La universidad de Charlotte
Es excelente, una de las dos o tres mejores del mundo, pero no la busque en ning¨²n mapa, pues no la encontrar¨ªa. En Yo soy Charlotte Simmons (I am Charlotte Simmons), editada pr¨®ximamente en espa?ol, el escritor y periodista Tom Wolfe cuenta la iniciaci¨®n a la vida de una chica lista en la Universidad de Dupont, trasunto fant¨¢stico de cualquiera de los 10 o 12 centros de ¨¦lite que los norteamericanos miman m¨¢s que a sus propios hijos y que los universitarios europeos miran con el color p¨¢lido del asombro deste?ido por la envidia. El college norteamericano es el equivalente a nuestra licenciatura corta de cuatro a?os, con la diferencia esencial de que sus estudiantes viven en el campus para, tras graduarse, entrar en el mercado laboral o seguir un segundo ciclo de graduate studies. El genio de la ense?anza universitaria en Estados Unidos reside en esa estudiada sucesi¨®n de ciclos acad¨¦micos basada, a partes iguales, en el m¨¦rito individual y en el privilegio social. Charlotte Simmons llega a Dupont por sus merecimientos: no habr¨ªa podido hacerlo de otro modo, pues es pobre y los costes de la matr¨ªcula, residencia y gastos en universidades de esa liga superan los 40.000 d¨®lares por curso.
La nueva novela del escritor y periodista Tom Wolfe cuenta la iniciaci¨®n a la vida de una chica en la Universidad de Dupont
En torno a Charlotte giran tres hombres que encarnan sendos arquetipos del privilegio intelectual, f¨ªsico y social: Adam, un empoll¨®n inevitablemente frustrado como persona que se ve forzado a buscarse la vida repartiendo pizzas; Jojo, un gigantesco atleta-estudiante -ox¨ªmoron de universitario- pero de coraz¨®n blanco, y Hoyt, un chico rico mayor que los otros dos, cr¨¢pula encantador, con mucha, con demasiada clase.
Wolfe, inventor del Nuevo Periodismo, es un cr¨ªtico social de acidez legendaria, aunque en Yo soy Charlotte Simmons se le nota su b¨ªblica edad: los estudiantes de Dupont deambulan insaciables por el campus en pos de dos ¨²nicos objetivos, beber y fornicar, en el bien entendido de que lo segundo sin lo primero es haza?a. Algunos cr¨ªticos han visto en esta obsesi¨®n escatol¨®gica por el sexo entre el alcohol un intento de horrorizar a los padres, paganos de las andanzas educativas de sus hijos. No lo veo as¨ª: en la novela, m¨¢s bien resuena la voz de un hombre que encara la vejez rememorando, nost¨¢lgico, el encanto descarado de su juventud lejana. Nadie que viva en el mundo real puede llegar a imaginar que las pulsiones primarias de la juventud cambian en cada generaci¨®n. Pero la herencia del Nuevo Periodismo est¨¢ viva: la irrupci¨®n de las t¨¦cnicas de la narrativa de ficci¨®n en la descripci¨®n de la realidad universitaria permite a Wolfe contar lo que todos piensan y nadie osa narrar, romper las convenciones de la correcci¨®n pol¨ªtica y arrasar con la hipocres¨ªa untuosa de los campus universitarios de media Am¨¦rica. Para quienes creemos que la novela es el ¨²ltimo refugio de la libertad de expresi¨®n, la mirada c¨¢ustica del viejo periodista es un ejemplo de lucidez. Como el relato salta sin soluci¨®n de continuidad desde el pensamiento, siempre libre, al discurso p¨²blico m¨¢s relamido pasando por el lenguaje privado de la panda de amigos, el cuadro resultante es de una sinceridad demoledora. Los chicos son as¨ª, pero nosotros no fuimos tan distintos.
En la novela, salen m¨¢s dormitorios que aulas, los profesores aparecen tarde y, como era de esperar, resultan malparados. As¨ª, un tal Jerome Quat, historiador y miembro de esa ubicua especie de roedores acad¨¦micos siempre dispuestos a evaluar a los estudiantes por su actitud en vez de por sus resultados, no s¨®lo se limita a autodestruirse cada vez que piensa, dice o escribe algo, sino que consigue que su sola presencia y lenguaje corporal le delaten sin remedio. Wolfe soporta mal la autocomplacencia del sistema liberal de la academia norteamericana y, siempre sarc¨¢stico, apu?ala los estudios culturales con una venganza hist¨®rica, pues los modelos acad¨¦micos que nos pone ante los ojos provienen de los campos de investigaci¨®n m¨¢s detestados por el n¨²cleo siempre blando de los estudios cr¨ªticos: la obra de Jos¨¦ Delgado, un catedr¨¢tico espa?ol pionero de la estimulaci¨®n el¨¦ctrica del cerebro (Physical control of the mind, 1969) y ex director del departamento de neuropsiquiatr¨ªa de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, es el ejemplo m¨¢s notable. Charlotte queda deslumbrada y el lector, con la impresi¨®n de que los chicos listos pueden recitar a los Quat de este mundo precisamente lo que ¨¦stos ans¨ªan o¨ªr, pero luego siguen estudios de neurociencia. Hay m¨¢s, muchos m¨¢s personajes en la novela de Tom Wolfe, y algunos no son tan mala gente, como el entrenador profesional de baloncesto, mejor conocedor de la condici¨®n humana que todo un departamento de psicolog¨ªa, pero tan manipulador de sus pupilos como cualquier otro diosecillo de Dupont.
Dupont destila sexo y acohol, pero tambi¨¦n da lo mejor de aquel pa¨ªs. Hace pocas semanas, un conocido buscador de Internet anunci¨® su intenci¨®n de poner en la red las bibliotecas de cinco de las instituciones acad¨¦micas m¨¢s importantes del mundo, tres de las cuales son universidades como Dupont. Gracias a esta iniciativa, dentro de no mucho podremos consultar en la red millones de libros de las universidades de Michigan, Harvard y Stanford. La empresa se llama Google y la fundaron hace menos de siete a?os dos estudiantes de esta ¨²ltima universidad californiana. Se llaman Sergei Brinn y Lawrence Page.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de derecho civil de la Universidad Pompeu Fabra
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