Balances
Supongo que lo obliga la ley, y por eso este enero que se nos acaba ha sido el mes de los balances empresariales. Otras entidades fueron m¨¢s madrugadoras, y a¨²n no hab¨ªa acabado diciembre cuando ya se nos estaba bombardeando con estad¨ªsticas y tantos por cientos, montos y pagos, sumas y multiplicaciones, ¨ªndices, variaciones interanuales y desviaciones. Pero todos encontraban su rinconcito en la prensa, porque adem¨¢s de la Buena Nueva en Navidades se ve que creemos que hay poco interesante para contar.
Es preciso poner un balance, tan de moda, al "final de ejercicio" de lo que sea, aunque haya que cuadrarlo en positivo a martillazos: m¨¢s espectadores, m¨¢s agua embalsada, m¨¢s visitantes, m¨¢s usuarios, m¨¢s llamadas atendidas, m¨¢s morcillas vendidas, m¨¢s operaciones realizadas... Y as¨ª sucesivamente. Ahora, en el turno de las compa?¨ªas, bancos y cajas, lo que m¨¢s se publicita, obviamente, son los beneficios, y a veces en grandes, ingentes, escalofriantes cantidades (disculpen la sobreabundancia de adjetivos, comprender¨¢n que aqu¨ª inevitables).
Una fanfarronada que no deja de resultar curiosa para el p¨²blico que conserve cuatro neuronas de memoria, porque durante los doce meses anteriores nos hemos jartado de o¨ªr que casi todas estas corporaciones que ahora presentan resultados tan brillantes han estado propugnando la necesidad de contenci¨®n salarial y amortizaci¨®n de puestos de trabajo, la conveniencia de mayor productividad, la justeza de m¨¢s generosas ayudas p¨²blicas, la imposibilidad de ofrecer mejores productos o servicios. Y vemos que, llegado el momento de negociar convenios, una empresa que acaba de reconocer un 12% de aumento de ganancias dif¨ªcilmente aceptar¨¢ m¨¢s de un 3% de subida salarial, mientras realiza contratos tramposos y consolida subcontrataciones con otras que racanean todav¨ªa m¨¢s en sueldos y medidas de seguridad. Pero lo importante es ofrecer a los accionistas y al mercado un presente esplendoroso y augurar un brillante porvenir para sus dividendos. Lo que viene a demostrar que en el proceloso mundo de los balances tambi¨¦n se puede aplicar aquello de que no hay verdades ni mentiras, sino que todo depende del peso del platillo con que los midas.
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