Un toque caprichoso
Jean Echenoz es, probablemente, el m¨¢s arriesgado y literario de los novelistas franceses contempor¨¢neos. En Al piano nos propone una historia dividida en tres partes que tiene como protagonista a un c¨¦lebre concertista de piano que padece de angustia f¨®bica ante los conciertos en p¨²blico. Est¨¢ dividida en tres partes. En la primera asistimos, mediante un primer cap¨ªtulo magistral, a la expectativa del concierto en la que un acompa?ante contratado por su agente se ocupa de que no pruebe una gota de alcohol ni se cruce con nada que le recuerde su inmediata actuaci¨®n al objeto de sentarlo al piano en las mejores condiciones, lo que, con respecto a su angustia, consigue s¨®lo a medias. Pero a Max Delmarc, el pianista, le ocurre lo que a muchos angustiados: una vez que se sienta ante el instrumento y sus dedos se posan en las teclas, el p¨¢nico desaparece.
AL PIANO
Jean Echenoz
Traducci¨®n de Javier Albi?ana
Anagrama. Barcelona, 2004
184 p¨¢ginas. 14 euros
La segunda parte nos depa
ra un extraordinario cambio de escenario. Max ha sido apu?alado hasta la muerte por unos rateros y despierta en un Centro que puede ser el cielo o el purgatorio, donde le restauran, le dan un nuevo aspecto f¨ªsico y, tras una semana de estancia para habituarse a su nuevo estado, lo mandan a -tercera parte- una ciudad latinoamericana, Iquitos, donde reside un breve tiempo para acabar tomando rumbo a Par¨ªs, ciudad en la que resid¨ªa antes de todo este l¨ªo. En resumen: un salto del orden de la vida diaria al orden de la ficci¨®n absoluta. En Par¨ªs, sin embargo, ser¨¢ reconocido por su antiguo acompa?ante y cuidador y tambi¨¦n se encontrar¨¢ all¨ª con el cuidador y responsable del Centro, que le har¨¢ v¨ªctima de una sorprendente jugarreta sentimental.
Jean Echenoz utiliza un narrador c¨®mplice del lector para contar esta historia. Eso le permite salir y entrar en ella a voluntad y establecer a la vez una distancia entre cr¨ªtica e ir¨®nica que funciona muy bien porque no en vano Echenoz es un narrador realmente experimentado. Utiliza efectos expresivos bien contrastados, como empezar a contar dando por sabido algo que s¨®lo se mostrar¨¢ al t¨¦rmino del cap¨ªtulo; as¨ª sucede en el primero de la primera parte, donde somos guiados a ciegas para descubrir al final la raz¨®n de su situaci¨®n an¨ªmica y de sus inclinaciones alcoh¨®lico-terap¨¦uticas; o en la introducci¨®n de su compa?era de casa, Alice, a la que el lector sigue, interesado en saber qu¨¦ clase de amante o compa?era es ella, hasta que descubre que se trata de su hermana. En otro orden de expresi¨®n, emplea a menudo la enumeraci¨®n exhaustiva con tintes ir¨®nicos para colocar al lector en la distancia adecuada a su intereses ("llevaba el brazo izquierdo disimulado bajo la escayola disimulada bajo un jersey disimulado bajo una chaqueta disimulada bajo un abrigo disimulado bajo una bufanda disimulada bajo un sombrero...") al objeto de mantener siempre una distancia con la narraci¨®n que establece una especie de tierra de nadie donde la apariencia de realidad y la apariencia de ficci¨®n compiten narrativamente. En definitiva, Echenoz opta por decir al lector: "Oiga, le estoy contando una historia ficticia que trata de problemas reales que usted debe reconocer si le parece bien".
El libro es sumamente divertido e ingenioso, pero tiene el mismo aire que tiene ese funamb¨²lico Centro donde Doris Day y Dean Martin atienden a los pacientes que llegan reci¨¦n muertos. Constantemente sobrevuelan en la mente del lector la falta de porqu¨¦s y paraqu¨¦s. Porque una cosa es el derroche de imaginaci¨®n y otra muy distinta -narrativamente hablando- la ¨²ltima gratuidad de lo que sucede, que parece que sucede por suceder. Esto convierte a la novela en un juego muy atractivo, pero caprichoso, en el que el propio Max Delmarc acaba siendo una especie de esp¨¦cimen flotante del que apenas sabemos nada aparte de sus actos m¨¢s o menos inefables. Yendo un poco m¨¢s all¨¢, tomemos un ejemplo: ?por qu¨¦ es enviado, despu¨¦s de muerto, a Iquitos? Lo cierto es que da lo mismo que vaya a Iquitos que a Huesca o a Uppsala; es una mera an¨¦cdota y este tipo de sucesos ayudan en demas¨ªa a la sensaci¨®n de que las cosas suceden porque s¨ª, sin m¨¢s, lo cual contribuye a dar una sensaci¨®n final de intrascendencia.
Que Echenoz es un escritor
muy dotado no cabe la menor duda; escenas como la de la grabaci¨®n del concierto en televisi¨®n muestran a un autor lleno de facultades. Creaciones como la de la vivencia de la imposibilidad a cargo de la relaci¨®n entre Max y Rose son una muestra de gracia y talento. De hecho, nadie podr¨¢ decir que con esta novela se ha aburrido porque no hay tiempo de que suceda: ritmo y descripci¨®n se complementan a la perfecci¨®n. ?Cu¨¢l es, entonces, el problema que le impide hacer una obra de primera? Parafraseando a Milan Kundera yo dir¨ªa que es la insuperable levedad de la historia. Y, sin embargo, hay que reconocer que la escritura es espl¨¦ndida; o lo ser¨ªa si estuviera al servicio de una concepci¨®n del mundo o de la vida que, finalmente, brilla por su ausencia. Sigo creyendo que Echenoz es quiz¨¢ el mejor novelista franc¨¦s contempor¨¢neo, pero echo de menos en sus textos la formidable intensidad de los ¨²ltimos novelistas franceses de gran aliento: Michel Tournier, Julien Gracq, Claude Simon...
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