La 'naranja mec¨¢nica'
El desarrollo rampante de la crisis ucraniana que en pocos d¨ªas se ha instalado en el centro de la actualidad internacional, ha logrado que retrocedamos en el tiempo a ¨¦pocas anteriores al 11-S. Eso significa que las noticias de Irak han quedado relegadas y algunos peri¨®dicos occidentales incluso han trompeteado la teor¨ªa de que la "revoluci¨®n naranja" ucraniana es la continuaci¨®n natural de la revuelta que derroc¨® a Milosevic en Serbia, all¨¢ por el 2000. Por lo tanto, las histerias se han disparado, como en los viejos tiempos de las crisis balc¨¢nicas, y una vez m¨¢s, las apreciaciones simplistas, surgidas del encaje forzado de dobles raseros, presiden el deslizamiento de una crisis europea hacia terrenos peligrosos.
Sin negar reconocimiento a la protesta social, en Ucrania es excesivo hablar de "revoluci¨®n"
En primer lugar, si asumimos que existe un parentesco entre la revuelta serbia del a?o 2000 y la actual "revoluci¨®n naranja", estamos diciendo que ¨¦sta es un fraude, como en cierta medida lo fue aqu¨¦lla. No es una afirmaci¨®n ni aventurada ni contundente: la misma prensa norteamericana se refiri¨® con detalle al esfuerzo que supuso organizar la OYA, siglas correspondientes a la Office for Yugoslavian Affairs, una creaci¨®n de la entonces secretaria de Estado norteamericana, Madeleine Albright, que fue la art¨ªfice real del derrocamiento de Milosevic operando desde Hungr¨ªa. Esta historia la relat¨® el Washington Post, hace ya tiempo, y con mal disimulado orgullo. El diplom¨¢tico William Montgomery dirigi¨® esa organizaci¨®n, que trabaj¨® de firme con la oposici¨®n serbia y pag¨® lo que hubo que pagar: 2,5 millones de pegatinas o cinco mil envases de spray para pintadas, por ejemplo. As¨ª que los sucesos de aquel octubre belgradense no fueron espont¨¢neos. Tampoco lo fue la "revoluci¨®n" georgiana del a?o pasado, en la cual incluso intervinieron como asesores algunos veteranos de la Otpor serbia. A estas alturas tampoco es ning¨²n secreto que el embajador norteamericano en Minsk, Michael Kozak, y el alem¨¢n Hans-Georg Wieck, jefe del grupo de asesores de la OSCE en Bielorrusia y hombre ligado a los servicios de inteligencia germanos, intentaron organizar una revuelta contra Lukashenko en esa rep¨²blica ex sovi¨¦tica.
El fin no siempre justifica los medios, porque por muy antip¨¢ticos que resulten los dirigentes m¨¢s o menos caciquiles del Este, el resultado de tales operaciones a medio plazo puede no ser el m¨¢s conveniente para las j¨®venes democracias de los tambi¨¦n reci¨¦n nacidos Estados europeos. En la revuelta contra Milosevic, ahora tan recordada, participaron muchos manifestantes del Partido Radical, los chetniks de Seselj, que hoy est¨¢n en auge y contribuyen a la desestabilizaci¨®n de Serbia. Algo parecido puede ocurrir en Georgia, donde, tras cosechar un inveros¨ªmil 96,7% de votos tras el "parlamentazo" de 2003 -lo cual en Occidente no son¨® en absoluto a fraude-, el ahora presidente, Mija¨ªl Saakashvili, ha revelado un talante nacionalista m¨¢s bien agresivo, que se tradujo en alarmantes tensiones fronterizas con Rusia a lo largo del pasado verano.
La verdad es que el fen¨®meno no es nuevo. Desde la ca¨ªda del Tel¨®n de Acero, el tratamiento informativo de protestas y revueltas de cualquier derecha populista contra los socialistas en el poder suele adquirir r¨¢pidas connotaciones de "democracia espont¨¢nea". Tal fue el caso de las multitudes b¨²lgaras que en 1997 entraron en plena sesi¨®n parlamentaria, en el centro de Sof¨ªa, y derribaron al Gobierno socialista. En septiembre de 1998, manifestantes del derechista Partido Democr¨¢tico Alban¨¦s tomaron el palacio presidencial, en Tirana. La pen¨²ltima de estas acciones tuvo lugar en el Parlamento de Skopje, capital de la Rep¨²blica de Macedonia, en el verano de 2001, cuando ciudadanos de la mayor¨ªa eslava protestaron pidiendo armas por el acuerdo que hab¨ªa alcanzado el Gobierno con la ¨²ltima guerrilla albanesa aparecida por entonces en la zona, el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n Nacional. Algo parecido ocurre con las certificaciones de "europeidad". En el caso de Ucrania, la confusi¨®n es doble, porque se ha terminado por afirmar que Rusia, con toda su brillante cultura milenaria, no es europea.
?Sabe el lector c¨®mo se denominan los partidos que acaparan la disputa de estos d¨ªas en Ucrania? Seguramente no, porque nuestra prensa suele referirse sistem¨¢ticamente a "los seguidores de Y¨²shenko" o los de Yanuk¨®vich, como sendas mesnadas amorfas, que en el segundo caso cobran todo el aspecto de simples t¨ªteres del poder. Al parecer, los partidos no tienen estructura, ni una base social precisa, y sus encontronazos parecen en ocasiones enormes peleas caninas por las que apuestan europeos o rusos. Muchos se habr¨¢n sorprendido al comprobar que Nuestra Ucrania, el partido de V¨ªktor Y¨²shenko, tiene sus apoyos principales en los distritos occidentales de Ucrania, que en parte son la antigua Galitzia, Rutenia o Podolia; que en una buena porci¨®n de ese territorio se habla una lengua similar al polaco y que durante a?os Varsovia ha considerado esa zona como parte de su antiguo territorio nacional, por lo que la mediaci¨®n de Alexander Kwasnieswski en la crisis actual deber¨ªa despertar tantos recelos como la rusa; m¨¢xime teniendo en cuenta, adem¨¢s, la actual devoci¨®n proamericana de Varsovia. Mientras tanto, el Partido de las Regiones de Yanuk¨®vich posee buena parte de sus apoyos en el tercio oriental de Ucrania y Crimea, con una importante presencia de rusos -en algunas zonas, m¨¢s del 60% de la poblaci¨®n- y ucranianos rus¨®filos. Aunque se le pretende quitar hierro a la amenaza de organizar un refer¨¦ndum secesionista lanzada por algunos diputados y gobernadores del sureste, nada se ha dicho sobre una supuesta "artificialidad de Ucrania", que no tiene una composici¨®n ¨¦tnica, ni mucho menos homog¨¦nea, y que naci¨® como Estado independiente en 1991, con s¨®lo una muy precaria experiencia previa entre 1918 y 1920. Hasta ah¨ª podr¨ªan llegar las comparaciones con Yugoslavia.
Pero la identidad nacional no es la ¨²nica clave en esta disputa, porque Yanuk¨®vich es el hombre de los oligarcas de la industria pesada, radicada en esa misma regi¨®n oriental, mientras que Y¨²shenko es un neoliberal que fue director del banco central ucraniano entre 1993 y 1999, y primer ministro bajo la presidencia de Kuchma entre 1999 y 2001; y ostentando ambos cargos fue el principal impulsor de la pol¨ªtica de privatizaciones y reformas neoliberales, no siempre realizadas con transparencia. Por lo tanto, y en definitiva, no hay tanta distancia real entre unos y otros; y aunque no se puede negar el necesario reconocimiento a la protesta social que tom¨® las calles de Kiev, hablar de "revoluci¨®n" es claramente excesivo. Y m¨¢s todav¨ªa, pretender que existe alg¨²n mecanismo establecido para derribar gobiernos impopulares. En realidad, las denominaciones y atributos proceden del exterior, de los interesados protectores rusos o europeos y nada de lo ocurrido hasta ahora justifica el alentamiento de tensiones que en cualquier momento pueden desbordarse hacia el punto de no retorno de la violencia.
Mientras algunos tertulianos radiof¨®nicos se solazan ante la posibilidad muy remota de alguna forma de contagio en Rusia, lo cierto es que el efecto mim¨¦tico se ha producido en Rumania, firme candidato a la UE, donde, tras las elecciones del pasado 28 de noviembre, algunos partidos de la oposici¨®n liderados por el candidato presidencial Traian Basescu ya han pedido la anulaci¨®n de los resultados, alegando fraude. La noticia la daba una emisora de radio catalana explicando que el Partido Dem¨®crata Social rumano, en el poder, contra el que se lanzan las acusaciones de manipulaci¨®n, era el "sucesor del Partido Comunista". Curiosa manera de ver las cosas teniendo en cuenta que en 1989, caso ¨²nico en la Europa del Este, el PCR fue prohibido por ley en Rumania. Al parecer, falta poco para que un nuevo Huntington nos anuncie el retorno de la guerra fr¨ªa y la batalla final contra el comunismo, ya que el choque de civilizaciones parece m¨¢s dif¨ªcil de resolver.
Francisco Veiga es profesor de Historia de Europa oriental y Turqu¨ªa en la Universidad Aut¨®noma de Barcelona y autor de La trampa balc¨¢nica (2002) y Slobo. Una biograf¨ªa no autorizada de Slobodan Milosevic (2004).
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