Biograf¨ªa de Manuel Sacrist¨¢n
Manolo tuvo que lidiar con los desajustes escolares ocasionados por la Guerra Civil: en 1940 super¨® varios cursos de bachillerato. Luego fue un escolar falangista, incluso jefe de centuria, en el instituto Balmes de ense?anza media, donde, por otra parte, entabl¨® una amistad de colegial con Josep Maria Castellet (su profesor de filosof¨ªa, Joaquim Carreras i Artau, llamaba ir¨®nicamente a este d¨²o el barrio chino de la clase). En la Universidad, simultaneando las licenciaturas en filosof¨ªa y en derecho, se situ¨® en el ala izquierda del falangismo y, tras un incidente, la Falange y ¨¦l mismo siguieron caminos diferentes.
El incidente consisti¨® en una especie de conspiraci¨®n, cuyos detalles y fechas ignoro, en la que, adem¨¢s de Manolo, estuvieron implicados un estudiante de Santiago y otro de Madrid, todos con cargos en el aparato cultural del SEU, el Sindicato Espa?ol Universitario. La conspiraci¨®n, o lo que fuera, que inclu¨ªa un intento de contactar con el anarcosindicalismo clandestino, fue descubierta, y Manolo recibi¨® un d¨ªa una llamada telef¨®nica de su colega de Madrid, el de m¨¢s alta jerarqu¨ªa, dici¨¦ndole que hab¨ªa sido censurado por el "jefe nacional"
[plausiblemente del SEU], que ante su casa hab¨ªa estacionado un coche de la polic¨ªa y que iba a suicidarse con gas. Cosa que hizo. Manolo no pudo contactar con el colega de Santiago de Compostela. En cuanto a ¨¦l mismo, en una reuni¨®n de los estudiantes falangistas de Barcelona fue condenado a muerte por traidor, encomend¨¢ndose la ejecuci¨®n a uno de los camaradas, uno de los jefes. El "condenado" esper¨® unos d¨ªas en su casa (en casa de sus padres); finalmente, una ma?ana se col¨® en el portal del ejecutor designado tan pronto como lo abrieron, llam¨® a la casa, donde le atendi¨® una criada, y se plant¨® en la cabecera de la cama de su camarada sac¨¢ndole del sue?o al apuntarle con una pistola y preguntarle c¨®mo est¨¢n las cosas. El otro, Pablo Porta, dijo haber asumido el encargo para tranquilizar a los m¨¢s exaltados, que pensaba dar largas al asunto y replantearlo porque era una barbaridad, que se despreocupara, etc¨¦tera. La Falange universitaria barcelonesa deriv¨® luego a ser un criadero de cargos del r¨¦gimen que disimul¨® su inanidad apaleando a estudiantes catalanistas o considerados "liberales" hasta mediados de los cincuenta.
Contexto totalitario
La vinculaci¨®n falangista de Manuel Sacrist¨¢n se entiende bien en el contexto del Estado totalitario y de la ra¨ªz familiar paterna. En un Estado totalitario como el espa?ol de los a?os cuarenta, al igual que hab¨ªa ocurrido en Italia bajo el prolongado dominio mussoliniano, quienes pretend¨ªan actuar c¨ªvicamente, para el inter¨¦s general, s¨®lo ten¨ªan dos posibilidades: militar en las organizaciones cat¨®licas (entonces la Acci¨®n Cat¨®lica, fundamentalmente) o hacerlo pol¨ªticamente en las organizaciones paraestatales de encuadramiento (si se excluye, claro est¨¢, a las organizaciones clandestinas, dif¨ªcilmente localizables hasta finales de los cincuenta). Manolo no era creyente y accedi¨® a la pol¨ªtica a trav¨¦s de un encuadramiento similar al de Della Volpe, Pasolini y tantos otros en Italia. Que destacara tambi¨¦n entre los falangistas fue seguramente inevitable. En la edad madura consideraba su adolescencia azul como un momento de su vida personal pesadamente condicionado por la historia. Entrar en la ¨®rbita de Falange fue cosa del destino; salir de ella, cuesti¨®n de consciencia. Carlos Barral, un escritor que maltrata a Sacrist¨¢n en sus memorias (a Manolo, lector de poetas, nunca le interes¨® la l¨ªrica de Barral ni la teatralidad personal de ¨¦ste), afirm¨® recordarle irrumpiendo en un cine en 1943 entre otros falangistas j¨®venes para oponerse a la proyecci¨®n de una pel¨ªcula o algo as¨ª. Al ser preguntado sobre ello en 1976, Manolo dijo no recordarlo, pero que pod¨ªa muy bien ser. En cualquier caso, esa antigua militancia facilit¨® que Eufemiano Fuentes Mart¨ªn, delegado del Ministerio de Educaci¨®n en Barcelona, cubriera su actuaci¨®n al frente de la revista Laye desde 1949 hasta 1954, cuando un alarmado Consejo de Ministros decidi¨® que la revista deb¨ªa someterse a censura previa y sus redactores optaron por liquidar el invento.
Laye fue una publicaci¨®n cultural inventada fundamentalmente por Manolo a partir de un bolet¨ªn del intervenido Colegio Oficial de Doctores y Licenciados barcelon¨¦s. Antes hab¨ªa colaborado con otras revistas del Sindicato Espa?ol Universitario, fundamentalmente en Qvadrante y, en alguna ocasi¨®n, en Estilo. Sacrist¨¢n atrajo a colaborar en Laye a los principales escritores de su generaci¨®n en Barcelona: Jaime Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, Juan y Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo, y a Castellet, Barral, Oliart, Jes¨²s N¨²?ez, Pinilla de las Heras y un largo etc¨¦tera, adem¨¢s de R. Vilad¨¤s e I. Farreras. Laye es sin duda un fen¨®meno casi ¨²nico en lo que podr¨ªamos llamar la "alta cultura" de la ¨¦poca en Espa?a. La revista y el grupo que la sostuvo han sido estudiados en profundidad por Laureano Bonet, y a ese estudio hay que remitirse. El "grupo de Laye" era muy activo en la vida intelectual barcelonesa; Sacrist¨¢n, por otra parte, emprend¨ªa otras iniciativas culturales grandes y peque?as: desde elaborar el programa de mano de la obra de teatro de un amigo hasta organizar un importante ciclo de conferencias bajo los auspicios del Instituto de Estudios Hisp¨¢nicos: un Panorama del Porvenir. Manolo colabor¨® tambi¨¦n en el bolet¨ªn barcelon¨¦s del Instituto de Estudios Hisp¨¢nicos, una publicaci¨®n ciclostilada de la que salieron s¨®lo tres n¨²meros.
Escritores barceloneses
Penetrar los ambientes intelectuales barceloneses fue una tarea emprendida a partir de las c¨¦lulas de intelectuales y profesionales del PSUC, en los a?os sesenta, que se propusieron actuar a trav¨¦s de distintos colegios profesionales. En esos ambientes, sobre todo en los intelectuales, la figura de Sacrist¨¢n remit¨ªa inmediatamente a dos hechos legendarios que ten¨ªan que ver, curiosamente, con su relaci¨®n personal con dos de los mayores poetas de la ¨¦poca en las lenguas catalana y castellana: Gabriel Ferrater y Jaime Gil de Biedma.
Manolo hab¨ªa escrito en 1957 un comentario sobre un libro de Alberti destinado a la futura revista de distribuci¨®n clandestina Nuestras Ideas. Lo hab¨ªa firmado imprudentemente con el seud¨®nimo de "V¨ªctor Ferrater" para gastar una broma a su amigo el poeta Gabriel Ferrater, quien experimentaba un temor reverencial, por otra parte completamente natural, por la polic¨ªa; Manolo proyectaba mostrarle el texto publicado a Ferrater, una persona pr¨®xima a su propia idealidad y a la que apreciaba mucho, para que se sobrepusiera a aquel temor, pero el tiro le sali¨® por la culata. La polic¨ªa, no hipot¨¦tica, sino real, hall¨® un ejemplar de la cr¨ªtica entre las pertenencias de un responsable clandestino del PSUC detenido, Emili¨¤ F¨¤bregas, y lleg¨® a la conclusi¨®n de que su autor pod¨ªa ser Ferrater, quien fue detenido a su vez. Cuando Manolo se enter¨® del hecho, se present¨® en las oficinas de la polic¨ªa pol¨ªtica ostentando una condecoraci¨®n que le hab¨ªan dado en las milicias universitarias, afirm¨® ser el autor del art¨ªculo, cont¨® que se lo hab¨ªa solicitado un desconocido para una revista belga y pidi¨® que dejaran libre a Ferrater. Los dos amigos quedaron en libertad, pues Creix, el jefe de aquel grupo de torturadores a sueldo del Esp¨ªritu objetivo, pareci¨® tragarse la explicaci¨®n (cuando seis a?os despu¨¦s Manolo fue llevado detenido a los locales de la Brigada Pol¨ªtico-Social, su jefe, Creix, sin mediar palabra, le asest¨® un culatazo en la cabeza con el arma reglamentaria).
Aquella historia sol¨ªa ser narrada en t¨¦rminos elogiosos hacia el valor de Sacrist¨¢n y su sentido de la lealtad. Yo le coment¨¦ a?os m¨¢s tarde que hab¨ªa sido una temeridad ir a meterse ¨¦l mismo en la boca del lobo en aquella ocasi¨®n ya lejana. "Seguramente, pero a¨²n no me ten¨ªan fichado", respondi¨® Manolo; "de todos modos, si no lo hubiera hecho, habr¨ªamos tenido que despedirnos de la influencia del PSUC entre los intelectuales".
Eso era, estrictamente hablando, verdad. Por ello resulta aparentemente enigm¨¢tica la historia que le distancia de Jaime Gil de Biedma, con quien mantuvo una ¨ªntima amistad personal, cortada cuando al solicitarle el poeta ingresar en el partido, Manolo le deneg¨® ese ingreso en raz¨®n de su no ocultada homosexualidad. ?C¨®mo entender este error? La explicaci¨®n que daba Manolo -la que probablemente le dio tambi¨¦n al propio Jaime Gil- es insostenible: dec¨ªa que la conocida homosexualidad del poeta era un flanco por el que la polic¨ªa pod¨ªa tenderle trampas, pues en la cama se llega a hablar de muchas cosas, y para una organizaci¨®n clandestina, la seguridad es esencial. Bien: es seguro que la polic¨ªa pol¨ªtica se interesaba por la sexualidad de las personas sospechosas, e igualmente que, en aquella ¨¦poca, los homosexuales en general, y en especial los que gustaban de frecuentar lo que se suele llamar los bajos fondos, se hallaban particularmente expuestos a las extorsiones y bellaquer¨ªas; sin embargo, es obvio que tambi¨¦n los heterosexuales se van a la cama. En el discriminatorio e insostenible argumento esgrimido por Manolo hay que buscar sin duda el brusco distanciamiento hacia ¨¦l por parte de Jaime Gil. Pero quiz¨¢ Manolo no dio una explicaci¨®n completa; tambi¨¦n dec¨ªa en ocasiones (y esto revela un aspecto importante de su cultura pol¨ªtica entonces: cierto paternalismo) que no siempre se puede decir toda la verdad a la gente porque la verdad la puede desmoralizar.
Homofobia intensa
Y la verdad es que entre los miembros de la direcci¨®n del PSUC en los a?os cincuenta, como en toda la sociedad espa?ola, la homofobia era intensa y manifiesta. Nadie le preguntaba a nadie por su orientaci¨®n sexual al ingresar en el partido, y por ello las personas homosexuales no conocidas como tales pod¨ªan convertirse en militantes de confianza. Pero hay evidencia escrita de desconfianza autom¨¢tica respecto de las personas con tendencias homosexuales conocidas, aunque fueran camaradas de probada lealtad, en la correspondencia entre los miembros de la direcci¨®n comunista. Manolo no pod¨ªa ignorar cu¨¢l era la actitud al respecto de sus compa?eros resistentes. En el caso de Jaime Gil de Biedma, que como escritor y por su ubicaci¨®n social era una persona muy destacada, la homosexualidad no se le pod¨ªa ocultar a aquella direcci¨®n hom¨®foba. El ingreso en el PSUC de Jaime Gil habr¨ªa significado para ¨¦l una situaci¨®n pr¨¢ctica de apartheid interno que Manolo, como "responsable" de los intelectuales comunistas, no pod¨ªa considerar justa ni hubiera estado dispuesto a administrar. Y menos en el caso de un amigo con quien manten¨ªa entonces un buen entendimiento en los planos intelectual y moral de fondo. Creo que la clave real del asunto puede estar aqu¨ª. Por lo dem¨¢s, y aunque la discusi¨®n podr¨ªa prolongarse en la direcci¨®n de la insensibilidad del leninismo -pero no s¨®lo de ¨¦l-, en aquella ¨¦poca, respecto de cuestiones culturales como la valoraci¨®n de la orientaci¨®n sexual, tengo buenas razones para creer que Manolo no padec¨ªa personalmente la homofobia, ese s¨ªntoma neur¨®tico pand¨¦mico. Sin embargo, tambi¨¦n est¨¢ claro que el Sacrist¨¢n de aquellos a?os no percib¨ªa la relevancia pol¨ªtica y cultural de este aspecto del sexismo ni entend¨ªa que la homofobia social pod¨ªa despertar en los homosexuales el esp¨ªritu de rebeli¨®n.
La historia del fallido ingreso de Gil de Biedma en el PSUC modul¨® a pesar suyo la imagen de Manolo entre los intelectuales de corte m¨¢s tradicional, literatos principalmente, gente que trabaja en soledad: algunos de ellos se apoyaron en este incidente para establecer distancias respecto del compromiso pol¨ªtico de Manolo, distancias de las que no hicieron secreto alguno. Confundiendo, como mucha gente, sectarismo y rigor -y Manolo era ciertamente un pensador riguroso, de los que piensan las cosas absolutamente hasta el final, que no tiene final-, le atribuyeron un sectarismo del que pura y simplemente carec¨ªa. De esta manera se autojustificaban situ¨¢ndose a s¨ª mismos en el lado sedicentemente no sectario de la divisi¨®n, esto es, al otro lado de donde se daba un compromiso pol¨ªtico que, no nos vamos a enga?ar, era menos peligroso espiritual que materialmente. Pues el r¨¦gimen, que en los primeros a?os del desarrollo ya casi no fusilaba a las gentes de la oposici¨®n organizada -las ejecuciones de los anarquistas Delgado y Fern¨¢ndez y la de Juli¨¢n Grimau se produjeron de todos modos; ETA apenas sal¨ªa del cascar¨®n-, s¨ª obsequiaba con torturas y palizas que serv¨ªan de entrem¨¦s a prolongadas penas de prisi¨®n. Bastantes miembros de la intelectualidad barcelonesa de izquierdas se atuvieron al papel de "compa?eros de viaje", al margen de los partidos (al cabo de los a?os, la mayor¨ªa votar¨ªa socialista o nacionalista, o se integr¨® en organizaciones as¨ª; Barral, por ejemplo, acabar¨ªa siendo senador y hasta eurodiputado del PSOE). Esa gauche divine limit¨® o complic¨® las posibilidades de consecuci¨®n aqu¨ª de un partido comunista a la italiana. Tambi¨¦n, y quiz¨¢ sobre todo, la acci¨®n decidida e inteligente de la burgues¨ªa nacionalista. Pero no hay que adelantar acontecimientos.
El asunto Claud¨ªn
Sacrist¨¢n se contrapuso al "claudinismo" en otro punto muy importante: la exigencia de Claud¨ªn de mayor democracia interna en el partido comunista. Sacrist¨¢n sosten¨ªa que eso era imposible en la clandestinidad. Y en esta contraposici¨®n se pueden apreciar hoy los l¨ªmites de la l¨®gica estructural en que se mov¨ªan -nos mov¨ªamos- los comunistas, dado que, a la larga, la falta de democracia interna har¨ªa posibles los peores errores politicistas de la direcci¨®n del partido.
En la clandestinidad, la democracia interna del partido comunista empezaba y terminaba en las c¨¦lulas, grupos de seis a doce personas que eleg¨ªan a sus responsables pol¨ªticos y tomaban sus decisiones democr¨¢ticamente (lo primero no siempre; no, por ejemplo, si se produc¨ªa una reorganizaci¨®n hasta que ¨¦sta se consumaba). Pero el escal¨®n siguiente en la cadena de contactos deb¨ªa establecerse de forma muy restrictiva para evitar la posibilidad de que la polic¨ªa pudiera obtener nombres mediante la tortura. Cualquier militante responsable procuraba no saber de la organizaci¨®n m¨¢s que lo estrictamente necesario, pues lo que no se sabe no se puede contar, y aun as¨ª acababa sabiendo much¨ªsimo m¨¢s. Ensanchar el ¨¢mbito de la democracia interna exig¨ªa un cambio en el sistema de comunicaci¨®n que resultaba imposible para una organizaci¨®n clandestina y perseguida. Los cuadros intermedios eran reclutados desde arriba; de ellos se esperaba que como militantes discutieran tanto como quisieran en sus c¨¦lulas, y como cuadros actuaran con iniciativa pero sin discutir demasiado. El resultado era una tendencia a no construir hacia dentro los resultados exteriores de la pol¨ªtica, o la falta de proyecci¨®n de la iniciativa pol¨ªtica hacia el interior del partido; y tambi¨¦n la ausencia real de cultura de la democracia en su seno. Esta situaci¨®n, que los militantes consideraban un mal inevitable, explica la posici¨®n de Sacrist¨¢n, que era la com¨²nmente compartida siempre que se planteaba este tema en las organizaciones comunistas de entonces. A la larga, sin embargo, la falta de democracia interna result¨® una pesad¨ªsima carencia que inhibi¨® la capacidad de an¨¢lisis y de iniciativa del conjunto del partido, en buena medida dependiente adem¨¢s de la informaci¨®n que se le facilitaba desde arriba.
Ruedo Ib¨¦rico
El "claudinismo" arraig¨® m¨¢s bien fuera del partido comunista, entre intelectuales que andando los a?os simpatizar¨ªan con el PSOE y en torno a las publicaciones parisienses de Ruedo Ib¨¦rico. "Arturo L¨®pez Mu?oz", significativo portavoz de esta tendencia, hablaba despectivamente de "los rom¨¢nticos" en la revista Triunfo para referirse a los comunistas. La mala resoluci¨®n del debate cre¨® un motivo de rechazo al PCE que empuj¨® a algunos intelectuales primero hacia el FLP y finalmente hacia el PSOE. El autoritarismo interno de que hab¨ªa dado muestra el PCE no se compadec¨ªa con su pol¨ªtica de unidad antifranquista para la consecuci¨®n de la democracia ni, m¨¢s espec¨ªficamente, con los modos que los intelectuales esperan para el desarrollo de una discusi¨®n.
La derrota pol¨ªtica al menos aparente del "claudinismo" se produjo cuando el movimiento de Comisiones Obreras logr¨® arrancar con m¨¢s persistencia y confluir en una manifestaci¨®n multitudinaria, masiva, ante el Ministerio de Trabajo hacia 1964. "Voy al entierro de Federico", dicen que coment¨® Pradera al salir de su casa para ir a esa manifestaci¨®n, sabiendo de antemano que ser¨ªa un gran ¨¦xito -algunas personas captan esas cosas con s¨®lo olfatear el aire-. Efectivamente: la consolidaci¨®n del movimiento de los trabajadores parec¨ªa una victoria de la mayor¨ªa de la direcci¨®n comunista frente a Claud¨ªn. S¨®lo que Carrillo, por su parte, como tantas veces sucede en el mundo de la pol¨ªtica, hizo suyas como l¨ªnea de recambio algunas ideas del derrotado, seg¨²n se podr¨ªa ver a?os despu¨¦s.
He aludido anteriormente a los "sucesos menores" de la consolidaci¨®n de la resistencia. Sin embargo, nada ten¨ªan de menores para las personas que eran detenidas, torturadas, condenadas a prisi¨®n. Durante las huelgas de Asturias de 1963, por ejemplo, un oficial de la Guardia Civil se divert¨ªa boxeando con guantes y calz¨®n corto con los trabajadores detenidos. Las esposas de algunos de ellos acudieron al cuartelillo para exigir el cese de los malos tratos y fueron vejadas ellas mismas: rapadas al cero, obligadas a ingerir aceite de ricino. Un documento de protesta por estos hechos, encabezado por F. Tom¨¢s y Valiente y apoyado, entre otras muchas personas, por Sacrist¨¢n y otros profesores barceloneses, tuvo por respuesta la iniciaci¨®n de un procedimiento sancionador y la descalificaci¨®n p¨²blica de la protesta por parte del ministro de Informaci¨®n, Fraga Iribarne.
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