Los vuelos de Zhang Yimou
Hubo un tiempo en que Zhang Yimou era simplemente Zhang Yimou. El de Sorgo rojo; el de Jou Dou, semilla de crisantemo; el de La linterna roja, el de ?Vivir! Su reconocible cine obten¨ªa premios en la mayor¨ªa de los festivales donde acud¨ªa y, eso s¨ª, en las salas comerciales era pasto de un reducido grupo de cin¨¦filos amantes de la versi¨®n original subtitulada.
Deseoso de abrir nuevos caminos, primero ensay¨® con decidida agresividad (y desiguales resultados) la c¨¢mara al hombro y el montaje ultrarr¨¢pido en Keep Cool; despu¨¦s quiso ser John Ford con El camino a casa, y, m¨¢s tarde, ser Charles Chaplin con Happy Times. Pero el ¨¦xito multitudinario (160 millones de euros en todo el mundo) le lleg¨® con probablemente su peor pel¨ªcula: H¨¦roe, en la que segu¨ªa la senda del Ang Lee de Tigre y drag¨®n. Y ah¨ª sigue con La casa de las dagas voladoras, inmerso en un esteticismo tan bello como desequilibrado. Aunque, al menos, ¨¦sta se entiende, porque los imposibles meandros narrativos y los juegos de colores de H¨¦roe provocaban en muchos la m¨¢s absoluta estupefacci¨®n.
LA CASA DE LAS DAGAS VOLADORAS
Direcci¨®n: Zhang Yimou. Int¨¦rpretes: Zhang Ziyi, Takeshi Kaneshiro, Andy Lau, Dandan Song. G¨¦nero: aventura. China, 2004. Duraci¨®n: 119 minutos.
Su nueva pel¨ªcula se puede considerar inmersa en el cine de aventuras. Al igual que otro recurso cl¨¢sico del cine oriental de aventura: el se?uelo de la cortesana que se hace pasar por princesa, sacado de La fortaleza escondida (Akira Kurosawa, 1958) y recuperado por su seguidor George Lucas en la saga de La guerra de las galaxias.
Las secuencias de acci¨®n de La casa de las dagas voladoras son verdaderas obras de arte. Sin embargo, ocupan demasiado metraje para que la balanza no caiga del lado del aburrimiento. Habr¨ªa que cronometrar reloj en mano, pero, sin exagerar, m¨¢s del 70% del metraje lo ocupan los duelos.
No es de extra?ar que Yimou haya conseguido una nominaci¨®n al Oscar a la mejor fotograf¨ªa (de Zhao Xiaoding) y es incuestionable la belleza formal del baile con los grandes pa?uelos, de la lucha entre las ramas de los ¨¢rboles y del duelo final en la nieve, pero, sin duda, prefer¨ªamos sus coloristas lavander¨ªas, sus farolillos rojos y, sobre todo, los enormes dramas que hab¨ªa detr¨¢s de aquellas im¨¢genes.
Babelia
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