Tres actitudes morales
Un colega profesor de ¨¦tica, m¨¢s desencantado que c¨ªnico, me comunic¨® hace tiempo que por fin hab¨ªa encontrado una definici¨®n de su materia con la que todo el mundo parec¨ªa estar de acuerdo: "?tica es lo que les falta a los dem¨¢s". ?ltimamente, escuchando con forzosa resignaci¨®n a obispos, ministros, parlamentarios y tertulianos de diversos medios y pelaje, he tenido ocasi¨®n de acordarme frecuentemente del dictamen de mi amigo y de reconocer que no le falta raz¨®n. Como el discurso ¨¦tico no se limita a describir el mundo tal cual es, sino que expresa adem¨¢s lo que quisi¨¦ramos que fuese o pensamos que deber¨ªa ser, no debe extra?arnos demasiado que saque mayor energ¨ªa del rechazo o de la protesta que de la beat¨ªfica aprobaci¨®n. Por cada valiente camionero capaz de rescatar a dos ni?os de un coche en llamas, la bulliciosa actualidad nos brinda docenas de abusos, atrocidades, indelicadezas o conductas privadas que suscitan nuestra perplejidad, primero, y nuestra desaprobaci¨®n, luego. De ah¨ª que la moral parezca ser en primer lugar y casi siempre lo que echamos en falta, antes que lo que proponemos. Pero ello no deber¨ªa impedir que, en cualquier caso, hagamos el esfuerzo de reflexionar sobre el punto de vista ¨¦tico desde el que hablamos..., y desde el que pretendemos reclamar a los dem¨¢s su aquiescencia a los valores que es necesario compartir para que realmente "valgan". A mi juicio, se dan a este respecto tres diferentes actitudes.
Seg¨²n la primera de ellas, el plano moral est¨¢ marcado por la ortodoxia de la Iglesia cat¨®lica, cuyos preceptos deber¨ªan marcar la pauta ¨¦tica en nuestra sociedad utilitaria y materialista. De acuerdo con la argumentaci¨®n habitual de dicha instituci¨®n piadosa, tales dogmas -pese a su refrendo moralmente sobrenatural- coinciden punto por punto con el orden natural del cosmos y de la sociedad. No hace falta ser acendradamente multiculturalista (dolencia que creo no padecer) para advertir la desaforada exageraci¨®n de tal supuesto. La normativa promulgada por la Iglesia cat¨®lica para sus feligreses, con perfecto derecho, puede ser inapelable desde el plano de lo religioso, pero muy discutible desde una apreciaci¨®n meramente ¨¦tica de los problemas. Porque la ¨¦tica -en s¨ª misma laica y racional- aspira exclusivamente a una vida humana mejor, mientras que el mensaje cat¨®lico promete algo mejor que la vida humana y m¨¢s all¨¢ de ¨¦sta. No deben confundirse ambos planos en un estado democr¨¢tico no confesional, como no pueden determinarse las decisiones de gobierno que incumben a todos seg¨²n las directrices religiosas que s¨®lo son v¨¢lidas para los creyentes. Cuando Rocco Buttiglione dice que la homosexualidad es "pecado", quienes no sabemos nada de tal categor¨ªa valorativa no tenemos nada que objetarle (aunque s¨ª a su nombramiento para un cargo europeo que legisla para cat¨®licos y quienes no lo son); en cambio, cuando un obispo dice que la homosexualidad es una "enfermedad" o un "desorden morboso", nos negamos a reconocerle en tales cuestiones m¨¢s autoridad de la que tienen, por ejemplo, otros dignatarios de las ciencias ocultas como Rappel.
Es posible que, en efecto, todas las restricciones morales fuertes, las que se refieren por ejemplo al respeto a ciertos aspectos inmanipulables de la vida humana, tengan origen en el sentimiento y el concepto de lo sagrado. Pero tal idea de lo sagrado es anterior a las iglesias vigentes, no consecuencia de ellas. Y puede ser incorporada a razonamientos ¨¦ticos no deudores de ninguna ortodoxia clerical. Quiz¨¢ lo m¨¢s asumible por cualquiera de la actitud moral eclesi¨¢stica es cuanto recoge de fuentes anteriores cuya vocaci¨®n "pagana" niega, esos contenidos que legitima despu¨¦s a su modo. Tal como dijo Santayana: "Lo que mantiene la moralidad sobrenatural, en sus mejores formas, dentro de los l¨ªmites de la cordura, es el hecho de que restablece en la pr¨¢ctica, en asociaciones novedosas y por motivos ostensiblemente diferentes, las mismas virtudes y esperanzas naturales que cuando se vio que eran meramente naturales hab¨ªa arrojado con desprecio. La nueva revelaci¨®n en s¨ª es la que restaura la autoridad de esos ideales humanos, expres¨¢ndolos en una f¨¢bula". De modo que puede haber sustancia ¨¦tica de valor general en ciertos planteamientos eclesiales, pero no en cuanto tratan de prevalecer sobre la legislaci¨®n laica por obra de su autoridad sobrenatural revelada...
En el extremo opuesto, tenemos la actitud de quienes han sustituido todo razonamiento moral por la pertenencia a una posici¨®n pol¨ªtica que dispensa de ulteriores averiguaciones. Si un comportamiento es "progresista", es decir, si suscita protestas entre la gente de derechas y los curas, aunque se trate de institucionalizar la antropofagia hay que celebrarlo como un gran paso adelante de la especie humana. Desde una posici¨®n sim¨¦trica aunque contrapuesta, otros rechazan cuanto huele poco o mucho a "subversivo"..., olvidando por ejemplo que sumamente subversivos fueron los hoy ultrarrespetables (aunque de hecho poco respetados) derechos humanos. La pretensi¨®n de un discurso ¨¦tico que no repita sencillamente los argumentos estrat¨¦gicos de los partidos pol¨ªticos en liza y que incluso pudiera matizar las ovaciones de rigor a nuestro equipo resulta incomprensible, cuando no francamente sospechosa de traici¨®n. La ¨²nica cuesti¨®n moral importante es dejar bien claro que "somos de los nuestros": todo lo dem¨¢s son ganas de marear la perdiz.
No cabe duda de que cualquier razonamiento moral tiene repercusiones c¨ªvicas y debe ser consciente de ellas desde su mism¨ªsimo planteamiento. Pero no puede sencillamente agotarse en ese plano porque lo relevante de la ¨¦tica es intentar explorar y calibrar las opciones de la libertad humana a despecho de las categor¨ªas ya instituidas que pugnan por el poder en las sociedades democr¨¢ticas tal como hoy las conocemos. La conciencia ¨¦tica intenta seguir razonando no hasta d¨®nde llegan las leyes sino m¨¢s all¨¢: pretende defender la posibilidad humana de enmienda y conflicto razonable incluso all¨ª donde las instituciones creen haber dicho la ¨²ltima palabra.
De aqu¨ª la importancia en la democracia actual de una ¨¦tica laica -es decir, que no se refugie meramente en la reiteraci¨®n inapelable de cualquier tradici¨®n dogm¨¢tica eclesial- pero tambi¨¦n c¨ªvica, o sea transversal al juego pol¨ªtico y capaz de ponerle trabas o de impulsarlo sin confundirse plenamente con ¨¦l. Tal actitud distinguir¨¢ claramente lo que las leyes pueden resolver y lo que permanece vivo como problema ¨ªntimo de cada cual m¨¢s all¨¢ de la disposici¨®n jur¨ªdica que ordena legalmente las conductas. Muchas veces he podido constatar el desconcierto que produce afirmar que uno puede estar a favor de una regulaci¨®n liberal del aborto o de la eutanasia, sin por ello obviar que seguir¨¢n siendo problemas morales trascendentes para muchas personas aunque acaten tal legislaci¨®n. Por no referirnos a quienes tratan de plantear como dilema ¨¦tico situaciones extremas en las que la tortura ser¨ªa una opci¨®n capaz de salvar vidas, etc¨¦tera. Por eso creo imprescindible educar en las pautas argumentativas de un planteamiento moral laico pero c¨ªvico, es decir, no pol¨ªticamente sectario. Y ese empe?o no se confunde con el -por otras razones necesario- conocimiento de nuestro ordenamiento constitucional o legal. Creo que pertenece m¨¢s bien a la tarea de la formaci¨®n filos¨®fica, en el m¨¢s amplio sentido del t¨¦rmino. Por ello discrepo de mi querido amigo y en tantas ocasiones maestro Gregorio Peces-Barba, cuando parece aconsejar que los encargados de tal formaci¨®n debieran ser fundamentalmente juristas. La capacidad de persuadir y ser persuadidos con razonamientos morales desligados de una estricta obediencia eclesial o partidista (aunque se puedan tener tales directrices argumentativas ocasionalmente en cuenta) constituye un elemento esencial de lo que durante mucho tiempo se consider¨® una educaci¨®n "liberal"; es decir, liberada de la superstici¨®n, del dogma, de la pertenencia acr¨ªtica, de la incapacidad de orientar aut¨®nomamente la vida propia. Y tambi¨¦n es la pieza b¨¢sica de lo que ya Arist¨®teles denominaba "ciudadan¨ªa reflexiva", algo que va a ser cada vez m¨¢s dif¨ªcil de obtener y m¨¢s imprescindible de ejercitar en la Europa de nuestro pr¨®ximo futuro.
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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