Ray: sexo, drogas y 'soul'
La reci¨¦n estrenada pel¨ªcula 'Ray', con Jamie Foxx como protagonista, repasa la grandeza como artista de Ray Charles, que muri¨® el pasado junio a los 73 a?os, pero tambi¨¦n sus deficiencias como ser humano, incluyendo su adicci¨®n a las drogas, el sexo y el dinero.
La vida de Ray Charles se suele leer como un sonrosado paradigma del sue?o americano: el triunfo por encima de todas las adversidades, todo el mundo tiene aqu¨ª una oportunidad, bla bla bla? Es cierto que Ray Charles Robinson super¨® obst¨¢culos abrumadores, pero las verdaderas circunstancias de su haza?a son lo bastante truculentas para descalificarle como ejemplo apto para todos los p¨²blicos.
Naci¨® (23 de septiembre de 1930) en una pobreza inimaginable, en un pueblo de Georgia donde los negros ocupaban el escal¨®n m¨¢s miserable; sol¨ªa decir: "Por debajo de nosotros s¨®lo estaba el suelo, la tierra roja de Georgia". Su madre, Aretha Robinson, era una hu¨¦rfana que a los 16 a?os se qued¨® embarazada de su padre adoptivo; el progenitor de Ray desapareci¨® al poco para fundar otra familia. Aretha manifest¨® su independencia y¨¦ndose a vivir a Greenville (Florida), donde trabaj¨® de lavandera para sacar adelante a Ray y a su hermano menor, George, fruto de otra relaci¨®n. ?ste se ahog¨® en un accidente dom¨¦stico que dej¨® traumatizado a Ray, incapaz de reaccionar y rescatarle; en la pel¨ªcula Ray, ese accidente es el evento central de su existencia. Nueve meses despu¨¦s, Ray comenz¨® a tener problemas con los ojos: v¨ªctima de un glaucoma, a los siete a?os ya hab¨ªa perdido la vista. Una instituci¨®n para ciegos y sordos de St. Agustine le ayud¨® a desenvolverse en la oscuridad, y all¨ª estudi¨® m¨²sica.
Todav¨ªa era menor de edad cuando se qued¨® solo en el mundo. Pero ya hab¨ªa interiorizado los consejos de su madre, que ven¨ªan a decir: no pidas caridad, no caigas en la autocompasi¨®n por el hecho de tu ceguera, desarrolla tu autosuficiencia. Se le marcaron tan profundamente que nunca se interes¨® por la guitarra: "Era el instrumento de los mendigos que iban de pueblo en pueblo". Ray supo ganarse la vida por la zona de Florida, tocando el piano en bandas de todo tipo, pero tuvo la suficiente percepci¨®n para comprender que all¨ª nunca crecer¨ªa musicalmente. Sab¨ªa tambi¨¦n que todav¨ªa no estaba preparado para irrumpir en Nueva York, Chicago y dem¨¢s calderas de la m¨²sica negra. Y se march¨® a la ciudad m¨¢s lejana de Florida, a Seattle. Un viaje de varios d¨ªas que, seg¨²n el filme de Taylor Hackford, resolvi¨® engatusando a los conductores de los autobuses Greyhound con el cuento de que era un veterano de la II Guerra Mundial herido en el desembarco de Normand¨ªa. Verdad o mentira, a Ray nunca le falt¨® picard¨ªa. En Seattle conoci¨® a Quincy Jones, entonces un trompetista adolescente, que qued¨® pasmado por el o¨ªdo absoluto del pianista y su capacidad para orquestar; aparte de amigos, fueron c¨®mplices musicales en muchas ocasiones. All¨ª llam¨® la atenci¨®n del p¨²blico negro por su habilidad para imitar a Nat King Cole y Charles Brown. Y all¨ª despert¨® el instinto comercial del propietario de Swingtime, un modesto sello de Los ?ngeles especializado en m¨²sica para afroamericanos. Las primeras grabaciones de Ray, como parte del Maxim Trio, se hicieron en Seattle en 1949, pero al a?o siguiente ya usaba su propio nombre en Los ?ngeles. Tambi¨¦n demostraba su dureza en lo profesional y en lo personal: en California fue prescindiendo de sus acompa?antes de los tiempos duros y se olvid¨® de su primera mujer, una jovencita de Florida.
Sin avisarle, Swingtime termin¨® vendiendo el contrato de Ray Charles -por 2.500 d¨®lares- a Atlantic, la compa?¨ªa de los hermanos Ertegun, dos turcos fascinados por los ritmos negros. Ray se encontr¨® con que su destino discogr¨¢fico depend¨ªa de unos desconocidos. Felizmente, los Ertegun eran visionarios apasionados por su nuevo fichaje. En las modestas oficinas neoyorquinas de Atlantic, que por la noche se reconvert¨ªan en primitivo estudio de grabaci¨®n, Ray dio la vuelta a la m¨²sica popular: abandon¨® su refinado disfraz de Nat King Cole y dej¨® salir a la fiera que llevaba dentro. Fiera en celo.
En Atlantic, lo que logr¨® fue secularizar y erotizar el gospel, la hirviente m¨²sica de su Iglesia baptista. Se sab¨ªa que en los arrebatos de los fieles afroamericanos se escond¨ªa el p¨¢lpito de la sexualidad, pero Ray aisl¨® ese componente y lo sac¨® al primer plano. Gran esc¨¢ndalo de muchos creyentes, que lo vieron como una profanaci¨®n, una blasfemia: el demonio de la carne se apoderaba de la m¨²sica divina. Pero estamos en Estados Unidos, donde el ¨¦xito legitima cualquier irreverencia. Adem¨¢s, y de forma casual, Ray Charles primero se anticip¨® y luego cabalg¨® sobre la ola del rock and roll, aunque I got a woman, Hallelujah I love her so o What I'd say estaban a a?os luz del amor con acn¨¦ de los rockanroleros: Ray hablaba de sexo sin muchos circunloquios. Sexo de verdad: sudoroso, intenso, sucio.
Ray era un mujeriego, con unas t¨¢cticas de seducci¨®n que comenzaban con caricias a las mu?ecas del objeto de sus deseos: "All¨ª se nota su libido". Jugaba con varias cartas infalibles: la atracci¨®n del talento (The Genius, le bautizaron en Atlantic), el morbo del artista diferente, la tendencia a proteger al desvalido. Dicen sus acompa?antes que nunca le falt¨® compa?¨ªa en la carretera: su esposa sab¨ªa que Ray sol¨ªa establecer relaciones ¨ªntimas con alguna de las cantantes (las Raelettes) que iban de gira con su banda, pero que tampoco rechazaba ning¨²n caramelo que ca¨ªa por el camino.
En su biograf¨ªa, Ray es asombrosamente sincero al hablar de su voracidad sexual. Y se confiesa, bella paradoja, un voyeur: "No hay nada m¨¢s excitante que dos mujeres haci¨¦ndose el amor delante de m¨ª". El resultado fue una docena de hijos? reconocidos. Y la necesidad de proveer para todos ellos y para sus madres. Al menos ¨¦sa fue la excusa que Ray gustaba de proporcionar cuando se le acusaba de ejercer como jefe taca?o y negociador implacable. En 1959 abandon¨® Atlantic, la compa?¨ªa que hab¨ªa crecido con ¨¦l, tras recibir uno de los mejores contratos de la historia: ABC-Paramount le pagaba las grabaciones -que revert¨ªan al artista tras un periodo de explotaci¨®n- y se mostraba extraordinariamente generosa en el reparto de beneficios. Con Atlantic, Ray hab¨ªa gozado de libertad para expresarse: junto a los n¨²meros para las listas de ventas grababa discos de jazz en peque?a formaci¨®n o con big band. Con ABC, Ray rentabiliz¨® su arte y salt¨® otras fronteras. As¨ª, en 1962 comenzaba a lanzar sus interpretaciones de canciones country, un g¨¦nero donde escasean los vocalistas negros y al que Charles apreciaba sin prejuicios: "Se cuentan historias, y eso me encanta". Aparte de vender millones de copias, esas grabaciones le establec¨ªan como artista genuinamente estadounidense, apreciado a ambos lados de la barrera racial.
Los tent¨¢culos de la poderosa ABC tambi¨¦n resultaron ¨²tiles para silenciar lo que era vox p¨®puli: la estrecha relaci¨®n entre Ray Charles y las drogas. Se taparon algunos incidentes policiales, pero en 1964, tras un chivatazo, unos agentes de aduanas le encontraron marihuana y hero¨ªna cuando volv¨ªa de Canad¨¢. Fue noticia en todo el mundo, y, amenazado con la c¨¢rcel, Ray pas¨® el mono en un hospital californiano. La simpat¨ªa que despertaba y las habilidades de sus abogados le ayudaron a salir con libertad condicional de semejante trance. Dicen sus allegados que no volvi¨® a inyectarse, pero que consum¨ªa marihuana con tranquilidad. De nuevo, las biograf¨ªas de Ray muestran gran franqueza al respecto.
Ray tampoco encajaba en el arquetipo del yonqui. Ni en el de ciego: su discapacidad era imperceptible en su vida diaria. En su casa o en las oficinas del edificio RPM, que alojaban tambi¨¦n su estudio de grabaci¨®n, Ray se desenvolv¨ªa con tanta soltura que muchos visitantes llegaban a sospechar que fing¨ªa la ceguera. Como ¨¦l explicaba, "mis o¨ªdos son mis ojos, y detecto los obst¨¢culos". Un ingenioso sistema para ordenar los trajes -y unas marcas en las suelas de sus zapatos- le permit¨ªan coordinar estilos y colores a la hora de vestirse. Cocinaba sin ayuda y celebraba las mejores jugadas de los partidos de los Lakers como si estuviera vi¨¦ndolas. Adicto al ajedrez, era un jugador temible: "Con las cartas dependes de la suerte, pero en el tablero es un cerebro contra otro".
A pesar de ser proclamado "el padre del soul", Ray mantuvo una ol¨ªmpica distancia respecto a esa m¨²sica. Durante sus a?os de esplendor no se adapt¨® al soul sure?o ni se aproxim¨® al sonido Motown o al sonido Filadelfia. Ray continu¨® triunfando con sus sentidas baladas country, con temas que recordaban el sabor de Atlantic, con intensas versiones de los Beatles. Era una forma de afirmar que ¨¦l estaba por encima de las modas, aunque parte del mundo empez¨® a sentirle como un t¨ªo Tom: animaba comedias de los Blues Brothers o Leslie Nielsen; aparec¨ªa en abundantes campa?as publicitarias, vendiendo desde Kentucky Fried Chicken hasta Pepsi-Cola. Quiz¨¢ todo era m¨¢s sencillo: Ray era un se?or mayor que iba por libre y que hab¨ªa perdido el comp¨¢s est¨¦tico e ideol¨®gico de los nuevos tiempos.
As¨ª, nunca se entendi¨® que rompiera el bloqueo cultural a la Sur¨¢frica del apartheid, al aceptar tocar en un pa¨ªs que -desesperado por atraer a grandes estrellas- pagaba cach¨¦s exagerados. Gru?¨ªa cuando se le preguntaba al respecto, antes de responder que nadie iba a prohibirle llevar su m¨²sica al p¨²blico que la esperaba. Olvidaba convenientemente que, aunque tarde, se neg¨® a actuar ante espectadores segregados por razas en Georgia, un plante que le llev¨® a los tribunales por "incumplimiento de contrato" y que culmin¨® con la envenenada declaraci¨®n de persona non grata en su Estado natal; la pel¨ªcula de Taylor Hackford se cierra precisamente con la reparaci¨®n de ese agravio en 1979, cuando los legisladores de Georgia le piden disculpas solemnemente y proclaman Georgia on my mind como la canci¨®n oficial del Estado.
Pero ese convencional final, remachado por un texto que cuantifica en 20 millones de d¨®lares la aportaci¨®n de Ray a causas ben¨¦ficas, no hace honor a un personaje tan complejo. Para entonces, ya se hab¨ªa divorciado de su esposa, Della, su sufrida acompa?ante de 22 a?os. Sus ¨²ltimas d¨¦cadas son un frenes¨ª de actividad: infinidad de premios y homenajes, demasiadas actuaciones en piloto autom¨¢tico, discos con productores intimidados por la leyenda. Ni siquiera cuando la enfermedad se ceba en ¨¦l renuncia a la m¨²sica. Pasa sus ¨²ltimos meses rematando Genius loves company, la colecci¨®n de duetos que ser¨ªa su ¨¦xito p¨®stumo, y colaborando en la pel¨ªcula que ahora fijar¨¢ eternamente su imagen en el gran p¨²blico.
Lo mejor de su discograf¨ªa
Al final, la verdad de Ray Charles se encierra en su m¨²sica. La expresividad de su voz -all¨ª est¨¢ su posible paternidad respecto al soul- no tiene parang¨®n: grita, susurra, r¨ªe, habla, improvisa, gime, baja, sube, se rompe? Y hace suya cualquier canci¨®n, en un proceso de catarsis que el oyente recibe como b¨¢lsamo emocional.
Ray grab¨® sin descanso, y siempre se pueden localizar discos suyos. Los temas hechos para Swing Time se han editado bajo mil portadas, aunque la edici¨®n m¨¢s completa e informativa es el doble Mess around (Proper / Resistencia). M¨¢s dif¨ªciles de encontrar son las cajas retrospectivas como Genius & soul (Rhino), verdaderamente embriagadoras en su inmensidad de riquezas.
Todo lo registrado para Atlantic merece atenci¨®n, y DRO East West ha vuelto a lanzar vol¨²menes como The great Ray Charles, What I'd say, The genius after hours o The genius of Ray Charles. El Ray amante de las colaboraciones est¨¢ representado por las sesiones con el vibrafonista Milt Jackson, ahora recogidas en el doble Soul brothers / soul meeting.
En los discos para ABC-Paramount, Ray se dispers¨® y acept¨® algunos coros merengados y orquestaciones excesivas: hay ejemplos en su antolog¨ªa patri¨®tica, Ray Charles sings for America (DRO). A partir de los setenta fue saltando de compa?¨ªa en compa?¨ªa, un torrente de lanzamientos dudosos que siempre contaban con algo recomendable.
Existen electrizantes colecciones de duetos: el memorable Ray Charles and Betty Carter (1961), la reuni¨®n con admiradores de Nashville recogidas en Friendship (1985) y el triunfal Genius loves company (2004). A su lado, hasta los artistas m¨¢s blanditos crec¨ªan en densidad y altura.
La pel¨ªcula 'Ray' se ha estrenado en Espa?a este fin de semana. La banda sonora est¨¢ disponible en DRO East West; es una excelente introducci¨®n a su mejor repertorio. En EE UU se acaba de publicar un segundo disco, "Ray: original motion picture soundtrack. Vol. 2".
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