?Y qui¨¦n se ocupa de todos?
Con la fragmentaci¨®n del espacio p¨²blico, hace tiempo que nadie pretende ser hoy el portador del inter¨¦s general (y todos respiramos m¨¢s tranquilos, aunque sabemos que esto genera a su vez nuevos problemas). Lo que va ganando terreno es una especie de "particularismo generalizado" de grupos que se organizan en torno a intereses espec¨ªficos. Las nuevas coaliciones que han sustituido a las polarizaciones ideol¨®gicas y a las solidaridades de clase son puntuales, de tema y situaci¨®n espec¨ªficos. Sin ideolog¨ªas que se hagan cargo de la sociedad como un todo, los individuos se asocian en torno a causas concretas como el medio ambiente, la mujer, los padres separados, el agua del Ebro o los derechos del consumidor. En el trasfondo de las recientes discusiones en torno a la violencia de g¨¦nero, a la presencia institucional de las convicciones religiosas, en la cuesti¨®n de la paridad o el reconocimiento p¨²blico de las orientaciones sexuales late un mismo fen¨®meno: los asuntos "privados" luchan por introducirse en la agenda de las cuestiones pol¨ªticamente relevantes. Lo privado se convierte en algo inmediatamente p¨²blico. Las nuevas l¨ªneas de conflicto surgen desde unas identificaciones m¨¢s "naturales" que sociales o pol¨ªticas.
Al mismo tiempo, las pol¨ªticas p¨²blicas tienden a tomar cada vez m¨¢s en cuenta la diversidad de los casos individuales: de la aseguraci¨®n a la redistribuci¨®n, de la igualdad a la equidad, de lo formal a lo individual, de lo universal a lo singular. La pol¨ªtica de intervenci¨®n particulariza las relaciones sociales. En el horizonte de este proceso aparece la sociedad entendida como un conjunto de minor¨ªas y el gobierno como una organizaci¨®n no gubernamental que se encarga de atender directamente sus demandas. La decisi¨®n pol¨ªtica ser¨ªa la resultante autom¨¢tica de las presiones que se ejercen. Los pol¨ªticos se limitar¨ªan a responder a las expectativas de los electores sin formular proyectos que dieran sentido a la acci¨®n colectiva m¨¢s all¨¢ de las reacciones inmediatas de la opini¨®n p¨²blica, los deseos m¨¢s superficiales y de menos alcance. Una acci¨®n pol¨ªtica sectorializada trata de ir acomodando los intereses de las clientelas particulares, en vez de acometer las grandes reformas sociales. Incluso aunque se est¨¦ a favor de dicha extensi¨®n de los derechos civiles, no puede uno dejar de recordar que podemos estar entrando en una l¨®gica sectorializante que plantea otros problemas y permite dejar a medio hacer la tarea pol¨ªtica de transformaci¨®n del espacio p¨²blico. Como si el tratamiento particularizado de los problemas de los diversos grupos sociales eximiera a los gobiernos de preocuparse por la sociedad como un todo.
Una sociedad con el espacio p¨²blico averiado o fuera de servicio se descompone en la amalgama y en la inmediatez de sus componentes. Las diferencias que les separan a ¨¦stos no son solamente irreductibles, sino que representan un valor en s¨ª. Los derechos privados de los individuos han pasado a un primer plano, entendidos como algo completamente exterior a la escena pol¨ªtica, completos en su forma original, no necesitados de negociaci¨®n ni compromiso, radicalmente despolitizados. Cada uno hace valer su particularidad frente a una instancia general cuyo punto de vista nunca se esfuerza por interiorizar. En principio los intereses se deber¨ªan legitimar en tanto que componentes de un inter¨¦s de conjunto; en este caso, son tenidos por leg¨ªtimos en s¨ª mismos y se despliegan sin tener que responder a la pregunta acerca de su contribuci¨®n al bien global. Es lo que Marcel Gauchet ha denominado el d¨¦sencadrement pol¨ªtico de la sociedad civil. La despolitizaci¨®n consiste en pensar la sociedad como una serie de grupos cuyos intereses pueden hacerse valer inmediatamente y en un estilo de gobierno que regula sus derechos sin preocuparse demasiado por reformar el conjunto colectivo que los engloba. Resulta curioso y significativo lo bien que encaja esto con la l¨®gica del mercado. Tal vez as¨ª se explica su ¨¦xito, a la izquierda y a la derecha: una forma de relaciones entre agentes independientes que buscan maximizar sus ventajas sin necesidad de tener presente de alg¨²n modo el inter¨¦s de todos. Aqu¨ª se pone de manifiesto hasta qu¨¦ punto se ha interiorizado el modelo del mercado.
Cuando la sociedad se entiende de este modo, la representaci¨®n de los diversos colectivos se convierte en un fin en s¨ª mismo, por encima de la coherencia de la acci¨®n p¨²blica. Como si bastara con que todos est¨¦n representados para que la diversidad social est¨¦ bien gestionada; como si, por ejemplo, la paridad resolviera sin m¨¢s la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, o el reconocimiento de los derechos de los homosexuales bastara para reformar los roles dom¨¦sticos tradicionales. Un pol¨ªtico sin ideas puede respirar satisfecho cuando ha conseguido que todos est¨¦n representados, que haya uno de cada, que las cuotas est¨¦n cubiertas, pero no deber¨ªa pensar que esa composici¨®n le exonera de la obligaci¨®n de ocuparse de todos, que es algo bien distinto (y m¨¢s dif¨ªcil, por cierto).
Todo esto se produce en un contexto de crisis de la representaci¨®n. Siempre se ha entendido que quien resultaba elegido se transfiguraba por el hecho mismo de la elecci¨®n, que representaba a todos y no s¨®lo a quienes le hab¨ªan elegido o al grupo al que pertenec¨ªa, encarnando un inter¨¦s general que ya no es de la misma naturaleza que la suma de los intereses de los individuos o de los grupos. Es esta transformaci¨®n del representante lo que se ha debilitado enormemente. La representaci¨®n pasa de ser un instrumento para la configuraci¨®n del espacio p¨²blico a convertirse en el medio de expresi¨®n de los deseos y las identidades. A esta l¨®gica obedece el ideal de "proximidad" de los representantes. Cuanto m¨¢s se parezca el representante al representado, mejor, viene a decirse. Pero la crisis actual de la pol¨ªtica no se debe, como suele afirmarse, a que exista una gran distancia entre los electores y los elegidos, sino m¨¢s bien a lo contrario: a la exigencia de que se identifiquen ambas instancias, de manera que resulta imposible cualquier "elaboraci¨®n" de las identidades y los intereses, sentenciados como algo no negociable. Con esta l¨®gica se hace imposible la pol¨ªtica, que es representaci¨®n y s¨ªntesis. La reivindicaci¨®n constante de "transparencia" refleja esa manera de pensar: que la pol¨ªtica deber¨ªa ser un transposici¨®n inmediata de lo que la sociedad es, sin "elaboraci¨®n" alguna, sin el valor a?adido de la cooperaci¨®n, como si cualquier intervenci¨®n de otros fuera una traici¨®n a unas esencias de evidencia inmediata. Toda mediaci¨®n pol¨ªtica ser¨ªa sin¨®nimo de falseamiento y ocultaci¨®n.
Frente al ideal simplista de representaci¨®n por similitud est¨¢ la s¨ªntesis democr¨¢tica de lo diverso. La modernidad pol¨ªti
-ca hab¨ªa instaurado la confianza en unos mecanismos que permit¨ªan la convivencia de personas y pueblos diversos en virtud de una referencia universalista. Las instituciones pol¨ªticas organizaron el tr¨¢nsito de la confianza en el otro porque es parecido a la confianza en la ley que organiza la convivencia con otros que son diferentes. Otorgar la confianza a otro s¨®lo porque es similar (mujeres que representan a mujeres, nosotros a los nuestros) es imposibilitar la constituci¨®n del espacio p¨²blico de la ciudadan¨ªa, el lugar en el cual se establece la coexistencia de lo diverso.
La conquista de los derechos civiles incomoda siempre con alguna que otra obligaci¨®n. El reconocimiento de la libertad de expresi¨®n, de pr¨¢ctica religiosa, de la diferencia cultural, de orientaci¨®n sexual lleva un peaje que a veces cuesta pagar. Entrar en el dominio de la decisi¨®n colectiva exige respetar una l¨®gica propia, la del espacio p¨²blico, ese lugar en el que la sociedad civil discordante y heter¨®clita encuentra su principio de composibilidad. Es all¨ª donde se produce el concierto global de los intereses, donde se procede a la integraci¨®n de las diferentes reivindicaciones. Por eso ¨²nicamente desde una adecuada concepci¨®n del espacio p¨²blico puede hacerse justicia a las demandas sociales de manera que los clientes queden convertidos en ciudadanos; s¨®lo quien haya comprendido la forma p¨²blica de las instituciones est¨¢ en condiciones de impugnar el modo como Buttiglione traslada sus convicciones religiosas a una sede institucional; solo as¨ª cabe exigir a las comunidades de convicci¨®n o identidad que distingan entre esa parte de ellas mismas que es susceptible de inscripci¨®n p¨²blica y la que debe permanecer en el ¨¢mbito privado; ¨²nicamente quien haya entendido que los problemas de las mujeres derivan de la forma discriminatoria del espacio social y s¨®lo secundariamente de su escasa representaci¨®n puede comprender que la paridad es tan necesaria como insuficiente.
Tras haber emprendido unas causas de las que podr¨ªan predicarse tres caracter¨ªsticas (que son buenas, que resultan f¨¢ciles y que no arreglan el fondo del problema), parece conveniente incordiar recordando que el inter¨¦s general no es la mera suma de la satisfacci¨®n de los intereses sectoriales; el espacio p¨²blico no est¨¢ suficientemente articulado cuando se atienden las demandas de los diferentes grupos sociales. La pol¨ªtica termina siempre por tener que enfrentarse a la responsabilidad de hacer una s¨ªntesis democr¨¢tica, todo lo provisional y revisable que se quiera, pero s¨ªntesis al fin y al cabo, sin la cual ni siquiera percibir¨ªamos las diferencias que queremos proteger. Si el espacio p¨²blico tiene un valor democr¨¢tico no es simplemente porque todos tienen derecho a hacer valer sus deseos o convicciones, sino porque los ponen en juego en el seno de un debate racional en el que se construyen sistemas de integraci¨®n, procesos que tienen en cuenta el largo plazo, procedimientos para inhibir el propio inter¨¦s e identificar el bien com¨²n, ese gran desatendido entre tanto dossier, por referencia al cual echamos en falta, entre la agitaci¨®n de funcionarios atareados, a alguien que se ocupe de todos.
Daniel Innerarity, profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza, es premio Espasa de Ensayo por su obra La sociedad invisible.
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