La monta?a tr¨¢gica
Escriba sobre lo que escriba James Salter -el comienzo del amor en Juego y distracci¨®n, los cielos peligrosos de la guerra de Corea en Pilotos de caza, el crep¨²sculo de un matrimonio en A?os luz o las traiciones y alianzas en los relatos de Anochecer- en realidad siempre nos est¨¢ contando lo mismo. O mejor dicho: Salter nos lo cuenta con esos mismos modales que le han valido comparaciones tanto con Camus como con Monet. Porque por delante de las tramas -en las que hombres y mujeres parecen pl¨¢cidamente suspendidos en el ¨¢mbar de turbulentas existencias- lo que prima en Salter es la exquisitez impresionista del lenguaje; la desafiante voluntad de contarlo todo con las palabras justas y exactas; y el magistral logro de conseguirlo sin que se note el esfuerzo detr¨¢s de la s¨®lo en apariencia sencillez del trazo. Alguna vez interrogado acerca de c¨®mo hab¨ªa alcanzado lo que para muchos -entre ellos John Irving, Richard Ford, Susan Sontag, Michael Herr y Harold Bloom- era la perfecci¨®n, Salter le rest¨® m¨¦rito al asunto con un "eso que llaman mi estilo no es m¨¢s que la insistencia, por lo general inconsciente, en unas 10.000 palabras que acaban configurando una suerte de huella digital y que determinan la naturaleza de lo que hago".
EN SOLITARIO
James Salter
Traducci¨®n de Concha Carde?oso S¨¢enz de Miera
El Aleph. Barcelona, 2005
220 p¨¢ginas. 19,90 euros
En solitario -surgida de un proyecto frustrado por encargo de Robert Redford, para quien Salter ya hab¨ªa escrito, en 1969, el gui¨®n con esquiador existencialista de la aclamada El descenso de la muerte, de Michael Ritchie- no es la excepci¨®n a esa regla y huella. Y es una suerte que as¨ª sea. Volvemos a tener entonces a un h¨¦roe rom¨¢ntico en el mejor sentido de la palabra, a sus amores imposibles porque suceden a ras del suelo, a sus retos ¨ªntimos y p¨²blicos. Y, seguro, en alg¨²n lugar Hemingway sonr¨ªe satisfecho -o quiz¨¢ se retuerce de furia- ante el talento de este alumno que super¨® con creces al maestro a la hora del di¨¢logo lac¨®nico, la descripci¨®n reveladora y la aplicaci¨®n de la teor¨ªa del iceberg que aqu¨ª se convierte en la teor¨ªa de la monta?a.
Lo que narra En solitario -de
la que ya hubo una edici¨®n argentina a principios de los ochenta como Cimas solitarias- es la odisea f¨ªsica y mental de Vern Rand. Un ex marine, restaurador de tejados de iglesias y compulsivo escalador -inspirado libremente en el m¨ªtico alpinista Gary Hemmings- empe?ado en conquistar la cima del Dru, en los Alpes franceses y, de paso, a s¨ª mismo. El arriesgado rescate de un par de italianos lo convierte en celebridad fugaz y fugitiva as¨ª como en ¨ªdolo a derrocar para sus camaradas. Pero lo que verdaderamente importa es lo que sucede dentro de Rand: lo que piensa y siente acerca de sus mujeres, de sus rivales y amigos, y del monumental paisaje que lo rodea en el que el indomable pico nevado adquiere la misma potencia individual y metaf¨®rica de una escurridiza ballena blanca o de un para¨ªso perdido a recuperar: "La roca es como la superficie del mar, constante pero nunca igual. No hay dos escaladores que hagan la misma ruta de la misma manera. La forma de agarrarse, la confianza, el deseo de cada cual nunca son iguales. A veces, la v¨ªa se estrecha, escasean los agarres, no hay donde escoger -la monta?a es inflexible en sus exigencias-, pero en general, cada cual escala a su gusto. Naturalmente, existen unos principios".
Salter habita y hace suya la m¨ªstica y la patolog¨ªa de los escaladores -la tr¨¢gica ¨¦pica de hombres buscando desesperadamente los espacios abiertos para as¨ª poder encerrarse todav¨ªa m¨¢s en ellos- sin que esto signifique que En solitario sea un obsesivo expos¨¦ de tribu al estilo Tom Wolfe. Todo lo contrario. Aqu¨ª pesan m¨¢s los elocuentes silencios de las cimas o la el¨¦ctrica descripci¨®n de un hombre alcanzado por un rel¨¢mpago que el bombardeo de datos o la est¨¢tica de la jerga. Y lo que termina imponi¨¦ndose es la determinada resignaci¨®n de Rand al que -habiendo subido a lo m¨¢s alto- s¨®lo le resta desaparecer a nivel del mar, transfigurado y redimido, para que s¨®lo as¨ª pueda ascender su leyenda sin retorno: "A pesar de todo, hablaban de ¨¦l, que era lo que siempre hab¨ªa querido. Los hechos mismos se superan, pero el personaje singular pervive. Finalmente lleg¨® el d¨ªa en que comprendieron que jam¨¢s sabr¨ªan nada con certeza. Rand lo hab¨ªa logrado aunque no supieran c¨®mo... Se hab¨ªa ido".
Redford se lo perdi¨®. Mejor para nosotros. La pel¨ªcula jam¨¢s habr¨ªa sido tan buena como esta novela.
En las alturas
"LA FUERZA A?REA: yo me la com¨ª y me la beb¨ª, estuve a su lado sin considerar el d¨ªa o el clima, recit¨¦ su discurso infinito, le entregu¨¦ mi coraz¨®n", escribi¨® James Salter (bautizado James Horowitz en Nueva York, 1925) a la hora de recordar lo que originalmente fue: un piloto de combate que un d¨ªa descubri¨® que hab¨ªa sido "contaminado por el agente pat¨®geno de la literatura". Y s¨ª: Irwin Shaw y Norman Mailer y Joseph Heller y James Jones y Kurt Vonnegut fueron a la guerra y vivieron para contarlo; pero ninguno de ellos lo hizo con el estoico lirismo de James Salter. A partir de 1956, Salter -alguna vez definido como "el m¨¢s secreto de los escritores secretos"- se convirti¨® en escritor, guionista de cine, bon vivant y leyenda reverenciada por sus colegas. Y all¨ª sigue estando. Meses atr¨¢s public¨® Gods of Tin: un librito sobre el acto de volar a partir de extractos de sus dos primeras novelas -Pilotos de caza (1956) y el corregido The Arm of Flesh (1961, reeditado como Cassada en 2000)-, fragmentos de su deslumbrante autobiograf¨ªa Burning the Days (1997) y un diario de combate in¨¦dito hasta la fecha.
Y -buenas noticias- Salter est¨¢ a punto de publicar, el pr¨®ximo abril, una nueva novela: Last Night. Para decirlo con sus palabras: "Mi piano todav¨ªa suena afinado y me gustar¨ªa hacer sonar una ¨²ltima nota. Ya saben, los escritores nunca se retiran. El ¨²nico modo de detenerlos es arrastrarlos afuera y pegarles un tiro".
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