Pensarse herb¨ªvoros, vivir como carn¨ªvoros
El mal se banaliza cuando terroristas ejecutan a rehenes en Irak ante c¨¢maras y difunden las im¨¢genes del crimen por la televisi¨®n o Internet; cuando un marine dispara sobre un herido en Faluya; cuando un soldado israel¨ª lo hace sobre una ni?a palestina; cuando se profanan tumbas jud¨ªas; cuando se producen horrores como vimos no hace tanto en la antigua Yugoslavia; o cuando fuerzas militares que hab¨ªan ido a mantener la paz violan a mujeres en Congo u otros lugares, por no citar el hundimiento diario del ?frica abandonada al sida.
Hannah Arendt, que acu?¨® la expresi¨®n la "banalidad del mal", no lo hizo en este sentido de normalizaci¨®n, incluso monoton¨ªa, por la repetici¨®n en las pantallas u otras cavernas, sino en otro no menos perturbador. Al asistir al juicio en Jerusal¨¦n en 1961 de Adolf Eichmann, jefe del Departamento de Asuntos Jud¨ªos de la Gestapo entre 1941 y 1945 y responsable de operaciones de deportaci¨®n y exterminaci¨®n de tres millones de jud¨ªos, lo que le sorprendi¨® no fue el horror del mal en s¨ª, ya conocido, sino que pudiera haberlo cometido una persona aparentemente normal, anodina, "ni siquiera siniestra", escribi¨®, sino capaz de seguir sin m¨¢s, o con celo y excederlas, las instrucciones recibidas: las de los malvados en jefe, Hitler; o Pinochet y los horrores contenidos en el Informe sobre Prisi¨®n Pol¨ªtica y Tortura; o Sadam Husein, entre otros. Ante la soldado England en Abu Ghraib, los suicidas del 11-S o los que perpetraron el 11-M, vemos, de nuevo, la banalidad del mal.
Arendt fue m¨¢s all¨¢, al indagar en sus Diarios de Reflexiones en lo que llam¨® el "mal radical", que parte de "hacer superfluo al hombre como ser individual conservando a la vez al g¨¦nero humano, con la posibilidad de eliminar en cualquier momento partes del mismo". La definici¨®n sigue siendo v¨¢lida para atrocidades que se est¨¢n cometiendo en nuestros d¨ªas, incluidos actos terroristas. Para Arendt, sin embargo, el mal radical no tiene contrario: no existe el bien radical.
Aunque coincidan a la hora de diferenciar lo que est¨¢ bien de lo que est¨¢ mal, el concepto del mal es un elemento que separa a Estados Unidos de Europa. Es un concepto muy usado en su d¨ªa por Reagan para calificar de "imperio del mal" a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, de una forma diferente a las reflexiones de Juan Pablo II en su libro de entrevistas Memoria e Identidad en el que el Papa llega a considerar el comunismo, en Polonia y otros lugares, como un "mal necesario" del siglo XX para el mundo y la humanidad, en el sentido mefistot¨¦lico del diablo que, en palabras de Goethe, se presenta como "parte del poder que siempre quiere hacer el mal, y siempre hace el bien". ?Puede llegar a pasar algo as¨ª con algunos islamismos?
Bush ha ido m¨¢s lejos que Reagan, al hablar del "eje del mal" o de que "estamos involucrados en un conflicto entre el bien y el mal, y Estados Unidos llamar¨¢ al mal por su nombre", algo m¨¢s propio de El Se?or de los Anillos que de la geopol¨ªtica (aunque Bin Laden hable tambi¨¦n del mal en referencia a EE UU y Occidente). El uso de este t¨¦rmino por Bush tiene una base sociol¨®gica. La ya indispensable encuesta mundial de valores publicada en Espa?a por Siglo XXI y la Fundaci¨®n BBVA refleja claras diferencias psicosociales transatl¨¢nticas al respecto. A la pregunta de si hay l¨ªneas absolutamente claras para diferenciar lo que es bueno de lo que es malo, contestan afirmativamente un 39% en Espa?a, un 25% en Francia y un 49% en EE UU. En cuanto a la existencia del infierno, la creencia en EE UU es de un 75% frente a un 37% en Espa?a y un 20% en Francia.
Quiz¨¢s la cuesti¨®n m¨¢s profunda sea la contradicci¨®n que apunta el fil¨®sofo Peter Sloterdik: "El problema de los modernos consiste en que piensan como comedores de plantas y viven como comedores de carne". aortega@elpais.es
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