Deconstrucci¨®n 'in mem¨®riam'
La deconstrucci¨®n arquitect¨®nica se formul¨® contra el estilo posmoderno; sin embargo, la desconstrucci¨®n literaria y filos¨®fica fue manifestaci¨®n inequ¨ªvoca de la posmodernidad. ?ste es s¨®lo uno de los muchos equ¨ªvocos que desdibujan los perfiles del movimiento est¨¦tico inspirado por el recientemente desaparecido Jacques Derrida (1930-2004). El m¨¢s importante es, desde luego, el dif¨ªcil acuerdo entre la construcci¨®n y su contrario, que hace de la deconstrucci¨®n arquitect¨®nica un ox¨ªmoron cuya oposici¨®n terminol¨®gica tiene m¨¢s vigencia l¨ªrica que persuasi¨®n pragm¨¢tica. Pero no menos significativo es el hermetismo de muchos de los protagonistas de esta fertilizaci¨®n cruzada entre el pensamiento y las artes, comenzando por el propio Derrida y el que ser¨ªa su principal interlocutor arquitect¨®nico, Peter Eisenman: entre el franc¨¦s y el neoyorquino se estableci¨® un di¨¢logo de contornos borrosos y subversi¨®n tipogr¨¢fica que suministrar¨ªa met¨¢foras textuales de la dislocaci¨®n sin ofrecer cartograf¨ªas fidedignas del territorio compartido.
El fil¨®sofo de origen sefardita era ya una figura de los campus norteamericanos desde que en 1966 un simposio en la Universidad Johns Hopkins introdujera sus ideas en el pa¨ªs, pero su contacto con el arquitecto e intelectual jud¨ªo no se produjo hasta 1985, cuando ambos fueron invitados por Bernard Tschumi a dise?ar conjuntamente una folie en el parque parisino de La Villette, cuyo concurso acababa de ganar el suizo con una propuesta de malla con nudos (las llamadas folies) evocadora del proyecto anterior de Eisenman para el Cannaregio de Venecia -a su vez inspirada en el nunca realizado hospital veneciano de Le Corbusier-, y que se impuso finalmente a una brillante propuesta de Rem Koolhaas que introduc¨ªa el concepto de las bandas funcionales. La folie no lleg¨® a construirse, pero dej¨® como resultado un volumen -Chora(l) Works- cuyo t¨ªtulo alud¨ªa tanto a su colaboraci¨®n como al t¨¦rmino plat¨®nico que hab¨ªa servido de charnela de su di¨¢logo, un texto de Derrida -'Por qu¨¦ Peter Eisenman escribe tan buenos libros'- que s¨®lo cr¨ªticos como Jeff Kipnis juzgaron ir¨®nico, y un fervor por la deconstrucci¨®n arquitect¨®nica que habr¨ªa de cristalizar en la exposici¨®n de 1988 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Organizada por Philip John-
son y Mark Wigley, la muestra reun¨ªa el trabajo de siete arquitectos -Eisenman, Tschumi, Koolhaas, Gehry, Libeskind, Coop Himme(l)blau y Zaha Hadid- que ten¨ªan en com¨²n el gusto por las formas descoyuntadas o fragmentadas y el enfrentamiento cr¨ªtico con la figuraci¨®n amable del clasicismo posmoderno por entonces en boga. El t¨ªtulo -'Arquitectura deconstructivista'- alud¨ªa a las vanguardias rusas de principios de siglo admiradas por muchos de los autores expuestos, y quiz¨¢ procuraba tambi¨¦n distanciarse de la deconstrucci¨®n literaria dominante en el mundo acad¨¦mico norteamericano, sacudido el a?o anterior por el descubrimiento de los escritos juveniles antisem¨ªticos de Paul de Man, el gran pope de esa escuela en su vaticano de Yale. Tanto en este caso como en lo referente al pasado nazi de Heidegger, Derrida -sin embargo expulsado de la escuela a los doce a?os por la aplicaci¨®n de las leyes raciales de Vichy- justific¨® a sus maestros con argumentos tortuosos que le valieron la censura sarc¨¢stica de The New York Review of Books, "deconstrucci¨®n significa no decir nunca lo siento".
Los desencuentros de Derrida con una parte de la cultura anglosajona, que culminaron con la cause c¨¦l¨¨bre de su pol¨¦mico doctorado honoris causa por Cambridge en 1992 -sometido a votaci¨®n por primera vez en treinta a?os, y aprobado finalmente por 336 a 204- le han acompa?ado hasta su muerte, rese?ada en la portada de The New York Times con un titular que lo calificaba de "te¨®rico abstruso", ataque p¨®stumo que ha producido un aluvi¨®n de cartas de protesta y art¨ªculos de desagravio. En uno de ellos, publicado en la secci¨®n de opini¨®n del mismo diario, Mark Taylor -que ense?a arquitectura y religi¨®n en Columbia- juzga a Derrida entre los tres pensadores m¨¢s importantes del siglo XX (los otros dos ser¨ªan Wittgenstein y Heidegger), valora la etapa final de su trayectoria, que contempl¨® el desplazamiento de sus intereses de lo filos¨®fico o literario a lo ¨¦tico y pol¨ªtico, y evoca su excepcional generosidad intelectual y culto a la amistad: una aproximaci¨®n afectuosa a la seriedad comprometida de su obra en l¨ªnea con la unanimidad francesa -del suplemento especial de Le Monde o la gran cobertura de Lib¨¦ration al tratamiento respetuoso del propio Le Figaro-, y en contraste con la causticidad de despedidas como la de The Economist, que, constatando el creciente inter¨¦s de los te¨®logos por sus textos, conf¨ªa en que Dios les ayude.
Esta hostilidad pertinaz afectaba a Derrida m¨¢s de lo que podr¨ªa esperarse. Tuve el privilegio de mantener con ¨¦l una correspondencia continuada durante los siete ¨²ltimos a?os de su vida, y no hay carta en la que no aflore esa preocupaci¨®n -alimentada por los textos cr¨ªticos de The Times Literary Supplement que le hac¨ªa llegar-. Ya en 1997 escribe: "No s¨¦ si llegar¨¦ a habituarme a tanta estupidez y tanto odio. Quiz¨¢ lo que temo m¨¢s es precisamente un cierto h¨¢bito. El suyo y el m¨ªo". Pero esos art¨ªculos, escribir¨ªa a?os despu¨¦s, "que me ense?an mucho, me indignan en ocasiones, me hacen las m¨¢s de las veces re¨ªr con una risa resignada
[...] me son tan preciosos por el contenido como por el lazo amistoso y duradero, la complicidad incluso que mantienen entre nosotros". El autor de Pol¨ªticas de la amistad (Trotta), como tantos tuvieron ocasi¨®n de constatar, la practicaba en la forma f¨¦rtil del di¨¢logo y la disponibilidad intelectual. Como Peter Eisenman, su ¨¢lter ego arquitect¨®nico, elevaba una barrera de criptograf¨ªa textual que s¨®lo disolv¨ªa la conversaci¨®n merc¨²rica y la reflexi¨®n hipn¨®tica.
Ahora Eisenman termina en Berl¨ªn su memorial jud¨ªo, y es inevitable hallar en ese laberinto ordenado de hormig¨®n un s¨ªmbolo lapidario de la deconstrucci¨®n, y un cenotafio horizontal del movimiento clausurado ret¨®ricamente por la desaparici¨®n de Derrida. El fil¨®sofo y el arquitecto escenificaron su distanciamiento intelectual con un famoso intercambio epistolar que public¨® en 1990 la revista Assemblage, donde Derrida suscitaba cuestiones tan dispares como Dios, el espacio jud¨ªo o la oposici¨®n entre la inmutabilidad del vidrio y la fragilidad de la ruina, y Eisenman se enfrentaba a ese extenso palimpsesto de ausencia y distancia manifestando su disgusto por el rechazo impl¨ªcito de su obra y a la vez su alivio por la constataci¨®n de que su trabajo no pudiera considerarse deconstructivo. Intent¨¦ reunirlos para una conversaci¨®n final, pero la enfermedad hizo imposible la ceremonia de los adioses. En su ¨²ltima carta -siete meses antes de morir- Derrida mencionaba el tumor y la quimioterapia como motivo para excusarse del encuentro. "Pero adem¨¢s, no puedo ocultar que, en lo que concierne a la arquitectura hoy, me siento menos competente y menos inspirado que nunca".
Muchos han considerado la
deconstrucci¨®n, en su demolici¨®n o desmontaje de andamiajes ideol¨®gicos, como una actividad intr¨ªnsecamente arquitect¨®nica, que revela la estructura interna de los sistemas de pensamiento al descomponer sus elementos mientras los reduce a escombros. Sin embargo, en un mundo en el que George Bush presenta a su estratega electoral Karl Rove como el arquitecto del triunfo, y Bill Gates se describe a s¨ª mismo como el arquitecto jefe de Microsoft, la deconstrucci¨®n adquiere una latitud metaf¨®rica que desborda las arquitecturas filos¨®ficas para devenir el t¨¦rmino coloquial que emplean Woody Allen o Ferr¨¢n Adri¨¢. Tres lustros despu¨¦s de la exposici¨®n del MoMA -abierto de nuevo tras ser reconstruido por Taniguchi con una modernidad disciplinada en las ant¨ªpodas de la vanguardia deconstructivista promovida entonces en sus salas-, los siete magn¨ªficos de la muestra son todos estrellas del firmamento arquitect¨®nico, mientras del movimiento asociado a sus formas fracturadas no quedan sino trazas difusas y cenizas dispersas. Como titul¨® el cr¨ªtico Michael Speaks, "la teor¨ªa era interesante, pero ahora tenemos trabajo". ?Nos inspira a¨²n la arquitectura?
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