El h¨¦roe obseso
"Los so?adores nos agotan", reconoce un anciano Ptolomeo (Anthony Hopkins) en su dorado retiro de Alejandr¨ªa, para acabar la larga relaci¨®n que, con su voz y sus recuerdos como m¨¢ximos constructores de la historia, articula el argumento de este hipn¨®tico, desequilibrado pero a la postre estimulante filme biogr¨¢fico que es Alejandro Magno. Y tal vez tenga raz¨®n: como tantos h¨¦roes obsesionados no s¨®lo con la obtenci¨®n del poder, sino con su utilizaci¨®n para modificar la historia, Alejandro el Grande vivi¨® aut¨¦nticamente preso de un ¨²nico motivo, la conversi¨®n de un poder s¨®lo militar en una voluntad de transformar el mapa de su tiempo. Y a pesar de las enormes lagunas que a¨²n hoy tenemos sobre su vida, podemos estimar que, m¨¢s que cualquiera de sus antecesores guerreros, vivi¨® y muri¨® presa de esa convulsa voluntad de cambio.
ALEJANDRO MAGNO
Direcci¨®n: Oliver Stone. Int¨¦rpretes: Colin Farrell, Angelina Jolie, Jared Leto, Val Kilmer, Anthony Hopkins, Rosario Dawson. G¨¦nero: drama hist¨®rico, EE UU-Reino Unido-Holanda-Alemania, 2004. Duraci¨®n: 175 minutos.
Como tantos otros personajes de los que componen la curiosa galer¨ªa de retratos que es el cine de Oliver Stone, desde Fidel Castro hasta Nixon, pasando por los tiburones de la Bolsa dibujados con vitriolo en Wall Street, Alejandro es a la vez actor y v¨ªctima de sus contradicciones; pero tambi¨¦n, y ante todo, un h¨¦roe obseso. La estructura del filme as¨ª nos lo recuerda: de la luminosidad de sus primeros triunfos militares (esa electrizante batalla de Gaugamela, en 331 a. de C., en la que no s¨®lo derrot¨® a los ej¨¦rcitos persas, sino que tuvo franca la entrada en Babilonia, una de las m¨¢s bellamente explicadas por el cine hist¨®rico) al tono t¨¦trico, oscuro de la fotograf¨ªa (gentileza del operador mexicano Rodrigo Prieto, impecable) de sus ¨²ltimos a?os, con esa extra?a batalla cerca del Indo, en medio de un bosque y en la que apenas apreciamos m¨¢s que enormes masas en movimiento y elefantes de pavorosa presencia, toda la existencia del h¨¦roe va desde su decisi¨®n de torcer el supuesto destino de su pueblo macedonio, hasta una muerte que, como ense?a la historia, precipit¨® la disoluci¨®n de su imperio.
Lo dem¨¢s, la interesada pol¨¦mica sobre la homosexualidad del personaje (que tanto da?o le ha hecho al filme en su exhibici¨®n americana, dicho sea de paso), que es falsa, puesto que lo que el filme muestra se ajusta estrictamente a lo que se sabe de su vida y de su relaci¨®n con su compa?ero de armas Hefesti¨®n (Jared Leto), o los paralelismos (punto menos que imposibles) entre la vida del macedonio y la del actual rector de los destinos del imperio, el presidente Bush, se antoja mera palabrer¨ªa. Lo que parece m¨¢s acertado es constatar la enorme fuerza con que Stone dibuja a su personaje (y que no siempre el actor encargado de encarnarlo, Colin Farrell, parece capaz de transmitir), la implacable manera en que la forma del filme se ajusta a las intenciones y al retrato humano, complejo ed¨ªpico incluido, que el director quiere trazar, y la extrema coherencia con que Stone lleva la peripecia vital de Alejandro hasta sus ¨²ltimas consecuencias.
As¨ª, resulta in¨²til esperar concesiones a la galer¨ªa, espectacularidades m¨¢s all¨¢ de las estrictamente necesarias, y hasta una historia amorosa que queda esbozada s¨®lo a grandes trazos, sin detenerse en la primera, y fundamental, esposa del conquistador, esa Roxana de la que tan poco se sabe en la actualidad. De ah¨ª que a Stone le haya salido una pel¨ªcula un tanto discursiva, con largos parlamentos sobre el poder y su administraci¨®n, pero tambi¨¦n extremada, f¨¦rreamente coherente con lo que se pretende: un retrato, lleno de claroscuros, de un h¨¦roe carcomido por su propia grandeza, por un hombre obsesionado por escribir aceleradamente el curso de la historia.
Babelia
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