En memoria del pintor juan barjola, el maestro y el amigo
Conservo en mi memoria afectiva aquel primer encuentro con Juan Barjola en mayo de 1966 en la "sala X" del palacio de Vel¨¢zquez del Retiro madrile?o. Estaba a punto de inaugurarse la Exposici¨®n Nacional de Bellas Artes y era el momento del vernissage, aquel en que los artistas acced¨ªan a la exposici¨®n a dar el ¨²ltimo retoque a sus obras. Con el impacto a¨²n en mi cuerpo de las dos dram¨¢ticas obras que Barjola colgaba en la sala III, en especial aquel Mundo suburbial, contemplaba con pavor adolescente mi catastrofista obra, cuando alguien a mi espalda me observ¨®: "?Es tuya esta pintura?". Era Juan Barjola en persona quien, con paternal tolerancia, daba el aprobado a mi trabajo. No s¨®lo eso, tambi¨¦n una especie de alternativa que me abr¨ªa las puertas al reservado mundo de la Pintura, de ese privilegiado santuario reservado s¨®lo a los pintores. Ellos saben de qu¨¦ hablo.
Es natural que aquel primer encuentro pasara a formar parte de mi biograf¨ªa m¨¢s ¨ªntima: ten¨ªa yo apenas 22 a?os y Barjola era entonces el artista m¨¢s reconocido y, tambi¨¦n, el m¨¢s rebelde y proletario a los ojos del Madrid de entonces. En la otra orilla de la contestaci¨®n estaban los artistas de El Paso (hac¨ªa dos a?os que se hab¨ªan disuelto como grupo), y los contados del Pop iniciaban su andadura, grupos que a¨²n no hab¨ªan permeado lo suficiente en el ambiente madrile?o, y con algunos de los cuales Barjola mantendr¨ªa un respetuoso y cordial di¨¢logo a lo largo de su vida. Me estoy refiriendo en especial a Saura y a Gordillo, respectivamente.
Desde mi condici¨®n de galerista y de representante ¨²ltimo del pintor, me ha parecido oportuno se?alar este encuentro, ya que todos los nuestros tuvieron lugar dentro del ¨¢mbito de La Pintura. En efecto, tuve ocasi¨®n de ver a Juan cada poco, en exposiciones, a lo largo de 40 a?os y, siempre, siempre, desde la complicidad de ese secreto di¨¢logo. Sus observaciones eran tan certeras y su sentido cr¨ªtico tan l¨²cido que sorprender¨ªa a muchos j¨®venes escuchar sus comentarios. Pero su amplia cultura y, en especial, su sensible intuici¨®n art¨ªstica, rebasaba los l¨ªmites de la pintura, y le gustaba o¨ªr m¨²sica y hablar de ella y, especialmente, leer y hablar de poes¨ªa, que siempre consider¨® un arte superior al suyo.
Desde que abr¨ª mi galer¨ªa en Madrid, acud¨ªa a todas las exposiciones y no faltaba a las citas anuales de Arco, donde yo cre¨ªa percibir sus sutiles insinuaciones. Se sent¨ªa olvidado, marginado, maltratado y quer¨ªa estar all¨ª, junto a esos venerados amigos que consideraba mejor tratados por la vida y sobre todo por la cr¨ªtica; o junto a los j¨®venes. Pero para m¨ª, Juan era un maestro y, ante todo, un amigo; ese amigo mayor cargado de sabidur¨ªa y de raz¨®n con el que nos gusta entendernos para sentirnos tambi¨¦n un poco m¨¢s razonables y sabios. Sab¨ªa que era un artista inc¨®modo y de dif¨ªcil acomodo. Por eso, desde aquel memorable Homenaje a Picasso de 1981, ¨²ltima exposici¨®n en la galer¨ªa Biosca, anduvo sin rumbo fijo, dando tumbos, deambulando, solitario y sin amo como los perros callejeros de sus cuadros.
En el oto?o de 1998 multiplic¨® sus visitas hasta que, enterado del proyecto de mi stand para la feria, me manifest¨® directamente su deseo: quer¨ªa estar all¨ª con ellos. Fue un stand memorable, y la obra de Juan, tan maltrecha por el olvido , reclam¨® nuevamente la atenci¨®n. La Asociaci¨®n de Cr¨ªticos de Arte le distingui¨® con el Premio al Artista mejor representado en la feria.
As¨ª transcurrieron el resto de los d¨ªas, las dos exposiciones en mi galer¨ªa, otros Arco, y hubieran seguido otras cosas si un accidente no le hubiera llevado al hospital hace apenas una semana. Fui a visitarle tan pronto me avisaron. All¨ª estaba, en una habitaci¨®n de hotel de lujo arropado de atenciones y del amor de los suyos: "Qu¨¦ ser¨¢ de aquellos que no puedan pagarse una habitaci¨®n como ¨¦sta y unos m¨¦dicos tan competentes y atentos... este perro mundo...", me dijo. Ten¨ªa la mente despejada y l¨²cida de siempre, capaz de derrumbar al m¨¢s plantado.
Naturalmente, hablamos de pintura; hasta me hizo reparar en la banal pintura -una litograf¨ªa comercial- que decoraba la pared frente a su cama. Luego supe que, momentos antes de morir, la hab¨ªa hecho retirar de su mirada.
Y poco despu¨¦s vino la muerte. Reconforta saber que muri¨® tranquilo y rodeado del amor de sus hijos y sus nietos. Lo llev¨® al final en su semblante. Pero la suya ha sido una muerte pasional. A Juan lo acab¨® matando la pintura; la misma que le dio la vida a lo largo de los a?os y a la que tanto am¨®. Le aplastaron un mont¨®n de ingratos ¨²ltimos cuadros, insatisfechos, tal vez, por no ser ninguno de ellos la gran obra que siempre persigui¨®; fue la venganza de un amor cruel y desairado, disfrazado de vulgar accidente laboral. Una muerte proletaria, consecuente con su taca?a y proverbial pobreza, pero contradictoria con el ¨¦xito del reconocido artista.
Juan, amigo, aunque te has ido, nos queda el secreto refugio de la Pintura. S¨®lo los artistas saben de qu¨¦ hablamos.
Antonio Mach¨®n es director de galer¨ªa y catedr¨¢tico de Educaci¨®n Art¨ªstica de las universidades de Valladolid y Aut¨®noma de Madrid.
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