El final de los otros
Una avalancha de im¨¢genes del horror y toda una pl¨¦tora de terror¨ªficas historias individuales han partido el coraz¨®n colectivo del mundo. Sin embargo, el realista sociol¨®gico que llevo dentro se pregunta: dentro de un a?o, ?qui¨¦n estar¨¢ al tanto, o querr¨¢ siquiera estarlo, de lo ocurrido tras la cat¨¢strofe del reciente tsunami que en este momento tiene hechizado a todo el mundo? ?sta no es una pregunta ni irrelevante ni impertinente. En realidad, nos lleva directamente al meollo de la cuesti¨®n. Precisamente, las cat¨¢strofes naturales no son cat¨¢strofes naturales en s¨ª mismas ni por s¨ª mismas, sino mercanc¨ªa informativa altamente perecedera. Constituyen acontecimientos pol¨ªticos se mire por donde se mire. Pero si analizamos la vertiginosa sucesi¨®n de diversos tipos de cat¨¢strofes vividas en los ¨²ltimos tiempos -mencionemos ¨²nicamente tres de lo m¨¢s ilustrativas: Chern¨®bil, que representa los peligros globales de la tecnolog¨ªa moderna; 11-S, que simboliza los peligros globales del terrorismo, y el tsunami, que nos ha hecho reparar en la naturaleza como agente que amenaza la vida en el globo sin dejarse impresionar lo m¨¢s m¨ªnimo por nuestros intentos de control t¨¦cnico-cient¨ªfico- detectamos que con la generalizaci¨®n de la percepci¨®n global de la violencia el riesgo del estado de excepci¨®n amenaza con convertirse en norma.
Todav¨ªa se siguen haciendo guerras para conseguir territorio y recursos, al igual que en el pasado; guerras entre Estados, el paradigma de amenaza cl¨¢sica de la Primera Era Moderna. Sin embargo, las devastaciones y los peligros equiparables a los b¨¦licos que ha tra¨ªdo consigo la Segunda Era Moderna y que tienen pendiente a la opini¨®n p¨²blica mundial desde el fin de la guerra fr¨ªa, se han de entender de manera esencialmente distinta. No siguen el modelo de las guerras nacionales entre Estados, sino el patr¨®n de las consecuencias colaterales no pretendidas de victorias cient¨ªficas o de procesos de modernizaci¨®n exitosos (paradigma Chern¨®bil, o tambi¨¦n la caja de Pandora que est¨¢n abriendo ahora las promesas de la tecnolog¨ªa gen¨¦tica, la gen¨¦tica humana y la nanotecnolog¨ªa); o bien el modelo de cat¨¢strofe pretendida (paradigma terrorismo de Al-Qaeda que tiene como objetivo la vulnerabilidad universal de la sociedad civil), o bien el tipo de cat¨¢strofe natural difundida por los medios de comunicaci¨®n de masas, que se desencadena en realidad en cada sala de estar y sumerge al mundo entero en un estado de observaci¨®n participativa, sin escapatoria alguna.
El nuevo cap¨ªtulo de la sociedad del riesgo mundial que ahora comienza se distingue de los antes mencionados en que las cat¨¢strofes naturales no se pueden atribuir a decisiones y a actores humanos (el Gobierno, la econom¨ªa, la ciencia), o por lo menos no en primera instancia, sino justamente a la "naturaleza asesina" o al "Dios castigador". La naturaleza exonera a la pol¨ªtica: las cuestiones de alto voltaje pol¨ªtico de la culpa y la expiaci¨®n, el error y la responsabilidad, que fueron las que desencadenaron los terremotos pol¨ªticos posteriores a Chern¨®bil y al 11-S, pierden extra?amente todo su sentido.
Eso significa que los Estados y los gobiernos, tan zarandeados por sus fracasos, pueden sumarse ahora a la ola de la compasi¨®n universal y cambiar el inc¨®modo papel de acusados y bellacos por el de auxiliadores y h¨¦roes caritativos encargados de organizar las correspondientes medidas preventivas a posteriori (ayuda humanitaria, sistemas de alerta preventiva, reconstrucci¨®n). Parad¨®jicamente, las cat¨¢strofes naturales son para los pol¨ªticos lo que un oasis en medio del desierto para alguien que est¨¢ a punto de morir de sed: les permiten reanimarse en las fuentes de las que mana a borbotones la legitimaci¨®n fresca. Que nadie piense en el canciller Schr?der, que no es la primera vez que ve venir en su auxilio a unas inundaciones que le salvan de naufragar en una derrota electoral ya en ciernes; o en el presidente estadounidense, Bush, que, en calidad de Superman de la protecci¨®n frente a la cat¨¢strofe, espera transformar la desconfianza en confianza, sobre todo en el mundo musulm¨¢n.
Pero las cat¨¢strofes tecnol¨®gicas, terroristas y naturales tienen algo en com¨²n. El peligro no es directo, no tiene se?as, no lleva uniforme, es an¨®nimo, impredecible e imprevisible. A menudo es un peligro en el que jam¨¢s se hab¨ªa pensado, inimaginable, hasta que tiene lugar la cat¨¢strofe. El 10 de septiembre de 2001 cualquiera que se tomara en serio el riesgo de atentado terrorista no era m¨¢s que un chiflado hist¨¦rico; a partir del 12 de septiembre de 2001 cualquiera que no se lo tome en serio es considerado un cobarde ingenuo e irresponsable (?europeos!). Este efecto de conversi¨®n que conlleva la experiencia de la cat¨¢strofe explica por qu¨¦ a menudo los que niegan el peligro hipot¨¦tico virtual son precisamente los que se convierten post hoc en verdaderos fundamentalistas de la protecci¨®n pre-activa contra el riesgo.
Tenemos que v¨¦rnoslas con la "diferente naturaleza" de unos peligros que no s¨®lo acaban con la vida de miles de personas y muestran al mundo entero la vulnerabilidad de la civilizaci¨®n, sino que tambi¨¦n evidencian la falta de ideas y de orientaci¨®n imperante. Las premisas en las que se funda, por un lado, el sistema de seguridad militar -el concepto de intimidaci¨®n- y, por otro, el sistema de seguridad tecnol¨®gica -el dominio de la naturaleza por la ciencia- han perdido toda su validez.
Por lo que respecta a las amenazas globales, impera m¨¢s bien el "no saber", a veces el "no saber todav¨ªa" y quiz¨¢ el "no poder saber" o, peor a¨²n, el "no saber que no se sabe". Tenemos un ejemplo de ello en el tema del cambio clim¨¢tico. Al principio nadie ten¨ªa ni la menor idea de que justamente el empleo industrial de hidrocarburos clorofluorados como refrigerantes contribu¨ªa al calentamiento del planeta y, con ello, a la destrucci¨®n de la capa de ozono. Era un caso claro de "no saber que no se sabe", pero que precisamente por eso ha contribuido de forma nada menospreciable a esa cat¨¢strofe latente resultado de consecuencias colaterales que es el cambio clim¨¢tico.
Cuando hablamos aqu¨ª de "sociedad" del riesgo mundial lo hacemos en un sentido pos-social porque ni en la pol¨ªtica ni en la sociedad nacional o internacional existen reglas que especifiquen qu¨¦ hay que hacer ante este tipo de amenazas imprecisas e imposibles de delimitar, ni cu¨¢les son las estrategias de respuesta a seguir. En este sentido, cada cat¨¢strofe se convierte tambi¨¦n en escenario de un juego de poder global por ver qui¨¦n define las futuras reglas de la pol¨ªtica internacional. ?Utiliza EE UU la ayuda a las zonas de crisis para derrotar a Naciones Unidas en su propio terreno, en el ¨¢mbito de la ayuda humanitaria, a ojos del mundo entero? ?O -como esta vez- conf¨ªan los EE UU la direcci¨®n a la ONU?
Dicen que la esperanza es lo ¨²ltimo que se pierde. En el caso de las nuevas amenazas, lo primero que se pierde es la distancia. Antes los terremotos ocurr¨ªan siempre en otro sitio. Tambi¨¦n ahora siguen sacudiendo al continente asi¨¢tico, pero de repente Asia es Europa, est¨¢ en todas partes, muy cerca: ?la categor¨ªa de los otros ha dejado de existir! Pero es que no s¨®lo se han desplazado las placas tect¨®nicas, los continentes sociales -Asia y Europa, Am¨¦rica y ?frica-, tambi¨¦n se superponen unos a otros. ?C¨®mo es posible? En buena medida porque existe una nueva forma de vida transnacional que se ha ido propagando bajo mano: la poligamia local del turista medio. El cosmopolitismo banal del turismo de masas es el causante de que a lo largo de los ¨²ltimos 20 a?os el Primer y el Tercer Mundo hayan ido penetrando uno en el otro, aunque sea en el marco de escandalosos contrastes entre riqueza y pobreza. Esta movilidad extensiva -y adem¨¢s real, imaginaria y virtual- es la que convierte el desastre en algo personal de manera peculiar, m¨¢s all¨¢ de todas las fronteras geogr¨¢ficas y sociales. Todo el mundo sabe que el rostro de la tragedia podr¨ªa ser el suyo propio.
Es en esta experiencia cr¨ªtica de la vulnerabilidad personal y de la indefinici¨®n e intercambiabilidad de la propia situaci¨®n con la de los dem¨¢s donde comienza el cosmopolitismo, originariamente una sublime idea filos¨®fica, por muy desfigurada que se muestre tras haber arraigado en la cotidianidad de la actitud auxiliadora activa. Porque este maremoto tambi¨¦n ha tenido consecuencias colaterales inesperadas: ha impulsado la apertura a escala mundial. Convierte al otro excluido en vecino dentro de esta trampa en la que se ha convertido el mundo. Obliga a construir puentes de manera activa m¨¢s all¨¢ de toda frontera idiom¨¢tica y de toda oposici¨®n existente entre grupos ¨¦tnicos, naciones y religiones.
Mundos enemistados buscan v¨ªas de cooperaci¨®n. En principio esto puede dar pie al abuso ideol¨®gico. Pero tambi¨¦n podr¨ªa dar alg¨²n que otro fruto: una isla dividida, Sri Lanka, intenta superar las heridas ocasionadas por la guerra civil. Otra naci¨®n dividida, Indonesia, ha transigido y abre a la ayuda internacional la provincia de Aceth, donde desde hace d¨¦cadas se vive un conflicto sangriento con los separatistas. Quiz¨¢ se acabe dando una oportunidad a la raz¨®n pragm¨¢tica y los Estados v¨ªctimas de esta regi¨®n decidan ensayar un proceso de cooperaci¨®n duradero, ?para maximizar su provecho nacional?
Sin embargo, esta mirada cosmopolita apenas toma la palabra en los medios de comunicaci¨®n. Las estad¨ªsticas de fallecimientos constituyen un contraejemplo macabro; en ellas impera, pr¨¢cticamente sin fisuras, la perspectiva nacional. Los muertos alemanes reciben trato individualizado; por el contrario, "los otros" se contabilizan por millares redondeados y la cifra de heridos y desaparecidos queda sin precisar. La ministra de Exteriores sueca se lamentaba del "trauma nacional". ?El trauma de qui¨¦n? ?El de los indonesios, el de los indios o el de los tailandeses? ?No, el de los suecos! Eso es ignorar la quintaesencia cosmopolita de la cat¨¢strofe; la muerte no sabe de naciones: han sido suecos e italianos, indios y brit¨¢nicos y alemanes y tailandeses y daneses y estadounidenses y africanos y... los que han perdido la vida en esta cat¨¢strofe, a un tiempo local y global, y por los que ahora hay luto global. Pero esto no significa en modo alguno que todos acepten una ¨²nica definici¨®n del riesgo. Suponer eso ser¨ªa un error garrafal. Cuanto m¨¢s evidente resulta que los nuevos riesgos no se pueden calcular, pronosticar ni controlar de forma realmente cient¨ªfica, mayor importancia cobran las percepciones que tienen las diversas culturas. Y ¨¦stas pueden llegar a diferir enormemente entre el Primer y el Tercer Mundo, dependiendo del trasfondo hist¨®rico concreto. Pero tampoco existen cat¨¢strofes naturales "puras"; siempre entra en juego la acci¨®n -?o la omisi¨®n!- humana.
Mientras que el Primer Mundo responsabiliza sobre todo a la "naturaleza bestial", relegando a un segundo plano el porcentaje de responsabilidad propia, en el Tercer Mundo se va perfilando un proceso en el que la amenaza for¨¢nea procedente de Occidente va ganando terreno como definici¨®n del riesgo. Seg¨²n este punto de vista, las naciones industriales, con su inmenso consumo de energ¨ªa, son las principales culpables del calentamiento del planeta y, con ¨¦l, del aumento del nivel del agua del mar y, en consecuencia, tambi¨¦n del desastre acaecido. No es probable que en esta ocasi¨®n el presidente estadounidense, Bush, haga un llamamiento a la "guerra contra la naturaleza bestial", pero algunos movimientos fundamentalistas s¨ª que podr¨ªan verse ratificados en su "terrorismo contra Occidente" con una definici¨®n de riesgo como ¨¦sta: para protegerse del pr¨®ximo maremoto mortal, debemos blindarnos contra la globalizaci¨®n, expulsar a los extranjeros infieles y volver a nuestras ra¨ªces isl¨¢micas. ?sta es la ambivalencia que irrumpe en el ¨¢mbito de la pol¨ªtica internacional de la mano de esta ¨²ltima cat¨¢strofe: puede ayudar a fomentar la adopci¨®n de una perspectiva cosmopolita o bien puede impulsar el fundamentalismo antimoderno (?no s¨®lo en el islam!), o ambas cosas a la vez.
Tras el terremoto de Lisboa del a?o 1755, los ilustrados sometieron a Dios al tribunal de la raz¨®n humana. Tras la cat¨¢strofe de Chern¨®bil fueron las promesas de seguridad de la civilizaci¨®n cient¨ªfico-t¨¦cnica las que se sentaron en el banco de los acusados. Tras la cat¨¢strofe asi¨¢tica, ?denunciar¨¢n los pa¨ªses m¨¢s directamente afectados el imperialismo de la globalizaci¨®n occidental? ?O la prestaci¨®n de una ayuda duradera lograr¨¢ dotar de credibilidad a la promesa occidental de asumir la responsabilidad cosmopolita por el dolor de los otros?
Ulrich Beck es profesor de Sociolog¨ªa en la Universidad de M¨²nich. Traducci¨®n de News Clips.
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