨ªtulo que declara sus razones: La tentaci¨®n de lo imposible.
?Por qu¨¦ Victor Hugo? A ello me refiero con el t¨ªtulo de estas l¨ªneas en cursiva (es franc¨¦s) y entre comillas (es una cita ajena), aunque al leerlo es evidente que para el Vargas Llosa actual es uno de sus grandes modelos de siempre, que ha sucedido a los Sartre -desaparecido por la izquierda, aunque siga presente invirtiendo el compromiso- y el Flaubert de su juventud, de la misma manera que le han fascinado m¨¢s los libros de caballer¨ªas que su universal parodia (Don Quijote), pues el humor nunca se le ha dado demasiado bien del todo pese a Pantale¨®n y las visitadoras o a ?Qui¨¦n mat¨® a Palomino Molero? De hecho, a estas alturas, Victor Hugo, el gran tit¨¢n de la literatura francesa, desenfrenado torrente de escritura, marc¨® todo su siglo de principio a fin, pero hoy se nos aparece ya como bastante anacr¨®nico, grandioso y desigual a la vez. Empez¨® desde el legitimismo mon¨¢rquico descubriendo el romanticismo conservador, cuando quer¨ªa "ser Chateaubriand o nada" y lo termin¨® como su campe¨®n m¨¢s liberal y progresista, con ribetes socializantes y anarcoides, aun siempre dentro de un peculiar idealismo pante¨ªsta, pues hasta lleg¨® al espiritismo algunas veces y a predicar una vaga religiosidad sin iglesias concretas.
Quien mejor lo caricaturiz¨® fue Jean Cocteau -"Victor Hugo era un loco que se cre¨ªa Victor Hugo"- y quien mejor le critic¨® fue Andr¨¦ Gide, al responder a una encuesta sobre qui¨¦n era el mejor poeta franc¨¦s de todos los tiempos: "Victor Hugo, h¨¦las!" (algo as¨ª como "Victor Hugo, ay" o "a pesar de todo"), pues ¨¦l en el fondo prefer¨ªa a Baudelaire.
Victor Hugo no fue tan s¨®lo
un escritor, sino un superdotado, un genio desatado, un oc¨¦ano de la escritura de su tiempo, que lleg¨® a tratarse de t¨² a t¨² con Homero, Cervantes o Shakespeare, a los que reivindic¨® coloc¨¢ndose a su altura (quiz¨¢ para utilizarlos, pues ¨¦se es el destino de los genios que no pueden dejar de cre¨¦rselo para intentar serlo, aunque de ellos nunca lo sepamos de verdad hasta mucho despu¨¦s) y que no tan s¨®lo escribi¨® de todo (poes¨ªa, teatro, novela, ensayo y periodismo sin parar) sino que lo escribi¨® todo, cubierto de triunfos, glorias y honores, con una vida que le llev¨® de la nobleza y la Academia hasta la rebeli¨®n y el exilio, atravesando rebeld¨ªas y revoluciones sin cuento, mujeres innumerables, mitolog¨ªas y filosof¨ªas sin parar, como un escritor total, que es lo que fascina a Mario Vargas Llosa, otro perseguidor de la totalidad, el creador del concepto del escritor como suplantador de Dios, esto es, como deicida, pues es as¨ª como define su papel de creador total de ficciones que sustituyan a una realidad que debe suplantar, precisamente lo que intent¨® Victor Hugo, y que por eso le fascin¨® desde su juventud.
As¨ª las cosas, este libro parte en tres direcciones contradictorias: por un lado, convierte lo que hoy consideramos defectos -lo folletinesco, lo divagatorio, el azar, las m¨¢scaras, las casualidades, lo esquem¨¢tico y las exageraciones o digresiones continuas- en virtudes propias del creador que tiene todos los derechos a serlo, y precisamente por serlo; por otro, se contradice con lo que hasta hoy hab¨ªa defendido sobre el creador disimulado que quiso imponer Flaubert en Madame Bovary, donde cre¨® la novela moderna antes de Los miserables, que en verdad nos devuelven a la prehistoria; y por la otra, rebaja lo que pens¨¢bamos ser m¨¢s moderno, el origen de la novela social y de la rebeli¨®n hacia el futuro en un vago sentimiento del progreso de la humanidad perfectamente idealista, hasta llegar a subrayar m¨¢s su pante¨ªsmo religioso que su cr¨ªtica a todo laicismo. En suma, echa demasiada agua al vino que a nuestros ojos conservaba el encanto de Victor Hugo, y nos lo vuelve del rev¨¦s en nombre de los derechos totales del creador total que as¨ª cree defender mejor, pues vaya.
Un inciso que demuestra es
tos giros de interpretaci¨®n: en un momento dado, acusa a Ad¨¨le Foucher, su esposa y madre de sus cinco hijos (tras lo que se neg¨® a seguir compartiendo el fatigoso y repetitivo lecho conyugal), de haber inclinado su afecto hacia el amigo Sainte-Beuve, su caballero y acompa?ante fiel de aquellos a?os tumultuosos en los que Hugo iniciaba una dispersa existencia de amantes sucesivas hasta el final. Acusa a Ad¨¨le de "s¨®rdidos resentimientos y deseos de desquite", pero no creo que as¨ª fuera, pues he podido leer Le livre d'amour, el libro secreto (lo public¨® an¨®nimo y guardando toda la peque?a edici¨®n) de quien hab¨ªa sido su amigo y gran cr¨ªtico al que el propio Hugo recibi¨® despu¨¦s en la Academia, y que, triste cuando Ad¨¨le le abandon¨®, se march¨® a la Universidad de Lausana para dictar un curso sobre Port-Royal, que luego dar¨ªa lugar a una de sus grandes obras. Y como final dir¨¦ que, cuando Hugo estaba en el exilio, ella fue a pedir a Sainte-Beuve que no lo atacara demasiado, lo que su antiguo amante le prometi¨® y cumpli¨®, pues ya no trat¨® de Los miserables, publicados a siete a?os de su propia muerte. Hab¨ªa apreciado sus primeros libros de poes¨ªa, sus novelas ya no le gustaron tanto, y al final s¨®lo dej¨® un cuaderno -Mis venenos, donde se solt¨® el pelo- publicado ya p¨®stumo en 1926. Pero su separaci¨®n -de Ad¨¦le y Sainte-Beuve- fue por los remordimientos de una mujer que siempre dej¨® libre a un marido genial e infiel.
En fin, la posteridad ha consagrado al genio que fue Victor Hugo, grandioso, altisonante, solemne y desigual, pero tambi¨¦n lo ha colocado en su lugar de descanso, de donde mucho me temo que ya no le sacar¨¢ la pasi¨®n -imposible- de Mario Vargas Llosa, a pesar de su gran esfuerzo de admiraci¨®n y quiz¨¢ tambi¨¦n en su propio provecho, pues sigue siendo un gran lector, que siempre se compromete primero consigo mismo y que nos ense?a a leer en todo momento y gracias por ello.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.