El l¨ªder radical
Qu¨¦ debe esperar la comunidad internacional -y los estadounidenses- de quien manda en el mundo? George W. Bush, reelegido presidente en unas intensas elecciones que cerraron cuatro a?os marcados por un atentado hist¨®rico, el del 11-S, y dos guerras, Afganist¨¢n e Irak, va a seguir siendo un protagonista activo del cambio radical: revolucion¨® la pol¨ªtica exterior de EE UU y se dispone a revolucionar la pol¨ªtica nacional. Ha jugado durante toda su carrera pol¨ªtica -desde Tejas hasta Washington- a que le subestimen, y ha obtenido una alta rentabilidad de ello: para anticipar, en lo posible, lo que va a hacer, hay que escuchar lo que el propio Bush ha dicho y observar los cambios en su segundo Gobierno.
Lo que guiar¨¢ a la nueva secretaria de Estado, Condoleezza Rice, ser¨¢ el pragmatismo, lo que Bush siempre ha definido como multilateralismo eficaz
El presidente desconcert¨® a los conservadores con su intervencionismo exterior y gasto desatado, y a los republicanos moderados con su radicalismo
Bush gan¨® porque supo explotar la conexi¨®n que la mayor¨ªa de los norteamericanos hacen entre lucha antiterrorista e invasi¨®n de Irak
Bush gan¨® las elecciones porque supo jugar mejor que su adversario en el marco creado por el 11-S y explot¨® a su favor -a pesar de los errores en Irak- la conexi¨®n que una mayor¨ªa de estadounidenses estableci¨® entre guerra contra el terrorismo e invasi¨®n iraqu¨ª. Ahora quiere conseguir el legado hist¨®rico al que aspira todo presidente que repite mandato con modificaciones profundas de la organizaci¨®n socioecon¨®mica del pa¨ªs.
"Se equivoca el que piense que Bush no es inteligente s¨®lo por la manera de hablar que tiene, simple y poco respetuosa con la gram¨¢tica", escribi¨® Philip Gourevitch en The New Yorker durante la campa?a. "Mientras que Kerry puede hablar p¨¢rrafos enteros sin decir nada, es raro que Bush diga diez palabras seguidas sin tomar una postura, transmitir una opini¨®n o proclamar un prop¨®sito". Sus adversarios no le han tomado en serio, y "menospreciar a alguien tan ambicioso y tan audaz, y hacer lo mismo con su equipo, es un error", seg¨²n Mois¨¦s Na¨ªm, director de la revista Foreign Policy.
Gastar el capital
Por ello conviene tener en cuenta el primer mensaje de Bush, reci¨¦n lograda su victoria: "He ganado un capital en estas elecciones, un capital pol¨ªtico, y ahora tengo toda la intenci¨®n de gastarlo en lo que dije a la gente que lo iba a gastar". Lo que Bush dijo durante la campa?a es que iba a aplicar cambios radicales, y est¨¢ convencido de que tiene un mandato para hacerlo, porque recibi¨® m¨¢s votos, en t¨¦rminos absolutos, que ning¨²n otro presidente, y porque aventaj¨® al dem¨®crata John Kerry en m¨¢s de tres millones de sufragios (aunque no arras¨®, y su porcentaje, 50,75% frente a 48,27%, indica que el electorado est¨¢ dividido casi a la mitad, como en 2000). El presidente ha renovado su equipo de gobierno seleccionando a personas muy fieles para aplicar ese programa, que trata de imprimir un cambio profundo en el paisaje pol¨ªtico de EE UU y en el conservadurismo norteamericano y que tiene estos ejes:
- Privatizaci¨®n parcial de las pensiones por la que los trabajadores j¨®venes podr¨¢n desviar un tercio de sus aportaciones e invertir en la Bolsa el fondo resultante.
- Reforma para simplificar la fiscalidad.
- Otra para limitar a 250.000 d¨®lares los da?os y perjuicios en reclamaciones de errores m¨¦dicos.
- Y otra para reorganizar legalmente la inmigraci¨®n.
Parecen reformas osadas que parten de problemas reales, desde un sistema de pensiones que entrar¨¢ en crisis a corto plazo, cuando empiece a jubilarse en masa la generaci¨®n del baby boom (a partir de 2008), hasta leyes de inmigraci¨®n incapaces de dar soluci¨®n a ocho millones de sin papeles.
Para sacar adelante este programa, escriben Jim Vandehei y Mike Allen en The Washington Post, la Casa Blanca y el nuevo Gobierno, reforzado con leales a toda prueba, "organizar¨¢n una oligarqu¨ªa que controlar¨¢ la pol¨ªtica nacional de la misma forma que hicieron con la pol¨ªtica exterior en los primeros cuatro a?os el vicepresidente, Dick Cheney; la consejera de Seguridad, Condoleezza Rice, y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. Adem¨¢s, "para consolidar el apoyo de la opini¨®n p¨²blica y superar las cr¨ªticas del Congreso y de los medios de comunicaci¨®n, Bush viajar¨¢ por todo el pa¨ªs y advertir¨¢ de las desastrosas consecuencias de la inacci¨®n". El veterano analista David Broder coincide: "Se ha garantizado que la autoridad de la Casa Blanca no va a ser desafiada y que sus deseos ser¨¢n tomados como ¨®rdenes".
En pol¨ªtica exterior, la revoluci¨®n del primer mandato -ruptura con doctrinas de la guerra fr¨ªa, seguridad nacional por encima de todo, ataque preventivo- se asentar¨¢, aunque lo que guiar¨¢ a la nueva secretaria de Estado, Condoleezza Rice, ser¨¢ el pragmatismo, lo que Bush llama "multilateralismo eficaz". Clifford Kupchan, vicepresidente del Nixon Center, aventura: "Dada la situaci¨®n en Irak y las amenazas de Ir¨¢n y Corea del Norte, veremos una pol¨ªtica exterior m¨¢s multilateral; el Gobierno entender¨¢ que no puede proteger el poder de EE UU ni garantizar sus intereses nacionales de forma aislada (...). Veremos un regreso al multilateralismo".
"A mi manera"
El 1 de diciembre, en Canad¨¢, Bush expuso el "multilateralismo a mi manera": "Am¨¦rica siempre prefiere actuar con sus aliados. Y sin embargo, el ¨¦xito del multilateralismo se mide no por el proceso, sino por los resultados. El objetivo de la ONU y otras instituciones debe ser la seguridad colectiva, no mantener un debate interminable". Bush a?adi¨® que la ONU debe ser m¨¢s que una liga de naciones y que EE UU "est¨¢ decidido a trabajar hasta donde sea posible en los organismos internacionales", confiando en que "sean m¨¢s relevantes y eficaces para afrontar las amenazas de nuestra era".
?Se puede pronosticar una singladura tranquila a la continuidad exterior y a las reformas radicales nacionales de Bush? Dif¨ªcilmente. Aunque no est¨¢ escrito que sus pr¨®ximos cuatro a?os tengan que seguir la pauta hist¨®rica de los segundos mandatos -agitados y expuestos al esc¨¢ndalo, como ocurri¨® con Nixon, con Reagan y con Clinton-, los obst¨¢culos van a ser formidables. En el exterior, la salida de las tropas de Irak, la resurrecci¨®n del proceso de paz entre israel¨ªes y palestinos y la presi¨®n sobre Ir¨¢n y Corea del Norte son tres retos que EE UU no puede vencer en solitario: la relaci¨®n con los aliados no se ver¨¢ libre de tensiones. Y en EE UU, el descontrol del d¨¦ficit y la reorganizaci¨®n de las pensiones, adem¨¢s de la reforma de la ley de inmigraci¨®n, son cap¨ªtulos en los que hay posiciones encontradas dentro de la mayor¨ªa republicana en el Congreso. Que las dos c¨¢maras tengan el mismo color pol¨ªtico que la Casa Blanca no quiere ser que sean d¨®ciles: Bush no tiene que volver a presentarse a nada, pero los congresistas deben renovar sus esca?os.
La resistencia de una amplia minor¨ªa republicana a reorganizar los servicios de inteligencia fue el primer aviso. Bush desconcert¨® a muchos conservadores con su intervencionismo exterior y sus pol¨ªticas de gasto p¨²blico desatado, e irrit¨® a los republicanos moderados con su radicalismo. Desarrollar un programa como el que planea le obliga a mantener unidos a los congresistas republicanos, y exigir¨ªa una acci¨®n concertada con los dem¨®cratas, por la enorme entidad de los asuntos. A falta de que la oposici¨®n se reorganice, el partido elija a un nuevo presidente y abra el debate sobre su orientaci¨®n, nada hace pensar en que ser¨¢ f¨¢cil la cooperaci¨®n bipartidista, y los dem¨®cratas tienen minor¨ªa de bloqueo suficiente en el Senado como para frenar las iniciativas republicanas y plantar batalla si la Casa Blanca nombre a magistrados extremadamente conservadores para el Supremo.
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