Apogeo del espanto
?Imagin¨® siquiera Abimael Guzm¨¢n, el l¨ªder de Sendero Luminoso, al desencadenar en 1980 la guerra revolucionaria que iba a convertir al Per¨² en una sociedad mao¨ªsta fundamentalista, los horrores que esta insurrecci¨®n provocar¨ªa? El a?o pasado, el Informe de la Comisi¨®n de la Verdad y Reconciliaci¨®n, presidida por el Dr. Salom¨®n Lerner Febres, document¨® de manera escalofriante esta guerra que en un par de d¨¦cadas asesin¨®, tortur¨® e hizo desaparecer a m¨¢s de sesenta y nueve mil peruanas y peruanos, en su inmensa mayor¨ªa gentes humildes y totalmente inocentes, que se vieron atrapadas entre los dos rodillos compresores del senderismo y las fuerzas del orden y sacrificadas por ambos con parecido salvajismo. Pese a su ponderaci¨®n y sus esfuerzos por ce?irse a la estricta verdad de los hechos, este Informe fue injustamente criticado y ninguna de sus conclusiones y sugerencias ha sido tomada en cuenta por las autoridades, que lo han encarpetado y olvidado.
Ocurrir¨¢ lo mismo, probablemente, con los materiales que a?ade a este Informe el periodista Ricardo Uceda, antiguo director de S¨ª, un semanario de izquierda, que aparecen en su libro reci¨¦n publicado, Muerte en el Pentagonito. Los cementerios secretos del Ej¨¦rcito Peruano (Planeta), fruto de ocho a?os de investigaci¨®n, que rastrea, principalmente, gracias a testimonios de los propios protagonistas, las operaciones de inteligencia, las torturas y ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones que llevaron a cabo en la sombra varios organismos policiales y militares, y una organizaci¨®n paramilitar del Gobierno aprista de Alan Garc¨ªa, con el benepl¨¢cito, la complicidad o una hip¨®crita actitud ponciopilatesca de los gobiernos. Aunque Uceda discute y rectifica algunas afirmaciones del Informe de la Comisi¨®n de la Verdad, en lo esencial ambos trabajos coinciden en mostrar que durante los a?os de la revoluci¨®n senderista el Per¨² vivi¨® lo que un verso de Miguel Hern¨¢ndez llama "el apogeo del espanto".
Era una demencia iniciar semejante levantamiento, y hacerlo precisamente cuando el Per¨² recuperaba la democracia, luego de doce a?os de dictadura militar, pues de este modo se dificultaba hasta lo imposible que las instituciones democr¨¢ticas resucitaran y funcionaran a cabalidad. Las acciones terroristas de Sendero, sus asesinatos y asaltos a polic¨ªas, autoridades y supuestos explotadores y "enemigos de clase", obligaron a Belaunde Terry, a poco de asumir su Gobierno, y a rega?adientes, a llamar a las Fuerzas Armadas a hacer frente a una subversi¨®n que, en Ayacucho y vecindades, parec¨ªa progresar como un incendio. El Ej¨¦rcito no estaba preparado para enfrentar una guerra subversiva y Uceda cuenta en su libro que, cuando aqu¨¦l recibe esta misi¨®n, sus servicios de inteligencia ni siquiera ten¨ªan idea de qu¨¦ era y c¨®mo operaba Sendero Luminoso. El militar al que le encargan preparar un informe al respecto, lo elabora a base de folletos y libritos de propaganda que compra en las veredas del Parque Universitario. Este personaje, el suboficial de inteligencia Julio Sosa, principal informante de Uceda, una verdadera m¨¢quina de matar, parece extra¨ªdo del cine negro o la literatura s¨¢dica.
Desde un principio, la estrategia contrarrevolucionaria es elemental: responder al terror con m¨¢s terror, para obtener informaci¨®n y para que la poblaci¨®n civil sepa a lo que se arriesga si colabora con los senderistas. Con esta filosof¨ªa, se abr¨ªa la puerta a las crueldades m¨¢s vertiginosas. A la brutalidad se sumaba, en muchos casos, la ineficiencia. Los primeros grupos de inteligencia enviados a Ayacucho someten a todo detenido a violencias indecibles, pero ni siquiera saben qu¨¦ preguntarles y en muchos casos, se dir¨ªa que por mera impotencia, se limitan a matarlos. El proceso de aprendizaje es una r¨¢pida deshumanizaci¨®n en que los defensores de la legalidad, de los derechos humanos y de las libertades que garantiza la democracia terminan conduci¨¦ndose de manera tan atroz como los propios senderistas.
Ricardo Uceda da nombres y apellidos, y los grados militares as¨ª como las compa?¨ªas y batallones a que estaban asignados, de decenas de oficiales y suboficiales que, obedeciendo instrucciones del comando, o convencidos de que actuando como lo hac¨ªan cumpl¨ªan con lo que el Ej¨¦rcito y el poder pol¨ªtico esperaban de ellos, perpetraron las m¨¢s execrables y abyectas violaciones a los derechos humanos, colgando a sus v¨ªctimas hasta descoyuntarlas, sumergi¨¦ndolas en ba?eras hasta reventarles los pulmones, machac¨¢ndolas a golpes y vesanias m¨²ltiples para luego asesinarlas y hacer desaparecer sus cad¨¢veres, a veces quem¨¢ndolos, o enterr¨¢ndolos en fosas comunes en lugares secretos. Ni siquiera las m¨¢s elementales formas y apariencias de la legalidad se guardaban; los jueces no eran informados de las detenciones y a los familiares que ven¨ªan a inquirir por sus desaparecidos se les negaba saber nada de ellos.
El libro no es f¨¢cil de leer porque muchas de sus revelaciones estremecen y producen n¨¢useas. Las p¨¢ginas m¨¢s terribles son seguramente las que describen, con gran pormenor de detalles, el funcionamiento del campamento militar de Toctos, donde eran enviados los sospechosos de colaborar con Sendero Luminoso para que fueran interrogados y luego liquidados. Aunque el libro no da cifras, por evidencia interna se desprende que acaso centenares de hombres y mujeres -estudiantes, campesinos, sindicalistas, vagabundos- fueron llevados all¨ª para arrancarles informaci¨®n bajo tormento y luego exterminarlos. No hay la menor duda de que no s¨®lo senderistas y c¨®mplices cayeron entre ellos; un porcentaje alto fueron ciudadanos absolutamente inocentes a los que el azar, o una insidia o una intriga, empujaron dentro de esa maquinaria trituradora de la que no hab¨ªa escape posible. Al principio, se mataba para conseguir informaci¨®n o hacer un escarmiento. Despu¨¦s -se hab¨ªa vuelto tan f¨¢cil hacerlo- para que no quedaran testigos inc¨®modos y muchas veces s¨®lo para poder robar a las v¨ªctimas. Antes de asesinarlas, las muchachas y mujeres torturadas eran entregadas a los soldados para que las violaran, a la orilla misma de las tumbas donde iban a ser sepultadas. Aquello de la funci¨®n hace al ¨®rgano cobra, entre estos testimonios, una espeluznante realidad: algunos ejecutores coleccionaban orejas y narices de los asesinados y los exhib¨ªan, ufanos, en frascos o sartas como trofeos de guerra. A un joven subteniente, reci¨¦n llegado al campamentode Toctos, sus compa?eros, en medio de una borrachera, le piden que demuestre su hombr¨ªa decapitando a un terrorista. El joven va al calabozo y regresa con la cabeza sangrante en las manos.
El libro deja en claro que estas monstruosidades no eran excepciones estrafalarias sino, en muchos casos, comportamientos que se fueron generalizando en raz¨®n de la exasperaci¨®n que provocaban en las filas de las Fuerzas Armadas y en la sociedad peruana los asesinatos y exacciones de Sendero Luminoso y de la total incapacidad de las autoridades, civiles y militares, para fijar unos l¨ªmites claros, inequ¨ªvocos, a la acci¨®n antisubversiva, que las excluyera. La verdad es que la jefatura militar las toler¨®, en muchos casos las instig¨® y las cubri¨®, y que el poder pol¨ªtico no quiso enterarse de lo que ocurr¨ªa para no tener que actuar. Eso explica, sin duda, que la recuperaci¨®n de la democracia en el Per¨² durara apenas los Gobiernos de Belaunde Terry y Alan Garc¨ªa y que, en 1992, Fujimori diera un golpe de Estado ante la indiferencia o con el apoyo de tantos peruanos. ?Qu¨¦ democracia iban a defender esos ciudadanos que viv¨ªan en la zozobra de las bombas, los cr¨ªmenes y los atracos de los terroristas, o los que, por hallarse en el medio del campo de batalla, eran brutalizados por igual por ¨¦stos y por quienes deb¨ªan protegerlos?
Con la dictadura de Fujimori y Montesinos el ejercicio del terror no fue ya s¨®lo una pr¨¢ctica solapada, sino una pol¨ªtica oficial del Estado que, adem¨¢s, para colmo de males, contaba con un amplio apoyo de una sociedad civil a la que la inseguridad y el miedo hab¨ªan hecho creer que s¨®lo la "mano dura" restablecer¨ªa la seguridad ciudadana. Las v¨ªctimas ya no eran llevadas a las lejanas serran¨ªas de Toctos, sino a los s¨®tanos del Pentagonito, la propia comandancia general del Ej¨¦rcito, en Lima, para ser exterminadas y disueltas en cal viva. Y las cartas-bomba contra activistas de los derechos humanos, periodistas de oposici¨®n y supuestos aliados de los terroristas se cocinaban en las oficinas del propio servicio de inteligencia. Sin embargo, algunos de los abominables cr¨ªmenes que se cometieron en aquellos a?os, como el asesinato de quince asistentes a una pollada (1), en una casa lime?a de los Barrios Altos, entre ellos un ni?o de ocho a?os, en noviembre de 1991, y la matanza de ocho estudiantes y un profesor de la Universidad de La Cantuta -todos supuestos senderistas o aliados de ¨¦stos-, en julio de 1992, provocaron protestas y pesquisas que al cabo del tiempo minar¨ªan profundamente los cimientos del r¨¦gimen dictatorial y contribuir¨ªan a su ca¨ªda. Sobre ambos asuntos el libro de Uceda aporta mucha informaci¨®n in¨¦dita de la que transpira la inequ¨ªvoca responsabilidad en ambos cr¨ªmenes de los m¨¢s importantes jerarcas del r¨¦gimen.
No todos los testimonios e informaciones de Muerte en el Pentagonito tienen la misma fuerza persuasiva. Y algunas opiniones, no documentadas, incluso desconciertan, como aquella que acusa de falsaria a Leonor La Rosa, miembro del servicio de inteligencia, torturada, violada y convertida en un desecho humano -tetrapl¨¦jica, vive ahora asilada en Suecia- por sus ex compa?eros, que la cre¨ªan informante de la prensa. Pero, pese a ello, el libro no es una diatriba ni un panfleto sensacionalista y demag¨®gico, sino un serio y responsable esfuerzo por sacar a la luz, cotejando todo el contradictorio y escurridizo material existente y, sin duda, arriesgando mucho en lo personal, el aspecto m¨¢s amargo de una insensata aventura ideol¨®gica que, en vez de establecer el para¨ªso igualitario que se propon¨ªa, multiplic¨® la tragedia de los pobres en el Per¨² y ensuci¨® moralmente al pa¨ªs entero.
1. Fiesta popular de barrio donde el plato principal es el pollo a la parrilla. ? Mario Vargas Llosa, 2004. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2004.
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