El tenor que no sab¨ªa silbar
Juan Diego Fl¨®rez es el nuevo h¨¦roe de la ¨®pera: le consideran el mejor cantante belcantista del mundo. La belleza de su voz y una t¨¦cnica inigualable le han convertido en una estrella. Estos d¨ªas demuestra su arte en el Teatro Real de Madrid con 'El barbero de Sevilla'. ?De d¨®nde ha salido este peruano de 32 a?os al que Pavarotti un d¨ªa se?alara como el heredero?
Despu¨¦s de revisar su agenda de conciertos hasta 2010, parece que la mayor tragedia de Juan Diego Fl¨®rez se trata, m¨¢s que de una pesadilla de cinco a?os de aeropuertos y hoteles, de la imposibilidad de volver a cocinar. Cinco a?os de aire acondicionado. Cinco a?os de entrevistas para el dolor de garganta. Cinco a?os cantando lejos de la casa propia. No debe de haber m¨¢s seres humanos en escena con un futuro tan comprometido. Ahora, Fl¨®rez es un cantante de ¨®pera que trepa a los aviones como taxis. "A veces ya no s¨¦ d¨®nde estoy", me dijo una tarde en casa de su madre. Ahora la ilusi¨®n m¨¢s dom¨¦stica de este ex ni?o de padres divorciados es tratar de inventar un clima familiar cada vez que aterriza. Cocinar cauc¨¢u. Ir a la playa Chepeconde. Decorar su casa en Barranco. En estos tiempos posteriores a los Tres Tenores, en que las ovaciones de pie se est¨¢n volviendo una enga?osa costumbre, ¨¦l s¨®lo quiere sentarse en paz a ver un partido de f¨²tbol mientras algunos bienintencionados cr¨ªticos se ocupan de nombrarlo el cuarto tenor. Pero hay quienes no creen en comparaciones, y le est¨¢n construyendo un altar de elogios a quien es el primer fen¨®meno de la ¨®pera del siglo XXI. Un tenor cuyos fan¨¢ticos fletan autobuses para perseguirle por toda Europa y que ha hecho girar el cuello de un nuevo p¨²blico hacia los teatros m¨¢s aristocr¨¢ticos del mundo.
Juan Diego Fl¨®rez es uno de esos cantantes a quienes no basta escuchar, sino a quienes hace falta ir a ver, y esto le acerca con peligrosidad a una estrella pop. Se necesitan orejas con p¨¢rpados para disfrutar de su intensidad dram¨¢tica en escena. Se necesita algo m¨¢s redondo y tierno que un CD. Fui a verle entonces, un lunes soleado y lluvioso de septiembre, a la ciudad de Hudson (Florida). Era un extra?o escenario, pero la situaci¨®n m¨¢s ventajosa para conocerlo: estaba lejos de los teatros, pero muy cerca de su mam¨¢. Mar¨ªa Teresa Salom vive ahora all¨ª con su segundo esposo, y ha sido la mujer m¨¢s decisiva de su vida, un gui?o notable en la existencia de un artista que ha crecido rodeado de mujeres, pero tambi¨¦n para alguien a quien la revista People en espa?ol consider¨® uno de los 50 m¨¢s hermosos hombres hispanos del mundo. Una semana antes hab¨ªa pasado cerca un hurac¨¢n, pero el tenor andaba con la despreocupaci¨®n de quien silba una tonta canci¨®n. Seg¨²n un amigo de la infancia, Juan Diego nunca aprendi¨® a silbar. S¨®lo le quedaba el esc¨¢ndalo de un grito para convocar a sus amigos.
Al menos en el primer cuarto de hora que le vi, el tenor me habl¨® con la seriedad de un ni?o t¨ªmido en vacaciones, una voz y un temperamento insospechados para quien lo haya visto en el papel del c¨®mico Conde de Almaviva en El barbero de Sevilla. Vest¨ªa una camisa ocre, vaqueros azules y unos zapatos color co?ac. En un instante pidi¨® que bajaran el aire acondicionado. Luego se llev¨® a la boca un aparato que carga siempre en sus viajes, una especie de motor en miniatura que vierte gotas de agua que le humedecen la garganta. Frente a ¨¦l, su madre picaba una cebolla para la cena. No parec¨ªa lagrimear, y eso podr¨ªa ser un chiste vulgar sobre una mujer de car¨¢cter imponente. Lo cierto es que ella tiene la reputaci¨®n de haberlo sido siempre, y ¨¦l, de haber heredado el gen de la impetuosidad. Cada vez que puede, el tenor estrella se escapa a ver a su madre, casada con un jubilado estadounidense a quien tuvo la suerte de conocer por chat. M¨¢s all¨¢ deambula Julia Trappe, una esbelta rubia alemana a quien el ¨²ltimo de los tenores galanes conoci¨® en una firma de aut¨®grafos en Viena y con quien lleva m¨¢s de un a?o de viaje de novios. No parece coincidencia. Si algo comparten madre e hijo no es la voz: es la aventura de haberse hecho d¨ªa a d¨ªa a s¨ª mismos, pero tambi¨¦n de tener una buena estrella.
Una vez, Juan Diego Fl¨®rez se descubri¨® con pudor en un cartel de un Tower Records de Nueva York y, luego de ver que su disco Rossini arias estaba en la lista de los 25 m¨¢s vendidos junto a Britney Spears, se ajust¨® las gafas de sol. Otro d¨ªa, el tenor abri¨® Vanity Fair y se vio all¨ª en traje de ba?o como el ¨²nico cantante ajeno al planeta rock and pop de esa edici¨®n dedicada a las ¨²ltimas estrellas de la m¨²sica. La prensa de espect¨¢culos vive del ritual del divismo y de las etiquetas rosas: Fl¨®rez, el Tom Cruise de la ¨®pera; Fl¨®rez, el nuevo Pavarotti; Fl¨®rez, el Beckham del bel canto. "Pero los p¨²blicos est¨¢n ahora en peligro de no o¨ªr la voz, sino la publicidad", escribi¨® hace unos d¨ªas un sensato cr¨ªtico de The Independent. Hace un tiempo, el Ruhr Nachrichten, un diario de Alemania, promovi¨® un concurso para pelear por dos entradas a un recital. "?De qu¨¦ pa¨ªs es Juan Diego Fl¨®rez?", dec¨ªa la pregunta. "A. Sud¨¢n. B. Per¨². C. Camboya". Parec¨ªa una adivinanza inocente, pero tambi¨¦n era la muestra de que nunca antes un tenor famoso hab¨ªa nacido en un pa¨ªs tan pobre. Por ahora, lo indiscutible es el ¨¦xito con may¨²sculas de un tenor l¨ªrico ligero a quien hasta los Nostradamus de la m¨²sica l¨ªrica conjugan en tiempo futuro como a un mito. Ante tanta idolatr¨ªa prematura, Fl¨®rez ha sido muy prudente. Se ha creado un escudo contra las adulaciones y contra s¨ª mismo. Pero tambi¨¦n le sobra amor propio. M¨¢s all¨¢ de su afectuoso parentesco vocal con Kraus y de ser ahijado art¨ªstico de Pavarotti, sabe que por d¨¦cadas ning¨²n otro tenor ha despertado tantas expectativas como ¨¦l. Eso es una responsabilidad, y a veces una maldici¨®n.
Si esta ruta de tenor estrella es a pesar suyo, la ¨²nica receta para entenderlo ser¨¢ buscar a un astr¨®logo. Hace unos d¨ªas, Juan Diego Fl¨®rez se detuvo a cantar en Madrid el d¨ªa de su cumplea?os. Hab¨ªa nacido en Lima a las 7.07 el 13 de enero de 1973. Va en camino a los 33. A esa edad que los futbolistas se jubilan, los tenores embellecen la voz. Conviene leer la carta astral de un astro de la ¨®pera: www.astrology.com. Juan Diego Fl¨®rez es capricornio. Pero para los astr¨®logos es sobre todo un hombre persistente, tenaz e incansable en sus metas. Es verdad. Un hombre serio, trabajador, disciplinado, pero tambi¨¦n prudente y un pensador muy cauto. Conservador y calmadamente ambicioso. Una estrella con los pies en la tierra. ?Qui¨¦n es entonces Juan Diego Fl¨®rez? ?Un hombre como esos castrati cuya gracia de voces sublimes era tambi¨¦n como una maldici¨®n? Su carta astral dice que se est¨¢ retando a s¨ª mismo todo el tiempo. Que es un hombre decidido y que consigue por naturaleza lo que quiere. De eso se puede dar cuenta Andr¨¦s Santa Mar¨ªa, un m¨²sico educado en Europa que es el director del Coro Nacional de Per¨², y sin duda el maestro decisivo en la vocaci¨®n de Fl¨®rez por la m¨²sica l¨ªrica. Ambos, dice Santa Mar¨ªa, tienen un lunar com¨²n en la planta del pie. "Primero hubo una afinidad de signos", a?ade sin iron¨ªa. Eran capricornio y tauro.
Parece que ese lunes en casa de su madre, Juan Diego Fl¨®rez fue ¨¦l mismo. La suya era la voz de alguien que se escucha a s¨ª mismo respondiendo las preguntas de siempre sobre el oficio de tener una hermosa voz. "Yo tengo dos funciones: on y stand by. Cuando no estoy cantando, entro en un estado de stand by. Soy muy flojo. Pero cuando me toca cantar recupero la energ¨ªa. Y me gustar¨ªa ser m¨¢s normal", me dijo. No es que en Fl¨®rez convivan por turnos un Dr. Jeckyll y un Mr. Hyde. "La carrera del tenor tiene que ser larga para ser importante, pero ¨²ltimamente he ido cambiando. Quisiera estar m¨¢s en mi casa. Tener una familia, hijos. Pero eso no se consigue con mi carrera", me dijo. Aqu¨ª, frente a m¨ª, estaba la estrella apagada y dom¨¦stica que aspiraba a placeres tan normales como tener una casa, dos hijos, un perro? All¨¢, en otra dimensi¨®n, era una estrella explosiva que trepaba a los escenarios hasta convertirse en un gran ilusionista, una generosa metamorfosis a beneficio de la platea. Mar¨ªa Laura V¨¦lez, una novia hist¨®rica de su adolescencia, me dio una clave: a ¨¦l no le gustaba la vida nocturna, y, sin embargo, cuando entraba a una taberna todo el mundo pod¨ªa pensar que era el detonador de la fiesta. Su carta astral dice que tiende a ponerse nervioso hablando en p¨²blico por el miedo de equivocarse. "Antes de comenzar cada a?o escolar, recuerdo que so?aba que rend¨ªa un examen y yo no sab¨ªa qu¨¦ responder: ¨¦sa era mi pesadilla", declar¨® Fl¨®rez en una entrevista. "Siempre he tenido miedo a no estar preparado".
Ese lunes por la tarde se le ve¨ªa muy recatado. No era el mismo tenor cuya actuaci¨®n hab¨ªa conmovido a los m¨¢s imperturbables cr¨ªticos de ¨®pera que miran este mundo con una necesaria maldad. Se le ve¨ªa quieto y relajado: no era el cantante acr¨®bata que corr¨ªa, saltaba y bailaba al estilo Astaire en la ¨®pera Il capello di paglia di Firenze, de Nino Rota. Incluso se le ve¨ªa tan t¨ªmido y menudo como para sospechar que un enorme y egoc¨¦ntrico Pavarotti lo hubiese elegido su sucesor y el ¨²nico tenor a quien invitara a cantar en su despedida en el Metropolitan. Aquella tarde no era m¨¢s el tenor despampanante. Menos a¨²n el ni?o inquieto, curioso, distra¨ªdo y cabecilla de barrio que todos me contar¨ªan despu¨¦s. No parec¨ªa ser suya esa voz que hab¨ªa divertido a p¨²blicos tan glaciales como los de La Scala de Mil¨¢n. "En 2003, all¨ª recib¨ª una ovaci¨®n de 14 minutos, seg¨²n un diario local. Ni siquiera fue al final, sino en un intermedio", me dijo Juan Diego en casa de su madre. Ten¨ªa raz¨®n. Otros diarios hab¨ªan cronometrado 10. Diez minutos. Dios. Hay gente a la que no han aplaudido 10 minutos en toda su vida. Fue un premio a su persistencia despu¨¦s de a?os de actuar en ese teatro. El fin de la mezquindad.
Y esa tarde no hubo mezquindad de su parte. Por ratos se asomaba el Juan Diego Fl¨®rez buf¨®n. Lo suyo nunca fue contar chistes, sino la interpretaci¨®n y la m¨ªmesis. De ni?o divert¨ªa a los suyos con Rafael, Bos¨¦ y Raffaela Carr¨¢. De adolescente, con Paul McCartney. Un amigo y ex compa?ero del Curtis Institute of Music, Fernando Valc¨¢rcel, lo recuerda imitando ese rictus de seductor y pat¨¢n de Clark Gable. Las v¨ªctimas no eran s¨®lo actores y m¨²sicos. Hab¨ªa profesores, por supuesto. "Imitaba tambi¨¦n a Mrs. Hayden, la profesora de ingl¨¦s del Curtis, y a Mr. Adwell, el profesor de armon¨ªa y contrapunto", dice Valc¨¢rcel. "Ahora s¨®lo le sale Chaplin", dice su madre. De vez en cuando, mientras me contaba su vida, Juan Diego hac¨ªa muecas con esa elasticidad con la que interpreta en la ¨®pera a una monja o a un militar. "Realmente era un payaso", resume Valc¨¢rcel, quien recuerda las caras que el tenor le hac¨ªa cuando improvisaba notas en el piano. Esa tarde no le sali¨® el payaso. No hab¨ªa escenas. Parec¨ªa s¨®lo ¨¦l.
Hay en Per¨² una estampilla de Correos que exhibe el rostro de Fl¨®rez. Se le ve todo un gal¨¢n. S¨®lo hay un inconveniente: en el mundo, la gente ya no escribe cartas, y en Lima debe de haber m¨¢s aspirantes a f¨ªsicos nucleares que espectadores de ¨®pera. Esa estampilla y el tenor en ella son la met¨¢fora de la ¨®pera y sus h¨¦roes nacionales. En su pa¨ªs, como en toda Am¨¦rica Latina, la ¨®pera es un club de amigos. Hay que visitar el bohemio barrio de Barranco y tocar el timbre de Radio Filarmon¨ªa. Preguntar por un tal se?or Molinari, y recordar que Miguel Molinari tiene un milagroso programa llamado Antolog¨ªa l¨ªrica. Fue uno de los que le ayudaron cuando Juan Diego necesitaba dinero para viajar a estudiar a Estados Unidos. "Los que van a ver a Fl¨®rez lo hacen porque Fl¨®rez es un boom", me advierte. Aquella tarde donde su madre, meses antes de emitirse esa estampilla, Fl¨®rez me dijo que le parec¨ªa algo raro: "He cantado muy pocas veces en Per¨², pero no hay lugar al que llegue donde la gente deje de reconocerme. Es un fen¨®meno extra?o". El presidente de Per¨² ha condecorado al tenor con la Orden al M¨¦rito por servicios distinguidos. Si en algo se parece el presidente Toledo a la ¨®pera es que las encuestas le conceden s¨®lo un 10% de popularidad entre los ciudadanos.
Llego a Radio Filarmon¨ªa cuando Molinari va a dedicar su programa a Alejandro Granda, un tenor l¨ªrico spinto con un pasado de maquinista de la marina mercante. Un d¨ªa, Granda se mud¨® del puerto del Callao y acab¨® en La Scala de Mil¨¢n. El contador de un barco le hab¨ªa o¨ªdo cantar en alta mar y le prest¨® unos discos de Caruso que terminar¨ªan devolvi¨¦ndole a tierra firme. Dicen que hasta Mussolini fue su admirador, y que vivi¨® una ¨¦poca en Hollywood. Si Granda fue un tenor marino, Fl¨®rez es un tenor playero: Juan Diego siempre ha estado flotando en el mar. Su madre se pas¨® la vida llev¨¢ndole a playas y campamentos en su legendario Renault. Y m¨¢s todav¨ªa: en la c¨¦lebre foto de Vanity Fair, Fl¨®rez aparece en traje de ba?o en una playa de Pesaro (Italia), la ciudad donde reemplaz¨® a un tenor resfriado y empez¨® su f¨¢bula moderna, el lugar donde queda la casa de verano de su padrino Pavarotti. M¨¢s a¨²n: el tenor se ha comprado un apartamento con vistas a la Costa Verde de Lima. Y no s¨®lo eso: por esa devoci¨®n al oc¨¦ano, Fl¨®rez no acudi¨® una vez a la cita con una figura que luego iba a revolucionar su vida. Molinari pact¨® un almuerzo con Ernesto Palacio, un reputado tenor de Per¨² que cantaba en La Scala, viv¨ªa en Mil¨¢n y era un exitoso representante de cantantes l¨ªricos. Palacio estaba de visita en Lima, y pod¨ªa ser el pasaporte de Fl¨®rez a Italia. Juan Diego estaba invitado, pero nunca lleg¨®: estaba en una playa.
Hab¨ªa una cita pendiente entre los tres tenores. Tiempo despu¨¦s sabr¨ªa que Palacio hab¨ªa sido disc¨ªpulo del ex marino mercante, y una noche se lo presentar¨ªan en un concierto. Palacio le invitar¨ªa a grabar discos a Italia, y un a?o despu¨¦s el fen¨®meno Fl¨®rez estallar¨ªa en el Festival de ?pera Rossini. Pesaro es una ciudad clave en el mapa sentimental de Juan Diego, en cuya playa posar¨ªa para Vanity Fair y donde a?os m¨¢s tarde ir¨ªa a comer helados a la casa de Pavarotti. Eran los Tres Tenores: Granda, Palacio y Fl¨®rez. Luis Alva completa el cuarteto nacional de tenores para la historia. Todos escaparon del naufragio en un pa¨ªs que a¨²n no quiere a la ¨®pera. "Uno se da cuenta de que los peruanos estaban dictando c¨¢tedra en cuanto al estilo de cantar", dice Fl¨®rez en una entrevista. "Siempre han tenido un estilo elegante, aristocr¨¢tico". Al final, todos tuvieron que partir. Una extra?a marea.
Un domingo fui al departamento que el cantante tiene en Lima. Le hab¨ªa confiado a su hermana mayor buscar un lugar adonde llegar cuando vuelva a Lima. "Una casa donde provocara entrar y tocar guitarra", dice Roc¨ªo Fl¨®rez, que es directora de marketing de una universidad privada. Al abrirse el ascensor, en el sexto piso, lo primero que dan ganas de tocar es un piano: un H. W. Brandes, una reliquia familiar, y el Brandes fue la primera gran caja de m¨²sica donde el futuro tenor clav¨® los dedos. A unas calles queda la casa de Mario Vargas Llosa. Ahora, Roc¨ªo Fl¨®rez vive all¨ª.
Casi toda su vida, los Fl¨®rez-Salom no tuvieron una casa propia. Eran como n¨®madas. Pudieron haberse dedicado al negocio de las mudanzas. Tambi¨¦n hubo otras. "Ninguno de los tres hijos tenemos recuerdos de mi padre y mi madre juntos", me dice la hermana mayor. Ellos se divorciaron despu¨¦s de tener a Milagros, la menor de los tres, que vive hoy en Tenerife. Entonces, Mar¨ªa Teresa Salom trabajaba todo el d¨ªa. Ventas. Corretaje. Decoraci¨®n. Administrar un bar. Todo serv¨ªa. Por a?os vivieron en una casa en el barrio residencial de Miraflores. Fue el barrio de la infancia y la adolescencia de Juan Diego. Hasta all¨ª iba a recogerlos su padre para llevarlos a pasear los fines de semana. A ¨¦l le dec¨ªan "el tenor de la canci¨®n criolla". La legendaria compositora y cantante Chabuca Granda dijo que Rub¨¦n Fl¨®rez era su mejor int¨¦rprete. Que ten¨ªa una voz muy refinada, y que, de hab¨¦rselo propuesto, podr¨ªa haber sido tenor. "Juan Diego tiene el talento del padre y el car¨¢cter de la madre", cree el m¨²sico Andr¨¦s Santa Mar¨ªa. El padre asiente en su casa, en el distrito de Surco. En su mesa exhibe un par de retratos que ¨¦l y su hijo se tomaron en distintas ¨¦pocas, y en los que parecen ser el mismo hombre. En resumen: el pap¨¢ canta, la mam¨¢ baila marinera, la abuelita tocaba el piano, un t¨ªo toca el caj¨®n, una hermana iba a ser ingeniera de sonido. "Te levantabas de la cama y siempre hab¨ªa alguien con la guitarra", dice su hermana mayor. Haber mamado esa reputaci¨®n de su padre fue una sentencia para su hijo.
Fl¨®rez parece haber vivido su infancia contra esa prudencia que le diagnostican los astr¨®logos. Mar¨ªa Teresa Salom le matricul¨® en un gimnasio para que, despu¨¦s de jugar al f¨²tbol, llegara a¨²n m¨¢s exhausto a casa. Llega hasta el sexto piso una de sus primas, quien lo recuerda colgado de un ¨¢rbol con los patines puestos. No era malvado. Era un indisciplinado por sufrir de una curiosidad tan vagabunda. "Del colegio me llamaban por su conducta, no por sus notas. Era el terror", me dijo su madre. Santa Mar¨ªa se acuerda que le contaron que Juan Diego dibujaba desnuda a una profesora. "Yo no sab¨ªa que era un caso en el colegio. Conmigo siempre fue disciplinado", dice su ex maestro. S¨®lo entrar a estudiar canto en el conservatorio pudo detener esa naturaleza dispersa.
Andr¨¦s Santa Mar¨ªa abre la puerta de su casa en Salamanca, un barrio de clase media de Lima, el lugar donde Fl¨®rez fue a recibir las clases de canto m¨¢s decisivas de su vida. Fue con ¨¦l que decidi¨® el dilema de cantar m¨²sica l¨ªrica o m¨²sica popular. Los Beatles versus Rossini, Chabuca Granda versus Bellini, Pedro Infante versus Donizetti. El maestro es delgado y pulcro, y tiene una dicci¨®n perfecta. All¨ª, en su casa, entre los 17 y los 19 a?os, Juan Diego ensayaba su voz, iba de viaje con su maestro, imitaba a la Callas y cocinaba sin saber a¨²n bien qui¨¦n era el pantagru¨¦lico Rossini.
Santa Mar¨ªa nunca le cobr¨® por las clases. La historia de c¨®mo Juan Diego lleg¨® hasta el director del Coro Nacional es un enredo. Fl¨®rez estudiaba su ¨²ltimo a?o de secundaria en un colegio privado. Hab¨ªa recibido all¨ª sus primeras clases de canto con Gerardo Chumpitazi. Luego quiso clases particulares con ¨¦l. Cuando se dio cuenta de que no se las pod¨ªa pagar, el profesor le recomend¨® postular al Conservatorio Nacional de M¨²sica. Era gratis. "Entrar al conservatorio cambi¨® mi vida", me dijo el tenor. Ten¨ªa 17 a?os. Eran tiempos de guerra en Per¨². Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario T¨²pac Amaru. Un a?o antes, Juan Diego Fl¨®rez hab¨ªa ganado el Festival de la Canci¨®n por la Paz. Hab¨ªa debutado con un recital en dos bares de Lima, El Florentino y La Estaci¨®n, y un repertorio de Sui Generis, Los Beatles, la Nueva Trova, m¨¢s canciones suyas. Hab¨ªa sido tambi¨¦n parte de Grafiti, una banda de rock. De esos tiempos, Gianmarco Zignago, un cantante muy popular en Per¨² y uno de los compositores del estudio de Emilio Estefan, recuerda sobre todo su melena. "Nunca imagin¨¦ que Juan Diego se iba a dedicar al canto l¨ªrico", me dijo por tel¨¦fono. En verdad, Fl¨®rez quer¨ªa dedicarse a la m¨²sica pop, a las baladas. Quer¨ªa ser Gianmarco.
Hasta que en el conservatorio de m¨²sica conoci¨® al maestro Andr¨¦s Santa Mar¨ªa. La carta astral dice que Fl¨®rez no es simple de convencer de nada hasta que ¨¦l lo experimente por su cuenta. Fl¨®rez iba a ser un cantante pop y empez¨® a quedarse en casa de Santa Mar¨ªa. El maestro lo recuerda con un disco de Maria Callas y Luis Alva en El barbero de Sevilla. Dice que a su disc¨ªpulo le encantaban tambi¨¦n los solos de las sopranos en la Misa en do menor, de Mozart. Para ¨¦l, Santa Mar¨ªa fue como un segundo padre, pero sobre todo su primer gran maestro de canto. "M¨¢s me considero amigo y padre de Juan Diego", me dice, con un fulgor en los ojos. Se acuerda de Ena, la abuela de los Fl¨®rez Salom. Juan Diego se hab¨ªa ido a vivir con ella, en parte porque ¨¦l hac¨ªa demasiada bulla en su casa con una bater¨ªa comprada a un ropavejero. Pero sobre todo porque la abuela era un ¨¢ngel de la guarda con piano y la mujer que m¨¢s cre¨ªa en ¨¦l. Una vez le envi¨® dinero a Santa Mar¨ªa para pagarle sus clases. Santa Mar¨ªa le aconsej¨® invertirlo en otro maestro y continu¨® con la clase. Ahora el maestro me ense?a un cuadro del aparato respiratorio para explicarme el misterio de su voz. Dice que fue ¨¦l quien le present¨® a Ernesto Palacio en un concierto de ¨®pera en Lima. Esa noche no se hab¨ªa dado cuenta de que le estaba presentando a quien iba a ser su tercer padre y su segundo maestro. La tercera oreja sin la que Fl¨®rez no toma ahora una decisi¨®n.
Fl¨®rez quer¨ªa estudiar m¨²sica en Estados Unidos. Ten¨ªa 20 a?os. De las baladas y valses se hab¨ªa convertido a la ¨®pera. Era un convencido y quer¨ªa predicar. Juan Diego decidi¨® presentarse a tres escuelas: Curtis, Julliard y Manhattan. La carta astral dice que tiende a ver las cosas como en un t¨²nel. Esa visi¨®n tubular le permite expulsar de su mente cualquier asunto que lo distraiga de su fin. "Ya la decisi¨®n de Juan Diego estaba tomada, y lo ¨²nico que pod¨ªa darnos dinero era el auto. Hab¨ªa que venderlo", me dijo su madre. Mar¨ªa Teresa Salom vendi¨® el legendario Renault 1969. Le pagaron 1.000 d¨®lares. Fernando Valc¨¢rcel, un compositor y pianista que estudiaba con ¨¦l en el conservatorio de Lima, iba a postular a Curtis y Manhattan. Ambos viajaron a Nueva York, y se quedaron en el apartamento de un hermano del pianista. Estaba en Manhattan. Fl¨®rez lanz¨® al suelo su bolsa de dormir. Era abril de 1993. Valc¨¢rcel no olvida que se les acab¨® el dinero en unas semanas. Un d¨ªa decidieron ir a cantar al metro. "Ese d¨ªa me enferm¨¦", recuerda Valc¨¢rcel. Fl¨®rez estaba nervioso. Tom¨® la guitarra y parti¨® solo. Era la estaci¨®n Grand Central. "Ten¨ªa que callarme la boca cuando pasaba el subway porque no se escuchaba nada", me dijo Fl¨®rez en casa de su madre.
Era primavera en Nueva York, y el tenor recuerda haber cantado canciones napolitanas: "Me dieron 50 d¨®lares por media hora". Al final les aceptaron en todas las escuelas y se decidieron por Curtis. Pero la beca no era integral. Hab¨ªa que salir a la calle a buscar dinero. Un t¨ªo de Fl¨®rez hab¨ªa conversado con Aurelio Loret de Mola, un mel¨®mano que hab¨ªa sido parlamentario del Congreso de la Rep¨²blica y luego ser¨ªa ministro de Defensa. Loret de Mola multiplic¨® copias de un casete con canciones del tenor. Escribi¨® cartas a amigos. Les pidi¨® dinero. Molinari organiz¨® un concierto de despedida de Amigos de la L¨ªrica. Fue la prensa. Fl¨®rez se fue tarareando una bonita canci¨®n a Filadelfia.
Valc¨¢rcel recuerda que Juan Diego le dijo un d¨ªa: "Creo que poseo el don de la melod¨ªa". Juan Diego sol¨ªa decir estas sentencias de modo impredecible. "Quien no lo conociera, le hubiera considerado un arrogante", me advierte. "A veces estaba tan inmerso en su mundo que le hac¨ªa parecer indiferente a los dem¨¢s", explica. "Al final era como un ni?o grande. Uno no se pod¨ªa molestar con ¨¦l", dice el pianista. Las historias sobre la distracci¨®n del tenor son involuntariamente c¨®micas. El Curtis le pagaba a Fl¨®rez un viaje a Nueva York, donde viv¨ªa su profesora de canto. "Varias veces, de repente, estaba en el tren y se daba cuenta de que se estaba yendo a Washington", recuerda el compositor. En Filadelfia, Valc¨¢rcel viv¨ªa en el segundo piso de un edificio, y Fl¨®rez, en el cuarto. A veces, creyendo que era el suyo, intentaba abrir el apartamento de Valc¨¢rcel. "Era muy distra¨ªdo, pero a la vez responsable. Puede tener que entrar a un ensayo y estar en otra parte", me dice su amigo Molinari. Pero Fl¨®rez siempre llega.
Hubiese querido una ¨²ltima escena fuera de la casa de su madre: salir a comprar discos con ¨¦l. Pero este tenor me dice que no compra CD. Es m¨¢s, dice que nunca fue un mel¨®mano. Quiz¨¢ en un futuro diccionario de la ¨®pera, su definici¨®n ser¨ªa una in¨²til tautolog¨ªa: Juan Diego Fl¨®rez es Juan Diego Fl¨®rez. Se puede entender esa pereza si lo ves maniatado a su iMac, un juguete donde almacena cientos de canciones que escucha para matar el tiempo en los aviones. En ella, junto a cientos de fotograf¨ªas, guarda un repertorio suficiente como para renunciar ahora mismo a su carrera, callarse la boca y o¨ªr la m¨²sica de su ordenador sin interrupci¨®n hasta 2010: Sinatra, los Bee Gees, Celia Cruz, los Beatles, Agust¨ªn Lara, Pavarotti, Chabuca Granda, los Rolling, Gardel, Montserrat Caball¨¦?, en fin. Le pregunto por Julio Iglesias y me dice que le gusta su sentido de la melod¨ªa. Fl¨®rez es una aspiradora musical. Sin que se diese cuenta, su novia le observaba desde un rinc¨®n con una admiraci¨®n casi a pies juntillas de no ser por sus tacones. Cuando Juan Diego me recitaba su agenda de recitales hasta 2010, su madre la llam¨® y la sent¨® sobre sus piernas. Era una nueva escena familiar.
Los ¨²ltimos a?os han sido un experimento de independencia. Fl¨®rez se hab¨ªa encerrado como en un laboratorio a buscar su propia voz, y ahora busca volver a la normalidad de un hombre casi mudo. Me recuerda que para costearse la vida cantaba en bodas y era el taxista de sus compa?eros del Coro Nacional. Pero ahora tiene que cantar hasta 2010. Tiene un BMW azul esper¨¢ndole en B¨¦rgamo, la ciudad donde vive, y se da el lujo de no usarlo, adem¨¢s de un apartamento de lujo en Lima, donde tampoco vive. Tiene una dulce novia con la que viaja por todo el mundo. Una hermana mayor en Lima, de novia con un director de orquesta italiano. Una hermana menor en Tenerife, casada, y con un sobrino querido. Un padre rejuvenecido de una operaci¨®n de coraz¨®n, y con un hijo de un segundo matrimonio a quien el tenor echa de menos como si fuese suyo. Una madre en Florida, casada y al fin con una vida hecha lejos de sus hijos. "Creo que toda su carrera la ha hecho en funci¨®n a tener una familia", me dice Santa Mar¨ªa. Entonces s¨®lo le quedan un par de deudas: la primera es tener un hijo; la segunda, aprender a silbar.
Juan Diego Fl¨®rez canta este mes en el Teatro Real 'El barbero de Sevilla'. Se retransmitir¨¢ por TVE-2 el d¨ªa 25 (en directo), y por Canal Arte, el 31 (en diferido).
El heredero Por Luis Su?¨¦n
Ah, el bel canto, esa tradici¨®n que se perdiera un d¨ªa y que volviera otro para poner patas arriba el mundo de la ¨®pera. Regresa ahora con toda su fuerza encarnada en una figura, la del peruano Juan Diego Fl¨®rez. El bel canto es lo que su nombre indica, la voz hecha su m¨¢s bella expresi¨®n. Tan es as¨ª que algunos cr¨ªticos, como el dur¨ªsimo Sergio Segalini, hoy director general en el teatro La Fenice de Venecia, acu?aron la expresi¨®n mal canto para referirse al uso de lo contrario por parte de quienes no se adaptaban a las viejas nuevas reglas. Caracter¨ªsticas fundamentales de tal estilo son la uniformidad en el timbre, la facilidad en los agudos, la disposici¨®n especial para el legato y la facultad especial para los adornos. El bel canto tiene adem¨¢s un origen espa?ol, pues fue el tenor Manuel Garc¨ªa quien en cierto modo codific¨® y transmiti¨® sus reglas. Luego vendr¨ªan sus hijas, la bell¨ªsima Mar¨ªa Malibr¨¢n y la menos agraciada Paulina Viardot -esa de la que estaba enamorado hasta las cachas Ivan Turgueniev y que turbara al padre de Henry James-, que con la Colbran y la Pasta ocupan el olimpo de las cantantes por los siglos de los siglos.
El bel canto se olvid¨® despu¨¦s, hasta que gentes como Maria Callas, Leyla Gencer, Joan Sutherland (llamada La Stupenda), Teresa Berganza, Alfredo Kraus, Montserrat Caball¨¦, Marilyn Horne o Luciano Pavarotti pusieron las bases para una recuperaci¨®n que llegar¨ªa en forma definitiva en los pasados a?os ochenta. Luego, unos cuantos cantantes con menos tir¨®n medi¨¢tico, pero decididos a seguir trabajando en esa l¨ªnea -June Anderson, Martine Dupuy o Ewa Podles, entre las f¨¦minas; Chris Merritt, Rockwell Blake o William Mateuzzi, entre los hombres-, consagraron lo que el bel canto tiene de peculiar: una l¨ªnea inmaculada unida a una t¨¦cnica que pone al int¨¦rprete al l¨ªmite de sus posibilidades. Rossini, Bellini o Donizetti ya no son lo mismo desde que unas y otros impusieron unos modos que combinaban el rigor hist¨®rico con una expresividad que da a su m¨²sica toda la morbidez y todo el encanto propio de quienes ten¨ªan a la voz por un instrumento perfecto.
No ya simple heredero, sino indiscutible cabeza reinante de esa gran saga es Juan Diego Fl¨®rez. Disc¨ªpulo de otro de los protagonistas de la vuelta del bel canto, el tambi¨¦n tenor y tambi¨¦n peruano Ernesto Palacio, Fl¨®rez atesora lo que s¨®lo los elegidos poseen: una voz simplemente maravillosa y unas posibilidades t¨¦cnicas hoy por hoy inigualables. Con ¨¦l nos encontramos ante la posibilidad cierta de salvar cualquier escollo, de irse al agudo m¨¢s dif¨ªcil -los famosos nueve dos seguidos de La hija del regimiento, de Donizetti- y de atravesar eso que se llama zona de paso con una naturalidad que se advierte, simplemente, en que no se nota ese fielato y que se percibe en sus escasas grabaciones para el sello Decca, con un disco dedicado a arias de Rossini y otro a piezas de Bellini y Donizetti. Va en gustos, pero se dir¨ªa que s¨®lo Luciano Pavarotti puede presumir en ese repertorio de haber tenido un instrumento semejante, pues algunos de los sucesores de los m¨¢s grandes -Rockwell Blake como ejemplo m¨¢s claro- se ven afligidos en sus excelentes condiciones mec¨¢nicas por una sonoridad no precisamente hermosa.
Para colmo, Juan Diego Fl¨®rez es guapo, da el tipo y hace que los p¨²blicos se vayan olvidando de esos tenores cuya opulencia vocal corr¨ªa paralela a un f¨ªsico imposible. Con ¨¦l la ¨®pera tiene, reci¨¦n empezado el siglo XXI, un nuevo h¨¦roe. Con ¨¦l, el bel canto sigue vivo. Y si se cuida, si no le da por entregarse a papeles m¨¢s pesados, por muchos a?os.
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