Panem et circenses
Veintisiete a?os despu¨¦s de su primera edici¨®n, el rally m¨¢s famoso del mundo -con permiso del cl¨¢sico de Montecarlo- sigue generando pol¨¦mica. Como todas las grandes competiciones, es seguido de cerca por fans incondicionales y detractores no menos ac¨¦rrimos. Aquella carrera de locos que se liaban la manta a la cabeza -o m¨¢s bien el rezsa, embozo tuareg luego convertido en s¨ªmbolo de la prueba- para lanzarse a todo trapo por el S¨¢hara, sin m¨¢s preparaci¨®n que un enorme dep¨®sito de gasolina y la br¨²jula y unos mapas por toda ayuda, se ha convertido en un espect¨¢culo medi¨¢tico. Los caminos del desierto son inescrutables, como bien sabe el periodista barcelon¨¦s Joan Porcar, que en 1982 las pas¨® canutas corriendo con su Ossa Desert monocil¨ªndrica de dos tiempos y hoy es uno de los m¨¢ximos responsables del tinglado en Espa?a. Tras el periodo semiamateur durante el reinado de su creador Thierry Sabine, el Dakar entra en la m¨¢xima liga de las carreras cuando las grandes marcas captan su potencial publicitario. Los presupuestos se disparan: carpas, trailers, aviones, cientos de organizadores... Y al calor de esos focos se arriman pronto famosos de variado pelaje: Mark Thatcher, el hijo de La Dama de Hierro, Carolina de M¨®naco y dem¨¢s fauna de la jet set luciendo el glamour de la arena enmoquetada, ajenos al verdadero esp¨ªritu de la prueba y m¨¢s lejos a¨²n de la cruda realidad que la circunda.
Se ha dicho, y es bien cierto, que un desfile de coches de carreras a toda velocidad por las zonas m¨¢s depauperadas del planeta resulta escasamente moral. No lo es menos que se celebre un gran premio de f-1 o de motociclismo en otro pa¨ªs des¨¦rtico, pero m¨¢s oriental cuyo subsuelo rebosa de petr¨®leo, y no precisamente porque ¨¦ste proh¨ªba conducir a sus mujeres, que oculta bajo el burka y lapida si son ad¨²lteras. Con lo que el Dakar gasta en comidas en dos semanas se podr¨ªa alimentar todo el a?o a la poblacion local. Pero aqu¨ª estamos hablando de partidas contables. Esta carrera no es otra cosa que el reflejo de la sociedad occidental, adoradora de la velocidad, la competitividad, el consumismo, y mezcla todo eso con el esp¨ªritu de aventura y el af¨¢n de superacion personal.
No hay gran diferencia entre las migajas que el Dakar reparte a su paso y las que cualquier burgu¨¦s biempensante dona a gobiernos corruptos para acallar su mala conciencia mientras se escandaliza por los accidentes mortales de los participantes. Por ello ha pedido que se proh¨ªba la carrera un diputado franc¨¦s.
Tras la ola de solidaridad mundial generada por la tragedia del tsunami, est¨¢ a¨²n m¨¢s claro que Africa sigue siendo la eterna asignatura pendiente del mundo occidental. Los problemas de este continente no se agravan ni se solucionan porque una caravana de coches de carreras lo cruce o no cada a?o a principios de enero. Lo obsceno no est¨¢ en el deporte ni en el espect¨¢culo, sino en nuestra propia contradicci¨®n existencial.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.