Jugar con fuego
ESTA LEGISLATURA re¨²ne todas las condiciones para la bronca. El Gobierno se apoya en una mayor¨ªa inestable, sin las garant¨ªas de un pacto de legislatura. S¨®lo aparentemente es una mayor¨ªa de geometr¨ªa variable, porque est¨¢ a su vez condicionada por la mayor¨ªa que apoya al Gobierno tripartito catal¨¢n, trabada, ¨¦sta s¨ª, por un pacto fundacional. Con lo cual, el PSOE ve muy reducida la ventaja de tener diversos aliados potenciales a los que acudir y con los que negociar. Por ejemplo, un reiterado flirteo del PSOE con CiU podr¨ªa provocar celos en Esquerra Republicana y afectar a la estabilidad del tripartito catal¨¢n.
Sin embargo, al Partido Popular la precariedad parlamentaria del PSOE s¨®lo le da margen para enredar. El PP, despu¨¦s de los da?os causados a sus socios catalanes de CiU en la anterior legislatura, est¨¢ condenado a la soledad parlamentaria. Los apuros del Gobierno se suceder¨¢n: lo hemos visto con el grave patinazo de la reforma de la elecci¨®n de jueces y, probablemente, lo veremos con los Presupuestos en el Senado. Pero por mucho que la desgracia ajena divierta a los se?ores diputados del PP, parlamentariamente carecen de capacidad para crear una mayor¨ªa alternativa.
En este marco, el PP ha empezado a propagar la idea de una legislatura breve. Ante la imposibilidad de revertir la situaci¨®n en el Parlamento, la estrategia del PP empieza a orientarse a la ruptura de la legislatura. Y para ello no tiene reparo en volver a la senda de la bronca y la desestabilizaci¨®n. Los antecedentes son de todos conocidos: est¨¢n en la estrategia de la tensi¨®n que Aznar dise?¨® a principios de los noventa para llegar al poder. Y que el pasado lunes volvi¨® a escenificar para entusiasmo de los suyos. Una estrategia que no era coyuntural, sino que respond¨ªa a la convicci¨®n de que en Espa?a la tensi¨®n favorece a la derecha. A ella recurri¨® Aznar cuando se vio en apuros, aun teniendo mayor¨ªa absoluta.
El PP ha estado ocho a?os en el poder, en los que ha intentado ejercer su dominio sobre todos los dem¨¢s poderes de la sociedad (judicial, econ¨®mico, medi¨¢tico). La bronca montada por la derecha sobre la disparatada tramitaci¨®n parlamentaria de la reforma de la elecci¨®n de jueces nada tiene que ver con escr¨²pulos sobre los procedimientos: responde a la simple raz¨®n de que el PP no quiere perder el control del poder judicial. Cuando Rajoy dice que las investigaciones sobre el 11-M "no se pueden terminar nunca" no s¨®lo est¨¢ reconociendo involuntariamente que ni en toda una eternidad se conseguir¨ªa probar las tesis del PP, sino que expresa tambi¨¦n la intenci¨®n de mantener abierta la comisi¨®n de investigaci¨®n para seguir tratando de enlodar la vida p¨²blica. El problema para Rajoy es que si la estrategia elegida es la de la tensi¨®n, ¨¦l, por temperamento, por estilo, por manera de expresarse, no sirve. El PP tendr¨¢ que inventar un nuevo lobo feroz, menos gastado que Acebes o Zaplana.
El espejismo de la legislatura del buen talante ha sido breve. Cuando el PP ha empezado a salir del aturdimiento, cuando el Gobierno ha empezado a incidir en sectores que se autoconsideran intocables, como los curas y los jueces, la tensi¨®n ha vuelto. Y todav¨ªa no se ha entrado en serio en el debate territorial. Sin embargo, no hay que dramatizar. La simplificaci¨®n del juego pol¨ªtico como confrontaci¨®n entre dos bloques de intereses forma parte de la l¨®gica de la democracia, y algunos, como Ralf Dahrendorf, se han preguntado si la democracia sobrevivir¨ªa sin ella. Al convertirse los medios de comunicaci¨®n en la verdadera escena del poder, el riesgo de que el espect¨¢culo pol¨ªtico derive en una mezcla de salsa rosa y un derby futbol¨ªstico es real. Pero no debemos olvidar que la confrontaci¨®n parlamentaria es muy ¨²til para sublimar los conflictos sociales, d¨¢ndoles una teatralizaci¨®n en la que la palabra y los excesos verbales sustituyen a la violencia.
El peligro aparece cuando las prisas de algunos -en este caso de los que perdieron y todav¨ªa no han entendido como ha sido y, por tanto, se creen en derecho a volver ya- convierten el normal conflicto pol¨ªtico en un incendio. Con el acompa?amiento de un coro medi¨¢tico dispuesto a echar gasolina. Entonces, las llamas pueden alcanzar a la sociedad civil. Y se puede temer cualquier cosa. Afortunadamente, no parece que la tensi¨®n que se vive en la superestructura pol¨ªtica se corresponda con la calle. Y esto permite confiar en que los aprendices de brujo se quemen. Pero cuando se enciende un fuego, nadie puede garantizar que lo controla. Y algunos soplan sin cesar.
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