Estado de disociaci¨®n
Con la aprobaci¨®n por el Parlamento vasco del plan Ibarretxe se ha consumado una grave agresi¨®n a la convivencia ciudadana. El da?o afecta a la armon¨ªa del Estado democr¨¢tico que se hab¨ªa edificado sobre la Constituci¨®n y el Estatuto. Porque el pacto constitucional no ten¨ªa s¨®lo por objeto la reconstrucci¨®n de la democracia; era adem¨¢s la expresi¨®n pol¨ªtica de una armon¨ªa social, de la convivencia entre ciudadanos que no coinciden en sentimientos de pertenencia, en ideolog¨ªas; era el pacto para la Espa?a plural y diversa, mediante la integraci¨®n en esa sociedad com¨²n de ciudadanos de las diversas partes de Espa?a. Y tambi¨¦n, con la construcci¨®n de un pueblo de ciudadanos se facilitaba la vertebraci¨®n de cada una de las partes, que tambi¨¦n son plurales y diversas. Utilizar para esos objetivos el pacto constitucional y estatutario supon¨ªa hacer concurrir voluntades diversas, mediante el procedimiento democr¨¢tico m¨¢s oportuno y m¨¢s utilizado en las grandes opciones: el consenso o recurso a mayor¨ªas muy cualificadas. El plan Ibarretxe pretende la quiebra del consenso constitucional, sustituy¨¦ndolo por la afirmaci¨®n de la voluntad de una parte de las que entonces consensuaron.
Si una parte cambia el pacto, volvemos estar con todo por negociar
Cuando desaparece la voluntad de pacto queda sustituida por la confrontaci¨®n. ?sta impide, no s¨®lo lo que todav¨ªa hab¨ªa que construir, sino que tambi¨¦n quiebra lo que trabajosamente se hab¨ªa construido. No cabe, de pronto, afirmar que una parte de los vascos de la comunidad de Euskadi est¨¦n legitimados para alterar las competencias auton¨®micas y la integraci¨®n en el Estado, ni aunque ello fuera por medio del parad¨®jico argumento de que a ese resultado se llega por medio del simple voto mayoritario obtenido en uno de los parlamentos legitimados por la Constituci¨®n espa?ola que al mismo tiempo se niega. ?O acaso cabr¨ªa que, si la otra parte de los mismos vascos de la comunidad aut¨®noma obtuviera en alg¨²n momento la mayor¨ªa en su Parlamento, pudiera decidir, por s¨ª sola, bien la divisi¨®n de Euskadi, bien la desaparici¨®n de su autonom¨ªa? El razonamiento ad absurdum s¨®lo sirve para mostrar lo disparatado de ciertas tesis -ahora la del plan Ibarretxe-, pero no nos ayuda demasiado en los debates pol¨ªticos, por lo que no vamos a seguir por ese camino. Queda dejar sentado que no se puede impunemente declarar la ruptura de lo trabajosamente construido: tanto el orden constitucional como la comunidad vasca. Estas actitudes nos colocan a los que hab¨ªamos defendido las razones del pacto, que era una concordia pol¨ªtica y que ten¨ªa adem¨¢s, como objetivo social, la vertebraci¨®n de la sociedad, en la necesidad de reafirmar el acuerdo, en los mismos t¨¦rminos en que fue pactado, Constituci¨®n, Estatuto y aceptaci¨®n por todos de las reglas de cambio establecidas. Porque si el nacionalismo cambia el acuerdo sin respetar las reglas de cambio, lo cambiar¨ªa en su totalidad, y ya no habr¨ªa pacto constitucional, ni estatutario, y volver¨ªamos al punto cero, en que todo estar¨ªa por negociar, si es que unos y otros quisi¨¦ramos negociar.
Para impedir esta destrucci¨®n pol¨ªtica y para reconstruir nuestra nueva lucha por la autonom¨ªa, ahora contra el nacionalismo, se nos abren tres v¨ªas de argumentaci¨®n. La primera nos lleva a la apelaci¨®n al Derecho, en defensa de la Constituci¨®n y del Estatuto. El plan Ibarretxe es inconstitucional y por eso debe ser rechazado en las instancias pol¨ªticas -las parlamentarias- y en las del control que corresponden al Tribunal Costitucional. (El plan Ibarretxe es inconstitucional -dicho en resumen- porque altera el reparto constitucional de competencias, porque no respeta las reglas constitucionales de transformaci¨®n de la Constituci¨®n y del Estatuto y porque atenta contra los principios de solidaridad y de integraci¨®n ciudadana).
La segunda v¨ªa de argumentaci¨®n es la que nos lleva a denunciar el ataque que supone a los proyectos de convivencia, tanto social como institucional. Esto es, con independencia de la inconstitucionalidad de ese proyecto, el reproche adquiere ahora mayor trascendencia: el plan Ibarretxe, adem¨¢s de il¨ªcito es malo porque rompe con el camino emprendido para lograr la integraci¨®n de los vascos entre s¨ª, para pasar de una sociedad definida por la etnia a una sociedad de ciudadanos, para conseguir el fortalecimiento de la adhesi¨®n voluntaria a un proyecto constitucional. Y si se rompe el consenso, esta ruptura tiene lugar desde una voluntad clara de desvinculaci¨®n.
En el nacionalismo vasco se ha oscilado pendularmente entre secesionismo y autonomismo. En estas opciones han influido la raz¨®n y el sentimiento. Aun con un sentimiento secesionista era frecuente que la raz¨®n llevara a posiciones autonomistas. Pero el p¨¦ndulo ha funcionado tanto racional como sentimentalmente. No todos los nacionalistas han sido sentimentalmente independentistas, ni lo han sido por igual en todo momento; y la opci¨®n racional tambi¨¦n ha dividido a unos y otros, y de distinto modo en distinto momento. A?adamos otro factor de diversidad: es m¨¢s frecuente un grado de secesionismo superior entre los militantes de los partidos nacionalistas que entre los simpatizantes y los votantes. Contando con estas oscilaciones, la situaci¨®n creada por el amplio consenso de la Constituci¨®n y el Estatuto, en lugar de fortalecer las razones y los sentimientos de integraci¨®n del nacionalismo, ha puesto en marcha de nuevo los de disgregaci¨®n. Los poderes auton¨®micos, y su ocupaci¨®n por el nacionalismo, han fortalecido la idea de que se est¨¢ en casa propia y que los dem¨¢s, el resto de los ciudadanos del Estado, incluidos los vascos no nacionalistas, o bien est¨¢n en otra casa, o bien en precario en casa ajena.
El plan Ibarretxe est¨¢ proyectado desde un sentimiento de rechazo a Espa?a, pero sobre los sentimientos no vamos a opinar; nos podemos limitar a lamentarlos, por lo que suponen de traba para la vertebraci¨®n ciudadana. Pero, proyectado desde esa oscilaci¨®n del p¨¦ndulo, su contenido aparece todav¨ªa m¨¢s expreso: no pretende que Euskadi se asocie con Espa?a sino que se disocie de la Constituci¨®n espa?ola. A Ibarretxe, a Eguibar, a Arzallus, a Atutxa, a Imaz, cabr¨ªa preguntarles: ?quer¨¦is disociaros o asociaros? Porque si en primer lugar plante¨¢is la disociaci¨®n de un pacto ampliamente consensuado, como es la Constituci¨®n, no podr¨¦is pretender que los dem¨¢s, los que estamos en el consenso constitucional, veamos vuestra posici¨®n como algo distinto de una ruptura, que nos colocar¨ªa en un momento preconstitucional.
Esto nos lleva a la tercera v¨ªa de argumentaci¨®n: la denuncia del plan desde un punto de vista dial¨¦ctico, esto es que, aunque quisi¨¦ramos prescindir de las otras batallas, la de denuncia de su inconstitucionalidad y la del atentado a las convivencias vasca y espa?ola, cabe tambi¨¦n insistir en la trampa que implica su formulaci¨®n: primero, se consiguen, en dif¨ªcil acuerdo constitucional y estatutario, unos objetivos que como es razonable, no suponen en su totalidad lo que deseaban establecer los nacionalistas, pero tampoco los no nacionalistas, pues en eso consiste un pacto, que es siempre una cesi¨®n mutua. Pero luego los nacionalistas consideran que los logros del pacto constitucional-estatutario est¨¢n consolidados y plantean el car¨¢cter obsoleto de la Constituci¨®n y del Estatuto, esto es, la ruptura del pacto, aunque no con el efecto l¨®gico de volver al punto cero, el que exist¨ªa antes de que se empezara a negociar, sino como un paso m¨¢s a partir de lo antes establecido, que lo dan por definitivamente conseguido, aunque ahora lo denuncien. Por el contrario, quien denuncia el pacto debe estar a que la nueva negociaci¨®n permita mantener la tesis de que la propia autonom¨ªa vasca pierda legalidad y legitimidad y que el debate se reabra. Ya no voy a hablar por boca de los que pudieran reivindicar f¨®rmulas jacobinas -en principio tan dignas como otras- sino por boca nuestra, la de quienes mantenemos f¨®rmulas federales pero que hemos tragado f¨®rmulas nacionalistas que nunca nos hab¨ªan convencido.
Por ejemplo, el importante cap¨ªtulo de los s¨ªmbolos aranistas incorporados al sistema pol¨ªtico. Si he aceptado el t¨¦rmino "Euskadi" y la bandera vasca ha sido sobre todo porque he pactado la Constituci¨®n y el Estatuto (aunque tambi¨¦n porque, pronunciando ese nombre, junto al de Espa?a, y bajo esa ikurri?a, junto a la bandera de la Rep¨²blica, los vascos luchaban y mor¨ªan contra el fascismo). Del himno no quiero saber nada.
El reparto constitucional-estatutario de competencias, el principio de subsidiariedad (en el que no creo, por ambiguo) y el de solidaridad, me llevar¨ªan a un modelo de Estatuto distinto del que aceptamos s¨®lo porque lo pactamos. Y no estoy de acuerdo, como m¨¦todo dial¨¦ctico, con el que desde mi propio partido socialista se ha adoptado: elaborar un nuevo modelo de Estatuto en el que, para oponer a la discordia la concordia, camina hacia adelante en una autonom¨ªa que parte del reconocimiento de lo ya pactado. Si lo ya pactado se niega por una de las partes no podemos partir del pacto anterior sino de la formulaci¨®n, sin brizna de nacionalismo, de nuestro propio modelo. Luego llegar¨¢, si llega, el momento de confirmar o de desarrollar el pacto.
Jos¨¦ Ram¨®n Recalde fue consejero socialista del Gobierno vasco.
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