El hombre que r¨ªe
Cada una de las ¨²ltimas novelas de Jorge Edwards (Chile, 1931) ha sido m¨¢s libre de formas que la anterior pero ¨¦sta, su m¨¢s personal y conmovedora, es su obra maestra. Desde sus primeros cuentos, a favor del modelo de Joyce, Edwards hab¨ªa confrontado una sociedad a merced de sus l¨ªmites y, por eso, condenada al realismo. Si Jos¨¦ Donoso hizo de la pesadilla el lugar de la identidad nacional, Edwards prefiri¨® hacer de Ulises el h¨¦roe que disputa su vuelta a casa. En esa batalla contra la buena conciencia nacional, le ha ganado la partida, cervantinamente, al Chile literal ("horroroso Chile", que dijo Enrique Lihn), y lo ha refutado a pulso y con gracia en esta memorable novela sobre la vida de un artista de ingenio local y genio literario, quebrado por la impagable deuda chilena del origen.
EL IN?TIL DE LA FAMILIA
Jorge Edwards.
Alfaguara. Madrid 2004
358 p¨¢ginas. 18 euros
Ese artista es Joaqu¨ªn Edwards Bello (1887-1968), t¨ªo del autor, bisnieto de Andr¨¦s Bello ("el bisabuelo de piedra"), y famoso cronista y novelista de los a?os veinte y treinta. Hace tiempo que Jorge Edwards buscaba novelar la vida de este personaje rebelde y perdedor, hasta que encontr¨® la mejor f¨®rmula posible: contar su historia como si contara la suya propia. O, m¨¢s bien, hacer de su historia un relato del artista chileno agonista en el que cualquier lector, atrapado por la pasi¨®n del cuento, pudiese quijotescamente batir ya no gigantes sino enanos, m¨¢s terribles de vencer. Todo ocurre como si Cide Hamete Benegeli escribiese su propio Quijote para revelar que Alonso Quijano muri¨® de su propia mano, vencido por su marginalidad sin uso, por la condici¨®n "in¨²til" del rebelde en un medio utilitario y dom¨¦stico. En el pr¨®logo el autor establece las simetr¨ªas: "Desde hace tiempo pienso que su vocaci¨®n de escritor... en un contexto social ultrarreaccionario, y en el interior de una familia poderosa y donde ¨¦l
... hac¨ªa figura de segund¨®n, de pariente pobre, fue, en ¨²ltimo t¨¦rmino, un destino, y un destino tr¨¢gico... Es, en alguna medida, mi propia historia".
Jorge Edwards decide empezar del lado del lector, con su propio nombre, situado entre el testimonio ir¨®nico, el balance cr¨ªtico de ¨¦poca, y el retrato burlesco de familia. Audazmente, en una vuelta de tuerca que inicia los varios saltos en abismo que ahondan la visi¨®n del artista acosado, el narrador lee y reescribe las novelas de su t¨ªo. Las hace m¨¢s novelescas, descifrando en ellas autobiograf¨ªas en clave ("era un criollo amargo"), piedras de esc¨¢ndalo, y citas de escarnio ("quiso ser escritor, lleg¨® a ser escritor chileno"). Pero pronto vemos que el autor/narrador se busca a s¨ª mismo en el actor/narrado, y que ambos son el espejo del otro. La libertad del narrador no la tuvo el personaje; pero la novela que es su biograf¨ªa es su apuesta final. Transitan por ello entre el t¨² y el yo. Edwards Bello le se?ala el camino de fuga a Jorge Edwards, para dar batallas de desamor local en el terreno de la novela, que le ofrece ahora albergue y certeza. El dilema verdad/mentira, que ilustra el trabajoso realismo de los novelones previsibles, se trueca aqu¨ª en el drama narrativo de una biograf¨ªa heredada como ficticia. Esto es, la invenci¨®n es la forma duradera de lo m¨¢s cierto. Ese juego de espejismos donde un rostro gravita con su vulnerable humanidad es una y otra vez la apuesta por exceder la melancol¨ªa de lo literal y el dictamen de la clase social (su "tijeretazo certero"). En esa aventura, esta novela se nos impone con su libre grandeza.
Esa vida errante, entra?able y febril, empieza con un magn¨ªfico primer cap¨ªtulo en el hip¨®dromo, donde Joaqu¨ªn apuesta y pierde toda su fortuna. Y termina con su suicidio, cuya saga novelesca parece un cuento de Dostoievski pasado en limpio por Nabokov. O sea, no termina nunca: incluye al hijo, heredero de la pistola del padre, la que vende al narrador, cedi¨¦ndole as¨ª la ¨²nica herencia salvada: el suicidio. El sobrino, el narrador, debe pagar esa deuda millonaria aunque su precio sea excesivo porque la heredad endeudada es la condici¨®n familiar. En este caso, la matriz del relato chileno. El dinero (el precio del deseo) y el suicidio (la ¨²nica libertad) se intercambian como lo real inc¨®lume.
S¨®lo que el nihilismo, esa fuerza de la iron¨ªa lib¨¦rrima (su "inmensa mala uva"), es capaz de la venganza final, del relato que le ha devuelto la risa al demonio creador, a ese t¨ªo entintado (tintos y tinta), al que Borges llam¨® "el hombre que r¨ªe". El "in¨²til de la familia", como el "idiota de la familia" (Flaubert), es al final quien nos libera de las familias felices, esas que siendo todas iguales se las trag¨® La Mancha.
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